Debiendo publicar un libro sobre el problema de la divinidad de Jesús, empezado antes de la aparición de la obra del señor Renán, noqueremos presentar enunprólogo la materia de ese libro, sino indicar el movimiento religioso de nuestro tiempo, el lugar de la ``Vida de Jesús'', en ese movimiento, caracterizar y reasumir ese libro.
En cuanto a detalles, seré muy lacónico, no permitiendo la unidad de un prólogo, abrazar todos los incidentes, contrastes, contradicciones y episodios que contiene el asunto que juzgamos.
Por otra parte, el lector verá en una serie de notas, nuestro juicio, sobre puntos importantes en sí, pero accidentales en la obra.
Pasamos a la exposición del problema.
También he creído, no por convencimiento, sino por educación, que Dios apareció en Jesús, o que Jesús fue Dios. Pero debo hacerme justicia dando testimonio de la conversión de un alma sedienta de verdad, que por su propia iniciativa y por su persistencia tenaz ennoolvidar la revelación primitiva y fundamental de la razón, llegó a la verdadera solución.
Esa idea de la divinidad de Jesús, sin conocer ningún libro, sin haber oído ninguna negación, desde muy temprano preocupó mi inteligencia.
Lector empecinado de los Evangelios, creyendo que contenían la revelación de la palabra divina, a ellos en mis dudas acudía; y profundamente católico, poco a poco descubrí que el catolicismo y casi todo lo que la iglesia católica enseñaba, no estaba en los Evangelios. Este trabajo interior y continuado, reproducía en mí, sin que pudiera sospecharlo, las diferentes negaciones que han asaltado al catolicismo en diferentes periodos históricos, es decir, las diferentes herejías, hasta llegar a la Reforma de Lutero. Fui protestante sin saberlo. Después de haber simplificado mi fe sin más auxilio que el estudio del texto puro de los Evangelios, eliminando la confesión, porque Jesús no la instituye; la autoridad infalible de la iglesia, porque Jesús no fundó iglesia sacerdotal; la oración pública en común, en el templo, en alta voz, con rezos enseñados de memoria, porque Jesús clara y terminantemente la prohíbe; la necesidad especial y oficial del sacerdote; porque todo verdadero hijo de Jesús es sacerdote, después de haber arrancado de mi corazón el odio a los herejes o a los hombres de distinta creencia, borrado de mi inteligencia el dogma de la caída o pecado original, y las penas eternas, por estar en contradicción abierta con el dogma del amor, de la caridad, y de la misericordia que caracteriza la originalidad y grandeza de Jesús, mi espíritu naturalmente suprimió todo intermediario entre Diosy la conciencia. La intensa alegría que inundaba mi alma disipando el espíritu taciturno, tembloroso y terrible que el catolicismo me comunicara, la negación de tanto error, y la invasión de tanta verdad, me dieron la conciencia de la evidencia, y el sentimiento y ternura de una bendición del Eterno. Afirmé mi razón como emanación, participación, sustancia, vibración o comunicación de la razón divina. Aquello de Juan, que ``el Verbo, era la luz con que todo hombre viene a este mundo'', confirmaba plenamente la intuición de mi razón. Me sentí soberano, pero quedaba una duda. Si el Evangelio es revelado, si él contiene la palabra de Dios, a ella debemos someternos. Esta consecuencia era otra alarma. ¿Sometimiento a la palabra escrita? ¿Qué viene a ser, entonces, la soberanía, la independencia del juicio, la libertad del pensamiento? ¿Si el libro contuviese cosas que la razón rechazare, debo someterla? Y entonces, ¿cuál es el título y gloria de esa razón que sublima al hombre y lo hace digno de mérito o de desmérito? ¿Si el libro dice que Jesús es Dios, debo creerlo? He aquí de nuevo el problema fundamental que con toda fuerza volvía a asaltar mi inteligencia.
Lo curioso es que nome imaginé sospechar la autenticidad, veracidad o crédito de los escritores evangélicos. Les daba plena fe. Mi razón emancipada, conservando la visión primitiva del Ser Infinito, nopodía intuitivamente conformarse con la encarnación del Infinito en un hombre, o con la idea de su aparición en un hombre. Y habiendo llegado a creer que entre la razón y el Evangelio había ecuación o, en otros términos, que la razón era evangélica, y el Evangelio razonable, busqué en los textos las pruebas de la divinidad de Jesús, seguro de antemano que el libro no podía mentir, y que la razón debía explicar la contradicción tremenda que me atormentaba.
Mi razón por sí sola, con sus elementos puros, no pudo salvar esa contradicción, no pudo comprender la verdad, realidad, y posibilidad de la encarnación del infinito. Desde este momento ya penetró la sombra de la duda sobre la veracidad del texto, si en él encontraba la afirmación de la divinidad de Jesús. Noobstante, el texto todavía era revelado para mí, y era necesario, o que sometiese mi razón al texto, oque el texto justificase miduda, o que me revelase contra el Evangelio.
En esta trascendental alternativa, me resolví a estudiar especialmente ese punto. Como ya había encontrado creencias, dogmas, instituciones y deberes de la religión católica en contradicción con el Evangelio, emprendí con curiosidad y esperanza la tarea; y cuál fue mi sorpresa, mi alegría, al descubrir que el Evangelio no afirma jamás su divinidad, al contrario, cuando por algunas palabras mal interpretadas los judíos le acusaron de blasfemia, el mismo Jesús niega terminantemente su identidad con Dios. Salve, Salve, Jesús, dije entonces, pues aparecía puro, razonable y vindicado en mi conciencia, más grande, más sublime, como hombre, como mi hermano y mi maestro.
Probar esto de una manera completa y cien tíficamente demostrada, es materia de un trabajo especial que más tarde publicaremos. Así, para completar este cuadro de la revolución de una conciencia, daremos el texto que coronó el trabajo, y que cuando lo presente acompañado de los otros, será para todo católico sincero una prueba irrefragable.
Hay en el Evangelio de Juan una situación dramática y tremenda.Esprecisamente la discusión del punto que tratamos. Dice Jesús, según Juan, predicando a los judíos: 
Siendo la idea de la divinidad de Jesús una idea enseñada, pues sin la tradición no la conoceríamos, no es una idea necesaria. Siendo una idea que ha aparecido sobre la tierra, refiriéndose a un hecho que se dice histórico, no es una idea universal. Siendo una idea que para ser enseñada y transmitida se necesita violentar a la razón, no es una idea racional.
Así pues, lo que no es necesario, lo que no es por esencia universal, lo que violenta a la razón, pues se sostiene que es una idea que la razón no alcanza a explicar la contradicción que contiene, todo eso tiene que bambolear en el espíritu humano, y jamás el espíritu permanecerá tranquilo mientras esa contradicción funde el dogma de la Iglesia. He ahí por qué se agitará este problema mientras dure el paganismo católico.
Pero he aquí, que contra la razón, la filosofía y la historia victoriosa, se levanta la inercia de la creencia ciega, el terror imbuido al que pensare de otro modo, los intereses materiales de la casta católica sacerdotal yde la Iglesia, la ignorancia justificada y forzada de las masas, y en los espíritus más elevados, el amor concebido por el mito sublime de ese Jesús, elevado a Cristo, y, en fin, divinizado.
En este momento nos referimos a los que creen, porque aman, y cuya única razón sincera es el amor a la figura del crucificado.
Y es la mejor razón que comprendemos, en los que resisten a la luz del convencimiento, y no quieren abrir sus ojos ante la contradicción radical y terrible que contiene la proposición histórica de la divinidad de Jesús. Encaremos esa dificultad.
Empezaremosmanifestandonuestra simpatía a los que tal creen y se defienden contra la filosofía, abriendo su corazón ensangrentado por el amor a la vida, al ejemplo, a la doctrina, y al sacrificio de Jesús. ¡Respeto a esas almas! Si no creyese con toda la evidencia, y con todas las fuerzas demi espíritu la verdad de lo que niego; si no creyera que la verdad cura la herida, y que después del combate Dios resplandece con su integral omnipotencia, y Jesús se presentase verdaderamente sublime comohombre, y de ninguna manera comoDios, suspendería mi trabajo ante la lágrima del alma infeliz de mis hermanos que llorase el desengaño.
Hay un gran interés, un gran fin, un deber, hay, en fin, verdad y amor en lo que hago y he ahí por qué tengo fuerzas para continuar por mi parte en la obra de demolición de las iglesias, y en la construcción del templo, no ``de mano de hombre'', que a imagen de la inmensidad cobijará a todos los mortales en el culto eterno de la razón independiente, y del amor del género humano.
Y puedo asegurarlo: a nadie cedo en mi amor y respeto por la persona de Jesús. Creo haber comprendido a ese personaje, que fue uno de los que mejor han escuchado y conservado la palabra divina que brilla en todo hombre. Le he dado las primicias de mi espíritu y de mi corazón. He creído (perdóneme el lector) haber querido tomar la cruz, y estar triste hasta la muerte en su pasión. En él he visto lo heroico, lo santo. En él he reunido las ternuras del amor filial, la veneración a lo divino, la gratitud al beneficio, el entrañable amor al ser humano desgraciado por su virtud y elevación. Él meha acompañado en los actos buenos de mi vida como testigo demiconciencia,alientodemi fuerza, como impulso, motivo y sanción de todo acto de amor, de dolor y de esperanza. Jesús, mi modelo, mi imitación, mi tipo, padre en mis afectos, hermano en mi humana condición, consuelo en toda tribulación, alegría enmisgoces, ¡tú sabes cuánto te he amado y aún te amo!Si alguno de tus hermanos puede hablar de tu persona con respeto, soy yo, y la sinceridad del convencimiento, cualquiera que ella sea, es una ofrenda que deposito al pie de tu cruz y pedestal de tu gloria.
¡Y yo he cambiado! El ser infinito que veía padecer en tu persona ¿ha desaparecido? ¿Has acaso perdido para mí? No, y atestiguo a los cielos que recorres, y a la tierra que habitaste. No. La verdad no daña. Dios es lo que es: el Infinito. Tú, quedas lo que fuiste: el tipo de los mártires por la religión del corazón puro. Dios ha crecido para mí, en su indivisible e incomunicable eternidad; y tú has crecido para mí, en el sagrado carácter de la humanidad de tu persona.
Y si Dios, y tú, aparecen más verdaderos, más grandiosos, más dignos de ser amados, en la separación e impenetrabilidad de sus personas (perdona, oh Dios, la justa posición forzosa a que me obliga el mundo católico para quien escribo), entonces ¿qué hay que temer, qué puede sentir el almapuray sincera quedebeguardar todo su amor a la verdad? Y en efecto: Nada hay que temer. La razón se afirma, la conciencia se tranquiliza, la contradicción desaparece, la vida no se turba, la duda se extingue, y los cielos del pensamiento puro desarrollan sus maravillas en la inteligencia emancipada: Dios es Dios y Jesús es un hombre.
Bien sé lo que cuesta, lo difícil, lo quedesgarra arrancar de la fe autoritaria el fundamento, arrasar con todo los amores que el crucificado hace nacer en el corazón sensible, y cegar todas las flores de la imaginación entusiasmada; demoler todos los monumentos de la fe de los mayores, apagar el fuego del hogar, evaporar esos cielos poblados por la infancia de las generaciones, con sus ángeles e incienso al pie del trono del Eterno; callar la oración de la familia, sepultar, en una palabra, las creaciones de una serie de siglos cargados con la leyenda milagrosa de las generaciones en el valle de lágrimas perdida: Bien lo sé. Pero la verdad es más fuerte que el amor, la ciencia es más grande que la imaginación, la realidad más poderosa que la imagen, el deber más racional y sublime que el entusiasmo, la alegría más fuerte que el dolor, la evidencia más resplandeciente que los cielos, la ley más bella que los paraísos, más tremenda que los juicios finales, más fecunda que la exaltación; no de carácter transitorio como las fantasías de sacerdocios o de pueblos, más de esencia y estabilidad eterna, como Dios.
Y ese problema es agitado por los filósofos, por los teólogos, por los historiadores y filólogos.
Los pueblos empiezan a sentir la repercusión del profundo trabajo de los cíclopes que en las entrañas del pensamiento y de la historia conmueven la tierra que sustenta catedrales.
Trescientos años tardó el credo católico en formarse, y en menos de trescientos años hemos visto estrecharse las fronteras del mundo católico, perdiendo el norte de la Europa, y reducido hoy a dominar en las poblaciones más atrasadas, que también y poco a poco entran en línea de batalla, arrancando paulatinamente las reformas que en su natural desarrollo llevan la muerte de la Iglesia.
Las herejías que se creían vencidas uolvidadas se despiertan. Las promesas ofrecidas a los pueblos no se cumplen,y estos empiezan a preguntarse, si el Evangelio es unaburla, o si la Iglesia es un fantasma subsistente tan sólo en las imaginaciones aterradas.
Al pie del Cristo de la Iglesia, los ``pastores'', los ``reyes'', los ``sabios'', han venido a depositar sus lágrimas, sus riquezas, su poder, su fe, sus esperanzas; y después de más de 1.800 años, ni el Samaritano ha sido curado, ni Lázaro ha sido resucitado, ni el pobre ha tenido pan, ni el corazón alegría, ni la fe satisfacción, ni la catedral ha sido amparo. Mas, ¿qué digo? ¡Han sido los herejes, han sido los filósofos, ha sido la revolución, ha sido la ciencia del derecho, la filantropía de los llamados ateos, los que han levantado al Samaritano, resucitado pueblos sepultados, iluminado a los ciegos, dado pan al hambriento, y justicia al débil humillado! Ha sido la filosofía la que apagó las llamas de la Inquisición, la que pide la abolición de la pena de muerte, la desaparición del tormento y la rehabilitación del delincuente, la que ha quebrantado las cadenas de los esclavos, hoy sólo existentes en España y Brasil.
¡Oh contraste! Y esa Iglesia autora, o cómplice de todas las tiranías, se dice la heredera, la representante de Jesús, ¡y ese Jesús es Dios! ¡Y su vicario en la tierra es el Pontífice romano! ¿No véis claro que ese tremendo contraste sería suficiente y sin estudio, o para legitimar una blasfemia, o negar la divinidad al fundador del poder del pontífice romano? ¡Qué! ¡Dios o la justicia absoluta, ha creado el privilegio de la infalibilidad de la razón en unos pocos! ¡Dios o la libertad ideal ha creado la despótica y repugnante teocracia que ha pretendido dominar la tierra! ¡Dios, o el amor infinito ha podido fundar el régimen sistemático del terror, del tormento, del cuerpo y el espíritu! ¡Dios o la providencia del bien, ha podido desarrollar esos infernales círculos históricos presididos por la Iglesia católica, ligándose con los tiranos, instituyendo tiranías, sancionando esclavitud, servidumbre, feudalidad, monarquía, conquista y explotación de pueblos! ¡Dios, el Verbo, la luz, la inteligencia infinita, ha podido ser representada en el solio del soberbio Vaticano, para humillar y perseguir al pensamiento, condenar la ciencia, y embrutecer la humanidad! ¡No!, repiten las tumbas de las generaciones engañadas. ¡No!, repiten el instinto, la ciencia y la conciencia del mundo moderno, ostentando las verdades, las glorias, los beneficios, las libertades de la civilización; de la ciencia y de la industria, arrancadas a la ignorancia, al despotismo, a la crueldad y torpeza de la teocracia romana.
Este contraste, histórico, presente, y tremendo, debe forzosamente producir dos consecuencias. La primera, es el examen de la Divinidad de Jesús. La segunda, la crítica de la conducta de la Iglesia como ajustada o no al texto puro de los Evangelios.
La primera ha sido obra de la filosofía. La segunda, obra de la Reforma, bajo todos los aspectos que ha podido revestir.
Pero la filosofía ha procedido de dos modos.
A veces partiendo de la razón pura, ha negado el absurdo de la encarnación de Dios; otras, ha buscado en los mismos libros canónicos y en las luces de la historia la solución de la dificultad.
El siglo XVIII, el gran siglo, Voltaire a la cabeza, partió de la razón, ligando sus trabajos a los de la filosofía antigua, y empleó, además, todas las armas que la historia le suministraba.
El siglo XIX, siglo bastardo, místico y ateo, panteísta e industrial, egoísta y poeta, tartufo y humanitario, ecléctico o adúltero en moral, en política, en diplomacia, ha seguido y reunido en su seno las dos grandes corrientes de ideas, agitadas por la reforma y la filosofía, pero con una particularidad notable debida a la Alemania.
Esa particularidad es debida a la filosofía panteística, que parece haber imperado y extendido su influencia a todos los ramosdel saber enAlemania, y particularmente a la literatura, a la historia, a la mitología, y últimamente al cristianismo.
¿Cuál es el carácter particular del panteísmo? Es sabido que esa doctrina, partiendo de la idea de sustancia, considera a los seres como manifestaciones particulares de la inagotable riqueza de formas que contiene la idea de Infinito. De aquí se ve salir un movimiento comunitario, permítasenos la expresión. Todas las manifestaciones de la vida en la naturaleza, todas las formas del pensamiento en la historia, no son sino variaciones ejecutadas sobre el tema de la sustancia una e infinita. Así es que la sustancia, Dios, la naturaleza, para servirnos de las admirables palabras de Schelling, ``dormita en la planta, sueña en el animal, se despierta en el hombre''.
Yasícomo todo ser es divino, todopensamiento, toda filosofía, toda religión son manifestaciones másomenos adecuadas, másomenosperfectasdel eterno movimiento de la idea identificada con la realidad, que siempre en progreso, jamás acabará de realizar la infinidad de formas contenidas y organizadas en serie ascendiente; en la idea eterna de la variedad, coexistente con la unidad suprema.
¿Cuál será la influencia de esa doctrina, aplicada a la literatura de los pueblos? Si todo es emanación de la naturaleza, los actos individuales y las individualidades perderán su distinción, su autonomía, su originalidad, su libertad y aun la posibilidad del heroísmo. Entonces las historias, las epopeyas de los héroes, serán figuras, representaciones o mitos de la naturaleza, o de los sentimientos, ideas y fantasías de las masas, o de la naturaleza humana.RómuloyRemono serán dos individuos, sino dos pueblos, o dos razas, o dos ideas; Homero no será un hombre, sino la personificación de los cantores anónimos, o de la poesía de las masas.
Imperando ese sistema, ¿cómodebe comportarse ante la gran individualidad de Jesús? En las manos de ese sistema, en la cristología y la filosofía de Hegel, que ha servido de base al libro de Strauss, el Cristo se convierte en el ideal que la humanidad ha fabricado. Así Cristo, no es el autor del cristianismo, sino el cristianismo, el creador del Cristo. Hegel dice : ``La verdad, que sale de la historia del Cristo y que ha llegado a ser la herencia de los hombres, es que el hombre es el Dios presente, inmediato; de tal modo que, comprendida por el espíritu, esta historia aparece como la imagen de la evolución dialéctica del hombre, del espíritu mismo''.
De modo que, según el sistema, nos quedamos sin Cristo porque todos somos Cristo, nos quedamos sin Dios porque todos somos el Dios ``presente e inmediato''. Es así como el dogma católico de la encarnación de Dios en un hombre (que es un panteísmo tímido e incompleto), viene en manos del panteísmo a sacar sus consecuencias y a aceptar todos los misterios del catolicismo, con la pequeñísima diferencia de la explicación dialéctica.
El doctor Strauss aplicó la famosa dialéctica a los Evangelios, y todo el cristianismo se convirtió en una serie de mitos, que amenazó no sólo a la Iglesia, sino a la figura misma de la existencia de Jesús.
Ya no se trata de continuar las interminables discusiones teológicas de los protestantes, de los maniqueístas, de los arrianos, de los valdenses, de los armenios o los griegos, y de los que pretendían fundar la alianza del Evangelio y de la filosofía.
Ya no se trata de disputar palmo a palmo sobre el bautismo, sobre la Eucaristía o fabricación deDios, la trinidad, sobre la misa, sobre los días de fiesta, sobre el ayuno, sobre la gracia, sobre la confesión, sobre las indulgencias, sobre la infalibilidad de la Iglesia, del Papa, o de los concilios. Ya no se trata de presentarse en la lid armado con los textos de los santos padres, patriarcas, intérpretes, con las decisiones de concilios, bulas de pontífices, o la autoridad de la costumbre y tradición. EnAmérica ha excedido en este tremebundo trabajo el ilustre Vigil, autor de la Defensa de los gobiernos, contra las pretensiones de la curia romana. Ya se tiembla ante el descubrimiento de un texto, o de una mera interpretación que pretenda probar que la Iglesia no es cristiana, según unos, ni Evangélica según otros, ni ecuménica y democrática, sino monárquica y autocrática. El catolicismo, fuerte en su base del sometimiento de la razón a la autoridad, se defendía y defiende con su sello autoritario, y no negándosele esa base revelada y autoritaria por sus adversarios, subsiste aúnmutilada, por la espantosa fuerza de inercia que posee.
¡Mas ahora, qué cambio! No sólo se han puesto en duda sus textos sagrados, sino que han sido arrojados a los vientos; no sólo sus textos que sirven de fundamento se disipan, sino que hasta la personamismade suDios se niega, con la tremenda dialéctica del panteísmo y de la crítica.
Grande fue la conmoción, y grande el asombro y la mudez de la Iglesia. Veía que eran armas nuevas, que ya no era la culpa de Voltaire, ni de Rousseau, ni del ateísmo de Diderot. Hubo unmomento en el mundo científico, en que inspiró compasión la ignorancia de la Iglesia; y en Francia, fue nuestro amadomaestroEdgarQuinet,que salió el primero, plantando la banderade la personalidad y del heroísmo en el palenque de la crítica, contra el pandemonio desatado.
Su obra, ``examen de la vida de Jesús'' que recomendamos mucho a nuestros lectores, y que el señor Renán no nombra siquiera, por motivos que no quiero calificar, abrió los ojos de la Francia pensadora y reveló al mismo tiempo su ignorancia respecto a los innumerables y profundos trabajos de exégesis que tenían lugar en Alemania. ¡Qué abismo de elucubraciones teológicas! ¡Qué abismo de erudición, de crítica, de historia, de filosofía y de originalidad! Y el mundo latino lo ignoraba, y aun hoy apenas empieza a sentir los resultados. La Francia empezó a estudiar, y con su genio claro y popularizador, ha extendido algún tanto el movimiento. El señor Litré, ha traducido a Strauss, y muchos trabajos se han sucedido, sea dando a conocer los deAlemania, sea originales de franceses, sobre el mismo tema. La Inglaterra también ha seguido el movimiento.
Me refiero al trabajo del señor Edgardo Quinet, para los que quieran tener una idea del trabajo exegético de los alemanes, que han preparado y servido para la formación del libro del señor Renán, y que explica el profundo movimiento de transformación de creencias a que asistimos.
Se ve, pues, que el terreno o la faz de la lucha ha cambiado. Ya no se trata de negar a la iglesia tal dogma porque esté en oposición con el Evangelio; ya no sólo se trata de negar racionalmente el milagro y la encarnación y todo lo que se llama revelado; hoy, principalmente desde Hegel, y particularmente desde Strauss, se acepta los textos, pero explicados según la dialéctica del panteísmo, fortificados por profundos trabajos históricos y críticos.
Un ejemplo aclarará mejor este nuevo proceder, de que también se ha servido el Señor Renán.
Se expone el estado moral de los judíos, su situación histórica, el desarrollo lógico de la idea mesiánica, constantemente alimentada por sus profetas, la expectativa deuna regeneración profundamente sentida, la fe en una próxima revolución, y con todos los rasgos depositados poco a poco, en los libros del Antiguo Testamento, se forma poco a poco, se crea por medio de la imaginación popular y la exaltación de la esperanza, un tipo, un personaje redentor, salvador, juez, resucitador, verdadero mito, o figura, de un ideal del género humano en un pueblo desgraciado.
Así, lo que en los evangelistas es histórico, hechos, narración, vida, se convierte en composición, o fabricación, en reproducción de un texto antiguo. Si efectuó el milagro de los panes, es porque ya Moisés ha dicho que el maná alimentó al pueblo en el desierto. Si hizo tal viaje, si pronunció tal palabra, si comió, bebió, bautizó, predicó, es para reproducir tal texto, que ya decía: y ``dirá tal palabra'' y ``hará tal viaje'' y ``predicará tal cosa'', y el personaje mesiánico compuesto de ese modo, verdadera yhumana creación, vendrá a ser el Cristo que el mundo cristiano reverencia.
Que tal ideal sea original, grandiosa, no hay duda, que sea totalmente verdadera, no lo creemos.
No nos toca ahora discutir este punto.
Resumiendo: se ve como ha venido la idea reformadora, las fases que ha seguido, hasta llegar al libro del señor Renán, quien, aprovechando considerablemente del trabajo de sus antecesores, considera simplemente a Jesús como hombre, sin negar su existencia, sin hacerlo mito, y procurando explicar lo milagroso por los medios naturales que la crítica presenta. Niega el milagro, pero no niega el hecho que puede haber servido para imaginarlo.
No lo convierte en alegoría, en símbolo, en mito.
Acepta y discute los hechos, no los niega. Esta es la particularidad del libro. Un ejemplo aclarará mejor lo que decimos. Jesús resucita a Lázaro: he ahí el texto. ¿Qué dice Strauss? ``El antiguo testamento presentaba los tipos mejor preparados para la formación de narraciones detalladas, de resurrecciones aisladas. Los profetas Elías (I. Reg., 17, 17, IV reg. IV.
distingue con notable tino, lo que puede venir de la leyenda, lo que puede ser alegoría, y procura, a pesar de criticar la autenticidad de las narraciones Evangélicas, dar una explicación posible, histórica quenazca naturalmente de las ideas del tiempo, del genio de la raza, de la influencia de la tradición, de las costumbres de ese pueblo y, sobre todo, de la influencia moral del personaje.
Todas estas corrientes del pensamiento vienen a producir una resultante: la negación de la divinidad de Jesús, o la negación de la verdad de la Iglesia. Esa resultante es bajo su aspecto positivo, el entronizamiento de la filosofía para la elaboración del dogma, el principio de la libertad e igualdad como ley de las relaciones, el sentimiento de la sublime caridad como vínculo de unidad del género humano. Examinemos ese resultado que es al mismo tiempo el ideal. ¿Cuál es esa afirmación que se niega? La afirmación católica. ¿Cuál es la afirmación? ¿Qué es Jesús al fin de este resultado?, ¿Cuál es su obra y su mérito? ¿Por qué tanto interés en hacer desaparecer esa creencia de la divinidad de Jesús?
La divinidad de Jesús es la encarnación del Infinito, la humanización del Absoluto, en el año primero de nuestra era. Ya la humanidad había vivido cinco mil, diez mil, veinte mil años, y el Eternoesperóhasta hace 1864 años, para realizar un acto concebido eternamente, y del que depende la salvación del género humano. ¡Paciencia eterna! Ese acto, aunque existía como idea, en la mente del Eterno Logos, no sólo se verificó según los católicos en ese estupendo año 1° de nuestra era, si no que consistió, además, en que ese Logos, o inteligencia divina, era persona, en la persona de Dios, y se desprendió de su Padre según unos, o fue el mismo Padre, es decir, el Infinito, según otros, que descendió a María, esposa de José, para incubarse, crecer, nacer, y desarrollarse, enseñar, padecer y morir por mano de los hombres en la tierra de los Judíos.
Exponer esas afirmaciones que en verdad para todo espíritu no pervertido por la educación, el terror o el interés, no son sino mitología absurda, es refutarlas. Jamás han podido sostener una demostración científica, pues los católicos, para probar, no hacen otra cosa que afirmar. Sus pruebas son afirmaciones tan gratuitas como lo es el sujeto de la discusión. Batidos en sus premisas, comopor ejemplo: el Infinito no puede ser hombre, sin cesar de ser Infinito, os responderán que es hombre y Dios al mismo tiempo; otra afirmaciónmás absurda que envuelve unapeticióndeprincipio, pues responden afirmando, y nada más que afirmando, lo mismo que se niega. El opio hace dormir porque tiene virtud ``dormitiva''. De ese calibre es el raciocinio católico.
Tal es el Dios del mundo católico, y tal es su historia en la mente de la eterna paciencia divina.
Habiendo sido educados los pueblos católicos, en la creencia de que es Dios mismo, en la persona de Jesús, quien instituyó la Iglesia, (llamamos la atención del lector a esta consideración) es claro que cualesquiera que sean sus errores, extravíos o crímenes, o falsas doctrinas que esa iglesia propague, los pueblos, los pobres pueblos católicos, que son los más atrasados, harán este instintivo raciocinio: Dios lo manda, a mí no me toca, ni puedo, ni debo juzgar las misteriosas vías del Eterno; ``doctores tiene la Santa Madre Iglesia, que sabrán responder''.
Y he ahí la razón porque la reforma protestante, y toda crítica apoyada en la revelación, produce entre nosotros resultados lentos. Pero si se ataca la base directamente, si se niega la autoridad de la revelación, si se prueba en fin la nodivinidad de Jesús, el fundador, la Iglesia, sin necesidad de la interminable polémica teológica, sólo al alcance de las minorías arrancada por la raíz, se viene al suelo, aunque el mundo católico temblare, con el desplome de la basílica de Pedro.
Y tal es hoy el plan de ataque general. El libro del señor Renán, a pesar de su estilo flotante y de algunas contradicciones, es un poderoso contingente. Y éste es el momento de observar, aunque rompamos la serie de nuestros raciocinios, una particularidad del libro.
En una obra notable sobre la vida de Jesús, escrita a la faz de la Iglesia y de muchos pueblos creyentes todavía, y en la que se niega la divinidad del personaje, ¿cuál parece a primera vista y con razón, debía ser el problema principal? El examen de esa divinidad. Y aunque en el libro se niega, y de su lectura resulte una negación justificada, el señor Renán, a pesar de eso, no ha encarado directamente la dificultad, no ha tomado en cuenta los argumentos católicos, ni organizado las pruebas evangélicas que podían dar plena legitimidad a su tesis. ¿Por qué ese desdén? ¿Por qué pasa como con desprecio, sobre la gran cuestión de la posibilidad o imposibilidad del milagro? Dosmotivospueden, a juicio nuestro, explicar esa deficiencia quenotamos.
El 1° o el señor Renán cree ya que en Francia, y en la mayor parte de los pueblos de Europa, a lo menos en todo el mundo inteligente, esa cuestión es ya extemporánea por haber triunfado plenamente el principio fundamental de toda ciencia, que es el orden de la naturaleza, y la imposibilidad del milagro, lo cual sería, si así fuese, un gran signo de triunfo, corroborado por la furia católica de sus refutadores; o2°, el señor Renánhabiendo emprendido una exposición tan clara de la vida de Jesús, explicando lo milagroso de unamanera tan posible y tan humana, ha podido creer inútil emprender una demostración directa de la nodivinidad y del nomilagro, porque resulta indirectamente de la totalidad de su exposición. Si es así, el señor Renán hahechobien escribiendo para pueblos avanzados; pero para nosotros es, en América, necesario el examen directo del problema. Queda, pues, ese trabajo por hacer, y lo aplazamos.
Luego, si todo el edificio católico reposa sobre la creencia en la divinidad de Jesús, sea o no esa Iglesia con su catolicismo una lógica consecuencia de esa afirmación fundamental, desde el momento enque la opinión se aperciba del error enque vivía, adorando un apoteosis, no sólo la reparación de la Iglesia y del Estado será un hecho conquistado, sino que terminará la gran revolución religiosa a que asistimos.
¡Y ése es el gran espectáculo del tiempo! Para el hombre pensador, he ahí el gran problema humanitario por esencia, del cual todos dependen, ante el cual todos los otros problemas de la sociabilidad se subordinan. ¿Desaparecerá el catolicismo, desaparecerá el cristianismo? ¿Qué dice la sonda del filósofo arrojada en el océano de los tiempos? Y desapareciendo esas religiones, en el sepulcro de Dios de los cristianos, ¿cuál será la resurrección que se levante ostentando ante los poderes paganos de la tierra derribados de espanto, el signo, la luz, la nueva forma del eterno verbo? He ahí el campo de la inducción y profecía.
Si no hay milagro, Jesús es hombre. ¿Si es hombre, qué sabemos de su vida? Lo que sabemos de su vida es lo escrito en los Evangelios canónicos y apócrifos, en los historiadores contemporáneos, y en la tradición recogida después por los discípulos.
¡Qué fe merecen esas fuentes! Es aquí que el autor, en una introducción, analiza los autores, clasifica sus tendencias, señala contradicciones, y asigna el grado de fe que merecen en tal punto, en tal época, en tal descripción de la vida, en tales opiniones que ponen en boca de Jesús. Discutida y aceptada la masa de documentos primitivos, el autor compone con todos ellos la historia de esa vida, y sea dicho de paso, cualquiera sea la opinión del lector, el hecho es quenosha acercado esa figura de una manera sorprendente. Asistimos al desarrollo del hombre, comprendemos el porqué de sus acciones, de sus viajes, de sus palabras, explicadas por la influencia del espíritu interno, del genio de Jesús, en relación con su época, con la atmósfera espiritual que le rodeaba, con la naturaleza de la Patria, con las costumbres de su tiempo y de su raza, con las doctrinas y pasiones de sus contemporáneos. Es un trabajo notable, y de mucha importancia, quizás completo, y si exceptuamosaldistinguido Salvador, que al autor no cita, no conocíamos un trabajo más notable de resurrección histórica de un hombre.
Eliminado el milagro, ¿cómo explica el autor los milagros? Esta parte es grave, incompleta, satisfactoria, a veces, pero injusta, en otras. A veces, el señor Renán, conuna frase, como la de la ``natural sobriedad'' de los pueblos orientales, da a entender, que la multitud vivió en el desierto, con lo poco que había llevado, repartido por la caridad, y sostenida por el entusiasmo. Otros, como en las curaciones, Jesús aparece como cómplice de la exageración y entusiasmo de sus discípulos, que querían a toda costa milagros para convencer a los incrédulos; y es aquí que el personaje sublime es rebajado a la categoría de un juglar. En otras, en fin, como en la resurrección de Lázaro, se combinan, la credulidad de los autores, el entusiasmo de los discípulos, las circunstancias del entierro en grutas, la necesidad de dar un golpe cerca de la escéptica Jerusalén, y la complicidadmoralde Jesús, prestándose al papel de resurrector, llorando, trémulo, dudoso, yoperando según la apariencia del estado de Lázaro.
Nosotros, que simplemente negamos hasta la posibilidad del milagro, y que creemos a Jesús puro y sublime, nopodemosdar aquiescencia a ese aspecto con que se le presenta. Porque, o Jesús es uno de los hombres más sinceros, más heroicos y máspuros que han aparecido, y entonces ese papel no se concibe; o no lo es, y entonces, no debe el autor llamarlo divino a cada paso; para hacerlo descender, a la categoría de simple taumaturgo.
El señor Renán ha previsto la objeción y ha querido vindicar a Jesús de la inculpación que nace de su propio texto, y nos dice poco más o menos: Jesús creía en el milagro, todos creían en el milagro; era antigua tradición y creencia que el poder de hacer milagros era propio de los hijos de Dios, de los profetas, una prueba de la dignidad de su misión.
¿Cómo Jesús, con la intensa conciencia de ser hijo de Dios, profeta de la revolución mundana y de la catástrofe final, no había de creer esa delegación de su Padre? Parece a primera vista vindicado, pero nos dice, además, que Jesús repugnaba esas pruebas, y que en muchos casos cedía al torrente de la opinión, practicando todo el aparato de un taumaturgo. Nosotros vamos a ver si vindicamos a Jesús completamente, y aunque no conocemos ningúnargumentopresentadoa favor de la opinión que vamos a emitir, la emitimos porque creemos probarla.
Nuestra proposición, que parecerá muy atrevida, sobre todo a los historiadores, es que: Jesús no creía en el poder de hacer milagros.
Convengo, en que esa proposición tiene la apariencia de una paradoja. Pido al lector, me escuche antes de juzgarla.
Cuando impera la creencia de la arbitraria omnipotencia del Ser Supremo, cuando no se conoce, ni reconoce unordennatural, ni la existencia inmutable de las leyes que rigen a los seres, entonces el milagro es de ley, el milagro no es un orden sobrenatural, sino el orden natural de las cosas bajo el imperio del capricho omnipotente. El hechoque se llama milagroso, entonces, es un hecho natural, más o menos común, pero que no rompe, ni desquicia a la razón perturbada del creyente. Ve tan sólo unhechomás asombroso, másoriginal, omás nuevo, que aquellos que diariamente afectan sus sentidos; pero no ve una violación de la ley natural establecida, porque esa ley no existe para él. ¿Y qué es lo que caracteriza radicalmente al milagro? La violación de una ley. He ahí en lo que consiste el verdadero milagro, si fuese posible. En nuestros días el que crea que con el pararrayos o telégrafo eléctrico se arrebata al Ser Supremo la dirección de la electricidad, o que creyere se violase la ley del rayo, ese creería en el milagro. Pero el que viese en cualquier hecho sorprendente, nuevo, inexplicable, incomprensible, (por más que en la apariencia se violase el sistema establecido), sólo la deficiencia de nuestros conocimientos, y afirmase contra la revelación de los sentidos la permanencia de la ley, ese jamás cree en el milagro. ¡Cuántas veces no ha aparecido violada la ley de la atracción en algunas inexplicables perturbaciones siderales! Y jamás el sabio o el hombrede ciencia ha sospechado siquiera que fuesen efecto del milagro.
Así, pues, si en tiempode Jesús, o Jesús mismo, creían en lo que se llamaba milagro, esa idea no importaba otra significación sino la manifestación de un poder no común, pero de ninguna manera irregular e inexplicable. El entusiasmo, la fe, la pasión, producen hechos excepcionales. Vemos hombres en ciertos momentosquehacenprodigios de inteligencia, de amor, de fuerza, produciendo asombrosos e inesperados resultados en la suerte de los pueblos; y esos efectos se llaman milagrosos, no porque se viole la ley, sino por la grandiosidad del resultado. Jesús podía producir esos resultados y los producía, pero sin que tuviese conciencia, ni creyese que violaba una ley. Bajo este punto de vista, Jesús no creía, pues, en el milagro. Pero hay otro aspecto teológico e histórico que corrobora la opinión que emitimos.
El que sinceramente cree poseer ese poder del milagro en su verdadera acepción, puede ejercerlo a despecho de la credibilidad de los espectadores.
Puede onopuede. El poder que poseo es independiente de que crean o no crean en mi poder. Soy el delegado del poder divino, más, soy el mismo Dios sobre la tierra; ¿y la fe o escepticismo de los hombres, anularán e imposibilitarán la manifestación y el ejercicio del poder omnipotente que poseo? De ninguna manera. Mando a la Luna se desprenda de su órbita, y a mi mandato la Luna viene a hundirse en el océano Pacífico. Crean o no crean, el hecho debe verificarse, si hay poder y voluntad de ejecutarlo. Pero he aquí que Jesús no puede, por confesión de los mismos discípulos, efectuar milagros. Dice Mateo: ``58. Y no hizo allí muchos milagros a causa de la incredulidad de ellos'' (cap. XIV). Dice Marcos en la misma situación: ``5. Y no podía allí hacer milagro alguno'' (cap. VI).
He ahí dos textos que, además de contradecirse, (pues Mateo dice que no pudo hacer muchos, y Marcos queno pudo hacer ninguno) prueban hasta la evidencia que Jesús no era Dios, ni tenía en su poder esa delegación supuesta de cambiar las leyes naturales, porque no se puede suponer a la omnipotencia impotente.Veía pues, Jesús, según el texto, su poder anulado.Y si veía su poder anulado, veía también que no poseía poder. Así es que los actos que se llaman milagrosos, eran tan sólo en su conciencia, efecto de su virtud, tomando a esta palabra en la totalidad de sus acepciones, como potencia moral, influencia, vida ejemplar, heroísmo y santidad, ¡operando sobre individuos susceptibles de recibirla! Creo, pues, haber demostrado la proposición: Jesús no creía en el poder de hacer milagros, y al mismo tiempo creemos haberlo vindicado en el mundo de la filosofía.
El señor Renán cree que la parte milagrosa de la vida de Jesús ha sido una violencia de su tiempo, que le impuso esa necesidad para caracterizar su obra y legitimar su misión. Coloca a Jesús en este dilema tremendo: ``renunciar a su misión o hacerse taumaturgo''. Tal era en aquel tiempo la unanimidad, puede decirse, irresistible de la opinión de queningunamisiónprovidencial podía legitimarse sin corresponder a algún anuncio, presentimiento o inducción elevada o profecía, y sin el poder de producir esos actos sorprendentes.
Para probar su dilema nos dice: no se puede dar crédito (abrevio) a las narraciones, no se puede saber si esos rasgos atribuidos a Jesús son invenciones de sus discípulos, o son hechos históricos, exagerados o relatados bajo la creencia de los redactores. La ignorancia de la medicina y de las leyes de la naturaleza favorecía esa creencia; ni comonegar, sin que sea milagroso, la influencia moral de una gran personalidad sobre personas queridas.
Los judíos, y Jesús mucho más, creían que la enfermedad era efecto del pecado, y de ahí nacía la creencia de la medicina moral, es decir, la acción de la palabra y de la persona de un hombre santo y elevado. Ese poder era llamado sobrenatural, y Jesús lo ejercía. Si mirando, si dirigiendo la palabra de su corazón sublime, si imponiendo sus manos venerables sobre el desvalido, lo aliviaba, nosotros lo creemos, sin que por esto creamos en milagro, sino en la acción del amor sobre la fe. El autor admite, pues, que ha habido actos en la vida de Jesús, que ``hoy serían calificados de ilusión y de locura''. Además, considera esa parte de la vida de Jesús como ``violencia de su siglo'', y que si el taumaturgo ha desaparecido, ``el reformador religioso vivirá eternamente''.
Jesús no es Dios. El señor Renán afirma con verdad diciendo que jamás Jesús profirió esa blasfemia.
Como creencia fundamental y dogmática, Jesús se distinguió, y he aquí el rasgo original que dominó en su vida: ¡Hijo de Dios! No que fuere una excepción, ni que se creyese a la manera politeísta, como Hércules, el fruto de una visita de Zeus, de Júpiter o Jehová, sino la conciencia viva y palpitante de la ley de amor que en el primer despertamiento de la conciencia, con el esplendor del genio y la intensidad del sentimiento recibiera.
Vio a Dios en su ser, en su razón, en su corazón, en la belleza de la naturaleza, en la atracción al Infinito que poseemos, en la insaciable petición de vida, de amor, de gloria, de felicidad, de comunión con los demás seres, que en los albores de la mañana de la vida columbramos. Y esa fuerza, esa visión del bien, esa aspiración a confundirse con Él y ``ser uno con todos, como Dios es uno'', es la revelación universal, es la atracción necesaria de las almas, es el destino providencial de lo creado.
Jesús sintió esto, vio esto, Jesús fue, en ese sentido, encarnación de lo bello, de lo bueno, de lo justo, tal como se lo permitió la educación de su siglo y la elucubración de su inteligencia. Fue superior en grado, no en esencia al resto de los humanos.
Si amando, si practicando la justicia, Dios vive en nosotros, si esa unión puede aumentar odisminuir engrado (y he ahí la radical diferencia quedistingue a los hombres), nuestro progreso es sin término, y nuestra perfección indefinida. Pero Dios, al mismo tiempo, permanece el invariable infinito, y jamás el hombre libre de sistemas y de educaciones falsas, llegará a la tremenda blasfemia de identificar su ser movible, limitado, oscuro, con el ser indivisible en posesión de su perfección absoluta.
Jamás dijo Jesús ser Dios; pero repetía con razón que era hijo de Dios, ``a quien había venido su palabra'' esa palabra, cuyos resplandores conoce la humanidad desde el principio, esa palabra que todos directamente recibimos cuando escuchamos en nosotros mismos el eco misterioso del espíritu que sopla sin cesar sobre la universalidad de las existencias.
Escuchó más y mejor. ``No fue oidor olvidadizo''. Y con la conciencia que le daba sobre las tinieblas en que vivían casi todos sumergidos, proclamó el título glorioso del hombre,delHijo del hombre, Hijo de Dios por excelencia, pues recibía la comunicación y el lenguaje perdido, olvidado, o desdeñado, con el Eterno Padre.
Volvía, aparecía con ese verbo, y traía a sus hermanos la ``buena nueva'' que había recibido, y que todos podían recibir: igualdad, sublimación del espíritu, posesión del paraíso en cada uno, amor y más amor, aun más allá de la justicia. He ahí el sello peculiar de Jesús y de su obra.
Cuando los educados en la creencia de la revelación, procuran darse cuenta de lo que era Jesús, por un acto psicológico de fe en su divinidad se lo figuran de una unidad perfecta. A veces hay cosas duras y contradictorias que se presentan, pero la fe, de que todo ha de ser bueno y no puede dejar de ser perfecto, ahoga en su origen el despertamiento de la duda. Pero cuando desaparece la fe, o cuando a pesar de ella se escucha a la razón, Jesús presenta aspectos diferentes y a veces contradictorios. El autor hadesarrollado esta parte con suma inteligencia y es, quizás, la parte más completa de su libro.
Sin pretender agotar los diferentes aspectos, y las ideas consecuentes a los diversos períodos de la vida de Jesús, puede decirse que contiene tres épocas principales.
La acción del pensamiento de Jesús sobre sí mismo, con la acción de las ideas ardientes de su tiempo, más la influencia de la naturaleza de la Galilea y de los buenos y sencillos habitantes; la concepción del ``reino de Dios''. En la concepción del reino de Dios hay también varios aspectos. Y últimamente la batalla de la vida, la negación del mundo judío, la profecía del universal y futuro advenimiento de la justicia y de la gloria.
La teología única y fundamental de Jesús, fue la conciencia de su unión con su Padre, hasta ser uno, y prometiendo a todos los que lo imitaren, la misma unificación con el Eterno. No se instituía, pues, en ser agraciado, privilegiado, excepcional, monopolizador de lo divino, sino que abrió sus brazos a la tierra para abrazar a Judíos y gentiles, en el mismo amor, y en la misma comunión de la divinidad, pudiendo ser ``todos perfectos como el Padre es perfecto''.
Era el dogma del amor y del pensamiento universal y puro de todo hombre, que en medio de la naturaleza encantadora de la Galilea, y encontrando eco en el corazón de poblaciones sencillas e inocentes, produjo el espectáculo de paz, de bendición y de alegría que caracterizan la época primera de Jesús. La moral que predicaba era la misma que sus antecesores habían predicado sin que en nada sobrepasase a la moral eterna del género humano.
No innovó, no reveló nada en moral. ¡Por qué entonces esa influencia! Aquí tomamos una bella expresión del autor: ``se predicaba a sí mismo''.
En efecto, yaquí es de justicia recordar al señor Edgardo Quinet 3 . ¿Quién como él, ha demostra do y defendido contra el panteísmo la influencia prodigiosa de la individualidad, de la vida, del acento, del gesto, de la mirada, en una palabra, la influencia de la emanación poderosa de un ser sublimado por el amor y por la fe? Jesús era joven, puro, bello, intachable, lleno de abnegación yde fe.
Jesús traía de nuevo la buenanuevapara los pobres, para los desgraciados, para los que esperan, para los que ``han tenido hambre y sed de justicia'' en medio de un mundo cargado de todas las iniquidades, ¿y Jesús nohabía de efectuar prodigios? Lo extraño ha sido que las multitudes no se hayan precipitado en su camino, entonando ``hosanna'' ¡Lo extraño ha sido que se le haya dejado predicar tantos años! Su moral fue severa. Su vida, sin ceremonias. Detestaba las fórmulas y ritos. Odiaba a los hipócritas, condenaba a los ricos, sancionaba el sacrificio hasta el exceso, hasta el olvido de las leyes del derecho. Dueño y consciente de una individualidad sublime, parecía complacerse, en humillar la individualidad. De ahí nació esa base funesta que el catolicismo explota y ha explotado particularmente en los horribles siglos de la edad media. Se complacía en el escándalo que a los fariseos causaba su desprecio por la letra; e innovando iluminaba con su espíritu la verdadera significación de los preceptos. ``No hablaba contra la ley mosaica pero es claro que veía su insuficiencia y así lo dejaba entender. Repetía lo que los antiguos sabios habían hecho. Prohibía la menor palabra dura, proscribió el divorcio y todo juramento, criticaba el talión, condenaba la usura, juzgaba que el deseo voluptuoso era tan criminal como el adulterio. Quería un perdón universal de las injurias''.
Aceptaba las buenas tradiciones y costumbres de su pueblo. Aprovechó de la enseñanza, y aun para no imitarlos, de los extravíos de sus predecesores y maestros, apartándose cada vez más del camino de las rebeliones, para preparar la revolución universal que dura, continúa y no termina.
Humilde, visitó con sus discípulos y aceptó el bautismo de la escuela de Juan.
Su vida pasaba en los caminos, en las aldeas, en las granjas, en las poblaciones que visitaba con sus discípulos. Viajes deliciosos de enseñanza continua, de enseñanza práctica, vida en común, al aire libre, libres de espíritus, llenos de amor y de esperanza. Llevaban la paz y nada más que la paz todavía. Recibiendo y pagando con el germen moral que depositaba en sus huéspedes la grande hospitalidad de los pueblos orientales; el viaje, el descanso, el albergue, la comida, todo acto de la vida era convertido en escuela, y sembraba de este modo el camino de su vida con un movimiento de regeneración irresistible. Los niños lo buscaban, las mujeres lo colmaban de respeto y afecto, los hombres de sencillo corazón dejaban sus redes, el oficio o el empleo, por seguirlo y vivir suspendidos de su palabra; y la adusta soberbia sinagoga, escuchaba su palabra nueva regenerando el viejo texto.
Fue el tiempo de las nupcias, de los festines, de la alegría inusitada, que sorprendió a los montaraces discípulos del bautista cuando fueron a inquirir quién era. He ahí lo que puede llamarse la primera época, nuestra deficiencia ha podido abrazar y comprender sus rasgos principales. Y no se nos diga que al caracterizarla de este modo queremos negar los contratiempos que tuvo. No,perohemos querido decir, que lo que dominó en ese período que establecemos fue la mansedumbre, la paz, la alegría, la predicación moral, la indirecta abolición de las prácticas antiguas que habían recargado la conciencia y la vida de los pueblos, y el establecimiento de esa religión directa con el Padre.
Mas la Galilea no era la Judea, Cafarnaum no era Jerusalén, la Judea no era la Palestina, en fin, la Palestina no era el mundo; y la ``buena nueva'' era para todos los ``hijos de Dios''. Ya contaba, puede decirse con un punto de apoyo en la Galilea, y era un deber extender la circunferencia de su acción y propaganda. Bajo otro aspecto, Jerusalén, la capital, la plaza fuerte del judaísmo, era la mejor tribuna para hacer irradiar supalabra. Entonceselproblema era necesario de la historia de la vida de Jesús, se plantea por sí mismo: o la conquista de Jerusalén o la muerte.
Jesús y Jerusalén son los antagonistas. Jesús venía reformando y envolviendo en una ondulación progresiva a los pobres, a los plebeyos, a los despreciados, a los gentiles y samaritanos, que como elementos afines de la combinación futura, se precipitan alrededor de la esperanza de una mejora en la tierra, del advenimiento de un nuevo reino, o de una catástrofe regeneradora. Jerusalén, isla de la obstinación y del orgullo se pregunta si los grandes, los príncipes, los sacerdotes escuchan la palabra nueva o si sólo la canalla va en pos del reformador.
¿Cuál es el espíritu que invade?, ¿cuál la idea que domina al invasor? ¿Cuál el espíritu que resiste, y la idea que quiere perpetuarse? Jesús venía negando el judaísmo. ¿Qué era el judaísmo en esa época? El judaísmo, tenía una gloria teológica que había llegado a ser una gloria nacional: el monoteísmo. Un solo Dios, y un Dios tremendo que en unmomentode su ira puede pulverizar la tierra y hacer que se desprendan las estrellas, que como clavos de oro sostienen la tienda del firmamento de Jehová. Y ese Dios, de entre todos los pueblos, ha elegido a los judíos, para celebrar con ellos un ``pacto de alianza'', idea atrevida y sublime, de aquel tiempo. En medio del Oriente antiguo, rodeados de pueblos idólatras, sabeístas, panteístas, el judío identificó su nacionalidad, con la idea religiosa. De ahí su fuerza, su fe, su resistencia a toda prueba, su obstinación hasta hoy, su inmovilidad en medio del continuo movimiento.
LaNación reposaba en la idea de su Dios. Esa noción de Dios era su genio, formaba su carácter y constituía su gobierno. La Nación era teocrática.
No hay teocracia sin un templo y sacerdocio. Y no hay sacerdocio que no llegue a ser aristocracia.
La profunda desigualdad existía, pues, en el seno de esa sociedad; y con el tiempo, intereses y costumbres opuestos arraigándose, se ve la casta por un lado y la multitud o pueblo por el otro. El templo venía a ser la ciudadela de la casta, al mismo tiempo que la gran tribuna de obediencia.
La sencillez del culto primitivo se ha perdido.
La práctica, el rito, la ceremonia, las instituciones sacerdotales por una necesidad lógica tienen que acumularse para suplir el vacío moral que deja el olvido del sacerdocio universal en todohombre.De ahí esa multitud de formasy fórmulas, esa casuística permanente, esa palabrería inagotable. La virtud desaparece, y la hipocresía se convierte en sistema.
Ésta es la ley de todo culto y religión exterior.
Deahínaceque todohombrepuroquequiere vivir según la ley sepultada por las fórmulas, es revolucionario y condenado. Y la teocracia condenaba a la lapidación, sin ser oído, al que blasfemaba, es decir al que revelaba la verdad, o negaba el viejo culto.
Tal era el enemigo que Jesús iba a embestir.
¿Quién no ve con claridad el desenlace? ¡Jesús se presentaba como hombre! Luego el judío debía condenarlo. Jesús venía con la conciencia de la humanidad, una, indivisible y solidaria. El judaísmo debía condenarlo. El judaísmo era el privilegio de unanacionalidad excepcional. Jesús proclamaba la igualdad de los hombres y las fronteras nacionales desaparecían en su doctrina. Antagonismo teológico, que remataba en antagonismo político. Jesús abolía el templo, el sacerdote, el rito, la oración. El sacerdocio tenía interés vital en perderlo. Emancipación del espíritu que es ``lo que vivifica'' porque la ``letra mata''. Los que vivían de la letra, debían matarlo con la letra.
Jesús esperaba, sin embargo, con esa fe de las almas puras que creen que los hombresygobiernos deben inclinarse ante la verdad que se revela, esperaba poder, precedido de su fama, con la conciencia de su alta misión, y la demostración del ``reino de Dios'', que Jerusalén se convirtiese. El desengaño fue terrible. Tocó por vez primera la realidad; su contacto con ese mundo caduco estremeció sualma. El argumento, el sofisma, la perfidia, el hipócrita palabreo de la casta, si no desconcertaron su espíritu, al menos produjeron en él una notable reacción.
El manso Profeta, y el suave Mesías, el alegre carpintero, es reemplazado por el tribuno terrible que, sobre las desgracias de ese pueblo esclavizado, lanza el anatema y la amenaza del juicio final que se aproxima. Jesús mismo precipita el desenlace, y seguro de su irremediable sacrificio, afronta la situación con la serenidad del mártir bendecido.
Acumula los esfuerzos, aglomera sus pruebas, el raciocinio y la inventiva se confunden.Es el lidiador que conoce el día supremo de su gloria. Arranca la máscara a todas las fases de la mentira. Consuela y da esperanza a todos los infortunios. ``Eleva a los humildes y abate a los soberbios''. Y no pudiendo asaltar, ni sitiar, ni penetrar en el templo que cobija el mundo antiguo, con la audacia de un titán, lo condena a que ``no quede piedra sobre piedra''.
Pero Jesús en esta situación hostil en sumo grado, por la incredulidad, la mofa, la maldad de sus enemigos, y quizás también por la impotencia física de dominar la situación, llegó al paroxismo de la exaltación. El genio de los viejos profetas, las visiones terribles de los libros de Henok y de Daniel, acumulaban en su ser las santas indignaciones del justo despreciado; y sus discípulos jadeantes, temblorosos, apenas podían seguir a ese espíritu que se transfiguraba a su vista, evocando las figuras de los libros apocalípticos, y la firmeza de la amenaza con la seguridad del castigo. En vez de hacer concesiones a la naturaleza se empeña en negarla y pisotearla. Ni amistad, ni familia, ni patria, todo lo hunde bajo el peso de su planta profética, sobre la trípode del viejo templo que destruye. Esta situación no puede durar. Su desenlace se llama la ``pasión''.
Antes de morir, su idea dominante del ``reino de Dios'', adquiere mayor precisión en su espíritu.
Esa idea era muy compleja como concepción, atractiva y terrible como sentimiento, magnífica como composición fantástica. Presentaba, pues, muchos aspectos, muchos atractivos, muchos cuadros, y así no es extraño que tantas opiniones a su respecto se formasen.
Había socialismo político, teología, cosmogonía, sanción de la ley, teoría en germen de una filosofía de la historia: de todo esto había en la utopía del ``reino de Dios'' o ciudad de Dios.
Aceptaba las imágenes yprofecías de los libros de Henok, de Daniel y Sibilinos, y así envolvía en su movimiento a los creyentes que esperaban las profecías anunciadas del Mesías, del hijo de Dios, del reino de Dios, presentándose él como encargado de realizarlas. En esta parte, Jesús es tal como lo pinta Strauss.
Había socialismo, porque predicaba el advenimiento de los pobres, el castigo de los ricos, un comunismo sentimental y práctico. Había política porque anunciaba la caída de los poderosos de la tierra, ``los últimos serán los primeros'', ``los poderosos, los servidores''. Había teología, porque se fundaba su renovación en la creencia de la divinidad en todos los que aspirasen y quisiesen ser perfectos, en la noción del culto puro y directo, sin mediador. Y aquí es de observar que el mediador, predicaba la abolición de toda mediación entre Dios y el hombre. Había cosmogonía, porque el mundo sería trastornado, volcado, el cielo se abriría, y mostraría al Hijo del hombre rodeado de sus ángeles. Había penalidad porque el juicio va a venir, venía, los signos ya lo anuncian, y los buenos serán premiados y los malos castigados. Había un germen de filosofía de la historia tomado de los libros de Daniel, pues hacía converger los acontecimientos al desenlace que profetizaba.
Desarrollad cada una y muchas otras de las ideas contenidas en la expresión ``Reino de Dios'', y veréis qué inmenso campo de elucubraciones, de terrores yalegrías se desprenden. No todas esas ideas coexistían en la mentede los convertidos, pero cada cual tomaba la que más llamaba su atención, y así se explica la fecundidad del movimiento. Por otra parte la profecía de ese juicio predisponía las almas al desprendimiento de las cosas de la tierra y facilitabaelapostolado, el proselitismo ypropaganda.Pero también esa idea falsa del próximo juicio, ¡cuántos males no ha producido y aún produce! Daba una falsa sanción a la moral, y sin contar con el año mil, en que la cristiandad casi murió de hambre por haberse suspendido los trabajos, esperando la aparición del juez en las nubes, y locupletó a la Iglesia que, estando en el secreto, compraba a vil precio o recibía en donación las propiedades; hasta hoy existe ese terror en los pueblos católicos, que en cualquier cataclismo de la naturaleza esperan aterrados el juicio final. En el terremoto de Mendoza, cuando las víctimas aplastadas o medio sepultadas gritaban socorro, sacerdotes hubo, que en ese momento predicaban aterrando más y más a los sobrevivientes, con la idea de que Dios en ese momento, ¡oh blasfemia!, señalaba su ira. ¡Y cuántas personas perecieron por la falta de socorro! He ahí cómouna fantasía hebraica, aparecida hace siglos en Judea, ha venido a matar gente inocente, ¡en 1861, y en Mendoza! Tal era la idea, en sustancia, que con Jesús hacía su entrada en Jerusalén, para vencer o morir.
He ahí, pues, el gran revolucionario que lleva en su idea las tempestades del cielo y de la Tierra.
He allí el manso Galileo, el terrible profeta, que sacude las almas, los templos y los tronos. He allí el hombrehumanidad que derriba las fronteras de su Patria y de las nacionalidades con su cosmopolitismo sentimental. He ahí el hijo de Dios que sublima los espíritus acercándolos con el coraje del amor y de la verdad al seno de Nuestro Padre. Se acerca a Jerusalén. Siente su fin: lo arrostra. Su fin es la muerte, pero las consecuencias de su muerte comoondulaciones de unocéano luminoso llegan aúnhastanosotros, ynosotros lo bendecimosdesde lo alto de los siglos libertados.
En la apreciación definitiva de este hombre, y de su obra, nos apartamos de las conclusiones del señor Renán.
Cree que la regeneración del cristianismo no depende sino de volver al Evangelio. Que el ``cristianismo puro se presenta aún con el carácter de una religión universal y eterna''.
Que haya en efecto en el cristianismo elementos de la religión eterna es una verdad, ¿y qué religión no tiene algún elemento, visión o símbolo de la religión una y universal, que es anterior al cristianismo? Pero, contra la opinión del autor, no creemos al cristianismo de Jesús ``la religión definitiva'', sino en el sentido deque será la última quedesaparecerá.
Si es así, aceptamos la idea. Pero el autor entiende que será la última de las religiones, la que nopuede ser suplantada por ninguna.
Nosotros no creemos al cristianismo suficiente. Lo aceptamos como espíritu de caridad, lo negamos como moral absoluta.
El cristianismo es el amor y la humanidad clama más por el derecho. ¿Y qué entiende de derecho el cristianismo, ni Jesús, ni el Evangelio? El cristianismo es amor, pero no ha sabido fundar pueblos libres, ni crear hombres soberanos; y la humanidadquiere derecho, quiere libertad, quiere justicia, antes que amor, y qué fe y qué entusiasmo, y qué fantasías de cielos másomenos esplendentes o más o menos falsos. El cristianismo es el sentimiento puro, pero la humanidad moderna quiere razón pura y sentimiento. El cristianismo impone, la filosofía convence. ¿Quién respeta más la esencia sublime de los seres racionales? ¿La doctrina que truena, deslumbra, y que necesita de un cortejo fantástico de leyendas, que aterra con la gehenna, o regocija conunparaíso, quepisotea individualidad, familia, Patria, humanidad, en virtud de la humil dad preconizada, para seguir al profeta inspirado en su camino de amenazas y recompensas? ¿O la filosofía pura del derecho, al alcance del último, y sin la cual no puede haber sociedad, ni paz, ni justicia? ¿Cómo puede compararse la sublimidad del estoicismo, coneldespreciode la individualidad tan propio del cristiano? ¿Cómo comparar la moral de Kant con la moral de Jesús? Y así como Confucio fue superior a Jesús comomoralista 600 años antes, así Kant lo ha sido 1.700 años después.
Si necesitamos dogmas, el dogma del cristianismo puro, ya no basta para las necesidades científicas del espíritu humanoennuestros tiempos.
El dogma futuro tiene que resolver la cuestión de la creación, odelpanteísmo. ¿Qué sabe de todo esto el cristianismo sino repetir afirmaciones, como el ``fiat lux'', que nada prueban? Jesús, grande como es, no es el único, ni fue el primero, ni será el postrero de los grandes iniciadores. Ni ha sido ``el primero que haya proclamado la reyecía del espíritu'', porque no hayverdadero filósofo queno lo hayahecho,ynadie lo ha proclamado mejor que Sócrates y el espíritu griego en general. Es necesario cerrar los ojos para nover en la enseñanza deConfucio la doctrina permanente de la reyecía del espíritu, de la autocracia de la razón. Sakkia Mouni, el filósofo indiano que vivió mil años antes de Jesús y con quienes el autor lo compara tantas veces, fue filósofo y moralista.
Como dogma, el cristianismo puro es deficiente e incompleto.
Como moral, el cristianismo es inferior a la moral del estoicismo.
Como política lo creemos favorecer indirectamente al despotismo con su doctrina del sometimiento y del egoísmo exclusivo de la salvación del alma, a despecho de patria y libertad.
Y esto se refiere al cristianismo en lo mejorque tiene, en sus elementos más puros. ¡Qué diremos, entonces, del catolicismo con sus dogmas y su iglesia! Si el cristianismo tiene vida y ha de vivir, lo deberá al germen sublime de caridad que contiene, dominando las discusiones teológicas, y viendo ante toda humanidad, en donde el catolicismo busca ante todo la servil obediencia a sus absurdos.
Si el uno tiene vida y quizás abrace un día a la humanidad para pasarla a los brazos de la filosofía, el catolicismo es una religión muerta, un paganismo sobreviviente inferior al mahometanismo. Al decir que es religión muerta, se nos dirá que vive aún, pero hay vidas, como la de la teocracia romana, sostenida por la invasión, el perjurio y la violencia, que condenada por la conciencia y por la historia, ya no tienen porvenir.
Así, para terminar, diremos: el cristianismo tiene un elemento inmortal que abrazará la síntesis futura que elabora la ciencia y la conciencia del género humano. El cristianismo es el verdadero enemigo del catolicismo. La filosofía, la ciencia y el amor, indisolublemente unidos, son los herederos más dignos del imperio moribundo de todas las grandes religiones.
El hombre moderno lleva su cielo y su infierno, su ciudad y su familia, su soberanía y su amor, su Dios y su autonomía en su propio ser, en su personalidad, salvada del servilismo católico o de la seducción panteística. Ese hombre moderno, ese hijo del hombre, ese hijo de Dios, ese Mesías, ese Mediador, ese Prometeo y ese Cristo, ha quebrantado las cadenas, demolido los templos y, sobre el cementerio de los cultos, ha levantado el himno sublime de la emancipación. A la demostración científica del derecho, la inducción que doblega el imperio de los elementos, el respeto y el amor recíprocodelhombre.Conesabase,conesasconquistas tenemos lo suficiente para cumplir nuestra rápida misión sobre la tierra, y llenos del mismo espíritu fecundo, que iluminaba a Confucio, a Sócrates, a Jesús, a Juan Huss, a Kepler, a Galileo, a Newton, a Voltaire, a Kant, a Lamennais, de ese espíritu que lanzó el primer himno en la primera mañana del género humano, continuemos avanzando cada día a la conquista de la luz omnipresente.
Buenos Aires. Febrero 1864.
; ;
|