A LOS SEÑORES ÁNGEL F. COSTA, B. A. JARDÍA, HERACLIO C. FAJARDO Mis amigosy representantes de la juventud racionalista de la República Oriental: habéis escrito la profesión de fe de la Joven América. Vuestra palabra es una de las másbellas manifestaciones de ese verbo americanoque se llama racionalismo y república. Vuestra sagrada afirmación arrojada a la frente de la Iglesia, revela a los hijos del Arquitecto de los mundos, que preparan los cimientos del templo moral del Universo en la conciencia del hombre emancipado:yvuestra voz, como el soplo divino que recorría la superficie del abismo, dice a la América con la fuerza de la razón, de la historia y de la inducción profética: la revolución religiosa ha principiado.
Estáis como los mejores y primero a la altura del grandioso problema de los tiempos, que comprende la negación del último paganismo, la demolición de las iglesias, la abolición de los mediadores entre Dios y la conciencia y el restablecimiento de la soberanía integral de todo hombre en el campo indefinido de la razón independiente.
Convencidos, como leales pensadores, de que no puedehaber libertad sin juicio propio, sin individualismo supremo, sin conciencia de la racionalidad de nuestros actos, condenáis al catolicismo no sólo por erróneo en sus principios, sino por la incompatibilidad de sus dogmas de obediencia ciega, revelación, milagro, gracia, caída, bautismo, confesión, con toda justicia y con toda razón y con toda la dignidad del soberano. El dogmadel sometimiento de la razón no puede dar la libertad; el dogma de la gracia no puede producir el derecho; el dogma de la caída no puede afirmar a la justicia; el dogma de la teocracia infalible no puede fundar la democracia.
Aleccionados por la ciencia y la experiencia, habéis visto más lejos que todos nuestros políticos, que teniendo un mundo nuevo entre sus manos, destinado a recorrer las desconocidas maravillas del porvenir, bajo el firmamento de la ciencia, se inclinan todavía ante la astronomía de la Biblia y ante el catecismo del padre Astete, con que educan a las generaciones nuevas.
Llenos de vida, no os asusta el desplome de las viejas catedrales, ni la evaporación de la leyenda; y para responder a los pueblos ansiosos de lo divino y de lo eterno, abrís vuestras almas en dondebrilla el resplandor de la ley.
Enmediode los partidos ypueblosque se revuelven en círculos concéntricos; habéis pronunciado la palabra que ha de romper el sortilegio de los errores y pasiones, para que describan la espiral de la perfección progresiva.
Por entre el polvo del combate, mostráis la grandiosa y radical enseña que nos dará la paz y la libertad. Esta circunstancia hace que vuestra palabra sea el acto más trascendental en la política devuestro país. Podéis decirlo, y con orgullo: he ahí nuestra bandera.
Habéis comprendido la significación del gran cielo histórico en que entramos, que consiste en el advenimiento de la filosofía como ciencia, dogma, ley, moral, culto de sabios y pande las multitudes arrancadas de ese mundo tenebroso de la miseria y de la leyenda, que con el terror y el hambre aún las embrutece. Es la más grande de las revoluciones conocidas, después de la cual podemos esperar el cumplimiento de la palabra de Condorcet, el reinado del bien, la justicia, la paz y la abundancia sobre las ruinas de los cultos y el castigo de las explotaciones.
¡Y en esa revolución entramos en América, jóvenes iniciadores! Másgrande,más fecunda, más trascendental que la de la Independencia, ya sabemos que no hay ni puede haber transacción posible con la Iglesia incorregible.
Acostumbrémonos a este pensamiento salvador.
Ese catolicismo, esa Iglesia, ese sacerdocio, esa teocracia es invariable en su odio al movimiento, a la razón, al derecho universal de sacerdocio y reyesial de todo hombre.
Sin acudir al raciocinio, ni a la historia, ella misma en nuestros días se ha encargado de quitar la venda de los ojos de los pueblos. Sin ciencia oscura, obtusa, sin ningún resplandor para las inteligencias libres; sin amor, sin unción, sin bálsamoparanuestras grandes aflicciones; sin anatemay sin el poder del anatema aunpara los grandes crímenes que estremecen la tierra en nuestros días; sin iniciativa, sin impulso, sino para repetir el formulario caduco de su modode explotar a los creyentes, ¿qué hace la teocracia romana, o la Iglesia católica en el mundo? ¿Cuál ha sido la última palabra de su ciencia infalible, en medio del torbellino de ideas y de la iluminación del siglo? Oíd, y escuche la tierra: «¡La Inmaculada Concepción»! He ahí el último progreso del dogma católico desde el Concilio de Trento.
Pero si su palabra es vacía, sus actos suplirán esa falta.
¿Cuál es el ejemplo de alta moralidad que hace 14 años está dando? La alianza con el perjuro, la invasión arraigada y bendecida en Roma misma. El escándalo infalible presentado para salvar a la teocracia. El cinismo elevado a la potencia de la blasfemia. EnMéxico se llama traición y retroceso; en el Ecuador, es el concordato que prepara la traición, y en Chile, fanatismo y fanatismo.
La existencia de la Iglesia, por la fatalidad de los antecedentes históricos, y de las premisas lógicas de la naturaleza de las cosas, se ha hecho incompatible con la regeneración, la unidad y la independencia de la Italia.
Y lo que es palpable en Italia es de lógica evidencia para todo pueblo católico que aspire al goce del derecho.
Y como la Italia es la nación más interesada en la revolución moderna, está destinada para consumar en el Capitolio, que es la altura más visible de laTierra, otra de las grandes decapitaciones que cambian la dirección de los siglos. Es por esto que prestamos oído a todo rumor que en Italia se levanta.
Y, para terminar, os diré que la revolución tiene que cavar una tumba y mecer una cuna. Sobre esa tumba escribirá: aquí yace la última de las encarnaciones;y mecerá esa cuna con el himno de la eterna alegría de la vida.
Vosotros habéis preludiado unas estrofas de ese himno.
Me habéis honrado con el honor más grande que pudiera recibir: vuestra adhesión, vuestro amor, vuestro entusiasmo.
No puedo retribuiros, sino amándoos siempre agradecido y perseverando en la sublime causa. Sed, os lo pido, órganos de mi gratitud para con esa juventud de vuestra Patria que tan noblemente representáis. Con tal generación y esa palabra, grande ha de ser la Patria que lleguéis un día a constituir, con el programa de la revolución religiosa.
Os saluda vuestro amigo: Buenos Aires, marzo 1° de 1864.
; ;
|