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MOVIMIENTO SOCIAL DE LOS PUEBLOS DE LA AMÉRICA MERIDIONAL
[02-May-2008]

Puede decirse lo que se quiera de la América del Sur, de su poco progreso, de su anarquía en medio de todas las riquezas que la naturaleza le ha dado a manos llenas; ¡no importa! Desde Panamá hasta el Cabo de Hornos, a excepción de una parte del Brasil, todos esos pueblos más o menos libres, a pesar de las trabas del catolicismo, que les ha sido inoculado por la Europa, aspiran igualmente y marchan a la vez, cada uno de su lado a la realización de la República.

¡Qué de seducciones, el genio de la vieja Europa, no ha ofrecido de lejos a la imaginación de esos pueblos apenas despertados a la vida! ¡Qué funestos ejemplos no les ha mostrado! ¡Qué veneno no les ha derramado con su literatura sin libertad y sin Dios! En una palabra, ¡qué pérfida fascinación no ha procurado ejercer sobre ellos por el triple prestigio de su ciencia, de su poder, y de su riqueza! Y, sin embargo, sea instinto, sea heroísmo, esos pueblos en su inexperiencia, han despreciado el brillo de la servidumbre, y la pompa de los poderes despóticos, por seguir el ideal que habían entrevisto a través de la tempestad de nuestras guerras de la independencia.

Hemos permanecido fieles a la idea que nos emancipó y no tenemos otra tradición.

A pesar de los obstáculos que se nos ha erigido por todas partes, a pesar de las desgracias sin nombre que nos han acometido, hemos guardado sana y salva la idea de la República, que es el fundamento de nuestra existencia.

Es por eso que el mundo americano del sur, presenta a su turno un ejemplo al Viejo Mundo. ¡Y qué ejemplo! Todo un continente que pretende salvarse por medio de su propia conciencia, que resiste a todos los acontecimientos, que no repudió jamás el dogma fundamental de la dignidad humana ni ha hecho una mercancía de su razón y de su soberanía y que ha tenido siempre confianza en la eternidad de la justicia.

Que se hable cuanto se quiera de esta desgraciada América. ¡Oh tierra de Colón!, no por eso te saludo con menos amor, y a ti, Arauco, cuya independencia has mantenido siempre intacta.

I

Influencias extrañas han impedido hasta nuestros días la expansión de las jóvenes nacionalidades de la América del Sur.

La primera de esas influencias, la más poderosa y la más profunda ha sido la de la España. Es a ella que debemos nuestras antiguas costumbres; ella fue quien nos engendró el espíritu de centralización y esta fatal habitud de abdicar toda iniciativa persona, tratándose de gobierno. En las colonias españolas más que en otra parte, el catolicismo, árbitro de todo, sin rival y sin enemigo, ha sabido dar un completo desarrollo a sus dogmas, y encarnarse a su antojo en todas las manifestaciones de la vida. Allí no se ha oído jamás un Lutero. No había ni tradición comunal, ni privilegios provinciales que se opusiesen a la explotación de los cuerpos y de las almas. Las razas primitivas destruidas, anonadadas bajo el yugo desaparecieron o abdicaron, a excepción de una sola que se mantuvo siempre en su independencia, la raza de los araucanos.

A la influencia de la España es necesario añadir la de la Francia que no fue menos poderosa. Sobre todo, después de la emancipación, ha ejercido una gran acción sobre la América del Sur, como patria de la revolución, como intérprete del derecho social: su genio unitario encontró un apoyo en la tradición católica, y he ahí como una parte de todas esas repúblicas americanas, no han podido tener éxito porque no han amado la libertad en su región eterna que es el dogma. En fin, la Inglaterra, a su turno, ha obrado del mismo modo sobre nuestras comarcas. Ella implantó allí el gusto de la libertad individual y el espíritu de iniciativa personal en todas las esferas de la actividad, gobierno, religión, trabajo y comercio. En una palabra, la España fue para nosotros el catolicismo mismo, es decir una doble servidumbre intelectual y moral. Veíamos en la Francia la poesía del derecho y de la libertad, tan tristemente extinguida hoy, y fuimos llamados a la vida práctica por la Inglaterra que fomentaba en nosotros el espíritu de empresa, a introducir más o menos el culto de la individualidad.

He ahí como cada uno de nuestros pueblos ha respirado y respira aún en diversos grados el espíritu de las naciones del viejo mundo, según el fondo primitivo de las razas y las condiciones físicas o morales de su existencia.

Es por esto que la influencia de la España domina aún en el Perú, en Bolivia y en el Paraguay, en donde los virreyes y los jesuitas, establecieron con la mayor facilidad sus imperios.

Se encuentra la España, la España de Felipe II y de la Inquisición, en el Estado de Venezuela y sobre las dos riberas del Plata.

Venezuela, país de llanuras en donde cabalgan con libertad jinetes terribles, forma una especie de Arabia americana, con sus furores civiles y su despotismo salvaje. Las provincias del Plata, con la brillante población de los pampas argentinas, presentan el espectáculo de demagogia de los gauchos, el terror de los pequeños tiranos, la cólera implacable de una especie de comité de salud pública, la libertad invocada como venganza, la idea en fin transformada en pasión.

En la Nueva Granada, al contrario, se asiste al triunfo del espíritu nuevo. La revolución ha vencido allí, y la república ha atacado de frente a su enemigo directo, el catolicismo.

Puede decirse que la Nueva Granada representa hoy la moralidad americana.

El Ecuador extiende la victoria de la idea moderna hasta las magníficas riberas del Guayas, que refleja en sus aguas al glorioso Chimborazo. En Chile encontramos la idea de autoridad subsistente en toda su fuerza. Pero de la autoridad en la ley. En aquel país no se establecerá reforma alguna, sino inviste un carácter legal. Es por esto que Chile en la vía del progreso moral ha marchado con bastante lentitud, con mayor lentitud que en otros Estados; es por este mismo motivo que el día en que la libertad se convierta en ley fundamental, la humanidad ganará; se puede estar seguro que la raza de los araucanos será una barrera inexpugnable que detendrá el contagio universal.

II

Un nuevo fenómeno viene a favorecer hoy día, el desarrollo propio y espontáneo de las razas americanas del sur: es la decadencia o el abatimiento de los pueblos iniciadores, es la decapitación moral de esas naciones soberanas que la pobreza intelectual del resto de la humanidad hacía considerar como oráculos.

En un tiempo Grecia y Roma fueron la cabeza del mundo. Sobre todo, este rol pertenece a la Grecia, que en la antigüedad representa el self­government. El alma de la ciudad griega fue Palas. La Francia, también ha sido en los tiempos modernos la Minerva de la humanidad. El hacha de la revolución abrió un día para ella el cráneo del Jehová de la edad media, pero esa hacha pronto tembló en sus manos y el altar del progreso profanado por la vestal manchada, se hundió en un abismo. La Francia mintiéndose a sí misma, no es más que una contradicción. La Alemania a su turno parece querer personificar el sofisma, y más que nunca el egoísmo se ha encarnado en Inglaterra. No se trata de medir la altura del sol de la libertad en el meridiano de París, ni en el de cualquiera otra capital del Viejo Mundo. El verdadero meridiano es el de la conciencia, y en adelante éste será el que guíe hacia la libertad a los pueblos de la América del Sur. La servidumbre moral que la autoridad del Viejo Mundo nos imponía ha caído felizmente para nosotros. Después de haber abolido la monarquía con nuestra guerra de la independencia, nos quedaba aún que destruir el reino moral de los pueblos europeos.

Era necesario concluir con el prestigio de esas naciones ideales que se presentaban como ídolos a la imaginación de nuestros pueblos, jóvenes aún. La contradicción, la decadencia voluntaria y el suicidio, concurrieron a esta obra. Es éste el carácter dominante de la faz histórica que comienza.

III

Tres peligros, sin embargo, amenazan aún la vida nacional de nuestras repúblicas americanas: una invasión de los Estados Unidos, el contagio moral de la Europa agitada en su conciencia y la influencia sofocante del catolicismo. Estos tres peligros conspiran contra un solo objeto. La muerte de nuestras jóvenes nacionalidades.

La invasión de los Estados Unidos es la absorción, el anonadamiento de ese espíritu divino que se revela en todos los tipos de naciones como las que pueblan la América del Sur. El ejemplo de la Europa es la destrucción de las antítesis y de las diferencias naturales del derecho individual y de la personalidad humana, por el culto del suceso, por la prostitución de las nacionalidades, por la traición, es decir, por la idolatría de la fuerza. El catolicismo es la guerra, una guerra implacable hecha al espíritu que emana de los pueblos.

Veis al zapador americano que extiende sus líneas de ataque y envuelve lentamente al Nuevo Mundo, tocando a la vez los dos océanos y mirando con desprecio al Asia y a la Europa que se adelanta con fiereza hacia el sur, devora a México y establece sus avanzadas en Panamá, esta Constantinopla futura de la América. Véis ese nuevo titán, como un genio desencadenado del planeta, apoderándose de los bosques, de las costas, del curso y de la embocadura de los ríos, cruzando las montañas; y ya sea aislado, sea en grupos, fuerte en su doble iniciativa individual y social, reunir las provincias, y aglomerar los Estados cual las piedras de un vasto monumento cíclope. ¡Contempladle en su ardor infatigable! Él absorbe el tiempo, devora la vida, sacrifica sin pesar las existencias y a través de todos los obstáculos que se levantan en su camino, llama a la vida todo un mundo con el grito heroico del trabajo: Go ahead! go ahead! Es la fiebre juvenil de un mundo nuevo, es el entusiasmo en el análisis; es la unidad en el seno de la más libre federación, una centralización moral poderosa a pesar de la multiplicidad de las castas, de los climas y de las razas, el cosmopolitismo cosaco, el servilismo ruso con sus sesenta millones de autómatas al lado del pandemonio americano y del infatigable martillo que resuena en la fragua del indomable yanqui. ¿Qué son las formas huecas e infecundas del pálido cielo de Alemania comparados con el espíritu práctico, con el genio libre e independiente del protestantismo americano? Mientras que el Viejo Mundo pálido y trémulo no piensa sino en el equilibrio de sus errores, el coloso yanqui se une a la China y al Japón, absorbe el norte de la América y responde al vano grito del bombardeo de Sebastopol por su admirable ``go ahead!'' Que derriba las fortalezas, atraviesa los ríos y los océanos y va a saludar las estrellas en el fondo de las soledades que puebla bajo sus pasos. No es la palabra tranquila y majestuosa de Atenas, no es la barbarie legal de la fiera Roma, es una especie de estoicismo eléctrico que aspira a la dominación del mundo; es el movimiento perpetuo, es un Saturno rejuvenecido que devora a la vez el tiempo y el espacio.

Es allí donde está uno de los peligros para la América del Sur. Existe otro para ella, y para sus pueblos, en el ejemplo de la Europa, que si llegara a seguirlo, la arrastraría a la más triste de las abyecciones morales. Todos los progresos de la Europa están reasumidos en la Revolución Francesa, que ha sido su expresión más poderosa, su más brillante manifestación.

Pero la revolución una vez vencida, todo ese mundo europeo, herido de vértigo, sin fe en el pasado, sin fe en el porvenir, sin fe en sí mismo, centro y hogar de todas las contradicciones, no es más que una especie de cráter que se divierte en vomitar todas las escorias de la historia.

Hace revivir los ídolos del pasado, y ese genio tan justamente orgulloso de sus conquistas científicas, se prosterna ante el suceso.

Para ella no es bastante la vergüenza de sus actos: pretende doctrinar la conciencia para detener el remordimiento e inclinar ante sus nuevos ídolos la nobleza del pensamiento.

El espectáculo de la Europa es una amenaza para nuestro porvenir. Todo lo que hay de bello y de bueno en ella, es la protesta contra la iniquidad triunfante. La moralidad y la esperanza del Viejo Mundo, no existe sino en los oprimidos.

Llego al catolicismo. ¿Qué ha sido, y qué es entre nosotros? En la época de la conquista nuestras antiguas naciones americanas eran exterminadas por medio del hierro y del fuego en nombre del catolicismo. Durante las luchas de la independencia nuestros padres fueron llamados, por el catolicismo, herejes. Después de la independencia, ¿quién ha mantenido en la servidumbre, este mundo emancipado? El catolicismo. ¿Quién se ha impuesto en nuestra organización política como única y exclusiva religión del Estado, proscribiendo la libertad de conciencia, impidiendo la inmigración, derrochando nuestras rentas, agobiando al pobre de diezmos, censos y contribuciones en todos los actos esenciales de la vida? El catolicismo.

¿Cuál es el adversario más terrible que encuentra toda reforma, todo progreso, hasta el de los caminos de hierro? El catolicismo. ¿Quién subleva los instintos bárbaros y groseros de la multitud, contra el pensamiento libre y los gobiernos reformadores? El catolicismo. ¿Quién es el enemigo de la razón, de la personalidad, de la soberanía, de la nacionalidad en fin, sino esa doctrina que pretende nivelar el mundo y confundir los pueblos en el cosmopolitismo de un servilismo universal?

IV

He ahí el enemigo, he ahí el peligro.

Esto es lo que amenaza el porvenir de nuestras Repúblicas del sur. ¿Cómo escapar a esta triple amenaza? ¿En dónde está la salvación de la América meridional? En el desarrollo de su energía natural, de su vida propia, en su libertad.

La América del Norte no comprende que la libertad sajona es la libertad individual o el egoísmo en la independencia; se olvida de la libertad como unidad, como identidad del derecho humano sin distinción de razas; olvida la libertad como justicia, como amor.

Ella es la salvaguardia de los pueblos sudamericanos. Es por ella que deben repetir el grito del norte: Go ahead! O el axioma araucano: Más que nunca.

V

Toda la América es republicana a excepción del Brasil, así pues, en toda la extensión de nuestro continente, en el norte sajón como en el sur latino e indígena, todo marcha hacia la República, a pesar de la diferencia de razas y de la diversidad de espíritus.

En los Estados Unidos, la unidad se presenta bajo un carácter invasor, no obstante el federalismo de los Estados, y el protestantismo de sus sectas. Esta verdad asegura la libertad de la razón, la libertad del individuo y la de las asociaciones particulares.

En los Estados de la América Meridional, la vida presenta una lucha constante entre la libertad y ese fondo de tradiciones despóticas, traídas por la Europa.

Este dualismo interior forma el drama del desarrollo americano bajo una multitud de nombres diversos.

En Colombia, son los rojos y los conservadores.

En el Perú, es el partido de la corrupción en pugna con el de la moralidad.

En Bolivia e igualmente en el Perú, es la democracia indígena al frente del militarismo.

En las riberas del Plata, el conflicto existe entre los unitarios y federales.

En el nuevo Paraguay, ¿quién derriba las murallas levantadas alrededor de él por las manos de los jesuitas? Es el terror del dictador de hierro que se aísla del mundo, luchando con el espíritu de libertad.

En fin, en Chile, es el partido de los moderados que resiste al del movimiento y del progreso. Tal es la doble faz de esta complicada lucha. Pero a pesar de las peripecias de este antagonismo general, el nuevo espíritu inscribe cada día una nueva victoria en el seno de nuestras repúblicas.

La libertad de cultos existe en la Nueva Granada y en el Estado Argentino. En Chile se pide la tolerancia.

La antigua centralización sucumbe por todas partes, al paso que las municipalidades se levantan y se emancipan El espíritu federalista ha triunfado completamente en la Nueva Granada. La libertad de la prensa es allí absoluta, del mismo modo que en las repúblicas del Ecuador, Buenos Aires, Perú y también de Bolivia.

Si en Chile no ha adelantado tanto, por lo menos ha hecho progresos diarios.

En cuanto a la esclavitud, ella ha desaparecido de la superficie de la América Meridional y su único asilo, es en el Imperio del Brasil.

El pueblo chileno fue el primer pueblo americano que hace cuarenta años dio el grito de: ¡No hay esclavos! Y hoy la revolución de la moralidad que se realiza en el Perú acaba de destruir esta llaga social, mientras que, por otro lado, ha abolido el impuesto de capitación que los indígenas pagaban desde la conquista.

Las aduanas demuelen cada día las barreras: el pasaporte no existe ni en Chile, ni en el Perú, ni en la Nueva Granada. El sufragio se extiende y universaliza en todos los Estados independientes y jamás ha dado por resultado un imperio; la colonización se desarrolla en las dos riberas del Plata, en la zona meridional de Chile, y en el Perú.

En todas partes los capitales aumentan, las rentas crecen y los gastos inútiles disminuyen; el sable pierde su prestigio; el ejército se reduce, y la guardia nacional tiende a tomar su puesto.

Nuevos productos, nuevas vías, nuevas explotaciones, manifiestan allí el desarrollo continuo del espíritu de empresa, el éxito completo del principio fecundo del trabajo.

El crédito de todos los estados se afirma y se eleva: seis años más y Chile habrá terminado completamente su deuda.

Hay un progreso increíble, en las costumbres, en los hábitos y, sobre todo, en la opinión. Para apreciarlo convenientemente es necesario contemplarlo desde las playas de la Europa.

En nuestra América, ¿quién piensa en monarquías? En medio de las convulsiones que nos han agitado, ¿quién ha osado enarbolar, por un solo día, el estandarte real? Existe una confianza siempre creciente en la personalidad humana, un doble orgullo en la nacionalidad y en la soberanía. He ahí por lo que miramos con lástima las farsas monárquicas y aristocráticas cuyo teatro es la Europa.

Jamás olvidaré que he recibido en Chile, así como la luz, el principio social que identifica la verdad con la república, y la degradación con la monarquía.

Los monstruos como Rosas, que han representado la dictadura del populacho, y todos esos jefes que aprovechándose de la educación del pasado, para explotar la tradición católica y sus terrores, desaparecen perseguidos por los pueblos o por el progreso irresistible de las ideas. Después de estas bestias feroces han venido los tiranos cautelosos, esa especie de víboras políticas, que no pudiendo dominar abiertamente han apelado a las influencias del jesuitismo y a la astucia de una legalidad mentida para detener la marcha de las instituciones republicanas. Esta faz de la tiranía tiende a desaparecer como la otra. El buen sentido de los pueblos hace gran cosecha de combinaciones artificiales intentadas por las oligarquías. En ninguna de las repúblicas se admiten los términos medios. En todas partes los hombres ignorantes, así como los instruidos, están convencidos de que no hay en el fondo sino dos políticas, el despotismo de un lado, y la república del otro.

Cuando vemos las publicaciones filosóficas, los templos protestantes, y los matrimonios mixtos multiplicarse a pesar de los viejos anatemas, que creyeron dominar por siempre toda la mitad del continente americano; cuando vemos a los pueblos escuchar la voz del nuevo dogma, despertar a la luz y escapar al terror de las penas eternas; a Chile pedir la soberanía de la razón, a Nueva Granada abolir una religión antinacional, al Ecuador arrancar de su seno, ese conspirador de los tiempos, el jesuita; cuando vemos al Perú, al antiguo soldado del sol, al indio levantarse, vencer y reorganizar el país; a la ciudad de Buenos Aires, revindicar su antigua gloria, destrozar la demagogia salvaje de los Pampas y hacerse dueña de sí misma, llamar a su seno los emigrantes extranjeros, ¿podemos dudar que la independencia no progresa en todas esas comarcas y que todo un continente no se prepara, no espera un libre porvenir? Nos falta mucho que hacer aún, es verdad; pero tenemos ya el derecho de confiarnos en nuestra propia iniciativa, tenemos el derecho de creer a nuestra América más cerca de la justicia y de la verdad, que a los otros países del mundo.

¡Que se levanten pues, los detractores de la América! Se ha hablado mucho de su anarquía; pero ¿quién le arrojará la piedra? ¿Será alguna de esas naciones adúlteras que pasan sus días en los brazos del despotismo político y religioso? ¿Será la mística Alemania, que no combatió jamás por la libertad de los pueblos? ¿Será la Rusia? ¿Será la España?

VI

¡Oh América! Patria mía, puedes levantar tu frente y decir a los que quieran acusarte: ``Todas mis heridas son hechas por manos europeas, todos mis errores son tradiciones de la vieja Europa, mientras que mis progresos son el fruto de ese pensamiento libre que vosotros perseguís en Europa o que relegáis a la mansión de los sueños''.

¿Qué vemos en el Viejo Continente? Las costumbres de la decadencia, la traición en los sistemas, la falsía en la diplomacia, y hasta en las regiones del poder, en fin, el orgullo hueco y vacío de los cunucos vicentinos.

¿Es eso lo que servirá de ejemplo al Nuevo Mundo? Nosotros podemos hoy dar la espalda a la Europa.

En esas regiones sombrías, no vuelve a levantarse el sol jamás. Es nuestro mundo Americano quien tiene que marchar al frente del vergel de Colón, quien buscará, sobre todo, no el sepulcro del Cristo, sino la regeneración del espíritu a la sombra de las cordilleras.

Sí, el mismo Dios ha preparado ese hogar para el nuevo Génesis de la libertad humana.

Es en ese continente, que abraza todos los climas y todas las latitudes, en donde todas las formas geográficas distribuidas en grande escala, como para servir de una cuna a las grandes naciones, en donde las viejas ideas de la Europa desaparecen bajo el desprecio, en donde viven las nacionalidades que no han podido afrontar las innovaciones aplaudidas, es allí que debe nacer la religión universal y definitiva del porvenir, la libertad en el poder, en la conciencia, en la nación, el tipo completo del ciudadano integral; en una palabra, la soberanía de la ley y de la libertad.

¡América, yo te saludo! Tú, que representas la juventud de la humanidad en toda su expansión. Sean cuales fueren tus faltas, tú no serás jamás un mundo de manumisos, ni de lacayos. Tú no tienes sistemas para justificar el oprobio, ni para arrojar de los espíritus el recuerdo de la nobleza primitiva del hombre y de las aspiraciones generosas de su juventud.

Abre tus ríos a todos los hombres, tus brazos a todos los proscriptos. Eleva día a día tu alma por medio del espectáculo de tu independencia y la práctica varonil y severa de tu libertad. Que tu imagen sirva de consuelo a esos nobles espíritus de la vieja Europa, que como otros tantos Prometeos encadenados, amenazan con sus indomables protestas el Olimpo del pasado y su gótico edificio. Envíales con el murmullo de tus grandes ríos, con el soplo de tus Andes y el victorioso nombre de República, la estampa de tus antiguos días, el recuerdo de las viejas glorias, y la esperanza de un próximo triunfo.

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Francisco Bilbao, Desarrollado por Giroscopio y Newtenberg, Santiago, Chile. Abril, 2008

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