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El 18 de Septiembre de 1854
[02-May-2008]

EL 18 DE SEPTIEMBRE DE 1854

LA SEGUNDA CAMPAÑA

A dónde vas joven soldado: Voy a combatir para libertar de tiranía del hombre el pensamiento, la palabra, la conciencia.

Benditas sean tus armas, joven, soldado.

(Lamennais).

.

¡Salud!, día de recuerdo. Fue en este día que apareció la estrella de Chile en el firmamento de la América. Cuando la libertad lanza una palabra por el órgano de un pueblo, esa palabra la incrusta Dios en los espacios. Toda nación que se liberta, es una estrella que suspende en su inmensidad para iluminar su templo.

I

Recordar el aniversario de la Patria y vivir sin Patria; ­recordar la Independencia y ver la rápida pendiente a la dependencia; ­recordar esa gloria y presenciar ignominias; ­repetir la palabra de verdad de aquellos tiempos y escuchar en su lugar a la falsía! ­¿Qué ha pasado sobre tu superficie, tierra de nuestro amor? ­Los hombres que ya no son y que te dieron vida se levantan para preguntar si Loncomilla ha sido el Cancha­Rayada de la libertad. ­¿Quién es ese invasor que se ha asentado sobre la obra de los sacrificios? ­¿Dónde ha emigrado esa soberanía que arrancamos al pasado para restituirla a su santuario que es el pueblo? ­¿De qué guaridas o sepulcros ha salido ese genio de muerte que marchita la espontaneidad de una raza? ­¿A dónde se escondía, chilenos, ese germen de dominación que por la fuerza y el engaño en lugar de la ciudad de los libres levanta una penitenciaría para las almas nobles, y un convento para las generaciones nuevas? Vencimos en Maipo, abolimos la conquista, proclamamos otra vida, ­¿dónde estaba el espíritu de esta nueva conquista? Oídlo, padres de la Patria, ­en nosotros mismos.

Era en nosotros que existía el elemento servil que explotado por malvados, nos domina.

Habéis antepuesto una pasión mezquina a la República y os despotiza el egoísmo. Cuando la libertad no es el principio vital, llevamos en nosotros una tiranía que nos hace siervos.

¿Es acaso una ley de la especie humana esterilizar su vigor en humillarse y luchar por obtener la corona del fratricidio?, ­¿emplear su inteligencia en falsificar la verdad, su corazón en atesorar rencores y sus brazos en servir de carcelero o de verdugo? ­¿O nos hemos engañado, nosotros los del linaje de la revolución y tan sólo hay dignidad en el éxito, verdad en la fuerza, ideal en el egoísmo y religión en la materia? ­¿Hemos de abandonar el patrimonio de la tierra como herencia exclusiva de los malvados, y sólo creer que en otra esfera veremos la realidad de los principios? ­¿Hemos de creer que los latidos sublimes de la historia y los presentimientos por la paz y justicia universales son sonidos del instrumento ya roto de la armonía de la creación? ­Seamos, entonces, más audaces. Reneguemos la evidencia de la ley del hombre y sobre los trabajos de los sabios y los sacrificios de los héroes, arrojemos el sarcasmo a su memoria y pulvericemos sus obras.

­Tengamos la audacia de lanzar un satánico desmentido a la conciencia y, como los judíos, remachemos la corona de espinas en la frente del verbo inmaculado.

No tienen los enemigos esa audacia. ­Luego tributan homenaje a nuestra causa. He ahí la victoria de la verdad, nuestra victoria. No son falsas las antiguas promesas, no ha sido infecundo el trabajo, ni ha sido ineficaz el sacrificio que debe constantemente alimentar el holocausto con la sangre más pura, por la más bella de las causas, que es la transfiguración del hombre en una humanidad cristiana y soberana.

Si la campaña se prolonga, es porque ya no bastan los iniciadores; es ahora los pueblos que forman su educación por sí mismos, arrancando de su propio seno al enemigo. Ya no es eterno, es interno. Ya no hay que derribar una conquista, hay tan sólo que redimirse a sí mismo.

­Es por esto que la línea de batalla abraza el mundo y que las viejas tutelas sociales, políticas y religiosas se coaligan, porque han columbrado sus funerales que se acercan.

II

¿Qué es la revolución? ¿Dónde está el ideal? Tan sólo responden la Independencia conquistada y la riqueza en aumento. Sobre el derecho, sobre la justicia, sobre la fraternidad, sobre el porvenir, el silencio. La mente social ha sido transformada y se encamina el alma de la Patria y el espíritu de la revolución al fanatismo de los pueblos decrépitos: el materialismo.

Cuando por el estado de las luces el despotismo no puede apoyarse en dogmas, ni engañar con principios, entonces apela al egoísmo. Dice: deslumbremos la inteligencia con la riqueza, ahoguemos el sentimiento de la avaricia, convirtamos la voluntad en el movimiento maquinario. El hombre cambiará el ideal que pudiera arrebatarlo a las alturas, por lo que satisface al animal. ­Sabéis el resultado y el fin de ese trabajo. Lamennais lo ha dicho: ``Preparar un festín para gusanos''.

Tal no ha sido el fin propuesto. No ha sido ese el ideal de la Independencia, ni se derramó esa sangre por riquezas, ni se fundó una Patria para servir de potrero al egoísta. ¿Cuál es la idea, cuál la ley, cuál es la moralidad con que pretendéis reemplazar la causa de este día? ¿Queréis ser fuertes? Os envanecéis con que os llamen la Inglaterra de la América? ­La fuerza suprema es la justicia. La Rusia es fuerte, es lo más fuerte como unidad y como número y jamás llegaréis a igualar la fuerza de la Rusia.

¿Aspiráis por el ideal del ruso? Empezad por adorar a vuestro presidente­arzobispal. ¿Queréis esa identidad para vosotros? Ser ruso es ser siervo.

La Inglaterra es grande, es fuerte, es respetada y respetable. Sabéis lo que es la Inglaterra? En ese país no se conocen los estados de sitio, ni las facultades extraordinarias. En ese país, todas las fuerzas sociales, parlamentos y reyes, aristocracias togadas y territoriales se inclinan ante la inviolable majestad del ciudadano. El habeas corpus ha consagrado en los hechos, en la práctica la libertad individual. Y tenéis eso vosotros? ­trabajáis por cimentarlo? ­Responda vuestra carta, vuestra policía, vuestras leyes de imprenta.

¿Deseáis ser ricos, ­Por ideal a la riqueza? Declaraos entonces los judíos del continente.

¿Queréis ser colosos sin atender al derecho? Edificaréis la estatua simbólica de la Biblia, cuya cabeza era de oro y pies de barro. Cayó una piedra del monte y rodó el coloso al precipicio.

Si decís, queremos el bien que se toca, que se palpa: ­adelante, os diré: simplificad vuestro trabajo. Para eso no necesitáis llamaros Nación, ni mentir llamándonos República. Seréis un manso rebaño bien comido, explotado por jesuitas, seréis paraguayos que besaban la mano que los azotaba.

Pero prosperamos, decís. ­Hay una hacienda que prospera; todos los días el gran hacendado regala agua bendita y los animales se multiplican, los árboles florecen, las cosechas abundan. Los americanos señalan a Chile como el fundo más bien administrado de la América.

Gozamos de paz. ­Ideal de la China, serás entonces el ideal de los chilenos. Colocad a la simbólica tortuga en nuestro escudo y despedid al cóndor como imagen peligrosa de las tempestades.

Tenemos escuelas, se edifica, se trabajan ferrocarriles. ­Las murallas de vuestros palacios modernos no detienen la mirada, ni la mano de la policía, ni el asalto de las extraordinarias, ni cubren la deshonra del ciudadano prostituido.

Vuestras escuelas amamantan literariamente a vuestras generaciones para el látigo y para la obediencia jesuítica. Los ferrocarriles transportan rápidamente vuestros cuerpos.

¡Orgullo, orgullo! ­necedad! Cuando la Providencia quiere castigar el olvido del ideal, permite el entronizamiento del orgullo.

No hay orgullo legítimo sino en la práctica del derecho y del deber. Cuando se olvida esta ley, en el vacío que deja su ausencia se aposenta la humana miseria. Entonces aparecen las ilusiones del oro y el corazón se metaliza; entonces aparecen las imágenes del orgullo y el entendimiento se embrutece; ­entonces se presentan la fuerza y el engaño y la voluntad se envilece.

Si preferís la fuerza, el engaño, la codicia y el orgullo a la ley primera, ­venganza terrible, ­el instinto animal se levanta como poder legislativo de los pueblos.

Olvidáis el deber y os entregáis al cálculo.

Cuando se calcula sobre la libertad o la justicia es porque se ha descendido mucho en la escala de la dignidad. El que calcula sobre la justicia es un prevaricador. Calcular sobre la liberad es prostituirla.

No es ni ha sido, ni será ése el ideal de nuestra Patria.

¿Dónde estás visión y realidad del bien soberano, ­tú libertad, que cada vez que se escuchan tus acentos en acciones, regocijas a los cielos? ­¿Dónde están tus revelaciones que han hecho de la humanidad, en ciertos periodos, una mansión digna del hijo de Dios? ¿Qué se han hecho las ondulaciones de tu luz que transfiguraban el mundo, las palpitaciones de tu pecho que convertían a los pueblos en pitonisas del eterno? ­No has desaparecido porque sentimos la agitación del porvenir y la inquietud de la esperanza; ­no has sido falsa porque las entrañas del ser mismo te proclaman, y suponerte ilusión sería crucificar un infinito.

Eres y vives; y sentirte y verte en el deber es, para nosotros, la victoria.

IV

Uno puede regocijarse en la ausencia cuando se ve a la Patria encaminarse por el buen camino.

Pero es triste desde riberas extrañas, ver el mal, anunciarlo y ver que se cumplen todas las profecías de la lógica. ­¿Qué hecho culminante presenta la política de Montt? A los males conocidos hay que agregar dos. El primero es el desarrollo del militarismo, el segundo, el del monarquismo. Dos milicias. La milicia de sangre y la milicia del veneno. La fuerza bruta y el engaño, el convento y el cuartel, la obediencia de la máquina y la obediencia del servil. Los generales van a la para de los obispos, y las bayonetas, con el agua bendita.

He ahí los monumentos del actual gobierno. Ésas son las columnas que ha levantado sobre la guerra civil y entre las cuales debía ser expuesto a la expectación pública como traidor a la República. Pero no es al hombre, al miserable individuo al que debemos suspender en esa horca destinada a la estrangulación de la República. Es a la misma Presidencia.

La organización del mal dio todos sus frutos, en la edad media, cuando la teocracia infalible, apoyada en la «ciudad de Dios» de san Agustín, consagró la feudalidad, elevando el dominio de la tierra señorial sobre el derecho humano y pretendió, a nombre de la autoridad divina, dominar la inteligencia y la política, el alma y el cuerpo de la humanidad. Entonces, lanzó una palabra: LA UNIDAD. La unidad es la verdad y la verdad soy yo.

Ante semejante palabra y con la inquisición a retaguardia, el mundo enmudeció. Hubo espanto sobre la faz de la Tierra. Las hogueras y la espada, el confesionario y la cátedra, la seducción y el anatema asentaron por un tiempo esa unidad.

¡La unidad! ­está bien. ­Pero también hay unidad en los infiernos. Hayunidad en el bien y en el mal, la unidad de la libertad y la del despotismo.

Laprimera es armoníadel hombreyde la sociedad; la segunda es el dominio exclusivo de un elemento de la vida. Esto es lo que se llama despotismo.

El mal americano es la unidad despótica, emanación de la unidad de la teocracia y monarquía.

Los despotismos subalternos, hijos del mismo principio se han dividido la herencia de la conquista y pretenden para sí propios lo que la teocracia romana pretende todavía.

Los pueblos educados en ese régimen son los más desgraciados, los más atrasados, los menos libres: Italia, España, Portugal, Irlanda, Polonia, Bohemia, América española. Los que han querido libertarse de la muerte, combaten contra ese genio encarnado por la educación romana.

Es claro, pues, que el deber de los gobiernos consiste en continuar la emancipación principiada. ¿Qué diremos de aquellos que cooperan para hacernos volver a vivir bajo la unidad satánica? Y quién, ante los hechos, negará que no es a ese fin perverso a donde se encaminan los esfuerzos del ejecutivo y a donde necesariamente debe encaminarse la institución de la presidencia que es la unidad monárquica en la República? ­Doctrina de la obediencia servil en la educación y de la obediencia animal en el soldado; ­centralización despótica ­ejecutivo omnipotente ­el espíritu del lucro en las costumbres antepuesto a los principios ­las manifestaciones legales del derecho prostituidas ­la nación muda, aislada en cada uno ­el pueblo sin iniciadores ­la seguridad vendida ­la policía como red de fierro que se extiende ­el fomento del militarismo, a despecho de la ley y el monaquismo jesuítico que extiende su sacrílega mano al porvenir.

Todo es lógico, todo eso son condiciones necesarias y consecuencias de la unidad despótica. Clamamos por garantías y República ­jamás las tendremos con presidencias extraordinarias, con el militarismo y monaquismo; jamás veremos la República si se encarga su preparación al egoísmo, al genio romano, sin crédito social, con magistraturas inamovibles, contribuciones indirectas, ejércitos de aduaneros y de espías, corporaciones interesadas en la muerte de la vida integral de la asociación. ¿Cómo podremos gozar de la libertad del pensamiento, de su manifestación por la palabra con una presidencia que legalmente se coloca fuera del orden, suprime toda acción? todo germen servil del corazón del hombre, todo sentimiento de vanidad o privilegio, de dominación u orgullo, toda idea despótica, todo instinto brutal encuentra su coronación, su expresión y su sanción en la presidencia.

Y esas presidencias o monarquías temporales, engendran necesariamente la necesidad de un ejército, la formación de esa máquina sangrienta, cuyo honor consiste en abdicar el honor primero que es la independencia del hombre y el deber del ciudadano. El cuartel es el convento de los presidentes infalibles, así como el convento es el cuartel del extraordinario Pontífice. Y ambos, el Presidente y el Pontífice, esas dos unidades, necesitan de la milicia monástica: en primer lugar al jesuita, para dar la norma, sembrar una lenta traición a la República e injertar el servilismo, y el resto de las falanges o congregaciones para arraigarse como iglesia del Estado, RECIBIR LA RENTA y ser parte integrante de los poderes constituidos. Solidaridad del Arzobispo y Presidente ­del cuartel y del convento ­solidaridad de la obediencia ciega que exige el jesuita y de la obediencia maquinal que exige la jerarquía del soldado.

La independencia no ha osado continuar su obra. Se contentó con batir a los soldados de la conquista, pero no ha combatido contra el genio, contra el dogma de la conquista. Ésta es nuestra campaña.

Los pueblos se sacuden pero no ven todavía que una nueva vida exige moldes nuevos. Si queremos la República, demos la Constitución de la República, es decir, adoptemos la forma universal en el gobierno, la forma de la libertad, el ejercicio de la soberanía permanente, la práctica del derecho en todos, la abolición de las tutelas y delegaciones impotentes y traidoras hasta hoy día: presidencias ­ejércitos, tribunales vitalicios; ­cámaras ­rebaños etc., y elevemos sobre esos despojos del hombre viejo y del espíritu despótico unitario, la acción del pueblo legislando, juzgando, ejecutando; sin más dogma, ni más ley que la ley, es decir la libertad, la identidad del derecho en todo hombre, justicia la viva, la moral en acción.

La soberanía de todos exige la abolición de la soberanía de unos pocos, las clases o castas.

La presidencia, el ejército, el monaquismo, la administración actual son las castas.

­Nueva educación ­nueva ley ­nueva organización.

Todo mal organizado es usurpación. La presidencia usurpa el poder del soberano; el ejército, la fuerza del pueblo; los tribunales, la inviolabilidad que sólo pertenece a la justicia; los congresos, el derecho universal de la declaración de la ley; la propiedad o los capitalistas, los monopolizadores y usureros usurpan el crédito social para presidir extraordinariamente sobre el salario; la contribución indirecta usurpa la igualdad en las cargas. Para usurpar es necesario organizar la fuerza y el engaño ­y ahí tenéis la necesidad de la unidad presidencial, como representación y apoyo supremo de todo elemento despótico. Tenemos que decapitar esa institución papal si queremos entronizar la República.

V

Es para esta campaña, igualitarios de Chile, que sentimos cada día más aliento al frente de las usurpaciones de nuestra libertad. Es para esta campaña que convoco a las generaciones nuevas de la América, porque me anima una confianza sublime en la verdad y porque siento el porvenir inevitable que se desprende de todo corazón grandioso y de las concepciones de la razón pura. En medio de toda tiniebla y de toda duda, sobre todo dolor, en las alas de la tempestad de las naciones, en el aliento de la tierra y la armonía de los cielos, yo veo brillar el genio de la libertad como la religión definitiva, como el alimento divino digno del que se cree hecho a imagen de Dios. Para esa campaña, el proscrito olvida los años y las huellas de la proscripción, porque el soplo vivificante de la juventud inmortal de nuestra causa nos impulsa a la revelación práctica del destino de Chile, de todo hombre y todo pueblo: Ser unos en la libertad.

Guayaquil, 1854.

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Francisco Bilbao, Desarrollado por Giroscopio y Newtenberg, Santiago, Chile. Abril, 2008

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