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ESTUDIOS RELIGIOSOS
[02-May-2008]

INTRODUCCIÓN

No es para vosotros, filósofos, hombres de ciencia, hombres de espíritu libre a quienes este libro se dirige; no necesitáis se os demuestre la existencia de la luz.

No a vosotros, sacerdotes, jerarquías eclesiásticas, frailes, clérigos, jesuitas, que vivís del altar y de la ofrenda, y de la explotación de la ignorancia: no hay raciocinio contra el oro.

No a vosotros, católicos que se llaman ilustrados y que jamás pueden dar una razón de su fe, que vivís en el seno de sociedades católicas guardando el decorum de vuestra hipocresía o vuestra insuficiencia: no hay argumento contra la fatuidad interesada.

No a vosotros gobernantes, empleados, ambiciosos, negociadores de herencias y testamentos, gerentes de conventos, pecadores que buscan la absolución en la servil obediencia: no hay convicción contra el egoísmo, el remordimiento revestido de la caridad divina.

¿A quien os dirigís entonces? A todo hombre de corazón sincero, aunque sea católico.

A la juventud, a las generaciones que se alzan ansiosas de verdad y la buscan.

Al artesano, al trabajador de las poblaciones que puede consagrar una hora de sus honradas horas al cultivo de su inteligencia, y a ti, indirectamente proletario, campesino, gancho, roto, plebeyo, por medio de los que pueden hacer llegar la luz a tu mente, y el bienestar a tu vida incierta y vaga.

No es este un libro rigurosamente científico, porque aspiro a que sea popular; pero todo lo afirmado o negado será justificado y puesto al alcance de todos. No es un libro de partido, porque es un libro de totalidad. El hombre y la sociedad son un todo, puede decirse, indivisible y solidario. Creencia dogmática, religión y política: política y economía son solidarias.

Tal dogma ha de producir tal política, tal sociabilidad. ¿Queréis reformas en política? Ved si pueden armonizarse con el origen católico.

¿Queréis reformas en la administración, en la distribución de la tierra, en la repartición de los productos? Ved si pueden armonizarse con la centralización romana, con la igualdad humana, con el dogma ciego de la obediencia servil al despotismo del capital, ode los grandes poseedores del continente.

Fluctuamos en la regeneración política, porque no hemos hecho revolución en el dogma religioso. No hay política sólida, no hay libertad garantida y consolidada sino se apoya en la libertad del individuo soberano en su pensamiento y en sus actos. Un pueblo que reforma en política sobre el terreno sembrado por el catolicismo cosechará jesuitismo, explotación y embrutecimiento.

Es, pues, una obra grandiosa de verdad y caridad, cooperar a la extirpación de las religiones esclavizantes.

Es una obra de sublime profecía, cooperar al advenimiento de la purificación de todo un continente, extinguiendo el error, demoliendo sus guaridas y levantando sobre las ruinas del viejo templo la escuela de la verdad, de la emancipación y de la justicia.

LA REVELACIÓN .I.

El hombre debe creer lo que yo enseño: he ahí la fórmula teológica y práctica de las religiones que se llaman reveladas. Con esa fórmula se somete el mundo de las inteligencias. Es el despotismo dogmático.

El hombredebehacer lo queyomando:he ahí la fórmula moral ypolítica que como consecuencia lógica de la primera, completa la autocracia de las iglesias, y la servidumbre de los pueblos. Es el despotismo moral, político, y social.

El hombre debe creer lo que él mismo juzgue verdadero. He ahí la fórmula de la filosofía. Con esa fórmula se emancipa el mundode las inteligencias.

Es la libertad dogmática.

El hombre debe hacer lo justo. He ahí la fórmula moral y política que, como consecuencia lógica de la anterior, completa la soberanía del hombre y de los pueblos. Es la libertad moral, política y social.

La lucha, la gran polémica, es la que existe entre las revelaciones y la filosofía.

Las religiones que se llaman reveladas dicen que la verdad viene de Dios.

La filosofía dice lo mismo, o mejor, que la verdad es lo que es, y que venga, o no venga, la verdad es; y la primer verdad, en el orden cronológico del pensamiento, es la afirmación del sujeto que piensa.

Pero las religiones dicen que Dios ha revelado la verdad a unos hombres que se llaman reveladores. De ahí sale esta consecuencia terrible: la palabra de los reveladores es la palabra de Dios.

O en otros términos: el revelador es el órgano de Dios. ¿Habrá poder igual sobre la tierra? ¿Quién no ve en esa creencia la fuente de todo despotismo? Y la Filosofía dice: ¿qué prueba, qué razón me dais para que os crea? Vuestra palabra y nada más que vuestra palabra; vuestra afirmación y nada más que vuestra afirmación. Si decís que Dios os habló en el Sinaí, en tal año, nosotros os decimos que Dios nos habla todos los días en la conciencia y la razón.

Las religiones dicen: Dios nos reveló, sobrenatural y milagrosamente. La revelación de la filosofía es natural y universal.

Entonces, la cuestión entre el catolicismo, o toda religión que se dice revelada, y la filosofía, se plantea de este modo: Nuestra revelación, es sobrenatural.

El orden sobrenatural, es milagroso.

El milagro, es la base de nuestro sistema religioso. Sin milagro no hay catolicismo.

La revelación supone un orden sobrenatural.

El orden sobrenatural supone el milagro.

El milagro es, pues, el fundamento de la cuestión.

Revelación es una comunicación extraordinaria y milagrosa de Dios a un hombre, o a ciertos hombres, que por esto se llaman reveladores.

Buda, o Sakkia­Mouni, Moisés, Jesús, Mahoma, etc., y otros muchos personajes, reveladores son llamados.

Procuremos entendernos bien sobre el significado de la palabra, o sobre la acepción que tiene en la presente materia.

Webster define así lo que es revelación: ``el acto de abrir o descubrir a otros lo que antes les era desconocido; propiamente, el descubrimiento o comunicación de verdad a los hombres por Dios mismo, o por sus agentes autorizados, los profetas y apóstoles''.

Es claro que sólo la última acepción es la ortodoxa. Así lo entiende el catolicismo, y es en ese sentido que la aceptamos para la discusión, porque descubrir a otros lo desconocido, es de todo maestro y lo propio de toda enseñanza, en lo cual no hay nada de sobrenatural y milagroso.

Tampoco aceptamos en este momento la segunda acepción de Webster, porque la filosofía puede aceptar que Dios comunica a todos los hombres la verdad, por la constitución misma de la razón, en la cual nada hay de sobrenatural, sino que, al contrario, es lo más natural. Resta, pues, la tercera acepción.

Bercherelle define: ``revelación; del latín revelo, compuesto de re, y de velum, velo, como quien dice descorrer el velo que ocultaba una cosa, para manifestarla y exponerla''.

Es la definición etimológica que puede aplicarse a todo descubrimiento y enseñanza.

La revelación, repetimos, en su significación católica, que es en la que vamos a emplearla, es, pues, sirviéndonos de las aclaraciones anteriores, el descubrimiento, comunicación, enseñanza de dogmas, principios, leyes, hechos pasados o futuros, teorías o doctrinas, hecho directamente por Dios mismo a personas determinadas, que según la creencia católica han sido autorizadas para enseñar, instituir, gobernar o ejecutar.

¿Es esto natural, o sobrenatural? La Iglesia Católica afirma a boca llena, que la revelación es sobrenatural.

Aquí haremos una anticipación, interrumpiendo la ilación de las ideas de este capítulo para hacer una advertencia. Todo lo fundamental que la Iglesia dice haberle sido sobrenaturalmente revelado, era conocido; y es conocido en regiones donde no ha penetrado el catolicismo. Dios, la creación, el diluvio, el origen de las razas, el bien y el mal, la moral, el amor, la inmortalidad del alma, las penas y recompensas futuras, todo esto forma el patrimonio de la humanidad y no ha sido manifestado por la revelación católica.

En la mitología griega hay hechos para todas las ideas del catolicismo: unidad de Dios, pluralidad de agentes secundarios, Minerva, el verbo, el hijo de la inteligencia de Júpiter que nace sin mancilla, la trinidad, la caída, la regeneración, el mesianismo, todo tiene en la mitología griega su hecho mítico, es decir, su historia, o su teoría encarnada en un hecho. No tiene el catolicismo una idea más grandiosa que la encerrada en el mito de Prometeo. El catolicismo, que es un eclecticismo de ideas budistas, pérsicas, caldeas, egipcias, griegas, nada ha descubierto, no tiene ninguna originalidad que merezca llamarse revelada. Curioso trabajo sería la revelación de sus plagios. Y entonces, ¿para qué sostiene su doctrina como revelada? Para darse la autoridad teocrática. Tal es el fondo de la cuestión. ¿A quién le ocurre que para probar que dos y dos son cuatro, es necesario apelar a una revelación milagrosa? A nadie. Pues las verdades eternas de la moral están en el mismo caso. Apelar a seres, otro sistema de existencias a que pudiese aplicarse.

Si se quiere decir que ese orden es un tercero, intermediario entre Dios y la naturaleza y la naturaleza y participando de ambos, quedaría sometido a las mismas objeciones que han sepultado la hipótesis del mediador plástico, inventado para explicar las relaciones del espíritu y del cuerpo. Se suponía que ese mediador participaba del cuerpo y del espíritu y que poseyendo ambas cualidades, sustancias o formas de la sustancia, relacionaba con el espíritu por la parte espiritual y con el cuerpo por la parte corporal que contenía. Pero ¿quién no ve, como se ha probado en las aulas, que la cuestión y la dificultad queda en el mismo punto? ¿Cómo se verifica en el mismo mediador esa unión de la materia y del espíritu? La invención de un orden sobrenatural intermediario, vendría a ser la invención de un mediador plástico entre Dios y la naturaleza.

Otra objeción.

Dios obra sobre la naturaleza. ¿Quédificultad hay en suponer que establezca un orden sobrenatural? Aquí se juega con la palabra sobre, tomándola en dos sentidos y cometiendo un sofisma digno de la escolástica. Obrar sobre la naturaleza no tiene nada de particular. El hombre mismo obra sobre la naturaleza. Pero sobrenatural, en el segundo sentido, quiere decir, contra la misma naturaleza o másallá, fuerade la naturaleza, yyahemos rebatido esta objeción.

Ahora presentamos otra objeción.

¿Cómo se puede obrar sobre la naturaleza? O la naturaleza tiene acción sobre sí misma, acción eterna y autónoma, como dicen panteístas, dualistas y aun ateos, aunque en diferentes acepciones, o Dios obra sobre ella.

Apartemos la primera hipótesis, y veamos aceptando la segunda, si la acción de Dios puede ser sobrenatural.

Todo lo que haga el Ser Supremo es natural a su esencia: asentamos esta proposición como un axioma. Todo lo que hace Dios es divino. ¿Puede hacer algo de sobredivino? Plantear la cuestión es resolverla.

¿Puede hacer algo de sobrenatural a su esencia, de sobrenatural a la naturaleza que ha creado? Plantear la cuestión es resolverla.

Así pues, lo sobrenatural, no pudiendo ser ni divino, ni natural, ni más allá, ni más acá, ni más arriba, ni más abajo del orden creado o establecido ab eterno en la concepción o acto de la divinidad, sobrenatural no puede significar sino algo de contrario a la naturaleza, algo contrario al orden divino establecido. En esta acepción no conocemos sino el crimen. El crimen es un verdadero orden sobrenatural.

Y el catolicismo sosteniendo que el orden sobrenatural es un orden contrario a las leyes naturales, y nohabiendo fuera del crimen otro orden contrario, la cuestión del orden sobrenatural se reduce a lo que se llama milagro.

Así, la revolución es sobrenatural. Lo sobrenatural supone la violación de las leyes naturales.

Esta violación es el milagro.

Luego, la revelación no pudiendo existir sin milagro, no hay revelación sin una violación de las leyes naturales, que el mismo Dios ha establecido.

¿Es posible esta violación? He ahí la primera cuestión.

III. EL MILAGRO.

Todo el edificio de las revelaciones estriba en el milagro. ¿Qué es milagro? Nosotros definimos la idea del milagro (porque la realidad no existe) con una sola palabra: el deicidio. El milagro es el deicidio.

Vamos a explicarnos. No hay milagro sin violación de una ley natural. La ley natural es la manifestación del mismo Dios en la forma de los seres. Si Dios, que hizo graves a los cuerpos, los despojase de esa ley, destruiría la esencia misma de la materia; y destruir la esencia de la naturaleza es anonadar su sustancia. Sería lo mismo que crear para volver a la nada. La materia es ser y ningún ser puede dejar de ser: axioma. La materia es ser, es sustancia, y no hay ser, ni sustancia que no sea o emanación, o participación más bien, o aspecto, o forma limitada de la sustancia infinita. Suponer, pues, que Dios aniquila un ser, que anonada su sustancia, disipa su forma, o destruye su esencia, es suponer que Dios puede aniquilar una parte de su ser, anonadar una manifestación de su sustancia, contrariarse a sí mismo alterando la forma eterna de la idea.

Todo esto es despojar a la idea del Ser omnisciente, a la idea de la perfección de Dios, de las condiciones mismas, de los atributos esenciales de la naturaleza divina. Todo esto es destruir la idea de la divinidad. Es por esto que el milagro, violando las leyes eternas del ser y de los seres, viene a ser un deicidio.

Más adelante esto mismo recibirá más aclaración y confirmación.

Veamos qué es lo que significa la palabra milagro, y la acepción católica ortodoxa.

Dice Bescherelle: ``milagro, del latín miraculum, derivado de mirari admirar. Acto del poder divino, contrario a las leyes conocidas de la naturaleza''.

Locke, que era cristiano, define el milagro: ``es como una operación sensible que siendo superior a la comprensión del espectador, y (en su opinión) contraria al curso establecido de la naturaleza, es considerada por él como divina''. 3 El sabio Locke, toma en cuenta la comprensión del espectador o como diría el señor Littré 4 , traductor de Strauss, el milagro dependía del estado psicológico del espectador. Pero acepciones son éstas, que aunque verdaderas, (pues lo que los hombres han llamado milagro, no ha sido otra cosa, sino fenómenos o hechos, cuya causa no conocían, o cuya explicación no acertaban por su ignorancia, recurriendo entonces a un poder divino que todo lo explicaba) acepciones son éstas, que no son católicas, pues aceptadas, el milagro desaparecería o sería el equivalente de la admiración del ignorante.

Webster define el milagro: ``en teología, un acontecimiento o efecto contrario a la constitución y curso establecido de las cosas, o una desviación de las leyes conocidas de la naturaleza; un acontecimiento sobrenatural''.

Bescherelle abre campo a la discusión sobre la palabra milagro, al decir, contrario a las leyes conocidas de la naturaleza, porque entonces, conocida la ley, desaparece el milagro y esto es contrario a la acepción católica, que establece el milagro como radicalmente contrario a las leyes naturales. En prueba de ello, he aquí la opinión del abate Moigno, hombre entendido en teología y ciencias naturales: ``¿en qué consiste el milagro de Gedeón, referido en el libro de los Jueces VI, 37, 38? El milagro operado por Dios, a petición de Gedeón, consiste: 1° en que, la primera noche, el vellón sólo se mojaba, mientras que todo el suelo había quedado seco; 2° en que la segunda noche, al contrario, el vellón había quedado seco mientras que todo el suelo estaba cubierto de rocío.

¿En qué son sobrenaturales estos fenómenos y constituyen un milagro? En el orden natural, y como lo prueba la experiencia diaria, la hierba y el vellón debían haberse cubierto a la vez de rocío; lo contrario, es decir, la falta de rocío sobre el suelo, en la primera noche, la falta de rocío en el vellón en la segunda noche, no ha podido pues tener lugar sin una derogación de las leyes de la naturaleza, siempre posible a Dios. Según la grande y bella expresión de San Agustín, el milagro es el lenguaje de Dios, la única vía por la cual pueda manifestar ostensiblemente sus voluntades a sus criaturas inteligentes. Negar la posibilidad del milagro es hacer de Dios un ídolo mudo e impotente, negar la realidad del milagro es negar la revelación, la misión divina de Moisés y de Jesucristo''. 5 Creemos, pues, ser exactos y expresar perfectamente la opinión católica diciendo: milagro es la violación de una ley natural. Tal es la esencia de la acepción católica de la palabra milagro.

¿Puede suceder tal cosa? Bajo ningún aspecto y la demostración es evidente.

La creencia en el milagro supone la idea de un Dios, que no sólo cambia de ideas, sino que se contradice a sí mismo. Decir con San Agustín y el abate Moigno, que el milagro es la única vía por la cual pueda Dios manifestar ostensiblemente sus voluntades, es decir, que Dios sólo por la contradicción puede revelarse ostensiblemente.

La consecuencia es terrible, pero es de una lógica irrefutable. ¿A qué se reduce entonces la bella argumentación que prueba la existencia de Dios, por el espectáculo de la sublime armonía y de la eterna concordancia de las cosas? ¿Y vosotros todos, sabios de primer orden, genios que ilumináis la humanidad, revelando, demostrando la sabiduría del Ser Supremo en todo momento del tiempo, en todo punto del espacio, en todo movimiento de los seres? ¡Cuán errados camináis en la senda del orden inmutable de las leyes, cuan engañados estáis creyendo ver la mano de Dios en la armonía, en el número y medida que gobierna y pesa desde ab eterno el átomo y la inmensidad en la misma balanza de justicia! No, Dios no se nos ha revelado en las maravillas de la naturaleza, en la descomposición de la luz, en la organización del animal, en la música del firmamento, en la sublimidad de la conciencia invariable de lo justo. Errabais. Dios no se revela ostensiblemente a sus criaturas inteligentes, sino derogando su sabiduría, instigando a la razón del hombre, contradiciéndose a sí mismo rompiendo la armonía de las existencias, desmintiendo el orden eterno establecido. He ahí a donde llegáis, vosotros, los que en vuestro deseo de humillaros y de humillar a la razón, hacéis descender al Dios, que es la razón absoluta, y al hombre su divino reflejo, a la categoría de juglares.

Goethe, el Júpiter literario del siglo XIX, coronado con la triple corona del genio filosófico, de todo el saber de su edad, y del genio poético, ha pronunciado estas palabras verdaderamente sacramentales: ``tú consideras'', escribía Goethe a Lavater, ``al Evangelio como la verdad más divina. En cuanto a mí, una voz del cielo mismo, no me persuadiría que el agua quema, que el fuego hiela, o que los muertos resucitan. Juzgo más bien todo esto como una blasfemia contra el gran Dios y contra su revelación en la naturaleza''. (Correspondencia de Lavater. 178) 6 ¿Qué más se puede agregar? Para todo hombre que piensa y estudia, esas palabras serían más que suficientes para sacarlo del error grosero, o de la creencia en el milagro, pero nosotros escribimos con el objeto de convertir a los católicos y es por eso que vamos a seguir al error en todas sus manifestaciones y acosarlo en los tenebrosos recónditos de la inteligencia por tantos siglos engañada.

Vamos a desenvolver otro aspecto de la cuestión bajo la forma de un diálogo entre el Dios­católico y la razón del hombre.

El Dios­católico: --¿No crees que el poder de hacer milagros revela mi omnipotencia? La Razón: --Porque es suponer la contradicción en Dios. Y un Dios que se contradice no es omnisciente, no es el verdadero Dios.

El Dios­católico: --¿Y en qué te fundas para asignar a Dios una ley, una norma? La Razón: --En la razón. La misma razón que me revela a Dios, me lo revela con sus atributos inmutables, con sus leyes eternas, con la invariabilidad de su pensamiento, con la persistencia de su voluntad.

El Dios­católico: --¿Y no crees que un ser que ha establecido que el fuego queme, pueda hacer que el fuego hiele? La Razón: --No. Porque para hacer que el fuego helase, sería necesario cambiar o destruir sus calidades esenciales. La destrucción de las calidades esenciales de las cosas equivale a la anihilación de la sustancia. La anihilación de la sustancia te es imposible, porque la sustancia es el Ser, es Dios en la eternidad viva. Si Dios pudiese hacer que el fuego helase, se suicidaría, no habría obstáculo para que dejase de ser lo que es.

El Dios­católico: --Pero todas esas afirmaciones y demostraciones son obra de tu razón.

¿Quién no te dice, que tu razón te engaña? La Razón: --Si la razón me engaña en la visión de lo necesario y absoluto, ¿quién no me dice que Dios no existe? Si creo en Dios, es por mi razón. Si mi razón no debe creerse a sí misma, ¿por qué te diriges a mi razón? ¿Tienes algún otro medio de entenderte conmigo? Escucha lo que dijo el sabio Locke, que era cristiano y que creía en el milagro como una manifestación divina para revelar cosas razonables y necesarias que los hombres no pudiesen por sus medios alcanzar.

``Ninguna misión puede ser considerada como divina, si abandona algo que derogue el honor del uno, solo, verdadero, invisible Dios; o que contradiga a la religión natural y a las reglas de la moralidad: porque Dios habiendo descubierto a los hombres la unidad y majestad de su eterna divinidad, y las verdades de la religión natural y moralidad por la luz de la razón, no se le puede suponer establezca lo contrario por revelación; porque esto sería destruir la evidencia y el uso de la razón, sin la cual los hombres no pueden ser capaces de distinguir la revelación divina de las imposturas diabólicas''. 7 El Dios­católico: --Me dirijo a tu razón para que obedezca y crea lo que yo quiero que crea.

La razón: --¡Para que obedezca! Está bien.

Pero ¿por qué debo obedecer? ¿No es verdad que si debo obedecer y si debo creer lo que quieras, debo creer en una razón por la cual debo obedecer y creer lo que quieras? El Dios­católico: --No. Cree sin razón, porque yo lo mando.

La Razón: --Pero al decirme que crea porque lo mandas, me das una razón y es que debo obedecer a ciegas o contra mi razón porque así mandas. Esto es suponer en ti una autoridad que debe ser obedecida.

El Dios­católico: --Sí. Porque lo mando, y nada más que porque lo mando.

La Razón: --Es claro, pues, que al ordenarme, reconoces que yo debo reconocer la obligación de obedecerte.

El Dios­católico: --Sí, la obligación de obedecerme.

La Razón: --Pero al reconocer yo que tengo obligación de obedecerte, es a mi razón a quien te diriges, es de mi razón de quien exiges el reconocimiento de esa obligación.

El Dios­católico: --Sí.

La Razón: --Entonces tienes que dejar subsistente mi razón para que pueda obedecerte. De otro modo no podría obedecerte y desaparecería como criatura racional.

El Dios­católico: --Sí.

La Razón: --Luego, si mi razón subsiste aun para obedecer a tu mandato absoluto, mi razón con las nociones esenciales que la constituyen es absolutamente indispensable aun para el acto de obediencia.

El Dios católico: --Sí.

La Razón: --Entonces mi razón es soberana.

Al obedecerte es porque reconozco que debo obedecerte. Y si llego a reconocer por las nociones mismas de la razón, que la idea de Dios no es compatible con la idea de un déspota, que la idea de Dios, tal cual Dios mismo la revela en la razón es contradictoria con la idea de un Dios apasionado, iracundo, injusto, en oposición a las ideas eternas de lo justo, entonces mi razón te dice, Dios­católico, que no eres sino la creación de la mentira.

El Dios­católico: --¡Blasfemia! La Razón: --¡No hay blasfemia contra el Ser Supremo, que se revela en la naturaleza, la razón y la conciencia, pero sí negación de tu poder mentido, fantasma sangriento de los sacerdocios, Dios de Torquemada y de Loyola! El Dios­católico: --Blasfemas, porque quieres aplicar a Dios tus ideas de lo justo y de lo injusto, de lo racional y de lo absurdo. Pero yo, el Dios­católico, estoy más arriba de lo justo y de lo injusto, y puedo convertir lo racional en absurdo, y lo absurdo en racional. Yo ``hago loco el saber de este mundo''. (Pablo) La Razón: --Dices que las ideas de lo justo y de lo injusto, de lo racional y absurdo son mías. La idea de justicia es coeterna al Ser. Y si esa idea es mía y no es esa idea la visión del orden inmutable, yo sería entonces el creador de la justicia y si fuese el creador de la justicia sería Dios. La idea y la realidad de la justicia, la idea y la realidad del orden, la idea y la realidad del Ser justo e invariable, constituyen la esencia de la divinidad. Decir que puede convertir todo esto en lo contrario, que el cuadrado sea el círculo, el robo y la mentira en actos justos, el orden en el desorden, es decir, que la idea de Dios, puede ser la idea del no Ser. Si las ideas de la razón, no son la revelación de las necesidades eternas de las cosas, y si esas ideas pueden ser cambiadas, no hay necesidad eterna, no hay ser eterno, Dios es inútil. Así, no hay poder en la razón para destruir lo razonable, no hay poder en Dios para atacar su esencia invariable, no hay omnipotencia en el Ser para convertirse en la nada o suicidarse.

Dios no puede dejar de ser Dios. La razón no puede dejar de ser razonable. El orden es eterno.

Dios como omnisciente o que todo lo sabe, es invariable en su pensamiento. El milagro supone la contradicción en Dios. Dios como ley viva es la visión inmutable de lo justo. El milagro es la suposición de que la ley y la justicia pueden variar. Y si la ley y la justicia no pueden variar, yo, razón humana, que soy visión de la justicia, tengo en esa visión que me constituye, el poder y la autoridad de decir a quien quiera, al mismo Dios si fuese posible: si eres injusto, no te obedezco. Un Dios injusto sería inferior al Dios de mi razón. Si fuese posible un Dios injusto, mi conciencia sería superior a la de ese Dios y combatiría su poder despótico. Prometeo es, entre los griegos, el mito más sublime de la conciencia y de la personalidad indómita del justo, contra Júpiter, su divinidad, su Olimpo, su poder y su victoria. Prometeo es el gran Mesías de la humanidad. Prometeo es el gran racionalista de la historia.

El Dios­católico: --Veo que me niegas. Si no tengo el poder de anihilar sustancia, de contradecirme, de hacer lo que quiera, de convertir el círculo en cuadrado, el fuego en hielo, el hielo en fuego, de colocar el rocío en el vellón unas veces y otras no, si no tengo el poder de hablar a la burra de Balaam, de tragar un ejército en el mar Rojo, de visitar a María por obra del Espíritu­Santo, no quiero ser Dios. Bajar de la omnipotencia para representar el personaje de un presidente de la República, esto es demasiado exigir. La razón es la blasfemia.

La Razón: --Es decir que no comprendes la divinidad sin despotismo. No es más la diferencia. Ten cuidado en asemejarte a un gran civilizador llamado Pedro el Grande. Escucha esta anécdota: ``Cuando visitó la primera vez al rey de Prusia en Berlín, he aquí el discurso que pronunció, recién llegado: --Hermano mío, viajo para instruirme, y como tengo mucho que aprender, no pierdo tiempo; os suplico me mostréis hoy mismo, cómo se ejecuta aquí cierta operación que nunca se ha podido hacer bien en mi reino.

--Hablad, Sire, honráis demasiado a la Prusia creyendo que pueda tener algo que mostraros.

Pedro el Grande abrió la ventana del palacio, y mostrando la plaza cubierta por la multitud: --Hacedme el gusto de plantar una horca allí y colgar a alguno.

--Sire, voy a preguntar primero a mi canciller si por casualidad, mi corte de justicia ha condenado a muerte a algún bandido.

--¡Cómo!, hermano mío, tenéis necesidad de semejante formalidad para colgar del pescuezo a un buen súbdito prusiano, permitidme, entonces, que para esta experiencia os preste a uno de mis moujiks. Ahí tenéis una colección completa.

Elegid, tomad a éste o aquel; a mi barbero, si queréis; a mi secretario, no importa; os lo regalo.

--Sire, la ley protege al extranjero como al ciudadano en el territorio de Brandebourg.

--Vamos, hermano mío, veo con dolor que faltáis al primer deber de la reyecía.

En la misma tarde, Pedro el Grande partió de Berlín, lleno de desprecio hacia un monarca destituido por la ley, del derecho sagrado de ahorcar a su albedrío''. 8 Y no es otra cosa, según el catolicismo, la concepción de su Dios. No pueden creer en un Dios constitucional, no lo conciben, les parece desnudo de los principales atributos de su gloria y de su poder. Un Dios, padre inmutable del orden, y nohay orden divino sin la inmutabilidad de sus leyes, un Dios que sea la ley viva, y como ley, eterna e invariable, les parece un Dios sometido a la justicia, y como tal, degradado; y en su fervor de humillación y de miedo, le tributan el homenaje que se tributa al déspota ante quien se tiembla.

¿No veis en esa concepción de Dios el germen de todo despotismo político, la adoración del éxito, la aprobación de los golpes de Estado, que son los milagros de la política? ¿Qué cosa es un milagro (si fuese posible) sino un golpe de Estado de la Divinidad, violando la Constitución de los Seres? ¿Cuántas consecuencias funestas contenidas en la noción del Dios que puede ahorcar a su albedrío? ``INTELIGITE ES ERUDIMINI''. El catolicismo entraña de tal modo al despotismo, que puede ser considerado como el sistema más perfecto de esclavitud a nombre de la Divinidad.

Es por esto que destruido ese sistema, se verá un cambio de escena tan sublime en el glorioso porvenir emancipado, que la humanidad elevará el más grandioso de los himnos, himno que será la revelación futura.

IV. LA OMNIPOTENCIA DE . DIOS.

Vamos a desarraigar hasta la posibilidad de concebir a Dios con el poder de hacer milagros.

Para que el milagro sea posible, es necesario un poder omnipotente. Dios es omnipotente, luego el milagro es posible.

El silogismo está bien hecho, no hay sofisma. Así es que nosotros negamos la menor diciendo: Dios no es omnipotente. Parecerá esta proposición una blasfemia. Estamos tan habituados en las grandes tiradas de la elocuencia de los retóricos, en la lectura de casi todas las religiones que asignan al Ser Supremo el atributo de omnipotente, es tan altisonante la palabra, parece un reconocimiento tan natural de la debilidad humana, que la negación de ese atributo parece una blasfemia. No hay tal. Vamos a demostrar, por el contrario, que esa idea de la absoluta omnipotencia es la verdadera blasfemia.

Se entiende por omnipotencia el poder sin límites para todo. Un Dios que no pudiese cambiar una ley sería limitado en su poder, no sería omnipotente. Así, el sacerdote parte de una revelación milagrosa, verificada por el que tiene el poder de hacerlo todo. Luego, para ser creído, necesita acreditar primero la idea de la omnipotencia, y como consecuencia legítima el milagro que lo instituye revelador. Explotando la ignorancia primitiva de las causas segundas, decían que Dios relampagueaba, tronaba, fulminaba. Los fenómenos naturales y los más sorprendentes, y hasta las grandes invenciones de instrumentos de cultura, de industria, eran atribuidos a revelaciones de Dios, o de un Dios.

La inteligencia primitiva en su ignorancia, pero guiada por el principio de causalidad, atribuía todo efecto al modelo primitivo de la causa, que era la propia personalidad; y así toda causa era una persona, todo efecto la manifestación de una persona. Un Dios para el viento, otro para el mar, para los ríos, para la vegetación y hasta para los sueños. Todo esto nacía de la ignorancia de las causas segundas, sin cuya concepción, no hay naturaleza. Las leyes de la naturaleza son esos poderes, sin ser personas. Pero en la antigüedad y aquí emitimos una idea nueva 9 que tiene contradictores científicos y que merece ser dilucidada; en la antigüedad, el milagro era una manifestación nueva, extraordinaria, admirable, no conocida del poder divino o de sus leyes, pero de ninguna manera contradictoria a la ley reconocida. Cuestión histórica es ésta, que no podemos dilucidar como conviene en este momento. Nosotros creemos pues que la idea del milagro según los antiguos, no era la idea del milagro según la definición católica, que es la acepción que combatimos.

Esa acepción es la violación de una ley natural. Y como no se puede violar una ley divina en la sustancia, sin poseer un poder omnipotente, veamos si tal omnipotencia es una realidad o sólo una palabra, como la palabra nada, que no representa objetividad ninguna y que no tiene más significación que la negación en el sujeto que la emite.

La causa, el origen de la idea del milagro, es la idea de la omnipotencia absoluta. No se diga que ha habido hombres que sin ser omnipotentes han hecho milagros, porque aun en esa estúpida creencia, se reconoce que hacían los milagros por delegación divina. Pero si se quiere sostener que sin delegación ha habido milagros, o que el mismo demonio puede hacerlos, entonces el milagro ya no es argumento a favor de la revelación, y rearguye contra el mismo catolicismo. Si el milagro es la prueba de la revelación, un milagro del demonio podía ser la prueba de una revelación de los infiernos que debía ser reconocida y acatada por el hombre.

La causa del milagro, el fundamento de esa idea, el origen de esa creencia, está, pues, en la idea de la omnipotencia, porque sólo un poder omnipotente puede violar la ley de la sustancia, de la naturaleza, de la materia o del espíritu.

Si hay omnipotencia, el milagro es posible. Si no, ¡no! Hemos simplificado la cuestión y la creemos claramente presentada. Las ideas necesarias que contiene la idea de Dios, sin que pretendamos hacer una enumeración completa, y que no pueden ser negadas por todo el que acepte la idea de Dios como persona, son las siguientes: ley. La ley de las cosas es coeterna. Cambiar esa ley es cambiar la naturaleza divina. Cambiar la naturaleza divina equivale a negarla.

me inclino ante la incomprensibilidad del mal y del dolor.

Comprendidas y aceptadas estas ideas necesarias que la idea de Dios contiene, la cuestión de la omnipotencia queda resuelta.

Hemos dicho que el milagro es posible, si Dios es omnipotente. Ahora podemos afirmar que no lo es, en virtud de la idea misma de Dios.

Si Dios es omnipotente, puede cambiar su esencia, transformar su sustancia, contradecir sus decisiones, querer el mal.

Dios no puede cambiar la esencia infinita y perfecta de su Ser. Luego, no es omnipotente.

Dios no puede suprimir o dividir su sustancia, o cambiar de sustancia. Luego no es omnipotente.

Dios no puede alterar su inteligencia, su logos, su hijo, la visión de su ser. El mundo es revelación de su inteligencia, luego no puede alterar las leyes de su inteligencia en el seno del infinito ni en su manifestación en lo finito.

Dios no puede amar sino lo bello, lo justo.

Luego no puede alterar ni las nociones de lo bello y de lo justo, ni su aplicación al universo.

La ley de Dios es la materia, es ley matemática o física. Dios no puede alterar, ni cambiar los axiomas matemáticos, ni las leyes de la materia.

Luego Dios no es omnipotente.

La ley de Dios en las inteligencias es la visión de lo bello y de lo justo. Esas leyes son coeternas a su esencia. Decir que lo justo puede ser injusto por un acto de voluntad divina, es incomprensible, a su justicia, incompatible con su esencia. Luego, si Dios no puede alterar, cambiar, ni suprimir, ni contradecirse, ni negar su palabra palpitante encarnada en la ley de todo ser, Dios no es omnipotente. El milagro es de toda lógica imposible.

En una palabra: Dios es la perfección. La perfección es invariable, pues si no fuese invariable no sería perfección. El milagro no sólo es variabilidad, sino contradicción, o violación de la ley del Ser­Perfecto.

Luego, el milagro es imposible.

Si se dice que disminuyó o amenguó la idea de la divinidad, despojándola de la idea omnipotencia, la contestación es muy sencilla.

En cuál idea hay más grandeza y más divinidad, si es posible hablar así, ¿en la idea de un Dios cuya sabiduría y voluntad son inmutables en su perfección absoluta, o en la idea de un Dios que se corrige, que se enmienda y que altera el orden eterno de las cosas para que lo crea un puñado de salvajes o de bárbaros como eran los judíos en los tiempos descriptos por Moisés? ¡Qué! ¿Esa omnipotencia, no podía dar un poco de luz a la razón de esos bárbaros, para que reconociesen su ley en la conciencia de todo hombre, sin necesidad de las miserias que presentan a Jehová como un juglar? ¿Eran necesarias esas revelaciones para salvar al mundo, y después de 6.000 años de revelación sólo la minoría de la humanidad ha podido conocerla y acatarla? Pero ya la descomposición ha penetrado en el monstruoso cuerpo del catolicismo. La hora de los grandes funerales se aproxima. El cadáver ya huele en Roma. A vosotros, gloriosos sepultureros de una era, ¡la fúnebre oración de la mentira!

V OTRAS OBJECIONES A FAVOR DEL MILAGRO.

Dios obra sobre la naturaleza. Si tiene acción sobre la naturaleza, ¿por qué no ha de poder cambiar sus leyes? Esta objeción está ya contestada con la idea de omnisciencia divina; pero aclaremos más, puesto que suponemos nos lee el que quiere conocer la verdad, salir de la duda, y desvanecer el error. Sin desatender (a priori) la omnisciencia que hace imposible toda contradicción en Dios, examinemos también a posteriori el argumento.

¿Cómo obra Dios sobre la naturaleza? Es claro que según las leyes, las condiciones, los atributos, las propiedades, las calidades de la misma naturaleza. Si no tuviese atributos, calidades la sustancia, ninguna acción sería posible sobre ella. Obrar, influir sobre un objeto, es tomar en cuenta las calidades del objeto.

Dios hablaría eternamente a las piedras sin que ellas pudiesen entenderlo. Luego, si Dios quiere obrar sobre las piedras, no puede hacerlo sino tomando en consideración las calidades de la piedra, las leyes de afinidad de sus elementos componentes, las leyes de cohesión de sus moléculas. Pero antes sepamos qué quiere exigir Dios de las piedras.

Supongamos que quisiera obedeciesen a su voz, que diesen testimonio de su justicia, a falta del testimonio de los hombres. Si Dios quiere esto, es necesario, o que aparezca una inteligencia en la piedra, o que movida por una fuerza hiciese lo que de ella se exigía.

Si aparece una inteligencia en la piedra, ya tenemos un ser racional, y entonces Dios puede comunicarle sus intenciones. ¿Pero quién no ve que la piedra deja de ser piedra en ese caso, y que ya no es la piedra la que da el testimonio, sino una inteligencia racional? Si el hecho se verificase, tendríamos una transformación, y entonces el milagro sería una transformación de piedras en hombres, en ángeles o demonios.

¿Es posible tal transformación? Todo lo que vemos es efecto de la transformación de los elementos primitivos y fundamentales de las cosas según la serie de tipos posibles de existencias. El éter primitivo entraña todo. De su seno salen las manifestaciones de los seres según la ley de las combinaciones. Del éter continente de los gérmenes, materia de la creación, se ven salir las transformaciones secundarias de los fluidos adoptados a la vida de los seres, cuando la hora de la manifestación les llega en el horario del progreso. La electricidad, la luz, el calor, engendran los gases, el aire, el elemento líquido 11 , y lo sólido. Los gérmenes de las cosas encontrando ya su medio, desarrollan su fuerza, su forma y su calórico, y la organización hace su entrada sobre el pavimento de los divinos cataclismos, que han preparado la atmósfera, el piso y el alimento de la animalidad. Génesis sublime de la ciencia, síntesis del universo, visión de las cosas en su desarrollo objetivo, ¡cuán distinto del génesis de las revelaciones, en que todo se hace a golpes de teatro en la escena tenebrosa del pasado sin memoria y ante las inteligencias aterradas de las gentes! El mineral precede al vegetal y al animal.

Todo lo que hay en el universo es manifestación del éter. Y el hombre mismo como animal, no es sino ``aire condensado''. 12 La serie de las transformaciones no se corta; y esa serie es progresiva, es decir, que a medida que aparece un ser, ese ser reasume las condiciones de los seres inferiores agregando a más una perfección. La sensación, el sentimiento, el instinto, la inteligencia, y la razón, van apareciendo a medida que organizaciones más completas se presentan. Así, suponer sensación, sensibilidad en la piedra, en la que sólo imperan las leyes de cohesión de sus moléculas, sería lo mismo que pedir al cerebro humano la dureza de la piedra.

Hay, pues, transformación en el universo.

La transformación es la ley del desarrollo. Si el milagro es una transformación tan sólo, no hay violación de ley, y no hay milagro.

Pero, se dice, el milagro es una transformación violenta, repentina, que viola el orden progresivo de las transformaciones. Convertir a la piedra en ser racional, he ahí el milagro.

Aceptamos el problema de ese modo. ¿Quién no ve que esa conversión de la piedra en hombre, es la desaparición de la piedra, y que ya no es la piedra quien atestigua, sino un hombre nacido de la piedra? La cuestión se presenta con más claridad por medio de esta consecuencia que tiene que sostener la lógica católica: El hombre ha nacido de la piedra, o Dios hace y puede hacer que el hombre nazca de la piedra.

He ahí la ventaja de la sinceridad. Se plantea bien una cuestión, se deduce con lógica una consecuencia, y la consecuencia es por sí misma tan absurda, que viene a ser la mejor refutación.

Para que el hombre nazca de la piedra, es necesario o que la piedra contenga latente el germen humano, el átomo, monada, o molécula generatriz, o que con la ley de cohesión de sus moléculas, o de los elementos esparcidos que la envuelven, se apodere de los elementos necesarios para constituir un animal. Un estado fisiológico, un hombre o un estado psicológico.

Si la piedra contiene el germen humano que sólo espera la oportunidad, o el imperativo omnipotente, para manifestarse o más bien dicho transformarse, el milagro sería nada más que una anticipación precipitada de lo que debía más tarde suceder, pues si las piedras tienen germen humano, todos ellas han de aparecer un día transformadas.

Si es sólo una anticipación del día o de los siglos en que tal ley debía cumplirse, el milagro sería semejante entonces al que hacen los botánicos y los cultivadores, madurando, antes de tiempo, el fruto prometido. Dios en este caso sería presentado como un empollador de piedras.

La segunda hipótesis es aún más ridícula, pero se contiene en la 1 a . Suponer que hay en la piedra un poder, que despertado, pueda tomar a los elementos lo necesario para transformarse en hombre, es convertir a las piedras en huevos.

Pero el sólido católico dirá: no hay germen, ni tal poder en la piedra. Dios hace salir al hombre de la piedra por su voluntad omnipotente.

Despacio. Si tal puede esa voluntad omnipotente, ni las piedras son necesarias. Hable solamente, y de su palabra saldrá de la nada el testimonio apetecido. Pero el caso es que nadie ha oído, ni podido oír, ni ver el resultado de esa palabra. Pero esto sería entrar en la cuestión del humano testimonio, que queda postergada, pues antes de saber si ha habido milagro, es necesario saber, como lo observa perfectamente Lamennais, si ha sido posible. Si con humano y sincero testimonio se afirmara que Dios en el planeta Júpiter, ha determinado que el robo sea legítimo, la mentira santa, lo redondo cuadrado, la materia sin atracción, claro es que antes de creer el testimonio yo averigüe, si tal absurdo es posible.

Pero detengámonos en la transformación omnipotente, o en el nacimiento de hombres de las piedras.

Esos hombres existían ya como sustancia bajo cualquier forma, o no existían.

Si no existían, han sido creados, ex profeso, de la nada para dar el testimonio que se busca.

Y si existían, la cuestión se reduce a una anticipación de generación.

Ya hemos probado que no hay creación de la nada. Queda solamente la segunda hipótesis, o la transformación anticipada de los elementos mineralógicos, en una organización animal, a la que debe corresponder una inteligencia que la anime.

En este caso, que es el único que queda al catolicismo para afirmar el milagro, he aquí la necesidad divina, o la necesidad racional, que se opone y hace que el principio y el hecho milagroso, sean imposibles.

Esa transformación anticipada no puede verificarse sin atender a las calidades mismas del mineral que se trata de convertir en animal.

La palabra o la voluntad de Dios, aplicada a un objeto, no puede obrar sobre él, modificarlo, transformarlo, cambiarlo, desarrollarlo, sin poner en acción las calidades y necesidades del objeto mismo, de cuya metamorfosis se trata.

Ahora, pues, poner en acción las calidades, las necesidades de un objeto, es poner en acción las leyes naturales que lo constituyen. El imperativo divino por absoluto y omnipotente que se crea, no puede obrar sobre la naturaleza, sino en virtud de las mismas condiciones que hacen a la naturaleza posible, o según las leyes que la constituyen. Esto es innegable. Luego, si Dios obra sobre la naturaleza para precipitar su desarrollo o transformarla, la acción divina, no puede violentar las condiciones naturales de la transformación o desarrollo, no puede violar las leyes mismas de su Ser encarnadas en los seres. Es, pues, bajo toda hipótesis, el milagro imposible.

CONSECUENCIAS.

Si Dios no puede violar su propia ley encarnada, que es lo que llamamos naturaleza, violarla, sería atacarse a sí mismo, y el milagro podría ser llamado un deicidio.

¿Cómo obra Dios sobre la naturaleza? No puede obrar sobre ella, sino en virtud de la misma esencia de la naturaleza, sino según las mismas leyes o condiciones necesarias de la existencia de la naturaleza. Si Dios cambia un efecto natural, como el hombre la corriente de un río, no puede verificarse este hecho, sino en virtud de las mismas leyes naturales. La ley de la naturaleza es su forma, su necesidad absoluta. Cambiar la ley es cambiar la naturaleza de las cosas, y cambiar la naturaleza de las cosas es destruirlas, y Dios no puede destruir la naturaleza de las cosas, porque sería destruirse a sí mismo. La naturaleza es obra divina, es ley divina, es forma absoluta, es relación necesaria.

Destruirla, violarla, es atacarse a sí mismo.

¡El milagro, para el que sabe pensar, es un deicidio! Si se dice que Dios obra en virtud de leyes desconocidas o que no están al alcance de nuestra pobre inteligencia, entonces ya no se reconoce la violación de una ley, y no hay milagro. Milagros de esta especie nos envuelven, pues vivimos aún en el seno del misterio, en la ignorancia de la acción de la causa, en la ignorancia del cómo y del porqué.

Si se dice que Dios obra como en el ``fiat lux'', para verificar un milagro, no se dice sino palabras. Para que el sol de Josué, para que el mar Rojo de Moisés, para que la burra de Balaán, obedeciesen al imperativo católico, es necesario que la acción de Dios llegue al objeto ya existente e influya en él según la adaptabilidad de cada uno, según las calidades de cada objeto. Esto es respetar la constitución de la naturaleza y excluir el milagro en los seres. No pudiendo violarse las leyes naturales, que son voluntad objetivada de Dios mismo, no puede haber milagro en la naturaleza, y entonces sólo podría tener lugar en Dios mismo, que cambia de determinación consigo mismo.

Esto, como ya está demostrado, se llama la contradicción en Dios y es imposible. Así, la violación de la ley, o el milagro no puede tener lugar ni en los seres ni en el ser.

Esta consecuencia es tan evidente que negándola, no sabemos con qué derecho el catolicismo, que acepta la acción de Dios en la burra de Balaán, no acepta la acción de Dios lanzando diariamente la cuadrilla fogosa del rubicundo Apolo, llenando los espacios de luz, de vida y alegría. ¿Con qué derecho acepta el vellón mojado una noche, y rechaza el politeísmo, cuando éste señala la acción de Neptuno en las tempestades del océano, la acción de Plutón en los volcanes y temblores, la acción de Júpiter tonante en el rayo en el trueno. ¡Y cuidado que son tres personas del omnipotente antiguo! Si Dios pudiese violar sus propias leyes, no es omnisciente y la concepción de su poder sería la de un poder arbitrario. Ésta es la idea de un Dios déspota. Suponed ahora, hombres que se dicen encargados de expresar su voluntad y de representarlo en la tierra. Si el Dios es despótico, si nadie está seguro de la inmutabilidad de la ley, si una casta gobierna a su nombre, pudiendo llamar hoy blanco y mañana negro al mismo color, y esto a nombre de la omnipotencia divina, ¿concebís despotismo más terrible por parte del sacerdocio, y servilismo másprofundo por parte de los creyentes? Esta consecuencia es positiva, es práctica, la vemos, la palpamos; está escrita en la historia con la mano del infierno y sus resplandores fúnebres queman aun al que tiene pecho humano.

El dogma del Dios­déspota es el padre del terror. El terror es la educación que ha transformado milagrosamente a una gran parte de la especie humana. Comparad la España con dos mil años de ventaja, a la Grecia de los tiempos heroicos. La nación católica por excelencia que es la España con el católico Brasil, son las últimas naciones modernas que conservan la esclavitud. ¡Y llenan, hipócritas, la boca con la palabra caridad cristiana! ; ;

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Francisco Bilbao, Desarrollado por Giroscopio y Newtenberg, Santiago, Chile. Abril, 2008

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