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UN RECUERDO IDEAL
[02-May-2008]

I

En la elaboración de los elementos de la creación y de la historia, se ve una ley. Esa ley que domina a la materia, encarnación de una fuerza fatal y de una forma sin conciencia, al llegar a las regiones de la historia se llama ideal, tipo divino, bien soberano.

Los elementos del ideal son el dogma, los principios y el vínculo de unión. El dogma es la personalidad del Creador; los principios son el deber y el derecho; el vínculo de unión es el amor.

La creación, en todas las manifestaciones que reviste, desde los fluidos hasta los seres animados, consta de dos elementos fundamentales, irreductibles e indestructibles, que son la individualidad y la unidad.

La humanidad, en todas las combinaciones que presenta en todo tiempo y bajo todo clima, consta de los mismos elementos que, elevados a la dignidad del espíritu, se llaman personalidad y asociación.

El ideal de la personalidad es la libertad.

El ideal de la asociación es la fraternidad.

El límite de la individualidad es el bien del todo, y el límite del todo es el bien de la individualidad. Del mismo modo, el límite de la personalidad es la libertad social, y el de la libertad social, es el bien de cada uno. El bien de los dos elementos indispensables y necesarios de la creación y de la historia forma la armonía.

El exceso o el vicio de la personalidad es la anarquía.

El exceso o el vicio de la asociación es el despotismo.

La anarquía es la separación, y sus pasiones son el odio y la envidia.

El despotismo es la absorción, y sus pasiones son el egoísmo y el miedo.

La anarquía marcha a la muerte por la disolución, y el despotismo por la concentración.

La utopía de la anarquía y despotismo es el comunismo o el zarismo: una Rusia, un Paraguay. Ambos tienen por dogma o el panteísmo o el catolicismo (bajo alguno de los variados aspectos que revisten.) Ambos, si reinasen absolutos, presentarían el espectáculo de la creación entregada exclusivamente a la fuerza centrífuga o a la fuerza centrípeta.

El mal es, pues, la falsificación o supresión de uno o de todos los elementos de la vida y de la armonía, en el dogma, en los principios, en el vínculo de unión.

En el dogma; sea negando la personalidad UN RECUERDO DEL IDEAL.

EN EL 25 DE MAYO DE 1857

ANIVERSARIO DE LA REVOLUCIÓN ARGENTINA.

Surtout ne souffre pas que son coeur se partage.

Edgard Quinet.

del Ser Supremo, sea fabricando un Dios de pasiones y de historia. En los principios; porque sin deber o sin derecho, sólo queda la fuerza.

En el vínculo de unión; porque sin el amor del espíritu libre, al espíritu libre, sólo queda la mansión del crujir de dientes de las escrituras.

II.

Tal es el bien, tales el mal. Tal ha sido, tal es la luz omnipotente que aparece en la conciencia del hombre, cuando en las cumbres de las montañas o en la faz de las llanuras, despertando bajo la bóveda del cielo, siente por vez primera la revelación de la ley, envuelta en el himno supremo de la belleza universal; del amor primero.

Uno es el bien, una es la idea. El ideal apareció como bendición del creador. Desde entonces empezó la historia. No sólo el pensamiento se puso en camino, sino que el hombre mismo envuelto en la tribu, esa patria flotante, empezó a tomar posesión de la tierra. Las emigraciones en su marcha recibiendo la acción del tiempo y del espacio, forman esas civilizaciones más o menos incompletas, pero que todas conservan algunos acentos del himno primitivo, huellas imborrables del bautismo originario, de la libertad y del amor.

¡Cuántos Dioses!, es decir, ¡cuantas manifestaciones no se ha visto de ese ideal, de esa ley, de ese deseo indestructible de la humanidad! El Dios es el dogma. El dogma es lo que caracteriza la vida de los pueblos, porque es el generador de los principios, de las instituciones y costumbres.

Si se ha dicho que por un fragmento animal se puede reconstruir el animal; que el estilo es el hombre; tal caballo, tal pueblo, tal protuberancia, tal hombre; con cuanta más razón no se podría decir: tal Dios, tal civilización.

Brahma es la India; Pallas es Atenas; el Dios del concilio deTrento es la Europa monárquica, la España, el Portugal: el Dios del pensamiento libre es la Inglaterra y los Estados Unidos. Volviendo nuestras miradas a la América, ¡quien no ve en su anarquía o despotismo, en sus estrechos horizontes morales y en sus utopías la lucha entre el Dios de la conquista y el de la revolución!

III.

Hemos afirmado que el bien o el ideal, consta de la personalidad del Ser Supremo, base de toda justicia, y esperanza, de la libertad, sin la cual no habría humanidad, y del vínculo divino que, uniendo el hombre al hombre y a Dios, lo impulsa a la perfección incesante de su ser en todas sus necesidades físicas, morales, intelectuales, sea individuales y sociales.

El dogma, es, pues, indispensable. Alejad a Dios del pensamiento, y yo pregunto, ¿cuál es el eje del movimiento, cuál la luz en el firmamento, cuál es la base de la libertad, la sanción de lo justo, la autoridad del deber. Si la libertad no es divina, mucho desconfío de la libertad humana.

Nicolás de Rusia, pontífice y emperador, es el ideal del despotismo y de la libertad absoluta para él solo.

Todo error y todo mal vienen, a juicio mío, de la alteración u olvido, del dogma eterno y de los principios esenciales ya enunciados.

La América vivía bajo el imperio de la noción de la edad media, falsificado el dogma, negados los principios. Las dos potestades, la espiritual y la temporal, se habían dividido el patrimonio del hombre y habían sellado su alianza con el terror del rey y de la Iglesia, sostenido por el militarismo de los conventos y de los cuarteles. ¿Cómo se independizó este continente? Fue un rayo del ideal que, volviendo a aparecer sobre la tierra, como en aquellos días del Génesis, separó la luz de las tinieblas, separó la colonia de la metrópoli, al hombre del rey, a la razón del concilio, al pueblo de la servidumbre; y después, de colgados los sables, trofeos en los templos de la Independencia, se oyó la voz del contemplador omnipotente que decía al mundo americano: «ESTÁ BIEN» y «FUE UN DÍA» Ese día fue el año 10 para la América, y es el 25 de Mayo para la República Argentina.

Y tú, libertad, que en una de tus emigraciones apareciste un día en el mundo de Colón para revelar un continente a la moralidad del universo; tú América, refugio de los elementos proscriptos y que, a pesar de tus caídas, persiste el mundo en creerte la esperanza, la juventud y el porvenir de los más nobles deseos de los sabios y de los héroes, decidnos, ¿cuál es el Dios que brilla en las alturas de los Andes; cual el espíritu que recorre las riberas solitarias de tus grandes ríos; cuál es el alma que palpita en la pampa y en la montaña; cuál es la voz de tus océanos, la palabra de tus pueblos; cuáles los hechos que podemos presentar en el altar del holocausto, como obreros de la causa universal?

IV.

No tenemos en América esos hombres, tipos o mitos, en quienes los pueblos han personificado sus ideas, sus trabajos y sus glorias. No tenemos el }}#eseo de Atenas, ni el Lutero de los germanos, ni el Washington de los Estados Unidos. No, tenemos tan sólo un año, una cifra, un día. Pues bien, que sea ese día, vuestra luz. Él aparece como el Apolo vencedor de la serpiente. Su templo es la memoria, su palabra es la libertad, y su marcha debe ser siempre ascendiente en la escala de los astros.

Ese día fue vuestra luz. Tomad la latitud según la altura del 25 de Mayo, y ¿preguntadle cuál fue tu idea, tu sentimiento? ¿Cuales tus hechos? Día de la tradición de este país. ¿Cuál fue tu testamento? Día de profecía. ¿Cuál fue tu apocalipsis? Esa idea fue nacionalidad ¡soberanía! ese sentimiento fue la palpitación de una nueva creación moral! Esos hechos fueron el desprendimiento de la propiedad y de la vida, de las preocupaciones y querencias, de las formas del egoísmo, para volar a los combates y sostener el derecho de todos, pobres y ricos, blancos y negros y en el hogar, en la patria, en el pensamiento. Esa tradición que se fundó, fue el bautismo de la palabra nueva que consagra a los hombres según las obras de justicia y no según la gracia.

Ese apocalipsis fue la visión de la nueva ciudad sin fronteras, sin aduanas, sin extranjeros, sin delegaciones de la tolerancia, con una ley y una palabra, con un alma y un destino.

Tal es lo que yo veo en ese día. Día de verdad, tu luz y tu recuerdo, es gloria y es unión.Tu enseñanza es trabajo y libertad; tu fórmula es asociación de toda personalidad individual o provincial en la gran personalidad de la República. Te levantas cada año del seno de la eternidad y de la conciencia de los libres, para presentar a tus hijos la imagen de la juventud inmortal de las esferas; para despertar todo lo que es bello, para borrar las manchas, disipar los odios, para injertar el movimiento de una vida nueva de concordia, de trabajo, de pacificación y de orden. Eres una interrogación sublime que se levanta cada año. Como Jesús en la montaña, pronuncias las palabras de paz y mansedumbre; como Jesús en el templo, después de arrojar los que trafican lo sagrado, nos preguntamos: ¡Serán siempre las pasiones las reguladoras de los pueblos! las pasiones, el legislador del nuevo mundo! Oiremos siempre el suelo americano resonar bajo las plantas del centauro, como el ruido precursor de los temblores. Veremos en el foro al egoísmo violentando a la razón, a la ambición prostituyendo a las ideas, al dogma antiguo dormitando en la acechanza para devorar la juventud de un mundo. ¡Veremos al personalismo en vez de la personalidad, al provincialismo en vez del Estado, al municipio en vez de la República! La luz del 25 de Mayo fue unidad, y hoy, después de tantos aniversarios de dolor, no podemos presentar la República unida, consolidada, recorriendo con seguridad la pampa, navegando sin trabas en los ríos, y brillando en el alma de todos sus hijos, no sólo con la unidad del vago deseo, sino con la perseverancia en los hechos, con la inteligencia purificada de sofismas, con las palpitaciones de un corazón elevado a la altura de la caridad religiosa y de la fraternidad filosófica!

V.

¿Y por qué? Porque el ideal se ha eclipsado.

No hay ideal sin religión, no hay religión sin dogma, no hay dogma sin Dios y libertad, no hay libertad sin virtud, sin sacrificios internos y externos, sin la vivificación de lo que une, sin la abolición de lo que desliga. («Religión, [religo], es lo que liga,») ha dicho Lamennais.

Deseamos el bien: examinemos sus condiciones fundamentales.

No sólo basta desearlo, es necesario conocerlo; no sólo conocerlo, sino amarlo; no sólo amarlo, es necesario practicarlo. Pero ni el conocimiento, ni el amor, ni la práctica son suficientes; si la idea, el amor y la voluntad no se acercan a lo eterno, sino reciben el bautismo divino que sólo pueden darlo la filosofía y el corazón de Jesucristo.

Todo bien, toda belleza son emanaciones, o más bien participaciones del ser en quien todo bien y belleza residen. Lo que es bueno, bello o justo, lo es por su conformidad al ejemplar divino, al tipo o idea de bondad y de justicia.

Si buscamos la medida que es la regla, no la encontraremos sino en el ser que es la medida de los seres, en el distribuidor de la vida, en el regulador de las acciones. Fuera de esto, anarquía o despotismo. Si cada uno, o si cada egoísmo se hace el regulador y la medida, habrá tantas medidas cuantas personalidades, tantas personalidades cuantos momentos caprichosas se presenten; tempestad perpetua levantada por el soplo de un pampero sin ley y sin conciencia.

Hay, pues, que vivificar el principio de unión, el principio religioso por esencia.

No me refiero a ninguna religión, sino al principio superior, a todas ellas, al principio verdaderamente universal que es la libertad, la caridad.

¿No creéis que después de tantas desgracias y experiencias, después de tanta utopía, de tanta discusión, después de todas las constituciones, instituciones y leyes que no llenan el abismo de Curcio, algo se ha olvidado, que es necesario despertar? Ese algo es el ideal, la estrella polar de las naciones, el principio que fecunda toda vida.

Sin Dios no hay libertad, pero sí, las tinieblas de la fatalidad o de la fuerza. ¿Sin la libertad inmortal de qué sirve la vida? Sin la fe, sin la religión, sin el carácter eterno de la causa, la libertad sucumbe. Y esa fe, esa religión, solo pueden venir de la enseñanza y de la práctica del ideal, en las leyes, en el libro que esperan los pueblos, en los hechos del hombre, en la palabra, en la práctica pública y privada del ciudadano. Lo demás viene de suyo. La paz, la prosperidad, la gloria, sólo pueden venir de la encarnación del corazón de Jesucristo, que es el tipo vivo del ideal más bello que jamás apareció sobre la Tierra.

¿Cuál es el soplo que recorre la pampa, resonando en la aldea y la ciudad? No es el verbo del Cristo, es algo, como reminiscencia del verbo de Satán.

VI.

Sobre todas las necesidades del momento, veo desarrollar la necesidad trascendental de la enseñanza del Evangelio.

El Evangelio es el punto divino por donde pasarán los pueblos a las regiones de la filosofía.

VII.

Es Nuevo el MundoAmericano. Comparado con la Europa, y a pesar de nuestra inferioridad, tenemos un punto luminoso, un centro de condensación en la zona nebulosa de la historia, que fecundizado por el deber y por la ciencia, puede presentar en poco tiempo la formación del astro más luminoso, que sirva de consuelo a las naciones afligidas y que, realizando las profecías, confirme las esperanzas más legítimas de la humanidad.

Este punto luminoso es la República que se salva, es la educación impalpable de la soberanía del pueblo, es la desaparición de las tradiciones feudales, monárquicas, militares y papales; es la naturaleza con todos sus climas, riquezas y bellezas arrojadas en grande escala sobre este continente perpendicular al Ecuador, con el organismo hidrográfico de sus ríos maravillosos; es todo lo que delinea el campo predestinado a la ciudad universal del pensamiento libre, de la fraternidad de las razas y naciones, y de la abundancia para recompensar a los nuevos pueblos que profesan la religión de la libertad sobre la tierra. ¿Quién, al contemplar esos elementos callados u olvidados, quién, al ver ese destino que golpea a nuestras puertas, no se levanta para conspirar con la Providencia y derramar los efluvios de luz, de caridad y de riqueza que contiene la mente, el corazón y el suelo de la América? El filósofo americano Emerson ha dicho: «que lo viejo ha sido hecho para los esclavos».

Lo viejo es la tradición de la Vieja Europa y la inmovilidad o retroceso de la barbarie; la parodia de la edad media; ­las ideas doctrinarias que todo lo absuelven; ­la fuerza bajo la forma del cacicazgo, del Imperio o del Papado; ­la doblez en la palabra, la mentira bajo todas sus formas; ­el odio, las rivalidades de aldeanos, la indiferencia de los escépticos o egoístas: ­la contradicción entre la palabra y las acciones. Mas lo nuevo, lo siempre joven, y sobre lo cual jamás los años imprimen su sello, es el alma que «deja a los muertos que entierren a sus muertos». Que identifica su vida; su palabra con el deber y el derecho; que trabaja por la soberanía universal, combatiendo a la miseria, a las pasiones, a los errores, que ve su derecho en el derecho de todo ser humano, aboliendo lo que desliga, fecundizando lo que une, iniciando el movimiento, la asociación, la enseñanza de la libertad sin capitular con los hechos de la historia.

Tales son las emanaciones de la libertad. Columnas de fuego del porvenir, su brillo depende del fuego sagrado del corazón del hombre. Idea típica, en ella está la moral, la política, la diplomacia. Es la causa madre de las causas. Es superior a las Iglesias; a todo sufragio. No es mayoría, ni minoría; es unidad: No es concilio, ni congreso, monarquía o democracia. Es la ley, es la medida, que en brazos de la caridad extiende sus manos para bendecir, y glorificar al hombre.

¡Alma nueva, para un mundo nuevo! todavía no hay libro que sobrepase al Evangelio, y todavía no ha sido realizado. Los desiertos, las tinieblas, el punto negro de la conciencia, no han sido poblados, iluminados por el verbo de Platón y Jesucristo. La miseria espera la eco nomía política del Evangelio; las prisiones, los cadalsos esperan la penalidad del Evangelio; ­pero donde su luz espera una encarnación radical, es en la escuela del niño para preparar el hombre nuevo, y en el foro del ciudadano para preparar un nuevo pueblo.

¡Alma nueva! olvido de fórmulas, de ritos, de ceremonias paganas; olvido del escolasticismo bizantino y, en su lugar, la emancipación de la inteligencia, la posesión fecunda de la razón independiente.

¡Quién tuviera la fuerza moral y la atracción divina del que dijo: Seguidme, y cuya voz siguieron los pobres, los mártires, los pueblos! esa voz cuyas ondulaciones atraviesan la historia vivificando a todo el que la escucha. ¡Por qué no vemos hoy a nadie levantarse y extender sus brazos a la Tierra, abrazando todos los dolores y alegrías y que, constituyéndose como centro del pasado glorioso y del porvenir, prorrumpa otra vez esa palabra que regenera y que lleva en sí la ciencia y la felicidad!

La necesidad de la América es unidad confederada, la necesidad de la República Argentina es unidad, la necesidad del hombre en el mundo es la reconstitución moral de su personalidad dividida y mutilada.

Prestemos pues oído al libro, a la palabra, al espíritu que enseña la unidad, emancipando la razón de los sacerdocios caducos, emancipando al trabajo del despotismo de la usura, de la impotencia del aislamiento, o de las coaliciones oligárquicas; prestemos oído a la palabra de vida que es eterna, y sobre la cual se edificará el futuro y definitivo monumento de la última y universal religión de la libertad y caridad. ­¡Alma nueva para un mundo nuevo! O justicia absoluta u olvido completo. Tal es mi deseo y mi saludo a la República Argentina en el aniversario de su gran revolución.

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Francisco Bilbao, Desarrollado por Giroscopio y Newtenberg, Santiago, Chile. Abril, 2008

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