palabra de titanes, que amontona sus estrofas, como montañas de heroísmo, para escalar el Olimpo de la Vieja Europa: es Washington, el santo americano, la libertad sajona y protestante que estampa las estrellas de la Unión en el firmamento del Nuevo Mundo. Es la reforma que, soplando sobre el polvo de las escrituras, presenta el libro a la lectura del pensamiento emancipado. Es la filosofía, el pensamiento puro, que pisoteando toda tradición se reviste de la vestidura de la luz que bebe en su frente primitiva. Son los padres del cristianismo y sus apóstoles, derribando el paganismo al impulso de la palabra redentora. Es Jesús, en una palabra, el ungido de los cielos, la víctima expiatoria, ideal de los siglos, que con su sangre y con su carne forma la definitiva comunión de los mortales, en el banquete de la inmortalidad.
En la cumbre del Gólgota, la revelación de alegría del primer hombre, es sancionada en medio de las lágrimas del hijo del hombre.
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí. He venido al mundo.
Y el mundo de la esclavitud, de la materia, el mundo caído fue vencido. Y desde entonces, las ondulaciones de la revelación en el martirio, transmitidas por los corazones heroicos, como soles que se transmiten la luz del astro infinito, centro y circunferencia omnipresentes de la palabra creadora, ha circulado y circula en las arterias de la historia, en el encadenamiento de los siglos, despertando continentes, formando naciones, creando la personalidad del hombre humanidad.
¡Dadme el océano! ¡Dadme un leño para atravesarlo! Mendigo sublime, de corte en corte despreciado, ¿qué pretendes? Abrazar la Tierra. La Tierra es conocida y los abismos la circundan.
El océano será tu tumba.
Potencias de Europa, ¡un leño por un mundo! ¿Quién lo asegura? La atracción de un continente que encadena mi pensamiento al Occidente. La profecía de la ciencia, la profecía de los tiempos pasados, la necesidad de dar un campamento al porvenir que siento estremecerse en las entrañas de la humanidad.
Como Moisés, he sido llamado por la palabra invisible de Jehová, llevada sobre la superficie de las aguas para revelar la nueva Tierra. He escuchado esa palabra en las soledades invioladas del océano, que me decía; levántate: un nuevo paraíso existe en lejanía, paraíso y Tierra de promisión esperando los ensayos del nuevo génesis de la pacificación y libertad. Una humanidad espera su bautismo. ¡Un leño por un mundo! Un leño para derribar las fronteras de la ciencia antigua, para extender la gloria del Hacedor, para redondear la tierra y revelar las constelaciones desconocidas que brillan en silencio sobre los mares y montañas, sobre los bosques y las criaturas de una creación ignorada.
Momentos inmortales, embriaguez sublime, cuando todos de rodillas y a la voz de Colón, desde el puente de la nave, puente arrojado sobre los hemisferios por el heroísmo de su genio allí en tal día y a tal hora, a la luz de los rayos primeros de la aurora, esos cristianos mensajeros, contemplando la creación tropical embalsamada dijeron salve, salve, TeDeum laudamus! ¡Alegría de muerte, Colón! ¿Por qué no desapareciste en ese momento como el profeta arrebatado por las tempestades del Sinaí? ¡Ya vista la tierra! ¡Hunde tu nave sea tu tumba Guanahani, la isla de San Salvador, tu salvación! ¡No!, ¡Así como el Cristo tuvo que beber el vinagre desde la cruz de su martirio por revelador del mundo de los cielos, así tú también, mártir de otra revelación y profecía, debes volver encadenado! ¡Un mundo por un leño! ¡Y ese mundo ni tu nombre lleva!
El océano tenebroso nos separaba, y el océano fue vencido.
Pero al océano, sucedió un eclipse; y las tinieblas se asentaron sobre el continente descubierto. ¡Eclipse de trescientos años! La América volvió a desaparecer en el océano tenebroso de la esclavitud.
El itinerario de Colón está perdido. Vagos recuerdos de un bien entrevisto se conserva en la memoria de los hombres. Otro revelador es necesario. El heredero gime en silencio por la herencia de luz y libertad robadas. Y de repente en tal año, en tal día, nuevos pilotos, poniendo la mano al gobernalle, enderezan la nave que se hundía, y sobre la faz de América como sobre el pedestal de una era nueva, repiten a la luz de los primeros rayos del sol de libertad; ¡TIERRA, TIERRA! y la Independencia de América, disipando las tinieblas del eclipse de los 300 años, se presenta completando el itinerario de Colón, rescatando a su víctima, y presentando al Creador la libertad de un mundo.
¡Oíd, mortales, el grito sagrado! ¿Cuál fue el testamento del año 10? La personalidad del hombre, la personalidad de la Patria, la apertura de un mundo a los ensayos del genio y de la fraternidad.
Ese testamento envolvía la negación de las castas, de los privilegios, la negación de los fueros, en la ciudad de Dios que es el pensamiento, en la ciudad del hombre que es la igualdad. Ese testamento era la abolición de todo aspecto de dominio que pueda revestir el hombre sobre el hombre: negación de la fuerza que, armada en partidos, en círculos, en caudillos, o castas, y afirmación del derecho soberano de todo hombre para pensar, para legislar, para juzgar, para cumplir la ley. Ese testamento era la verdad en las palabras y en las acciones; la abolición de la mentira bajo cualquier nombre constitucional que robe a la soberanía del pueblo su derecho; era, además, y sobre todo, Patria, Patria indivisible, nacionalidad indisoluble. Ese testamento era la dominación del sentimiento universal sobre las pasiones individuales, la gloria del todo sobre la gloria del individuo.
Tal fue la palabra y el corazón de ese día que se levantó para renovar el recuerdo y para iluminar la senda que podemos perder en la noche de las guerras civiles y de anarquía.
¡Se trata de reformas! Interrogad a ese día. ¿De nacionalidad? ¡interrogadlo! ¿Hay tinieblas, ruidos subterráneos, tranquilidad amenazada? preguntad al 25 de Mayo; y ese día os dirá que es el continente de todas las reformas para completar el derecho del hombre. Ese día os dirá que se levantó para alzar una nación indivisible, para asegurar el pan a todos sus hijos, para convertir los bárbaros, para educar al ignorante, para acabar con los sacrificios sangrientos, para ser el padre del huérfano, el consolador de la viuda, la palabra del mudo, la luz del ciego. Ese día os dirá que es el centinela de la ley, de la propiedad, del hogar, del honor de todo hombre. Si la tierra se esteriliza, invocad los raudales de su luz; si el corazón de los hombres se entiniebla, invocad las llamas de su pecho y las centellas de su frente, y veréis que su contestación es solución de las dificultades, pacificación de los espíritus, garantías del porvenir y felicidad presente.
Felices los individuos y gobiernos que al llegar ese día pueden presentar una victoria, un trofeo, una conquista de la verdad. Todo paso, toda medida hacia la unión, todo acto de libertad, reciben en este día la bendición de los padres de la patria. Y nosotros a nuestro turno bendigamos a los que, vivos y muertos con sus palabras y sus espadas, nos hicieron nacer en un continente libertado, bajo los auspicios de República una e indivisible.

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