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LA RESURRECCION DEL EVANGELIO
[02-May-2008]

I

La humanidad no tiene un libro. Los alemanes tienen la Biblia; los ingleses tienen la Biblia y Shakespeare; los franceses el recuerdo de la Revolución y la leyenda del Imperio; los italianos el arte; el mundo católico tiene el espíritu y doctrinas del concilio de Trento. En todo eso hay fragmentos de la verdad y las tradiciones. La unidad de espíritu que debe preceder a la unificación del género humano, no ha aparecido concretada en ningún libro aceptado universalmente. El soplo divino vaga aún sobre las aguas, esperando la revelación, la separación de la luz y las tinieblas.

Escuelas, sistemas, religiones, ejemplos diversos y contradictorios han sido y son hasta ahora los iniciadores de la enseñanza de los pueblos. Y con todo, el libro existe; sus capítulos vagan por los aires, como las hojas proféticas que la sibila esparcía sobre el mundo. Para presentarlo, sólo se necesita redacción y encarnación.

Hasta hoy el libro redactado y encarnado en un hombre se ha llamado Jesucristo. El Evangelio ha sido el libro invocado y ha sido también el libro que guarda el verdadero testamento del espíritu divino, universal, ley de amor --doctrina y ejemplo-- razón y entusiasmo, éxtasis y práctica de la verdad.

Y nosotros preguntamos: ¿qué pueblo lee el evangelio? ¿Qué nación lo practica, qué iglesia lo encarna? Ninguna. Los protestantes prefieren la Biblia, los italianos a Rossini, los franceses a Voltaire, los católicos el catecismo del Padre Astete. Moisés, David, Elías, Rossini, Voltaire y el Padre Astete son preferidos a Jesucristo. Tal antecedente, tal resultado. Tal educación, tal vida.

Nosotros no pretendemos imponer sobre el Evangelio los siete sellos del Apocalipsis. No pretendemos decir que es el libro definitivo; que la fuente infinita del espíritu divino se ha agotado; que el principio y el fin, el alpha y el omega han sido revelados; que la creación perpetua ha terminado; que el ideal ha recibido la sanción; y que la inteligencia ha encontrado el límite a su vuelo y el amor el objeto completo de sus ansias. No: creemos en la perpetuidad progresiva de las revelaciones del Eterno. Pero también decimos que hasta hoy, ese libro es el sol del firmamento de los libros.

Y es ese libro, el olvidado, el enterrado bajo el peso falaz de las interpretaciones y torturas del maquiavelismo y jesuitismo. El mundo moderno se llama cristiano y no conoce el Evangelio, no practica el Evangelio y, lo que es peor, las iglesias que se dicen salidas de su

LA RESURRECCIÓN . DEL EVANGELIO

seno, lo reniegan, lo ocultan, lo tergiversan y hacen comulgar a los pueblos con la palabra anti­redentora, a nombre del Redentor.

El Redentor se llamó así, porque nos emancipó de todas las trabas y barreras interpuestas entre Dios y el hombre; porque redimió a la razón cautiva en las Iglesias que se llamaban sinagogas; porque redimió el amor olvidado y cautivó en la sensualidad pagana; porque redimió la voluntad aprisionada por los déspotas; porque redimió al hambriento de la tiranía del capital de los ricos; porque redimió al hombre, en fin, del peso de la desesperación, señalando la esperanza y dando por alimento a su alma insaciable de bien y de belleza, un cielo infinito, un padre a todo dolor, una inmortalidad a todo lo bueno un sacrificio sublime por la regeneración del mundo, una virtud, una fuerza, un amor; y una ley a esa virtud, una aplicación a esa fuerza, un objeto a ese amor: Dios, la perfección infinita, y la libertad que es la perfección en marcha.

¿Y dónde está ese libro? Leed las constituciones: jesuitismo. Leed las leyes: no hay ley.

Leed los actos de los gobiernos: paganismo.

Leed los actos de los poderosos de la tierra: opresión y orgullo. Leed la vida privada de la mayoría: debilidad y envidia. Leed la palabra de la mayoría de los hombres: traición. ¿Qué enseñan las Iglesias? Abdicación y servilismo.

El Evangelio, pues, está enterrado. Mientras no presentéis un ideal superior, tenemos el derecho de decir que nuestro deber es resucitarlo.

La resurrección del Evangelio es una iniciación a la nueva faz que va a revestir la humanidad, para conquistar la unidad en las razas y naciones, en las civilizaciones y sistemas, la unidad en el hombre, es decir, en su palabra, su pensamiento y sus actos.

II

Lázaro, hermano de María y de Marta, vivía en Betania, en Judea, cuando el Salvador hizo su peregrinación de propaganda. Estaba enfermo y sus hermanas mandaron decir al Cristo: ``Señor, el que tú amas está enfermo''. Jesús amaba a esa familia. María Magdalena fue aquella mujer que se apareció en medio del festín para ungir su cabellera con perfumes y secar los pies del Señor con sus cabellos. Era un alma sublime, toda amor, y al conocer a Cristo vio en él al ideal encarnado, al objeto casto de la inconmensurable atracción del corazón. Sus ojos purificados se cerraron al mundo y se engolfó en el océano sin fin del infinito amor. La presencia de Cristo fue para ella la resurrección de su alma sepultada en las pasiones. Vio en el Redentor el sacrificio permanente de la individualidad en holocausto al espíritu divino; y esa mujer que llevaba la centella divina, se iluminó, adoró y su corazón fugitivo, que había golpeado a todas las puertas de la tierra pidiendo el alimento, encontró en los misterios del dolor y de la adoración esa fuente que apaga la sed devoradora de las almas elevadas. María la hermana de Marta y de Lázaro, es la Eloísa del Evangelio, con la superioridad incontestable que la daba la penetración del espíritu del Redentor, y simboliza la resurrección de la mujer, su iniciación a la ciudad, su bautismo de regeneración, su consagración como ideal por medio de la purificación en las entrañas del fuego divino.

Jesús amaba a Lázaro. Era su amigo.

Hombre sencillo, clasificado entre aquellos que por su pureza y mansedumbre, deben un día contemplar la faz de la divinidad, el Cristo amaba en él, no al apóstol, no al héroe, no al santo, no al hombre de nombradía futura, sino al corazón del amigo, al hombre de la simpatía, que sin abdicar su personalidad, correspondía y respondía a la necesidad de expansión y de intimidad del Cristo. El Evangelio nos refiere que dos fueron las grandes simpatías particulares del Cristo; Juan el apóstol preferido y Lázaro el moribundo.

Así fue que cuando le anunciaron la muerte; Dijo: ``nuestro amigo Lázaro duerme'', pero voy a despertarlo. Los discípulos que rara vez estaban a la altura de las palabras del Señor, contestaron.

``Si duerme, sanará''. Entonces Jesús les dijo claramente: ``Lázaro ha muerto''.

Fue Jesús y ya hacía cuatro días que estaba enterrado.

Marta salió a su encuentro: ``Señor, si hubieseis estado aquí, no hubiera muerto''. Jesús le respondió: ``resucitará''. La incredulidad respondió por boca de Marta: ``lo sé, resucitará en el día del juicio''. -- ``Soy la resurrección y la vida''.

-- ``El que cree en mí, aunque hubiese muerto, vivirá'' ¿Lo creéis? YMaría que había acudido llorando repitió: ``Si hubieses estado aquí no hubiera muerto''. Y Jesús al verla llorar y viendo a todos que lloraban, se estremeció en sí mismo y se turbó. ``Dónde está. Venid y ved''. El Evangelio agrega ``Y Jesús lloró''.

Los Judíos dijeron: ``ved como lo amaba''.

Jesús se acercó al sepulcro y dijo que quitasen la piedra y se estremeció en sí mismo.

Marta dijo: ``Señor, ya es cadáver corrompido''.

``¿No te he dicho que si creíais, veríais la gloria de Dios?''.

Quitaron la piedra. Entonces Jesús levantando los ojos, dijo: ``Padre, te doy gracias porque me has escuchado''.

Habiendo dicho esto, gritó con voz fuerte: ``L del genio nativo de los pueblos, cuando apareció la palabra redentora. `` Era la luz''. ``La luz con que todo hombre viene a este mundo''. Era la luz de la razón, la evocación de la personalidad, la llamada al ser que posee todo hombre y que se llama libertad.

¡Y fue la resurrección! Hasta hoy, hasta nosotros, a casi toda la Tierra llegó la nueva feliz anunciada por la predicación, por la enseñanza, por el ejemplo, por los actos, y últimamente por el sacrificio de la cruz.

La palabra regenerando al mundo; la palabra derribando imperios; la palabra pulverizando las religiones impostoras y las civilizaciones caducas; la palabra llamando a la posesión de la tierra a los perpetuos desposeídos al proletariado inmenso; la palabra ``abatiendo a los soberbios y elevando a los humildes'', llamando a los débiles, a los infelices, santificando la infancia y la inocencia, elevando a la mujer, consagrando al anciano y ¡divinizando la desgracia! La palabra de justicia llamando a juicio a todas las iniquidades; la palabra de esperanza prometiendo el reino futuro de la gloria, la palabra de la fe asentando el firmamento de la verdad; la palabra del amor purificando y unificando a la especie humana en los vínculos de la caridad. Tal es el Evangelio.

Tal es el Cristo. Su palabra es acción, su vida es enseñanza, sus actos son dogmas, sus acentos principios, su respiración amor, su muerte la inmortalidad; su resurrección la prueba de la resurrección de todo el que lo escucha y lo imite, y su ascensión es el porvenir de las existencias, emanaciones de Dios que vuelven al seno de su Padre. Tal es el Cristo, tal es el Evangelio.

Cristo, ``es el hijo del hombre'', es el hombre, todo el hombre, es la humanidad. Si pretendemos buscar el camino no olvidemos que Él es la vía; si queremos la vida, no olvidemos que Él es la vida, si pedimos la verdad, no olvidemos que Él es la verdad. ``Soy la vía, la verdad y la vida'', nos ha dicho, y así es.

Esa vida, esa vía, esa verdad, él mismo nos lo ha dicho, es el amor: ``Deus charitas est''.

Buscáis el bien, vedlo primero, amadlo y practicadlo. He ahí el deber.

El bien es conocimiento, es sentimiento y es acción o virtud.

El conocimiento del bien es conocer, es ver que uno es a imagen de Dios, soberano, marchando a la perfección de la soberanía. El bien de todos es la soberanía universal. Esa soberanía es la posesión, es la conciencia de la libertad, el ejercicio, el poder de la libertad en la comunión universal de la libertad de todos: la fraternidad de los libres.

El sentimiento del bien es la atracción hacia la unión, hacia todos, la pasión social, la armonía de los seres entonando con el acento particular a cada uno, el mismo himno por la libertad y la fraternidad del género humano.

La práctica del bien es la verdad en el pensamiento, en la palabra y en los actos. Es la abolición de la traición hasta en lo más recóndito del alma, es la abolición del egoísmo, la dominación de los elementos fatales del organismo, la soberanía práctica de la justicia, dando a cada uno lo suyo, viéndose en todo hombre, considerando su humanidad como la mía, su derecho como el mío, su gozo y su dolor como los míos.

El bien, es la libertad amando y es el amor libertando.

La libertad es lo más digno de ser amado.

El amor es lo más digno de ser libre.

Ésta es la verdad, ésta es la religión, éste es el deber. Tal fue el Cristo, tal es el Evangelio. Y por esto pedimos la resurrección del Evangelio.

Vivimos enterrados bajo el peso de la fatalidad, del egoísmo y de la historia. La evocación de la palabra de verdad, iluminando el fondo divino de nuestro ser, nos resucita.

Evangelio, palabra de regeneración y de esperanza, bálsamo consolador, te bendecimos e invocamos. Al sentirnos bañados en las aguas de tu amor divino, una humanidad divina nos invade y desaparecen las mezquindades de la vida, las amarguras de la mentira y dominamos al mundo, y sus pasiones y falsías se evaporan; y somos como soldados vencedores que volvemos al templo de la Patria con el pendón conquistado al enemigo. Tranquilidad del que posee su porvenir asegurado; crédito divino hipotecado en Dios y que nos da el alimento cotidiano; posesión y conciencia del hombre completo en la variedad de sus facultades en acción; gobierno universal, democracia santificada en el amor. Ese es el Cristo viviendo en todo hombre.

IV

Un sollozo universal sale del alma de las razas. La guerra impera y queremos la paz. Hay guerra entre los pueblos y gobiernos entre razas y naciones; hay guerra en la familia, hay guerra en el santuario, hay dualidad y lucha tremenda en el hombre mismo, y queremos la paz.

Pero, ¿qué hacemos por la pacificación? ¿Qué autoridad levanta la palabra de la paz, dónde está la enseñanza pacífica? ¿Cuál es el libro uno, que presente a la lectura de la humanidad para preparar su unidad? ¿Quién predica hoy el Evangelio, dónde están sus apóstoles, dónde están los pastores encargados de velar sobre las ovejas descarriadas? Bien sé que hay hombres que se llaman sacerdotes, que se llaman herederos del santo apostolado de Jesús. Pero Él mismo nos lo ha dicho: ``juzgad al árbol por sus frutos''. Id y predicad a las naciones dijo, no llevéis equipaje, ni víveres, ni poseáis riquezas; sed mansos, convertid con la mansedumbre, ayudad al hombre a soportar la cruz de su destino, proteged al débil, castigad al opresor, nada poseáis, sed ejemplos permanentes del sacrificio, dejad al cuerpo y a sus tentaciones, no os cuidéis de los honores de la tierra, preparad donde quiera la vía del Señor, haciendo derechas sus veredas.

¿Y es esto lo que vemos?Todas las pasiones, todo el orgullo, toda la avaricia, la lujuria, la vanidad, la humillación ante las potestades de la tierra, la alianza con todos los déspotas, tal es el espectáculo que ha presentado y que presenta, ésa que se llama ¡Iglesia del Señor! Roma ha sido llamada la prostituta de la Tierra y cuando Roma se levantó para regenerarse, ese pontífice romano fue el que entró a sangre y fuego con las bayonetas extranjeras para sentarse en su solio, fusilando, proscribiendo, y ahogando la respiración de esa Italia que quiso reivindicar su honor y su nacionalidad.

Y donde quiera, esa Iglesia aparece armada del anatema, esgrimiendo amenaza y maldición contra la libertad.

La Iglesia es anti­cristiana.

La Iglesia no posee el espíritu del Evangelio.

Toda reforma, toda mejora, toda esperanza, todo progreso ha sido proclamado y realizado a despecho de la Iglesia. El Evangelio ha caminado encarnándose lentamente en las instituciones a despecho de la Iglesia. La abolición de la esclavitud, de la servidumbre, de la feudalidad; la abolición de las penas infamantes y de la pena de muerte, la reforma del código penal; la introducción de las masas a la vida política y social; las conquistas de la ciencia y de la industria; la marcha del amor y de la libertad, todo eso ha marchado luchando contra la Iglesia.

Hay, pues, otra Iglesia que posee el espíritu del Evangelio. Esa Iglesia es formada por hijos del libre pensamiento, cuya palabra invade sin cesar la tierra. Es la palabra de la filosofía, es la palabra de la democracia; es la palabra de la caridad en la ciencia formando un soberano en todo hombre, es la palabra de la caridad en la industria haciendo la vida barata, es la palabra de la caridad en la política formando la ciudad de todos los hombres libertados, unidos por los vínculos de la fraternidad como sentimiento y de la solidaridad como principio. ``Juzgad al árbol por sus frutos''.

V

Pedimos la resurrección del Evangelio.

Pedir la resurrección del Evangelio, es evocar al hombre nuevo.

La emanación o el espíritu del Evangelio nos coloca en la plenitud del ser, en la posesión de la conciencia, en la unión directa con el Creador y con las criaturas.

Viviendo en su atmósfera de amor, de abnegación, de pureza, de elevación, de fuerza, sentimos la comunicación del espíritu infinito y el alma se siente en su patria, se afirma en la ciudad, se consagra en la soberanía. Vivimos en el centro del sistema sideral de las ideas y de los sentimientos, y nuestros movimientos, nuestras acciones reciben el sello de la armonía celeste sin la fatalidad. Nacemos entonces, recibimos el bautismo de la luz, somos nación, somos libertad, y el porvenir extiende los campos prometidos, los horizontes de la paz universal.

Veamos al ser, sintámoslo en nosotros, tengamos la audacia de obedecer a la razón, tengamos la osadía de creer en la razón, cometamos el sacrilegio de creernos hijos de la ``luz con que todo hombre viene a este mundo'' y así todo hombre será un Evangelio y el Evangelio será un hombre resucitado. El libro de la ley brilla en todo hombre. Leamos ese libro que el Creador escribió en el corazón de los hombres. Leamos la palabra sacrosanta en nuestro ser purificado. Y la ley, la vida, la verdad estallarán como emanaciones naturales, como ondulaciones de la luz que brilla en cada uno.

Dios luchó con Jacob, dice el Génesis, y se dejó vencer para darle audacia.

Dios nos ha dado la libertad, en el seno de la fatalidad para vencerla. No reneguéis ese testamento. O cedéis y abdicáis, o la lucha y la victoria. La libertad es Dios en el hombre. La abdicación es el triunfo sombrío de las tinieblas. El Evangelio primitivo y progresivo, el Evangelio inmortal, el testamento inmutable, la profecía del bien, la pacificación prometida y esperada, la glorificación trascendental de la humanidad, es en ti, está en ti, vive en ti, se llama conocimiento, amor y práctica de la Libertad.

Lima 1853.

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Francisco Bilbao, Desarrollado por Giroscopio y Newtenberg, Santiago, Chile. Abril, 2008

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