En la creación todo es solidario, como que todo nace de la misma causa, se gobierna por la misma ley y se encamina al mismo fin.
Si la solidaridad no existiese, sería necesario reconocer dos o más causas creadoras. El antiguo dualismo de los persas sería una verdad y, como consecuencia práctica, política y social, la hostilidad, la guerra, vendrían a ser la ley fatal de todo lo que existe.
Pero desde el momento en que reconocemos un infinito creador, porque no puede haber dos infinitos, tenemos que reconocer una sola creación, una manifestación del mismo principio encarnada en la variedad indefinida de todos los seres.
Se deduce de esta premisa, a nuestro juicio incontestable, que la anarquía debe desaparecer para dar lugar a la armonía.
¿Pero si la creación es una, cómo explicar, entonces, la anarquía? En la creación todo es armónico, desde el movimiento de las esferas que forma, puede decirse la circulación vital del organismo de los cielos, hasta la vida del insecto microscópico que nace y se desarrolla en el mundo de los átomos.
Pero, en la humanidad, la guerra aparece como una refutación de la unidad creadora.
En la creación, hasta los cataclismos son elementos de armonía.
En la humanidad, hasta el amor es elemento de guerra.
¿Cómo conciliar, entonces, la solidaridad de origen y destino?
La filosofía y la religión nos han presentado dos soluciones del problema.
La solución optimista.
La solución de la libertad.
La solución optimista, niega el mal. Lo que llamamos mal es para semejante filosofía, un aspecto pasajero de las cosas que redunda en mayor bien.
La solución de la libertad explica la dificultad del problema de dos modos: O por el dogma del pecado original, o por la violación voluntaria de la ley.
Nosotros rechazamos la solución optimista como un sarcasmo lanzado sobre el perpetuo lamento de la humanidad y aceptamos la solución de la violación de la ley, sea por ignorancia, sea por depravación, sea como consecuencia de la solidaridad misma en la desgracia por las faltas de nuestros antepasados.
La libertad supone la ley. Sin la conciencia de la ley no seríamos libres.
La ley determina el derecho y el deber del hombre y de los pueblos.
La ley es universal. Todos vivimos en ella, somos en ella: así, pues, no hay derecho aislado y solitario, así como no hay interés ni egoísmo aislado y solitario, que pueda desprenderse de la sustancia universal en que vive sumergida toda individualidad.
La dificultad ha consistido en no ver la armonía preexistente que todo lo regula, deteniéndonos en la contemplación del espectáculo incompleto del ser humano inseparable de la humanidad.
Así como no hay derecho aislado no hay tampoco deber exclusivo, del mismo modo que no hay inteligencia sin sentimiento y voluntad y viceversa, en lo que llamamos la personalidad humana.
La política de la solidaridad constituye la humanidad en un ser solidario en sus razas y naciones, como si fuesen manifestaciones varias del mismo organismo.
Así como el hombre no es un ser completo, mutilando o dañando alguna de sus facultades, del mismo modo la humanidad no es un ser completo y se resiente toda ella, si se mutila o daña alguna de sus facultades o instintos, en alguna de sus razas o en alguno de sus pueblos.
Cada raza ha sido creada para acentuar o revelar más intensamente algunas de las infinitas cuerdas de la lira en donde sopla el aliento del infinito.
Es para esto que para nosotros es sagrada la personalidad de las razas.
Las naciones son los campamentos u organismos de las razas y deben, por consiguiente, ser inviolables en la personalidad que revisten.
Es por esto que las razas indígenas por cuya desaparición predican los que sólo se guían por la pasión del momento, deben ser conservadas.
Grecia y Roma, llamaban bárbaras a las razas que forman hoy la gloria de la civilización moderna. También hubo hombres que predicaron su exterminio en aquel tiempo, y si la pasión o el egoísmo de griegos o romanos hubiesen sido victoriosos, los escandinavos, los galos; los anglos, los sajones, no formarían hoy lo que llamamos civilización moderna.
Privarnos de una raza, esclavizarla o sumergirla en la barbarie es, además de un crimen, un atentado que tarde o temprano, recae sobre nosotros.
Quién sabe cuántos de nuestros males no son debidos a la matanza de los habitantes primitivos de América.
La despoblación de la República Argentina, se repite con frecuencia, que es una de las causas de sus males, y el Dr. Alberdi, hace consistir toda la política de hoy en dos palabras, gobernar es poblar.
¿Qué quiere decir esto? Que estamos pagando una falta de nuestros antepasados, que tenemos que deshacer lo que hicieron, llenar los claros que dejaron, traer la vida adonde había vida, es decir, volver a la política de la solidaridad que habíamos olvidado.
El negro de África es una de las razas más simpáticas que existe. Puede decirse que sus facultades se concentran en lo que se llama corazón, desprendimiento, amor, ¿y cuál ha sido el destino que le cupo por el egoísmo de los blancos? La Independencia americana vindicó la justicia; y donde la esclavitud existe, la espada de Dios fulgura en la profecía de la ley.
Lo que decimos de las razas, se aplica también a las naciones, y la economía política ha venido a convencer al egoísmo de los hombres, de que así como una industria es interesada en la prosperidad de las otras, del mismo modo una nación está interesada en la prosperidad de las naciones.
Con cuanta mayor razón este principio es aplicable a las provincias de un mismo Estado.
¿Sabéis cuán grande ha sido la rivalidad y hasta hostilidad que ha existido entre Francia e Inglaterra? La Normandía, precisamente la que está más inmediata y en más relación con la Inglaterra.
Las provincias Andinas de la República Argentina son las más interesadas en la prosperidad de Chile, así como todo el litoral está interesado en la prosperidad de Bolivia, Uruguay, Brasil, etcétera.
Es la solidaridad natural de los intereses, que sin tomar en cuenta las nociones de justicia, nos enseña a interesarnos por el bien de los vecinos y a que los vecinos se interesen por el nuestro.
Así, pues, si se llega a reconocer en un país, una causa permanente de sus males, que divide su soberanía, que mutila su territorio, que desconoce la ley de las naciones y cuya causa injertada en un pueblo, procura personificarse en un fragmento. Todos están interesados, amigos y vecinos, en la extirpación del cáncer que corroe las entrañas de la República Argentina impidiendo el desarrollo de sus grandes facultades.
Y si hubiese un gobierno, pueblo o gabinete que pública o secretamente cooperase a mantener el germen de ese cáncer roedor en el seno del pueblo vecino, ese gobierno o gabinete no comprende la política de la solidaridad, sino la del egoísmo fratricida.
¿Cuándo se convencerán todos los partidos y gobierno?, ¿cuándo se convencerán los pueblos de que el grande egoísmo, la grande diplomacia consisten en practicar sincera mente la ley que dice: no hagas a otro lo que no quieras que hagan contigo, bajo el aspecto negativo, y bajo el aspecto positivo, haz a otro lo que desearas que hicieran contigo? Vasta tesis para ser desarrollada, pero que la vida jadeante del diarista no permite sino indicar.
Paraná, domingo 18 de septiembre 1859
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