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EL GRANDE ANIVERSARIO
[02-May-2008]

EL GRANDE ANIVERSARIO . JUEVES SANTO .I.

La humanidad cristiana solemniza hoy con el recuerdo de la pasión de Jesucristo, el más grande y profundo de los símbolos conocidos: la religión del sacrificio.

La diferencia radical que existe entre el cristianismo y las religiones anteriores, consiste, aparte de las consideraciones más o menos espiritualistas de doctrina, a veces diferentes en cuanto a la concepción dogmática de las grandes verdades que rigen el imperio de las creencias, en la aceptación del dolor y, si podemos explicarnos de este modo: en la sublimación de la desgracia.

Todos los desheredados, todos los que llevan una carga pesada para sus hombros, los que sucumben bajo la presión de la fatalidad física, sea por la enfermedad, la miseria o la ignorancia; todas aquellas víctimas de las doctrinas de desigualdad que han dominado y aún dominan esclavizando a la mayoría de la especie humana, a los resplandores del alba que alumbró a los pastores de Judea, levantaron la cabeza y un inmenso grito de alegría saludó la venida del Salvador del mundo.

Era esperado. El Mesías anunciado era creado, era incubado, por las aspiraciones de la humanidad doliente. La humanidad profetizaba a su redentor.

Así fue que, al sentir las primeras ondulaciones de esa luz que en las alturas del Oriente guiaba a los peregrinos en busca de la cuna del futuro soberano de las almas, los esclavos alzaron al cielo sus brazos con cadenas, los siervos levantaron la frente del surco regado por sus lágrimas, la mujer entrevió en medio de sus sueños y sus lágrimas la visión futura de su rehabilitación; y un cántico de esperanza resonó donde quiera que había algo que mejorar, algún dolor que curar, alguna creencia salvadora que radicar en la conciencia.

¿Quién de nosotros no se transporta contemplando los albores de esa regeneración? ¿Quién no siente en sus entrañas repetirse las palabras de Simeón: Ahora puedo morir, he visto al Salvador.

Fue la religión de la esperanza iniciada por el himno de la alegría. Nadie podría creer que esa alegría recibiese su complemento y terminase su drama en el dolor supremo del calvario. Aquí tocamos al verdadero fondo del cristianismo. Aquí nos toca indicar el dogma fundamental de esa doctrina.

El cristianismo puede considerarse como el receptáculo de todas las magníficas corrientes de la historia, como el heredero de las profecías y de toda tradición espiritualista que tuvo por objeto la perfección del hombre y la solidaridad de su destino, a través de todas las existencias posibles encadenadas indisolublemente por medio del dogma de la inmortalidad del alma.

Creemos que lo más enérgico que nos ha legado la antigüedad es el estoicismo, así como el platonismo es lo más bello y la doctrina de esenianos la práctica más perfecta de la fraternidad sobre la tierra.

El cristianismo reúne, condensa en sí el heroísmo del estoico, la profundidad espiritualista de Platón y la práctica caritativa representada por el banquete de los esenios.

¿Quién sublimó más la dignidad del hombre que el estoico? El justo tal como la encarna la doctrina de la filosofía de Zenón no tiene nada que envidiar. ¿Quién, en alas de la razón, remonta más alto su vuelo que el divino Platón sumergido en la contemplación de la unidad absoluta? A él debemos la doctrina del ideal y la participación de la inteligencia divina en todo lo que reviste atributo inteligente. A él debemos la concepción de la ley de perfección, madre de la doctrina del progreso, señalando lo bello, lo útil, lo justo como atributos de la unidad indivisible a cuyo seno todo camina aspirando por volver a su origen.

La igualdad social y política con sus aplicaciones y consecuencias sin distinción de razas nos era enseñada por esta secta que dirigió los primeros pasos de la inteligencia de Jesús, cuando al lado de su padre aprendía los libros sagrados en medio del ruido del trabajo.

Pues bien, toda esa tradición de ciencia espiritualista, de dignidad heroica y de fraternidad en los hechos, se reasume en la nueva doctrina.

Esto sólo bastaría para dar al cristianismo la palma en medio de todas las divergencias de opiniones. Pero hay más. A la condensación de luz, de fuerza y de amor que el mundo antiguo transmitía, personificándose en el deseado de las Naciones, hay que agregar la revelación práctica y filosófica del dogma del sacrificio y la encarnación de esa doctrina. Tal fue la misión de Jesucristo. Eldogmadel sacrificio que la hostia del culto católico simboliza en el sacrificio de la misa, se pierde en las profundidades de la ciencia y se confirma en las entrañas del amor.

Sin pretender desarrollar este punto metafísico nos limitaremos a exponer afirmativamente las ideas que lo prueban y el sentimiento universal que lo sanciona.

El dogma del sacrificio ha existido en casi todas las religiones, pero su significación perdida, su verdad adulterada, su influencia salvadora pervertida y explotada por las clases privilegiadas que olvidaron o quisieron olvidar la comunidad primitiva.

La creación representa el sacrificio en la serie encadenada de todas las existencias, destinadas las unas a sacrificarse por las otras.

La humanidad no podía emanciparse de esta ley. Salida de Dios, ¿adónde aspirará, sino volver al seno de Dios mismo? Infatigable en sus deseos, inagotable en sus aspiraciones, inmensa en su ambición, quién podrá satisfacerla, sino AQUEL que es la perfección y que tiene en su inmensidad eterna, alimento para el lirio de los campos y para la aspiración de las generaciones ­Lo cual lleva en sí mismo la prueba a nuestro juicio más evidente de la inmortalidad de las almas y de su destino progresivo­.

Al ser inteligentes somos libres, y el fenómeno más grandioso es, al mismo tiempo, la solución de las dudas que puedan aquejarnos.

La libertad ha sido puesta en manos de su propio consejo; ese consejo es la visión de la LEY, la encarnación personal de una centella del verbo eterno.

La LEY es común, universal. Sus aspectos se llaman el derecho y el deber.

El derecho constituyendo la persona en la inviolabilidad de sus prerrogativas.

El deber constituyendo la sociedad en la solidaridad de su destino.

Entre el derecho y el deber, hay armonía preestablecida, pero armonía jerárquica, que subordina el individuo a la sociedad, la parte al todo.

El derecho se identifica con la persona, es la condición de la individualidad, y de aquí nace que confundimos con frecuencia los deseos, pasiones, y voliciones de la persona con el derecho de la persona.

El DEBER es la condición de la existencia social. Es la DEUDA del individuo al todo y en el conflicto de la vida no hay otra solución posible sino el sacrificio del elemento al todo.

Por lo que hace al individuo, las dos manifestaciones de la sustancia que luchan en su organización, una corresponde a todo lo que se llama egoísmo y otra a lo que se llama sacrificio. La parte material es ciega, el momento es su vida. La parte espiritual es luminosa, la eternidad es su patria.

El derecho está, pues, sometido al deber.

La perfección, ley primitiva, exige la aproximación constante de nuestro ser hacia el ideal.

Esa aproximación no puede efectuarse sin la dominación de todo lo exclusivo, de todo lo egoísta, a nombre del derecho común que es el deber.

II.

Además del carácter sublime de la ciencia cristiana, tenemos que agregar a la doctrina del sacrificio, la revelación práctica de esa ciencia por medio del ejemplo y de la encarnación de esa doctrina en la enseñanza que con sus palabras y sus hechos Jesucristo nos legara.

El cristianismo, bajo este aspecto, puede ser llamado la doctrina del amor supremo envolviendo en sus ondas a todas las manifestaciones del amor.

Las modificaciones de los códigos; el reconocimiento de la igualdad y su influencia en las instituciones; el haber dado a todo ser humano, por infeliz que fuere, el carácter de hijo de Dios y hermano de todos los hombres; las revoluciones en las costumbres bárbaras de la antigüedad; la dignidad de la esposa; la santidad de la familia; el carácter de soberanía impreso sobre la frente de todo hombre; el carácter sacerdotal y la institución del culto íntimo y directo con la divinidad; el consuelo prometido; la esperanza evidenciada; la rehabilitación de todo mal; y la promesa solemne de la pacificación sobre la tierra sentada al rededor del mismo banquete ofreciendo en holocausto la reconciliación y de la fraternidad de las razas y naciones.

He ahí muy en resumen los fragmentos de ese divino testamento sellado hoy día con la sangre del justo, a quien nadie convenció de pecado.

La humanidad necesita comunicar con el ser. Sin esa comunicación vaga extraviada en los espacios, perdida como cometa flotante en una parábola sin fin.

De todas las comunicaciones religiosas con el ser infinito, los cristianos presentan hoy en este día el cáliz con la sangre del sacrificio por la redención de nuestros males y puedenpreguntar a todas las religiones existentes si tienen algo de nuevo, de amor sublime, de más caritativo que la doctrina cuyo aniversario celebramos.

Las sociedades aspiran en todas sus manifestaciones por sacarse a ese ideal. Es el fuego interno que alimenta el movimiento de los pueblos buscando la realización de la solemne promesa de la paz consigo mismo, y de las nupcias solemnes con la creación que es su teatro, y con la divinidad que es su origen y destino.

Paraná, abril de 1859.

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Francisco Bilbao, Desarrollado por Giroscopio y Newtenberg, Santiago, Chile. Abril, 2008

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