Cuando los romanos zanjaban los cimientos del capitolio, en medio de las excavaciones encontraron una cabeza. Los sacerdotes llamados para explicar ese hecho, interpretaron lo que vagaba en la conciencia de los fuertes: Roma será la cabeza de la tierra, el pueblo rey. El romano recibía en consecuencia el bautismo de rey del Universo, y Roma verificó la profecía.
Roma es todohombrey todopueblo.Nuestro deber es constituir la Roma del porvenir cuyo Capitolio es la fraternidad de los pueblos y cuyo Dios sea, no el Júpiter tonante, ni Jehová el iracundo, sino el Padre de la libertad del amor.
Las profecías que anuncian esta nueva era, son la fe en lo que debe ser, son los hechos visibles de la historia, son las cabezas de monarquías y teocracias, son las castas y privilegios que ruedan en los cimientos ciclópeos de la Jerusalén futura.
Es para esta obra que se necesita la formación de los nuevos ciudadanos y la fórmula del bautismo cristiano: ``El primero de todos será el servidor de todos''. Es para esta obra que debemos educar al nuevoAquilesyconalimentosdeLeón,porquehay una Troya que destruir y esa Troya es todo lo que sirva de refugio y amparo a la verdad, adulterado, y a todo despotismo. Es para esta obra que debemos educar al nuevo Eneas, para que salve del incendio a los dioses lares y busque a través de tempestades y guerras las orillas predestinadas para la vida de la libertad.
La filosofía, el alma de Cristo, las bellezas de los pueblos heroicos, he ahí los resplandores de la luz; he ahí el sacerdote que extiende sus manos sobre el recién nacido y sobre los continentes mudos que esperan como pedestales sublimes la aparición del espíritu: ¡saludemos al pontificado de los pueblos! Cayó la Roma de los papas y se levanta la Roma universal en todo pueblo. Un Dios, una palabra, una humanidad. Cayó el privilegio de la encarnación de la palabra y se levanta la revelación del Omnipotente en todo hombre. ``Es la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo'' (San Juan).
¡Salud aurora sin término que te levantas sobre la humanidad adolorida! Llega el día en que veremos la luz y la desaparición de los tiranos. ¡Hosanna, hosanna! Dios de libertad, redentor de los pueblos; resucitador de nuestras
almas sepultadas en la historia. Ya no es un hombre el que clama en el desierto, preparando la venida del hijo del hombre, son los pueblos, al fin, que se levantan a la voz omnipotente de la justicia. Salud bienaventurados que gemíais en las cavernas de los sacerdocios y de las aristocracias.
Salud, pobres de espíritu que habéis roído siglos y siglos vuestros huesos implorando misericordia y justicia.
Salud, mártires de la verdad, testigos de Dios acá en la tierra, vuestras profecías se cumplen, vuestra sangre da vida, vuestra palabra puebla los espacios levantando generaciones libres y fraternales. El Eterno levanta su mano y podemos preguntar ¿dónde estáis vosotros señores de la tierra? ¿Dónde estáis hombres de iniquidad y de orgullo que habéis devorado el trabajo de los rotos de todo tiempo, para sentaros al banquete de la vida? Todo lo poseísteis: ciencia, poder, autoridad, riqueza, la sanción de vuestros sacerdocios, y con todo esto ¿qué habéis hecho por el alma de Cristo que yace encadenada en cada uno de nosotros? ¿Oís el ruido del inmenso despeñadero que retumba en los infiernos? Ved rodar a los coronados que degüellan a los pueblos, a los judíos que roban, a los ricos y ociosos sin entrañas, a los prostituidos al oro; ved rodar a los hipócritas, a los corruptores de la conciencia, a los corrompidos por el poder. Adelante espíritu invisible, providencia sublime. Fuerte es tu brazo derrocando, porque largo tiempo has esperado, largo tiempo has anunciado tu ley y tu ley ha sido desobedecida. Justicia, llega tu día y el débil será el fuerte. Naciones de Europa, habéis sentido la tierra estremecerse como bajo las plantas de Atila; naciones de América preparaos al matrimonio de los continentes en la visión de la ley que baja de los cielos, ley que vive en nuestras almas, cuando amamos y cuando sufrimos por el amor del bien. Y esa ley es la religión eterna, cuyo sacerdote es todo hombre, cuya luz es la del verbo, y su autoridad es la evidencia, y su forma la igualdad de los libres, y su culto la serenidad olímpica, la caridad cristiana y el civismo del republicano antiguo.
¿Por qué estás triste, alma mía? Vago sobre la tierra con el alma hambrienta de amor y de belleza, para volver a empuñar el arado junto al rancho que me vio nacer; pero los climas y los ríos, las constelaciones y los pueblos, y también las miradas recibidas, todo esto brilla de repente en la memoria como lágrimas iluminadas por el sol en su ocaso.
Es la tierra un campamento sublime. Pasó el ruido y he salido a ver las huellas de los héroes y los lugares donde asentaban sus tiendas. Allí, es el tumulto de una multitud querida, que cuando dice ``vamos'' 1 el mundo se levanta como el caballo de Job al oír la trompeta en el desierto.
¿Por qué no rodamos en esos torbellinos de fuego como notas de la orquesta universal? Allí, son los ríos que ruedan las espadas de los siglos heroicos y que hoy murmullan como en los días de César, de Karl, de Napoleón. Más allá, los bosques de Hermann que repiten en la soledad el adiós de Varo a su Italia que no volverá a ver y los cráneos de las legiones esparcidos, signos mudos que aún asombran a los bárbaros.
Italia, tierra ``madre'' de osamentas llena; pero manos que Milán y que Venecia y que Florencia, tú, ciudad solitaria ya que tiene a la vista los montes de Sabina, Roma que desesperas por no poder poseerte. Bella con tus siglos superpuestos, bella con tus ruinas amontonadas, sublime con tus manes silenciosos y con tu atmósfera preñada de misterios ¿qué eres Roma? Apareces como la sombra fantástica que proyecta el eclipse de la fuerza y de la gloria.
Y no volveré a pisar tu foro, ni la plaza de la revolución, y no veré los mundos de la historia cobijando los días futuros que impacientes sentimos palpitar en nuestras entrañas. No puedo estar en todas partes.
Es tal día, es tal clima, es tal alma que quisiera sentir siempre fecundando mi vida, pero no puedo estar en todas partes.
Otro ciclo, otro monte, han impuesto sus manos en mi frente; otra palabra que aun no comprendo resuena sin cesar en mis oídos y todo esto es la Patria donde vi la luz. Nuevo mundo, nueva vida. Venid imágenes del porvenir y combatid en mi inteligencia a los recuerdos. La Patria es un altar de sacrificio donde cada ciudadano debe ofrecer su corazón sangriento.
Hay dolor en el deber, pero también hay profecía y yo sé que un día viviré en la omnipresencia.
Y vivirán en ella, climas y hechos, ideas y amores y también lágrimas desconocidas que el cielo guardó en una de sus estrellas, para alimentar al que cumplió con la ley.
El consolador ha venido y vive en los que viven en la fe del que lo anunció.
El consolador es la permanencia de la luz en el que tiene pecho fuerte.
El consolador no ha cesado de extender su palabra, pero oídos han faltado y ojos también para verlo.
El consolador escucha toda nueva queja y a cada uno aplica la emanación apropiada del bien, que es uno y no varía.
Ha visto la falta y el dolor del siglo y sobre la montaña que guarda al nuevo testamento, ha vuelto a repetir sobre la multitud que persigue: --Venid a mí, los que sufrís por la palabra impía, y os fortaleceré en vuestro verbo; --Los que lloráis, por la profanación de la verdad y la propagación del sofisma; --Los que consideráis a la libertad como una virgen y sufrís por las palabras de sus profanadores; --Venid a mí, vosotros que desesperáis de la unidad, al ver la división de religiones y de sectas, venid, y os mostraré la visión de la realidad en la cual todos se abrazan después de purificados del símbolo y del odio. El símbolo engaña, el odio oscurece.
--Id a Dios directamente y amad y seréis uno ``como nuestro padre es uno'' 2 .
No puedo explicar la virtud que hay en el fondo del corazón humano cuando ciertas heridas parecen ponerlo en los límites del cielo o de la nada. Sólo sé que hay allí una virtud oculta que nos revela el infinito.
Ymehe dicho: ábrase mi alma a ese calvario, Juan, tú el amado, quizás podríamos comprender lo que sentiste, cuando el hijo del hombre te dijo desde la cruz: ``he ahí a tu madre'' pero jamás comprenderemos lo que pasó por María al ver a su hijo y a su Cristo en la agonía. Nosotros decimos en los momentos de tribulación: aléjese de nosotros este cáliz, pero una madre pide más fuerzas para sentir más dolor. En este hecho hay una filosofía cuya primera palabra no está escrita.
Y me he dicho: Manuel Rodríguez, dame ese momento, cuando Chile parecía perdido y tú en medio del espanto de los ciudadanos tuviste una palabra para levantar el escuadrón de la muerte.
--Alma de la Francia en Waterloo, dame esas horas en que la vieja guardia se envolvía en un mundo de metralla.
--Polacos en Varsovia --guerreros que disteis el último adiós a la Polonia, reveladnos en nombre del Cristo la religión de esas batallas.
--Resurrección de la Italia --repúblicas de Roma y de Venecia-- pero vuestros días se precipitan del Oriente y días de Italia, bellos entre los bellos de la historia.
El sol se eclipsa, el frío de los polos se extiende sobre la tierra. Humanidad, ¿dónde estás? Sólo veo el egoísmo entronizado. Cada uno para sí, y cada uno sin Dios y sin alma se envuelve en ese féretro inmenso que se llama, la indiferencia.
Un alma solitaria vela en una roca contemplando las victorias de la muerte. Ella avanza, escala ese último recinto y retrocede ante la mano del justo que le dice: ``Aquí no llegarás''.
Y el sol volvió a brillar y se volvió a ver el arco iris del nuevo porvenir. La palabra de un hombre sostuvo al Sol en su órbita y llevó el calor vivificante hasta los polos.
Esa palabra eres tú, Cristo, centinela inmortal, bendición inagotable, para todo el que te invoca.
¿Qué somos sin amor, qué somos sin justicia?, ¿qué seríamos sin Dios? Cosas sin nombre rodando fatalmente en las tinieblas.
Creamos y esperamos. El fin es nuestro.
Y el anciano al despedirse de la vida bendijo su vejez que le permitió ver con sus ojos a la luz de las naciones. Y su última palabra fue la profecía de un dolor incesante para el corazón de las madres y de una esperanza inenarrable: ``Bendita tú entre todas las mujeres. Pero la espada atravesará tu alma, a fin que los pensamientos de muchos corazones sean revelados.'' (Evangelio) Ciencia nueva que se anuncia por la boca del pueblo, sabiduría inmanente que reside en el corazón atravesado por la espada.
Y por eso tú virgenmadre eres realidad en el cielo, porque eres realidad en el dolor de amor, porque sabes lo que pasa en el corazón de las mujeres que prepara sus hijos a la muerte de los héroes.
Y por eso, tú Polonia mártir, nos dirás un día lo que tus generaciones extendidas en los campos de batalla han visto en la otra vida, al sentir sobre sus huesos los pasos de tus descendientes esclavizados.
Y vosotras razas que desaparecéis de América y de Asia, bosquejos de naciones nuevas, vosotras nos diréis la palabra que las naciones verdugos han ahogado en vuestros pechos.
Y tú pueblo, masa informe de martirios, pirámide muda de osamentas levantada por los déspotas. Ven, ven, tu día se acerca y el Cristo resucitando de nuevo nos ilumina con la nueva efugencia de tus dolores.
Cuando en mediodel festín se apareció Magdalena, la pecadora, para derramar un bálsamo en la cabeza del Salvador y secar sus pies con sus cabellos, los fariseos dijeron: ``¿No sería mejor que se vendiera el precio del ungüento y se diese su valor a los pobres?''. A lo cual el Señor respondió: ``Dejad adornar la víctima''.
¿Y qué somos nosotros al lado del hijo del hombre? Y con todo, ha habido almas justas a quienes una atracción misteriosa ha venido a perfumar la cabellera.
En medio de todo dolor cualquier que sea, ay de vosotros si dudáis después de haber sentido en nuestro corazón la aspiración de la virgen o las lágrimas de Magdalena. Si hay dolor verdadero es el del amor inmenso, si hay revelación viviente es la palpitación de las almas en esa aspiración, vida de las criaturas que sufren y que aman.
Y vosotros, griegos sublimes que supisteis crear diosas en el mármol, vosotros ignorasteis el corazón de la flor que saluda a la luz virginal.
Vuestras diosas piensan y beben el néctar de la inmortalidad en el Olimpo; pero las mujeres cristianas lloran lágrimas sin nombre en la filosofía de vuestros sabios.
Esas lágrimas son palabras que recogió el Señor y por eso María Magdalena ha venido a derramar ungüento en su cabeza y a secar sus pies con sus cabellos.
Y se oyó una voz que transmiten los siglos: todo dolor será consolado. Todo misterio de amor tendrá su nombre en las alturas.
Gracias, Señor, por esa facultad intensa de dolor que me has dado y por esas lágrimas del alma que inundan mi vida como un rocío de los ángeles.
Gracias, Señor, por la sangre que vierte mi corazón apuñalado, porque es el licor del sacrificio que alimenta mi ser como un ósculo de Cristo.
Gracias por esa desesperación momentánea a la vista de la injusticia y de la desnudez de mis hermanos, porque en el fondo de ese dolor me he sentido con la fuerza de tocar los astros.
Y te doy gracias porque en medio del infierno he visto el suspiro inquieto de los condenados que te buscan. Y cuando vi tu misericordia para con el que te había ofendido y tu justicia para con todos, bajé los ojos deslumbrados ante la inmensidad de tu amor y desde entonces marcho en la vida circundado de los resplandores que produjo en mí la visión de tu ser, Padre de cielos y tierra.
¿Quién ha blasfemado diciendo que hay penas eternas, cuando yo no las invoco ni para los tiranos ni para los corruptores de la conciencia? ¿Quién ha blasfemado diciendo que el fruto de mujer nace condenado? ¡El niño, aurora virginal que el Señor colora todos los días, para enviarnos una imagen de su creación predilecta! Callad, dogmas de odio, aliento envenenado del desierto, fantasías de misántropos, o de viejos celosos de la pureza que se alza.
Callad y apagaos en silencio para no profanar por más tiempo al corazón humano y no darnos ese ejemplo horroroso de encarnar en Dios nuestras pasiones.
Lógica extraña que empieza asesinando a la justicia y concluye por el martirio de la madre que cree llevar en sus entrañas el fruto de Satán.
Idos a la nada, porque sois mentira.
En la tumba del Viejo Mundo pondremos esta inscripción: Aquí yacen los dogmas de odio, y la lógica de los esclavos.
Se ha dicho y es verdad: el criado del verdugo es más infame que el mismo verdugo.
Muchos son los verdugos del mundo, pero mayor es el número de sus criados. Conocéis a los verdugos; se llaman reyes, príncipes, aristócratas, sacerdotes de cultos blasfemadores,capitalistas sin corazón, los militares que no tienen conciencia o máquinas humanas de destrucción, los abogados de toda causa, los jueces de venganza y odio, los legisladores corrompidos o débiles, los comerciantes que son dueños del pan del pobre, los que comercian carne humana por medio de la prostitución y los que compran y venden esclavos, los corruptores de la juventud. Guerra sin fin a esa gente para la cual juicio terrible se les espera, pero no olvidéis a los criados de esos verdugos y que se llaman en unos países, jesuitas, en otros hipócritas y en toda parte donde haya dignidad humana se les debe llamar: encarnación del vilipendio.
Ellos son los justificadores de toda causa, los inventores de teorías para absolver todo crimen y todo criminal. Habladores sin fin, cuando se necesitan actos eruditos del crimen que siempre encuentran en las bibliotecas títulos para toda infamia. La Polonia sucumbía y he visto exponer doctrinas para no ir a socorrerla; se trafica carne humana en las costas de África y Brasil y he visto eruditos, doctrinarios, teólogos, exponer hechos, doctrinas y dogmas para justificar ese comercio y apoyar a los que les pagan para enriquecerse con la esclavitud de nuestros hermanos. El pueblo muere de hambre y se dice: ``el orden reina en Varsovia''. Si cualquier déspota toma una medida contra la libertad, al momento veréis a esos criados exponer un arsenal de textos, para justificarlo. Si se declara una guerra injusta se os responderá ``es un hecho, ya no hay remedio''. Doctores sin fe y sin corazón que abdicando la libertad del hombre ante la fuerza, justifican la degradación de sus almas con la doctrina de los cobardes. Esto ha sucedido, esto sucede, esta es la fuerza luego es bueno: he ahí la fórmula. Conocedla y trazad en la frente de esos doctrinarios el signo de Caín.
Jerjes avanza con un millón de soldados.
Trescientos espartanos lo esperan de pie firme.
--Retiraos, vais a morir inútilmente, les dice el egoísmo. El deber responde: las fronteras de la Patria se defienden con el alma y no con el número y la infamia. Y a la víspera del combateLeonidas les dice en el último banquete: esta noche cenaremos en la mesa de la inmortalidad.
El enemigo se acerca, grita un centinela.
No, dice el espartano, somos nosotros los que nos acercamos a él: y el ruido de los pasos enemigos hacía temblar la tierra y unadescarga de sus flechas hacía sombra al sol. La tierra temblaba pero bajo la planta del espartano se afirmaba; el sol se oscurecía, pero a la voz del deber resplandeció inmutable.
Y los héroes no se cuentan y se dicen: somos trescientos, no cuentan al enemigo y dicen es un millón; no cuentan tampoco a los aliados que abandonan sus filas, ni a los traidores que los atacan por la espalda. Combaten, mueren, ¿Quién venció? En la causa de Dios, libertad, fraternidad, ¿quién contó a sus enemigos, quién se aterra ante el ruido de la gente? En verdad, seríais inferiores a Leonidas y a los trescientos ciudadanos que murieron.
¿Oís el ruido de la batalla en los campos de Arauco? Caen sus hijos ante la espada y la metralla y siempre avanzan pecho araucanos, contra la espada y la metralla. Al fin, Valdivia decide la victoria con un último esfuerzo.
¿Qué es heroísmo? La voz de Dios en pecho humano. Esa voz se oyó en Lautaro y la victoria volvió a nuestras banderas.
Lautaro en medio de las filas españolas no se dijo: para los españoles se levanta el sol, gritemos viva quien vence. No, el sol de la justicia brilló en él.
Nosotros vivimos en la batalla del bien y del mal, del amor y del egoísmo. Ay de vosotros si titubeáis al ver el triunfo del pendón de las tinieblas. Lautaro salvó al indómito Arauco y Arauco puede levantarse entre todas las razas esclavizadas de la América y decir: España yo te vencí, América yo te vengué, esperemos que diga en otro día: fraternidad, seré tu brazo.
XIII I
¿Cuál es la voz que dormita en los continentes sin palabras? ¿Cuál es la luz latente en las cunas de las naciones venideras? ¿Cuál es el nombre del hombre en las soledades primitivas? En fin, ¿cuál es el verbo que agita a los pueblos en sus vagidos tempestuosos? Esa voz se llama pensamiento, esa luz, personalidad, ese nombre, ciudadano y ese verbo se llama la soberanía del pueblo.
La libertad es la unidad, el amor del hombre palpitando con el corazón del universo y la inteligencia afirmando al ser supremo en la visión omnipresente; he ahí la soberanía del pueblo.
Y al haber soberanía del pueblo, los montes y los llanos, los bosques y los ríos, los climas y los continentes, comprendieron y recordaron lo que significaba aquella voz que en el principio separó la luz de las tinieblas.
Y la creación hasta entonces oprimida, por el secreto que guardaba de sus bellezas de amor, pudo respirar y tuvo su culto.
Y el hombre, hasta entonces dormitando y perdido en la historia, encontró sus miembros dispersos, poseyó las bellezas que los pueblos persiguen en sus epopeyas y resucitando en el foro de una creación perpetua, fue el hombrepueblo, revelación inmanente de Dios, fue ciudadano.
La soberanía del pueblo es el alma del universo, es la conciencia de la humanidad; es ella quien por el órgano de las naciones constituidas en Repúblicas ha respondido al llamamiento del eterno, diciendo: henos aquí.
XIII II
Y en ti pueblo de Arauco la palabra nación significa, pueblo soberano y soberanía en tu lengua significa, medida. tuir su teocracia. Su iglesia es la patria, su teocracia es el pueblo. ¡Salud sublime pontificado de los pueblos! Bendición del Padre al hijo que todavía está en la cruz.
``Y es la luz verdadera'', que no viene de Pedro sino de Dios, y no excluye a los gentiles ni a los bárbaros.
Y es madre y se encarga del anciano, de la viuda y del huérfano, y dará trabajo libre y educación a sus hijos.
Declara guerra a la hipocresía y al vicio, a toda injusticia, a todo tirano, y apoyada en su espada trazará las líneas de las diferencias y velará sobre la paz del mundo.
XIII III
La primera palabra del pueblo soberano es Dios, la persona infinita y creadora, que es por quien somos y a donde vamos.
La segunda palabra es Libertad.
Y la tercera palabra es la comunión de los seres, amor, fraternidad.
Dios es con nosotros, ¿a quién tememos? Amamos a nuestros hermanos como a nosotros mismos.
¿Qué es el odio, qué serán los tiranos? Si será bello el foro de ese pueblo palpitando en la atmósfera de su clima y lanzando sus leyes como revelaciones de Dios.
Y será fuerte ese pueblo marchando a la regeneración de su enemigo.
Y será santo ese pueblo cuando después de la victoria eleve al cielo el trofeo enemigo que será la serpiente vencida en el corazón de cada uno.
Tal pueblo debe ser, luego tal pueblo puede ser.
XIV I
Es triste la contemplación del tiempo. Marcha, y huye la vida; pasa, y tras de él se levantan los cementerios de los pueblos.
Desaparecen las selvas primitivas y sus misterios se fueron, y se fueron llorando la poesía de las primeras edades. Las montañas inclinan sus picos soberbios y los ríos devoran los cauces donde las tribus primeras se asentaron.
Y tú alma del hombre, tú también cuentas tus lágrimas desde las pirámides de los imperios, hasta bajo la tumba de la virgen que duerme en los sueños de la gloria.
Y nos preguntamos ¿todo pasa? Y esta pregunta nos las transmiten las edades como un testamento de investigación. ¿Será verdad que todo rueda en undespeñadero satánico sin merced y sin descanso? Y si nos asomamos a escuchar lo que sale del abismo oímos la protesta de la inmortalidad lanzando por las osamentas de las generaciones.
Pero el tiempopasa envolviendo ese grito en la ceniza de los mundosqueprecipitan en su torrente indefinido.
Y nos preguntamos: aurora, ¿también te irás? Cuantos colores perdidos, cuantos matices olvidados, cuantas líneas sublimes escritas en la frente de la creación sin memoria y que ahora no sabemos dónde están.
La muerte es un campo de batalla donde la ciencia y el amor acuden sin cesar para sentir las palpitaciones de la agonía. Batalla de todo tiempo, batalla indecisa, ¿quién será el que detenga al sol para clamar victoria, la victoria de la vida sobre el horror de las tinieblas? ¿Quién?Elheroísmo.Demos el grito deAyax, cuando en medio de los enemigos siente al cielo oscurecerse: luz, luz, aunque muramos.
Y la luz es, pero sólo brilla en el altar y el altar es el corazón de los héroes.
Y la luz fue, pero la humanidadolvida,cuando abdica, cuando es débil, cuando se sumerge en el egoísmo. Entonces la inteligencia no tiene la fuerza para ver al mismo tiempo los dos momentos esenciales de la creación. Vemos las tinieblas y decimos: todo muere.Vemos la luz y olvidamos el momento anterior que es el pasaje misterioso de los seres. La luz viene de Dios. Si queremos ver, remontemos a la fuente de toda visión y entonces no temeremos a las tinieblas, que no son sino los pasos silenciosos de la vida para aparecer al día.
Y con la visión del eterno bajarías a la batalla y dirías al tiempo: tú marchas, mas mi padre es omnipresente; tú extiendes tu mortaja para cubrir la descomposición de las cosas, mas el que ve a mi padre es indivisible.
Esta visión deDios es la libertad. Y el que sabe ser libre, puede dar el grito heroico que detenga al sol para iluminar la victoria sobre el tiempo.
¿Qué son pues los temores de la muerte? Movimientos del culpable o temblores del que no ve la eternidad, porque sin Dios todo tiembla.
Dios es amor. ¿Quién puede temer a la eternidad de amor? El que no ama.
¿Y quién será el que espere la nada? El que es nada, es decir el que ha muerto al ser en sí mismo con el puñal del egoísmo.
XIV II
Cesemos pues esa queja propia de la vejez de un mundo. Poseemos en nosotros el principio de la juventud inmortal y sólo muere el que no fecunda en su seno a la fe, a la esperanza y a la caridad. Si pasan la primavera con sus flores y los primeros años con sus ilusiones. Sólo muere lo que debe morir, lo digno de olvido. Lo fuerte, lo puro, atraviesan el tiempo y el espacio porque llevan el sello del verbo inmaculado.
Días primeros, bellezas de toda creación en todo tiempo, no desapareceréis porque vive la belleza eterna y la belleza eterna es el día de Dios.
Detén, Señor, tu fuente de luz y fuego, porque yo, tu hijo, me evaporo en la inmensidad, como un astro incendiado que dispersa sus elementos en el seno de la creación.
Detén, Señor, el eco de tu voz que precipita mi existencia como una aparición en tu momentoeternidad.
Detén tu mirada, que mis ojos aún no son puros para contemplarte faz a faz.
Espera un momento para llamarme a otra atmósfera, que haya podido preguntar a los hombres de mi edad ¿por qué todos de Oriente a Occidente no repiten tu nombre unificándonos? Has preparado un festín inmortal para los guerreros de tu ley y pocos son los que veo acudir con un trofeo.
La guerra de la independencia, no ha desplegado todavía su bandera en todo pueblo, y en todo hombre. Es grande el número que depende de las tinieblas impuestas por el error o por el crimen.
Cruzada divina, epopeya de la justicia, cuando oiremos tus trompetas a los cuatro vientos proclamando la hora de los grandes días; Esos días en que caen imperios de mar y tierra estremeciendo a los siglos.
Esos días de acción, de vida, de resplandor que fecundan la historia.
Esos días de hierro, en que Juana de Arco es una resurrección y Marceau la juventud de un mundo.
Yo no quiero mi luz para mí solo; déjame morir, Señor, a la luz de las naciones levantadas; Yo no quiero mi amor para mi solo, déjame morir en las palpitaciones de las multitudes libres; No me basta mi fuerza solitaria, ni mis actos rectos, quiero vibrar en la palanca de la Patria cuando se exalte como un solo hombre, pero ante todo que tu voluntad sea hecha y no la mía.
He visto a la Italia concentrar su aliento, para levantar el peso de los siglos teocráticos; ¡gracias, Señor! He visto a la Francia, dar ese grito que conoce el mundo, y el mundo despertar de nuevo; ¡gracias, Señor! Pero he visto sucumbir a la Hungría como un héroe. No me llames Señor antes de verla vencedora.
Pero no he visto todavía a la Polonia amada, al pueblo mártir, salir vencedor de sus tres verdugos. No me llames todavía Señor.
No he visto todavía a un pueblo ponerse en camino y levantar la espada sobre toda tiranía.
Mira, Señor, a nuestros hermanos de África.
No he visto todavía lo que encierra la palabra taciturna de Arauco.
No he visto todavía brillar un día de verdad sobre la tierra, pero que tu voluntad sea hecha y no la mía.
E Y el araucano, por la vez primera, recordando o despertando, empezó a ver lo que había escuchado en regiones invisibles. Habla, habla, decía: ¿cómo se llama el país de donde vienes y la medida 3 que allí manda? Y eres tú patriaChile, quien debe responderle. Tú debes enseñarle el nombre de Cristo en tus actos, en tus leyes, en tus palabras, todo momento y en todo lugar. Ama y tendrás ciencias que comunicarle, y tú también aprenderás.
Al preguntar tan sólo por el jefe que nos rige, hemos recibidos una lección, porque ley es medida en su lengua, y jefe es medidor, y nación es pueblo que mide, pueblo que manda, ¡pueblo soberano! Tú le dirás que la sangre derramada pesa más en el juicio del hombre, que los monumentos de la civilización de los esclavos. No le enseñarás el sacrificio, pero sí la ley del sacrificio, que es la comunión de los hombres purificados en el fuego e iluminados por el verbo.
Bellos son los objetos que conservan un reflejo de los primeros días: océanos siempre jóvenes, sol siempre ardiente y ¡araucano siempre libre!
Ciudades llenas de humo y gente imbécil, dejadme respirar el aire de las alturas, el aura fuerte de los fuertes pechos.
Llenas de iniquidad y de porfía, ¿por qué desecháis al que viene con humildad a hablaros del juicio de las obras y palabras? ¿Por qué os humilláis al orgulloso, al que os domina con el temor o la corrupción? Es porque tenéis un alma envilecida, raza de siervos, encorvados bajo el látigo de toda dominación hipócrita, dejadme visitar al pueblo silencioso que obedezca a su razón.
Ciudades que os empavesáis de oropeles y dentro estáis llenas de fetidez y de mentira, dejadme respirar los campos y sus aspectos virginales, porque sois capaces de hacer olvidar la verdura de la tierra.
Un ruido monótono e intenso se exhala de vuestros recintos. ¿Es acaso la poesía del océano que se agita? ¿Es acaso la marcha de algún imperio que se encamina hacia el Oriente? No, es el ruido de los carruajes del repleto, es el gemido de la miseria levantando el martillo de la industria.
Ciudades que encerráis razas decrépitas y generaciones raquíticas, dejadme leer las epopeyas pasadas en los ranchos del plebeyo suspendidos en los Andes. En verdad seríais capaces de hacer olvidar la belleza y de trastornar el ideal de verdad y de justicia.
Ciudades que os llamáis cristianas y compráis a la mujer en el mercado del hambre; que os llamáis cristianas y bebéis el fruto del sudor de las multitudes sin sentir en el fondo de vuestras copas, la hez precursora del castigo.
Aún es tiempo, aún es tiempo de pensar en la fraternidad, te clamamos nosotros, los hombres de la palabra precursora.
Ciudades donde impera la tiranía de los hombres, dejadme volar en alas de la esperanza para respirar en el foro de los hombres libres.
Dónde refugiaré a la virgen indómita, a ti, libertad, sagrario del hombre, hija primogénita de Dios. En ti mismo, me dice la España de Catón; en la fe de tu pensamiento me dice Juan Hus y los que han muerto en las hogueras de la inquisición, y repitamos todos: en el deber por el deber.
Ciudades sin Dios y sin amor. ¡Ay de vosotras! Pero no seréis las primeras sobre quienes se sembrará sal o cuya superficie se convierta en un lago de aguas muertas. Las ciudades que han elevado el ídolo de la bestia en el templo, tendrán la purificación del fuego; las que se sientan en los coliseos para gozar en la esclavitud de los hombres entregados a las fieras --que hoy se llama el hambre-- y la mentira, pasarán por la esclavitud, y las que adoran a Mamnon, al dios del oro, pedirán limosna en medio de la desnudez y del frío. Y fue Sodoma y fue Roma de los emperadores. Ay de ti Londres, y también las que siguen tus huellas.
Dejadme buscar naciones el sí es sí y el no es no.
Dejadme hablar con hombres en quienes la mirada y la palabra, el alma y la mano son un ser indivisible. El hombre de verdad.
Dejad despojarme de ese forraje de fórmulas, inventadas por la vejez de los pueblos para cubrir la desnudez de sus almas.
Dejad al hombre faz a faz del hombre, con la palabra de los primeros días.
Dejad al hombre faz a faz la creación para que sienta bullir en su pecho las emociones del génesis del mundo.
Dejad al hombre faz a faz con el Señor, oh vosotras civilizaciones de mentira que lo habéis sepultado en vuestros cementerios y que cada día levantáis una casta, una clase, una fórmula entre la luz infinita y la luz de la libertad. Ven Espíritu invisible, ven al altar que te alza un Araucano en el alba de sus pensamientos.
Y será la ciudad nueva. Muere lo impuro.
Lo bello se levanta. Ved esa arquitectura que baja, ved en los peristilos luminosos a las sombras augustas que murieron en la fe de la palabra y de las obras.
Y será la ciudad nueva. ¿No veis en una atmósfera sublime flamear los estandartes sedientos de vida, como llamas inmortales que buscan un cuerpo en qué encarnarse? ¿No veis las multitudes que acuden como una población de estrellas para alistarse bajo un sol y proclamar el nombre de la Patria purificada en el torbellino de los elementos? Son ellas, esas generaciones de dolor que se fueron heridas y a quienes el fuerte consoló con su palabra. Oigámosla, para salir a recibirla y reconocer en ellas a nuestra sangre y a nuestra carne y a nuestro corazón lastimado que vuelve con el bálsamo de lo alto.
¡Hosanna! ¡Hosanna! El Cristo avanza, vedlo como se levanta iluminado en el alma de los pueblos alzados. Ved la geometría sublime de la ciudad que desciende: su punto se llama libertad; su línea, igualdad, y su profundidad inconmensurable, fraternidad, ¡fraternidad!
XVIII I
La creación es la aparición del amor, envolviendo a los seres en una ascensión indefinida.
Brilló la luz, la luz es el derecho y el deber.
Pero en la humanidad, la creación aún no ha triunfado. Reina el caos, es decir, la confusión, la opresión. El derecho no distingue a cada ser, el deber no une a todo ser. Reinan las tinieblas.
Asistimos a la batalla de la creación.
Y es la batalla siempre existente en nosotros mismos y en los pueblos. Es la justicia contra toda arbitrariedad; es el espíritu angelical contra la bestialidad de las pasiones y de los apetitos; es el amor que fecunda contra el egoísmo que destruye; es la batalla de la luz del verbo, contra las tinieblas de toda inquisición.
He ahí las banderas y queda dicho nuestro nombre al alistarnos. El color de la primera es el color del sacrificio, el color del fuego que une y purifica, el color de la sangre que cada uno ofrece en holocausto; el color de la bandera enemiga es el del terror y el de la hipocresía, o lo que es lo mismo, es el negro de las tinieblas.
Y es nuestra bandera la túnica del Cristo, teñida en el calvario, teñida en todas las hogueras de la inquisición, en todos los patíbulos de los mártires del amor y de la libertad. Y avanza sin contar el número de los enemigos ni de sus defensores.
Ved al mundo cuando Jesús apareció. Era Roma y estaba sentada en el coliseo contemplando la esclavitud del Universo que acudía a divertirlo, porque no podía llenar el vacío de su alma, desde que no fue virtuosa. El alma de Catón no bastaba para el mundo, la espada del suicidio no tenía la virtud de bautizar una nueva era. César no era bastante puro para fundar la república futura. Mas vino el corazón que supo abrazar la inmensidad, vino la mente que vio la palabra del eterno, vino el hombre a ``quien nadie convenció de pecado'', vino el héroe del corazón, el santo de la inteligencia, que en medio de la orgía universal y arrollando la historia bajo su planta, dijo: ``bienaventurados los que lloran, los que sufren, los de limpio corazón; el primero de todos es el servidor de todos; amaos unos a los otros y cumpliréis la ley, sed perfectos como nuestro Padre es perfecto; venid a mí los que lleváis una carga y yo os aliviaré''. Desde entonces, adiós pendón de las tinieblas, ¡salud mundo de verdad!
XVIII II
La ley del hombre no puede ser otra que la ley de Dios. La Grecia nos dijo, por boca de Platón: el ideal está en Dios. Jesús nos dijo el ideal vive en Dios.
Querer la vida de Dios es querer el sacrificio, porque Dios se da a nosotros; querer esa vida es sacrificar todo lo que nos aleje del infinito. Ese sacrificio se llama heroísmo, cuando sostenemos nuestro derecho contra los hechos que lo atacan, contra todo el mundo y contra toda la historia si contradicen la justicia. Y ese sacrificio se llama santidad cuando nos damos por el bien de todos y por el cumplimiento de la ley.
XVIII III
Preguntad hoy por los hombres o por los pueblos heroicos, preguntad por los hombres o por los pueblos santos. He visto héroes, pero todavía no hay naciones santas.
Ven pues, caridad indefinida que atraviesas todo ser para acercarte al aliento de Dios, envíanos una voz, un ejemplo para que al morir digamos: vimos un pueblo santo.
Sabéis dónde podemos sentir esa aurora.
Creéis que es Jerusalén, Roma o París. ``Ha venido el día en que adoraremos al Padre en espíritu y verdad''. Ese país existe, pero a una distancia misteriosa; lejos como una inmensidad y tan cerca como nuestra palpitación. Esa capital, ese altar, esa región es tu alma, pueblo, cualquiera que tú seas.
XVIII IV
Tal pueblo debe ser, luego tal pueblo puede ser. El espíritu vaga, buscando un pueblo en quien encarnarse para producir las epopeyas del porvenir. Una epopeya es el movimiento de un pueblo proyectando la justicia. ¡Pensáis acaso que ya no hayTroyas que derribar, Cartagos que castigar, o imperios amenazadores a quienes es preciso mostrarles los nombres de Marathon o de Austerlitz! ¿O hemos hecho un pacto para llamar al vicio virtud, libertad a la esclavitud y riqueza a la miseria? ¡O los doctrinarios y los jesuitas han podido transformar la conciencia humana para contentarnos a la vista del hambre, del odio, del error, de la mentira que pesan sobre la humanidad con el peso de siete infiernos! Sabed que hay doctrinas y hay ejemplos que son para los desgraciados lo que el ósculo de Judas para el Cristo.
¡Arriba pueblos nuevos o regenerados! La hora de los grandes días no suena en un reloj visible, sino en la pulsación de los que quieren ser libres. Abrid vuestras almas al espíritu que vaga, veamos ese foco de luz y de fuego que vacila sin conciencia en las soledades de los Andes. Quiero envolverme en la condensación de esas nebulosas que van a brillar en el firmamento con el nombre de pueblos soberanos.
Y en un día, en un momento feliz, afirmé lo que la creación afirma, repetí con voz humana la palabra sin tiempo y sin memoria, una acentuación del monólogo eterno: Padre yo te amo.
Y lleno de ese amor vi también en él a mis hermanos; y repetí: a mi semejante como a mí mismo.
Ymi alma hambrienta de posesiones vagas y sublimes se alimentó vivificando estas palabras.
Después vi los odios que nos separan y creí que con una palabra mía podría enviar un frescor de paz sobre la Tierra.
¿Quién ha puesto una espada entre el hombre y el hombre, entre generaciones y entre razas? ¿No ves ese punto negro en la conciencia del primero que mintió? Y nació el odio. No ves esa nube en la inteligencia del que apagó el amor primero? Y nació el error.
Y el odio y el error se extendieron engendrando los males y enfermedades que nos aquejan. También es por esto que invocamos por el redentor de nuestros dolores. El que mintió, no amó sobre todas las cosas de verdad; el que erró no vio a Dios ni a la libertad porque, no amó ante todo a Dios, Padre de la libertad, y a la libertad que es la proclamadora de Dios.
No hubo amor y se mintió, no hubo amor y se erró. El mal es, pues, la ausencia del amor, el reino del odio y de la pequeñez individual.
¿Quién será el redentor? El amor, y el hijo del hombre arrebató ese título porque fue el que más amó, porque fue el que más se dio, y porque dijo: Dios es amor: ``Deus charitas est''.
El odio es separación y privilegio. El amor es unión e igualdad. Un monarquista, un aristócrata, es el que lleva en sí el despotismo de un pecado. Un republicano es el que lleva en sí la soberanía del deber. Las monarquías, teocracias y aristocracias, cualesquiera que sean, son gobiernos de soberbia, de lujuria y de avaricia: he ahí los gobiernos de la mentira o del error, es decir, los que nacieron del odio. La República es el gobierno de la dignidad, de la pureza, de la caridad. La República es el gobierno del amor.
Sin Dios, el suicidio. Sin el amor de Dios, la desesperación.
Con dios la vida. Con el amor de Dios la beatitud.
Y como tú Cristo, tú eres el que más ha amado, también eres lo que más amo después de Dios: he aquí porque soy cristiano, escuchad, pues, la palabra de un cristiano.
Venid cultos de la tierra, religiones de todo tiempo, legislaciones y opiniones, venid y decidme lo que encerráis en vosotros y cual es la que brilla más con el resplandor de Cristo.
En nuestros ritos, en nuestros dogmas, desde el más remoto, desde el de la última tribu hasta la filosofía, que es la luz de las luces, hay un fondo común, cuyos símbolos varían, cuyas interpretaciones se chocan. Todos eleváis la vista al cielo y es allí adonde queréis encaminaros, para lo cual nos bautizáis, sacrificáis y enseñáis.
Sabed pues despejar las nubes de vuestros climas que ocultan al mismo astro del Universo y proclamad la religión de la caridad, que es la Religión Omnipresente.
Que vino de Dios y ``brilla en todo hombre viniendo a este mundo''. ``Que no nació de la carne, sino del espíritu''. Sin principio en su origen, su fin es su principio. Sin término en el espacio y en el tiempo, será en todo hombre y todo pueblo.
Formad, pues, una Comunión Omnipresente. Una misma humanidad, una misma palabra: Dios, libertad, fraternidad.
Cuan bello es el océano, cuando el sol al despedirse extiende su luz sobre su faz como una bendición de gloria.
Y tú, hombre, cuán bello eres, cuando el eterno encarna su palabra en ti y le respondes: libre soy.
Montañas, que limitáis el horizonte en lejanía, imágenes de la firmeza inmóvil, no sois más bellas que el espíritu que dura siempre el mismo en la fe de la libertad.
Ruidos de la creación que formáis la armonía indefinida, no sois una música más bella, que el son monótono de la palabra del libre.
Colores virginales de la aurora, espacio rutilante, inmensidad, ¡qué sois sino signos esparcidos de lo que vive en pecho libre! Movimientos del cielo y sus legiones, aparición del rayo, tiempo audaz, vosotros no aterráis al que tiene en su alma la pulsación del eterno. ¡Libertad! ¡Libertad!, ¡qué sois sino signos esparcidos de lo que vive en pecho libre! Movimientos del cielo y sus legiones, aparición del rayo, tiempo audaz, vosotros no aterráis al que tiene en su alma la pulsación del eterno. ¡Libertad! ¡Libertad!
XXI I
La Marsellesa es lo más bello que he oído.
Cuando sabiendo lo que es el hombre y viendo como aparece en la historia, escuchamos al pueblo galofranco entonar ese himno, asistimos a la resurrección de los pueblos: La Marsellesa es la voz de creación, lanzada por un pueblo desde la trípode del infinito, sobre el Universo encadenado. Es el fiat del heroísmo.
Trompetas del juicio final, vuestros acentos han sido sorprendidos en la visión de lo bello.
Jamás pueblo alguno pronunció una voz más soberana, más llena de la conciencia de su personalidad. Al producirla hubo un misterio de revelación. Esa voz parece arrancar al hombre del océano de errores y de crímenes en que vivía sumergido y mostrarlo triunfante sobre la naturaleza y las castas. El hombre aparece iluminado con una mano sepultando a los tiranos y con la otra invocando a la ``libertad querida''.
Imagen flotante del Apolo de Belvedere de los Helenos. Hay en ti, himno sagrado, una geometría sublime que domina a las montañas, una arquitectura serena e inmortal, una voz de entre las voces de la creación, como la de un océano saludando al sol de vida y redención.
La Marsellesa fue una palabra hecha carne, y lo fue de verdad porque fue universal, porque fue heroica, porque fue una palabra de comunión en la justicia y en el amor de los hombres aun con los mismos enemigos.
Y tú inspiras. Basta oírte, para sentirte envolver en el espíritu de Dios y respirar fuerza y vivir de amor y de belleza. Alimento misterioso, pan de la Francia dado al mundo, cuando más hambre tenia y cuando sentía en su garganta las cuchillas de los verdugos de la Europa.
Tradición y porvenir. En ti escuchamos acentos del paladín Rolando; en ti vemos la llama del corazón de Juana de Arco, y los resplandores estoicos de la revolución. Voz de honor, grito de amor, palabra del deber, himno del sacrificio.
Bendito sea el pueblo que lo ha dado, ojalá sea siempre digno de ese momento de verdad.
XXI II
Y yo me he dicho: ¿habrá otra Marsellesa? Y al hacerme esta pregunta pensaba en mi Arauco indómito y sombrío. Chile es mudo y taciturno.
Para dar una voz como la Marsellesa es necesario despertar a un pueblo y que sepa dar su vida por la ley: ama a Dios sobre todas las cosas y a tu semejante como a ti mismo.
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