Apenas una buena administración mantiene la decencia, ¿cómo el pudor, la modestia o la probidad de las costumbres pudieran mantenerse en medio del desenfreno de los vicios? ¡Levántate, palabra del proscrito! Los tiranos te expulsan de la tierra y tú te revistes de la serenidad del océano. En ese campo sin huellas, imagen visible del horizonte sin límites de la libertad, tu palabra del proscrito, alza el tribunal de la justicia y envía a los pueblos el recuerdo de sus derechos, y el soplo precursor del castigo a ese gobierno del Perú que es la personificación del escándalo.
En las diferentes acciones de América hemos presenciado sucesivamente todos los aspectos del mal. En unos países hemos visto la crueldad y la matanza organizadas; en otros el silencio de los sepulcros. Ha habido pueblos que han organizado el despotismo del clero, otros el despotismo de los militares, otros el de los capitalistas. En unos ha predominado una pasión: la venganza; en otros un vicio: la avaricia; en otros un principio: la oligarquía; en otros un dogma: la obediencia ciega. Todos estos pueblos han ido, sucesivamente, despojándose, purificándose, venciendo el mal y aproximándose a la justicia. Buenos Aires abre el bárbaro caudillaje de las pampas; el Paraguay abre sus fronteras; Uruguay se levanta con la libertad en bienes y en población; Chile retrograda socialmente, como autoridad, y prospera increíblemente como individualismo por el desarrollo del espíritu de empresa; Bolivia se unifica en su patriotismo y prepara la elevación de las masas; el Ecuador expulsa a los jesuitas y, a pesar de su pobreza, manumite sus esclavos, por lo cual será recompensado por la Providencia; la Nueva Granada parece que marcha viento en popa en el océano popular; Venezuela vive bajo la tiranía de la espada de una casta que se llama ejército; de una familia de esa casta que se llama Monagas.
Pero en la América del Sur hay un territorio que se llama República Peruana, donde parece que deben terminar y han terminado hasta ahora todas las grandes cuestiones que han agitado el Continente.
La conquista se entronizó en el Virreinato y la independencia victoriosa en todas partes, no pudo asegurarse si no enterraba el virreinato en los campos de Ayacucho. En ese territorio central la conquista había levantado la ciudadela
VIX ARTIBUS HONETI PUDOR RETINETUR; NEDUM, INTER CERTAMINA VITIORUM, PUDICITIA AUT MODESTIA AUT QUIDUAM PROBI MORIS RESERVARETUR.
de América, escoltada por la educación y los conventos, por la mita y la esclavitud. Dueño de las inmensas riquezas de su suelo, el Perú era el arsenal de la España que derramaba los ejércitos y el oro para mantener su imperio desde Panamá al Cabo de Hornos. Así fue que el instinto de la Independencia vencedora envió los ejércitos de la libertad para consagrar definitivamente su victoria. San Martín personificando la Independencia del Sur y Bolívar la del Nortee, se encontraron en el mismo pensamiento. La escuadra de Chile y el ejército de Colombia consumaron la obra. Chile inició, Colombia consumó. Cochrane libertó el Pacífico, y Bolívar redimió la tierra de los Incas.
Después de la Independencia, el Perú pasó por todos los vaivenes de la anarquía. Los caudillos atormentaron y explotaron a ese pueblo hasta la época de la Confederación, en que el despotismo extranjero lo pacificó un momento. Pero era una pacificación deshonrosa y además una preparación para el entrenamiento de las presidencias vitalicias, primer escala de las monarquías. Los peruanos patriotas en ese momento se refugiaron en Chile; Chile derribó con su espada el vilipendio del Perú. Después de los desastres de Gamarra y de una nueva anarquía se elevó la administración del general Castilla, y desde entonces el Perú, sobre quien pesaban todos los tormentos de la ambición, pudo respirar, tuvo paz, hubo orden y marchó a su engrandecimiento con honor. Se dijo hay paz, no hay robo, hay libertad de imprenta y así fue; y esto sólo bastaría para formar el elogio de Castilla sino tuviese otros títulos al respeto de los americanos y a la gratitud de los peruanos.
Con Castilla empezó el régimen constitucional y dejó el puesto constitucionalmente, fenómeno inaudito, ejemplo de moralidad no visto en la historia del Perú.
Subió a la Presidencia el general Echenique. No hablaré de su origen legal, ni de los asesinatos electorales, ni de la corrupción, ni del programa mentido, ni de una nacionalidad dudosa, de los misterios de las actas de bautismo.
No hay necesidad de ello. Aun suponiéndolo legal y patrióticamente investido del poder, la conducta de esa administración, sin antecedentes ni ejemplo en América, bastaría sólo para legitimar la revolución.
La Presidencia del general Echenique ha sido la conjuración más impúdica del vicio, la administración más escandalosa en la historia de América, el gobierno más profundamente despótico, la amenaza más espantosa a la moralidad, y el peligro más grande que haya amenazado la vida, el crédito, el honor, el porvenir, el fondo mismo de la existencia humana.
Parece que todos los ensayos parciales del mal que hemos visto en los otros pueblos, que todos los horrores conocidos y por conocer, que todo vicio y todo crimen, todo atraso y todo envenenamiento, no sólo contra la República, sino contra la vida misma, se han dado cita, han buscado a sus sectarios, se han concentrado, organizado y recompensado de antemano para precipitarse sobre el Perú y hacerlo presa de la disolución.
Recorred las instituciones, los principios prometidos, los decretos, la inversión de la inmensa riqueza; preguntad por la ley, por la constitución, por la justicia, por la magistratura, por el Congreso, por las municipalidades, por las administraciones departamentales y provinciales, preguntad por la educación, por los impuestos, por la suerte del esclavo, del Indio y del chino; preguntad por el honor nacional, por la palabra del Gobierno, por el respeto a las naciones, por la paz legada, por la neutralidad conquistada. Preguntad por el honor privado, por la rectitud en los actos y en la palabra; preguntad por todas las formas, por todos los medios que constituyen la vida de los pueblos, y en todos ellos veréis la inoculación de la deshonra, el injerto de los vicios, la imposición de la tiranía, el sello de la falsía y los resultados del crimen.
Tal es el Gobierno, la administración del general Echenique.
Hemos oído a toda clase de hombres, de todos los partidos, a los extranjeros y nacionales; hemos visto, hemos seguido paso a paso la obra de la consumación del Perú: hoy es una ley de represión; y se acalla la libertad de la palabra; después una consolidación, y se levanta una oligarquía millonaria sobre el crédito de la nación comprometida en 30 millones estafados; mañana es un atentado contra un individuo, a las pocas horas una puñalada a la Constitución, al otro día una traición al Ecuador y una traición a Flores, después otra a Bolivia, ocupando su territorio sin declaración de guerra; en Lima, en los departamentos de una serie de tropelías contra todo lo santo, contra todo lo respetable, para prostituir de este modo la conciencia de los pueblos y elevarse tranquilos sobre un monumento de infamias, para gozar sobre la ruina de los pueblos, sobre la honra ahuyentada, sobre el porvenir comprometido.
Tal es el Gobierno del general Echenique.
Roma, en su origen, nos cuentan las historias, abrió asilo a los malhechores de Italia para aumentar su población, pero imprimió el sello de la disciplina, su gobierno, una religión, una legislación, un cierto carácter de grandeza, de respeto a lo heroico que hizo transformar esa horda primitiva en una ciudad famosa.
Hoy en Lima, este Rómulo de la consolidación, al subir a la Presidencia por sobre algunos cadáveres, parece que empuñó la trompa de la fama para proclamar a la América y llamar al Perú a todo lo ruin que se escondía y darle derecho de ciudad con los timbres de la consolidación, exigiendo como impuesto el servilismo y la mentira. Y hemos visto acudir en tropel ese número de hombres con la conciencia en la mano para formar la corte, para organizar la aristocracia del guano, para recibir los cuarteles de nobleza en proporción del grado de bajeza, para formar la escolta de honor del mandatario y defender en él las garantías de la consolidación en la deshonra y de la conversión en ignominia.
¿Sabéis, peruanos, el espectáculo que ha presentado vuestra patria bajo el gobierno de Echenique? Si el continente americano hubiese tenido necesidad de purgarse de todo el mal social, político y religioso; si hubiese necesidad de señalar un punto en el organismo de la América para depositar todo oprobio, toda opresión, toda corrupción y levantarse los pueblos enseguida para mostrarse he ahí el ejemplo, el desarrollo de todo lo malo, de todo el veneno que contenían nuestras venas, el gobierno del general Echenique ha realizado esa obra; ha concentrado todo mal, lo ha abrazado y protegido y en medio de la infección de su obra, incendiándose a sí mismo sobre la pira de corrupción, ha proclamado a la América por boca de la Presidencia diciendo: he aquí el reino del vicio con su hipocresía, pueblosde América, aprended. Así como el espartano enseñaba la repugnancia a la embriaguez, embriagando a un esclavo, así el gobierno de Echenique nos enseña la repugnancia a todo el maquiavelismo corruptor con el espectáculo de su propio suicidio.
Pero esa aglomeración triunfante de los vicios organizados en Gobierno, era también una fuente de corrupción para la América.
¿Quién descubriera sus manejos en Bolivia, en Venezuela, en el Ecuador? Mucho respetamos a la Nueva Granada; pero esa embajada de la crápula en persona, llamada ministro Paz Soldán, nos hizo estremecer por el germen que podía allí sembrar.
Los gobiernos son instituidos para dirigir y desarrollar los elementos que constituyen la vida de los pueblos. A pesar de las opiniones o de los partidos que se transmiten el poder, siempre hay una serie de deberes, un testamento que continuar y que los diferentes albaceas políticos deben ejecutar. El deber primero es la inviolabilidad de la justicia, la aplicación de la ley, el respeto, la práctica y la obediencia a las condiciones indispensables de las garantías de la libertad. ¿Cuál ha sido la conducta del gobierno de Echenique a este respecto? El primero, la corrupción electoral, enseguida la corrupción de los elegidos y últimamente la prostitución del Congreso. Se ha procurado destruir a la República con sus mismas armas, para que al fin los pueblos fatigados exclamaran: la República es imposible: preparar por el desprestigio de la forma republicana el camino a la monarquía.
La monarquía o las garantías organizadas del despotismo, vasto plan, cuyos sectarios viven esparcidos, columbraron en el gobierno de Echenique, en la estupenda riqueza de sus guaneras, en los antecedentes mismos del país, la ocasión de cimentar en América el germen del vilipendio del hombre. Para esto era necesario organizar la maquinaria, una política interior, otra exterior, cierta educación, formar un ejército de pretorianos, formar una oligarquía millonaria, abolir la dignidad de las costumbres, desenfrenar los vicios y anular en las almas, en la esperanza, en el crédito moral, en la juventud, la imagen veneranda de la virtud y la República.
Se formó una atmósfera para la gente, atmósfera cargada de corrupción que tarde o temprano domeñaría las resistencias. La honradez se hizo ridícula. Se señalaba al hombre honrado como a un tonto; al pillo, como un hábil; al traidor, como un diplomático. Todo hombre tuvo su medida. Se pesó a todo hombre en toneladas de guano, y los gobiernistas se reían cuando les decían que tal hombre era incorruptible.
Era necesario para la política del robo sancionar la moral de los bandidos. Era necesario, para abolir la República, borrar la conciencia de la libertad. Era necesario para amoldar el mal en la caverna del pillaje, corromper el aire vital: extender hasta el sinfín del horizonte el espectáculo del vicio triunfante y del honor befado.
Era necesario para distribuirse el manto despedazado de la Patria, consolidarse en el interior y convertir en el exterior. Era necesario garantizar el robo, garantizar la oligarquía explotadora, y para ello se empezó suicidando al imbécil Congreso con la ley de represión, corrompiendo la prensa, la tribuna, y una vez asegurados en el interior volvieron sus miradas hacia fuera, y vieron en el Norte y en el Sur una amenaza. El espectáculo de la Nueva Granada era inquietante. Había libertado a sus esclavos, practicaba la moralidad y su espíritu cundía. El Ecuador se levanta para arrojar la mortaja en que los jesuitas lo envolvían, y la libertad se asentaba en las márgenes del Guayas. El peligro se acerca.
Es el rugiente, el comunismo, exclaman, Flores estaba en Lima. Flores será la vanguardia que contenga la marcha de la libertad. Expedición de Flores. Fracasó; y Flores, inutilizado, es renegado por el gobierno que lo favoreciera e impulsara.
Bolivia, sean cuales fueran las acusaciones que se hacen a Belzú, no puede juzgarlo, por no estar convencido, porque no ha oído a ambas partes; pero lo que es positivo es que Belzú eleva las masas y prepara la República. Ese trabajo democrático en el sur era, pues, un peligro para la tranquilidad de la oligarquía de Echenique.
Era necesario ahuyentarlo y para ello se emplea la sublime táctica, se envían los regimientos de onzas, la metralla del dinero, y se apoderan de Cobija, sin declaración de guerra. Nuevo derecho de gentes de Echenique.
Corrompido el Congreso se le ha pedido una ley atentatoria a las garantías del ciudadano que se ha llamado ley de represión y el Congreso se la dio. Con esa ley el poder podía sin formación de causa aprisionar y transportar a los individuos que quisiese. El Congreso ultrapasó sus facultades, se anuló, suicidó su honor y armó al despotismo con la legalidad de los inquisidores.
No contento el poder con esa ley monstruosa, no contento con los millones de que dispone, con el ejército numeroso y su obediencia ciega, intranquilo en medio de la quietud de los pueblos, exigió facultades omnímodas, para reprimir la palabra en alerta lanzada por el patriotismo de don Domingo Elías. Y esas facultades le fueron acordadas. Elías fue aprisionado antes de encontrarse [Echenique, D.S.] revestido de esas facultades; y perseguido el señor Novoa porque se decía que había redactado esas cartas famosas.
Las tropelías se aglomeran, la cobardía del Congreso llega a su colmo, el despilfarro se deborda --ya no hay constitución, no hay ley, no hay garantías, no hay honor, no hay justicia, sólo resplandece sobre la Nación peruana estafada y ultrajada, la facultad omnímoda del Presidente para locupletar a su pandilla y garantizar el saqueo de la Nación en manos de los saqueadores.
La Providencia hizo rica, llena de oro a la nación peruana. La Nación tenía una deuda sagrada, suprema, tenía que redimir a sus esclavos. La Nación lo había decretado, la Nación lo había afirmado y prometido, y para facilitar esa obra, se le aparecen los tesoreros del guano como para decirle: ``ahora no hay disculpa, libertad a mis hermanos''. Ésa era la deuda interna primitiva, Presidente. ¿Qué habéis hecho de las riquezas, qué hacéis de los millones que debían redimir a nuestros semejantes y fecundizar el territorio? ¿Qué responderás a Dios y a la Nación, cuando sólo podáis contestar con la elevación de vuestros cómplices, con las orgías, con el ejército de espías que alimentáis, con los tesoros enviados al extranjero para fomentar discordias o para resolver dificultades? La deuda interna: éste ha sido el zafarrancho del delirio, la fiesta de la avaricia, el banquete de los viciosos, la cátedra práctica del impostor. Falsificación de firmas, invención de documentos, testigos y testimonios falsos, aumento de partidas, invención de pérdidas, elaboración pública del robo. ¿Cuánto se debe? consolido, y el juez se consolida. A un diputado: quiero un voto, y os consolido, y el diputado se consolida. A algún militar elevado: sedme fiel y os consolido, el militar se consolida. A un escritor: silencio y os consolido y el escritor se calla.
Y esto se sabe, esto se sabía, esto se hablaba públicamente, se conocen los agentes, los testigos, las fórmulas, las cantidades, las fortunas, los hombres tímidos se decían: todos roban, --todos reciben-- no seamos imbéciles, consolidemos. Y la deuda era de diez millones, y fue de 15, fue de 20, fue de 30, y la deuda interna del Perú aún no ha sido reconocida en toda su extensión; y el Gobierno presidía tranquilo una orquesta infernal y envuelto en su coro se decía: después de mí, el diluvio. Pero las aguas suben y esas aguas se acrecientan con lágrimas, con sangre y con el honor nacional, con la ruina de la Nación que se sumerge en el naufragio, hasta que vistes, oh Baltazar del Perú, las letras de la amenaza fulgurantes, escritas por la mano de Elías. Entonces quisisteis encubrir, entonces temblasteis, no os considerasteis seguro; violasteis toda ley aprisionando al escritor y, no satisfecho con esto, pedisteis al Congreso facultades omnímodas, y ese Congreso consolidado casi todo --o corrompido con oropeles de cuatro o seis diputados-- votó lo que pedíais.
Se ha visto, pues, a una Nación que marchaba, que salía del seno de la paz interior y exterior, indisponerse con Colombia, herir por la espalda al Ecuador, y después sacrificar a su cómplice; se ha visto al Perú en manos de Echenique, sembrando la revolución en Bolivia, pisando el territorio boliviano sin declaratoria de guerra; hemos visto los ingentes tesoros nacionales empleados en el juego de los vicios, en sostener caudillos, en formar la coalición oligárquica del guano. La Nación comprometiendo su crédito presente y futuro, su buena fe internacional y algunos cómplices formando fortunas colosales: los valles áridos sin riego, los caminos abandonados, la mita pesando sobre el indígena, el esclavo esperando la redención prometida, la mendicidad en las calles; las enfermedades diezmando la población, la educación primaria entregada al influjo creciente del jesuitismo.
Pero lo que sorprende, lo que sólo pudo haberse visto en los tiempos del bajo imperio de Luis XV, es la depravación del carácter de los individuos, es la desaparición del sentimiento de lo justo y de lo injusto; es la indiferencia entre el bien y el mal; es la tranquilidad en la ignominia, es el cambio traidor de las palabras.
Se habla de asesinato, de expoliación, de robo, de prevaricato y se acata, se saluda, se recibe, se acaricia al que llaman ladrón, asesino o traidor.
No hay ni se puede tener fe en la palabra de los hombres del gobierno; y esa inmoralidad cundía, el ejemplo corruptor se infiltraba en las venas sociales, y la juventud, o por lo menos una generación, es impotente para el bien.
Todo pueblo tiene necesidad de reformas.
Unos exigen las reformas en la esfera política, otros en la religión, otros en las costumbres, en la administración, en la industria, en el trabajo. El Perú es el país que necesita de todas ellas. Todas las cuestiones palpitan, todos los problemas se presentan. Desde el clamor de las razas; desde el silencio triste del indio hasta la organización de las municipalidades, todo exige movimiento y clama por la reforma. El hombre de corazón que desembarca en vuestras costas, para bajo el pórtico donde se lee en grande letras: República Peruana. Pero al examinar el edificio social lo vemos sostenido en dos columnas levantadas con la sangre y el vilipendio de nuestros hermanos.
Una de estas columnas es la esclavitud, la otra es la capitación.
La ciudadanía es limitada; el derecho electoral, limitado; la elegibilidad, limitada, y no sólo el derecho es exclusivo a una raza, sino que en la misma raza hay demarcaciones.
Las garantías de la libertad pueden desaparecer y desaparecen a la voz del Ejecutivo.
El sistema de impuesto es falso y complicado.
Desigualdad en la ley. El indio, el pobre es forzado para ser soldado. El indio sufre la capitación. La contribución indirecta pesa sobre el pobre.
Centralización despótica. Ausencia de municipalidades.
Ausencia de Guardia Nacional.
La justicia es conocida con el nombre de la injusticia.
No hay prensa libre, no hay asociaciones.
La educación jesuítica domina.
Pero todo sería algún tanto soportable si la moralidad de los hombres reemplazare lo incompleto o lo falso de las instituciones, ¿pero qué hacer cuando la indolencia ha llegado a ser tradicional?, ¿qué hacer cuando las antiguas ideas monárquicas imperan, cuando los hábitos de la ociosidad dominan, cuando el juego es la principal ocupación de los magnates? Y si hay un hombre que descuella por su saber y su virtud como el señor Vigil, ése será una isla en el mar de la corrupción.
Ahora, si a esos gérmenes de atraso y de esclavitud no se opone la barrera del ejemplo, de la educación y de la reforma, sino que, por el contrario, se toca llamada general a todos los vicios y viciosos, y se les entroniza en el palacio, se les coloca en los poderes, magistraturas y empleos, y si el Congreso por boca de un diputado aprueba altamente todo lo ejecutado por el Ejecutivo; si se compra o se intimida al jurado; si se castiga toda palabra o acto de independencia o de virtud; si se liberta presidiarios porque son buenos instrumentos para fines ocultos; si los ladrones y asesinos que pueden hacerse temer o ser útiles andan en completa libertad; si se gastan 100.000 pesos mensuales en espionaje, en corrupción, en fomentar delaciones y calumnias; si se expatría violentamente, sin juicio, a hombres como el señor Quirós, porque se dijo que su hijo había comprado fusiles, y se viola el domicilio, el secreto de sus papeles y se le aventa sin recursos no se sabe dónde, causando muerte de su esposa; si las cárceles se llenan de patriotas, si no hay protesta, garantía que valga contra una calumnia; si se asesina en Saraja, después de eso que llaman triunfo, y satisfacen su ira contra las murallas, ventanas y viñas del señor Elías; si se asesina en el Departamento de La Libertad a 30 personas inermes entre ellas ancianos, mujeres y niños; si se organiza en Lima una pandilla pronta a ejecutar un San Bartolomé con los patriotas; si la autoridad se presenta donde quiera con el puñal en una mano y la bolsa en la otra, como un bandido para exigir el honor o el silencio del alma indignada y decirle: elige, o la violencia cae sobre ti, o recibes el galardón de tu infamia; si no se piensa en ley, en justicia, en reforma, en cumplir las promesas hechas a los pueblos; en reformar la Constitución, en organizar las municipalidades republicanas, la Guardia Nacional, en castigar el impudor, en fomentar la moralidad, en libertar la industria; y sólo se piensa en explotar, en expoliar a la infeliz Nación, en llenarla de ignominia hasta oír en Londres decir en un meeting, que el gobierno del Perú no tenía fe y retirarle su confianza; si sólo se piensa en la avaricia, y en medio de la tempestad que sacude la nave del Estado, el comandante manda a arrojar al agua, la ley, la moralidad, el honor, si sólo reserva y asegura sus talegas en la conversión, ¿qué hacer, qué pensar, qué decir? Un pensamiento peruano, un sentimiento, un hecho --La Revolución--.
Y jamás desde que el mundo es mundo no ha habido revolución más justa, revolución más necesaria, revolución más indispensable.
No sólo es la revolución de las ideas de justicia contra la injusticia establecida; no sólo es la revolución de las costumbres viriles y morales contra los hábitos de ociosidad y depravación; no sólo es la revolución del progreso contra el atraso; de la riqueza nacional contra la explotación de la aristocracia, del honor. Es, además, peruanos, la revolución de la honradez contra la consolidación del robo.
Gloria y bendición a las víctimas inmoladas ya por la más justa de las causas. Ciudadanos de Ica y del Departamento de La Libertad, gloria a vosotros por la iniciación y vuestra constancia contra el Gobierno. Elías y Goiburu han merecido bien de vuestra Patria. Una corona cívica para el pueblo de Arequipa y para los habitantes del sur de la República. Castilla apareció, símbolo del patriotismo y de la honradez, y la revolución tuvo su caudillo, y las huestes del opresor se ahuyentaron tan sólo a su presencia.
En el interior, Castilla es victorioso, y en el día, la consolidación del robo sólo cuenta con el ejército y su obediencia ciega.
El ejército debe ser obediente. ¿Pero es acaso ilimitada esta obediencia? ¿El ejército pertenece a una pandilla ejecutiva o pertenece a la Nación? ¿Son esos soldados y oficiales extranjeros asalariados, o son peruanosciudadanos? ¿Debe el militar abdicar totalmente su razón y su conciencia hasta el punto de no ver a la Nación y la justicia por un lado, y la opresión y la deshonra por el otro? ¿Debe el militar herir y derramar incesantemente la sangre de sus hermanos, y hacer una campaña contra todos los pueblos, pasar, vencer y tener que volver a apagar el incendio que de nuevo se levanta? Si así fuese, entre el militar y el verdugo no habría diferencia. O romped vuestras espaldas, militares de honor, o derribad a ese gobierno.
En toda la vida del Perú, desde la conquista hasta nuestros días, jamás había presentado la nación un espectáculo semejante. El Perú conquistó su independencia con ejércitos, cambio de gobiernos y sistemas con ejércitos. Las conspiraciones, insurrecciones, revoluciones, anarquía, despotismo han sido la obra de caudillos secundados por soldados. Hoy el destino del Perú parece que va a cambiarse y, por la vez primera, el imperio de la voz soberana de la nación que se levanta. Esto es bello, esto abre las puertas a la esperanza, esto anuncia que el letargo monárquico termina y que empieza la conciencia de la República a surgir.
En ningún tiempo, tampoco, el peligro habría sido mayor; en ningún tiempo, se había formado una liga más espantosa contra la moralidad; en ningún tiempo se había visto como hoy la desaparición de la conciencia; jamás se había visto una fusión más criminal, de lo justo y de lo injusto; jamás se había abusado con más impudor de la indolencia de los pueblos; ¿y en qué tiempo se había desafiado con más hipocresía a la verdad? ¿en qué momento de la vida americana el vicio, el crimen habían atentado con más audacia su réproba frente e insultado el buen sentido de los pueblos? Hemos visto unidas la pequeñez y la envidia de los villorrios, la astucia de los rateros, la osadía del bandido, y el cinismo de los ateos renegados.
¡Qué lección, qué ejemplo para las generaciones venideras! ¡Y ellos reían y cantaban! Algunas veces, algunos rumores intentaron inquietarlos. No hay cuidado se decían, tenemos el ejército. Organicemos bien esa máquina humana, vistámosla, adornémosla, démosle bastante para comer, buen sueldo, galones, ascensos, y riamos de la justicia y de los pueblos.
¿Lo oís soldados? ¡Y ellos reían y cantaban! Con todo, algunos huyen, piden embajadas, empleos, conversión, retiro, porque han sentido el crujir de la nave, porque han visto bajar el barómetro político bajo el peso de la atmósfera enviciada.
Pero el ruido aumenta, hoy es Ica que se incendia: apáguese en la sangre. Mañana es Cajamarca, Chiclayo, San Pedro, es Pasco, es Junín, es el Valle de Ica que vuelve a levantarse y allá se envía la máquina que apague con sangre de peruanos. La insurrección es vencida, y la insurrección renace. El Gobierno empieza a sentir el vértigo, los vapores sudan, los batallones se cruzan, las olas de la revolución se aumentan y parecen amenazar a Lima; entonces se forma un ejército de espías, un club de fascinerosos prontos a desencadenarlos en el último momento.
Reina el terror, se aprisiona, se destierra, se viola el domicilio, hasta que por fin se oye la voz de Arequipa, capitaneando la revolución del Sur de la República. Órdenes de sangre y fuego se despiden, se envía a un gran capitán con lo florido del ejército y a los pocos días vemos volver al capitán y sus soldados menos los caballos.
¿Qué ha sucedido? ¿Ha habido batalla, derrota o victoria? No. Nada de eso. Ha sido la aparición majestuosa de la nación que con el látigo en manos de Castilla se aparece para arrojar de la Patria a los ladrones. Y el capitán y el ejército retroceden magnetizados. Es la victoria del espíritu sobre la fuerza bruta. Que el que tenga oídos para oír oiga; que el que tenga ojos para ver, vea.
``¿No está escrito: mi casa será llamada la casa de la oración para todas las naciones? Pero vosotros, la habéis cambiado en cueva de ladrones''.
Tal ha sido la palabra de los pueblos, así lo dicen sus actas. La Nación ha empuñado el azote y ha empezado a flagelar a los ladrones.
La revolución triunfará. La razón se niega, el corazón se resiste, la imaginación no alcanza a suponer el triunfo y la consolidación del robo.
Imaginarse los pueblos vencidos, imaginarse el desarrollo y la autoridad que adquiriría ese gobierno y su influencia trascendental sobre la vida del Perú y en el continente americano es, desde hoy, sepultarse vivos en un sepulcro a ser pasto de gusanos, con un epitafio de infamia.
La revolución triunfará. Me queda tan sólo que dirigir mis votos al espíritu del pueblo vencedor, reunido en sus futuros comicios.
Es la revolución de la honradez. Seguid el instinto de vuestra conciencia exaltada y conspiraréis con la Providencia para el bien presente y el futuro de vuestras generaciones.
No más partidos de hombres; no más caudillos sanguijuelas de vuestro sudor y vuestra sangre.
No más constituciones falaces de facultades extraordinarias que hacen a las Repúblicas americanas muy inferiores a las monarquías constitucionales de la Europa.
No olvidéis el deber perpetuo y la promesa jurada de redimir al esclavo y al indio.
No olvidéis al hijo del imperio de Confucio, el despreciado chino. Él no tiene cónsules, ni ministros, no tiene protectores, no tiene palabra para comunicarse con nosotros. Ellos trabajan y se adaptan a todo trabajo y al más rudo, y sólo nos llega la voz de sus dolores con el espectáculo frecuente del suicidio. Seamos los procuradores de esa raza desgraciada.
Es la revolución de la honradez --echad una mirada sobre los tribunales de justicia--.
Es la revolución del pueblo --que sea para el pueblo. Organizad el crédito nacional--.
Es la revolución del pueblo --que el pueblo gobierne; que el pueblo administre-- dadle sus municipalidades; que el pueblo se arme --organizad la Guardia Nacional.
Es la revolución de la virtud --mirad al jesuita; es la revolución de la libertad, santificad todas las manifestaciones del derecho-- la inviolabilidad de la persona y propiedad, el derecho de asociación y la tribuna del siglo, la prensa.
Y vuestra alma ensanchada, abrirá las fronteras de la Patria al comercio libre y al extranjero.
Quedará, sin duda, entre las sombras acechando el espíritu de Roma. La solución la tenéis en vuestras manos. Que la Iglesia se avenga como quiera. Que se ocupe de las campanas y procesiones si lo queréis; pero retiradle la renta, porque el dinero del pueblo pertenece a la libertad y no a la cátedra, al ejemplo, a la experiencia del perpetuo servilismo.
Ésta es la obra de la redención. Habéis entrado en ella, tened la audacia de no volver atrás a pesar de la tormenta o del tumulto, hasta no divisar la tierra prometida. Es para esta obra que todo lo noble del corazón humano debe prepararse, que los hombres honrados deben constituirse en sacerdotes; es para esta obra que la juventud debe apelar a su entusiasmo, los viejos de la independencia a sus recuerdos. Y la razón a Dios, fuente de toda verdad.
Francisco Bilbao Guayaquil, abril de 1854 (en: El Triunfo del Pueblo. Cusco, 24 de mayo de 1854: 4446) ; ;
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