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LA CONTRA PASTORAL
[02-May-2008]

INTRODUCCIÓN . EL PROBLEMA.

La pastoral del señor obispo Escalada, ha servido para acentuar más la proposición fundamental de mi libro la América en peligro y, para demostrar más a las claras todavía, la incompatibilidad entre la libertad y el catolicismo.

El católico europeo, en vez de alarmarse por esa proposición, vería como generalmente sucede, una consecuencia lógica del absolutismo de su dogma y de la Iglesia. Es consecuente y no se alarma.

El católico americano sí, se alarma; porque no pudiendo o temiendo, o no queriendo abdicar como ciudadano, no puede negar a la República sin suicidarse en América. Es inconsecuente y teme.

De aquí nace, que hará todos los esfuerzos imaginables para conciliar esa antítesis, y decir: el catolicismo es democrático.

Es, pues, el desesperado esfuerzo de la muerte para aferrarse o encarnarse, o revestirse de la vitalidad de la República, olvidando aquellas palabras: no se pone vino nuevo en odres viejos.

El catolicismo, obra de los hombres, debe,

LA CONTRA PASTORAL.

Hay entre la República y el catolicismo la misma afinidad que entre la razón y el absurdo (El autor) pues, desaparecer ante la libertad, obra de Dios.

La moral del Evangelio, el cristianismo, fragmento sublime de la eterna moral del género humano, debe, pues, separarse y se separa, y se ha separado ya del catolicismo, doctrina de revelaciones y encarnaciones del Oriente antiguo, que se quiere superponer a la revelación y encarnación universal de la razón en todo hombre.

Así, la razón, el progreso de la historia, los términos intermediarios entre la razón y Dios, como desarrollo en un inmenso silogismo, nos afirman estos hechos conquistados: He ahí las conquistas del espíritu. Éstas son las bases del tiempo supremo de la humanidad emancipada.

Esas conquistas son innegables, indisputables. Llevan en sí una fuerza progresiva que vivifica todo lo que es bueno y que, en su marcha, pulveriza los obstáculos con la tranquilidad inexorable del destino.

La fuerza de mi libro consiste en que se encuentra en la corriente de esa fatalidad de la razón, que quiere disipar todas las tinieblas y quebrantar todas las cadenas, y sumergir a todas las mentiras y errores del odio, del privilegio, de las castas y del miedo, en la tumba del infierno católico de donde han salido, para reproducir el espectáculo de la alianza del ser y los seres, de las razas, del corazón y el pensamiento, del instinto y de la reflexión, del individuo y la sociedad, de la creación y el hombre, para repetir por los siglos de los siglos: ¡ Argentina, sobre Chile, Bolivia, Perú, el Ecuador . . .

Es, pues, una cuestión permanente, a la orden del día, y de cuya solución depende la radicación de la soberanía del hombre, o la perpetuidad del despotismo de la Iglesia.

El catolicismo vencido en Europa por el cristianismo y por el racionalismo, procura refugiarse en América. En guardia, americanos: ¡Annibal ad portas! No permitamos que el continente de la República se pierda; --no permitamos que la democracia se decapite en su desposorio con la Iglesia; no permitamos que la libertad busque su fe de bautismo en los archivos de la Santa Sede, de la Santa Curia y de la Santa Inquisición; --no permitamos que la razón soberana abdique de tal modo que tenga necesidad del visto­bueno de una casta para afirmar la verdad y la justicia.

¿Concebís una República, sin la soberanía del pueblo? ¿Concebís una soberanía sin la autocracia de la razón? ¿Concebís una razón que se empeña en probar que la razón no tiene razón? Tal es la pretensión de los que asocian el catolicismo y democracia. Es el absurdo! --pero el absurdo pertenece a la lógica católica; y es por esto que es difícil convencerla. La obstinación en la sin razón, es lo más lógico, en los espíritus, que niegan la autoridad de la razón.

Así, pues, las pretensiones del señor obispo y de los demás apologistas del catolicismo, se estrellan fatalmente ante la consecuencia que el sentido común deduce de sus premisas: Condenando o sacrificando la razón, se ven condenados a no tener razón. Es la victoria más espléndida de la verdad y justicia de la causa que sostenemos.

Hay sí que lamentar un mal, y es la condenación a las tinieblas en que sumerge la Iglesia a sus sectarios. ¿Pero por qué hemos de desesperar del advenimiento de la luz, para los que yacen sentados a la sombra de la Iglesia? --¿No está dicho, y no creemos, y esperamos en la iluminación progresiva del astro que emerge de las entrañas de la conciencia humana, para proclamar la resurrección de la más terrible de las esclavitudes, la esclavitud consentida, la esclavitud católica? Tal es mi fe.

PASTORAL.

. NOS el doctor don Mariano José de Escalada y Bustillos Zeballos, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, obispo de esta Diócesis de la Santísima Trinidad de Buenos Aires, etc.

A todos los fieles de nuestra diócesis.

Acaba de publicarse en esta ciudad por don Francisco Bilbao, un folleto con el título: La América en peligro, cuyo autor parece imaginarse ser él, el único que conoce la causa, y el remedio de este mal, atreviéndose a asegurar que la inteligencia de los americanos se resiste a ello, y que hay una conjuración de los que se llaman pensadores, letrados, y políticos para no tocar estas materias.

Este nuevo maestro de la América atribuye todos los males de ésta al catolicismo, queriendo fundarse en que esta Religión es opuesta a la forma republicana, por negar, según él dice, el principio fundamental de la República, que es la soberanía de la razón en todo hombre.

Tan soberano, como se ha imaginado que es, ignora que en la forma de la República, la ley es soberana, y su fundamento es la justicia y la obediencia. Ignora que si todos fuesen soberanos, como él se imagina que lo son, la República sería imposible, porque no puede haberla en el caos y en el desorden. Es extraño que él, que asegura que escucha los pasos de legiones extranjeras, hollando el suelo de la Patria, no haya escuchado la voz de la Constitución, los preceptos de la ley, y los mandatos de la autoridad, que no faltan en República alguna, sin embargo, de que ante ellas no se presenta como soberano al individuo.

Debía haber escuchado el desgraciado autor de la América en peligro la oposición que en todas partes han encontrado sus necias doctrinas; y en Chile, que es su Patria, debía haber oído los bellos discursos, y sólidos escritos con que se rebatieron sus errores.

Conviene que enBuenosAires se sepa que allí se le sujetó a juicio, se reprobaron sus producciones, y se le impusieron graves penas, que nos abstenemos de expresar. Allí se le dijo entre otras cosas: Es sobremanera infundada la opinión de aquellos que, exaltados por el fuego republicano, juzgan que la religión católica es enemiga de las instituciones democráticas. La falta de nociones fijas acerca de sus doctrinas es lo quepuede inducirlos a semejante engaño. Si se aplicasen a conocerla como es en sí, y no como la pintan sus detractores, si no se limitasen únicamente a la lectura de un Colin, un Tindal, y ahora diremos como sus queridos maestros Quinet y Michelet, sino que leyesen las famosas apologías del catolicismo, se convencerían hasta la evidencia de que nada tiene éste que se oponga a los principios democráticos. Ni en sus máximas hay condenación alguna a este respecto. La mejor base de la democracia es la religión católica, porque da las más sublimes nociones sobre la dignidad, la libertad, la igualdad del hombre, porque ésta prescribe todas las virtudes, que religiosamente practicadas forman la felicidad, la gloria y el espíritu de una buena República. Bien lo acredita así la historia de la poco ha floreciente República de Norte América.

Ella demuestra hasta la evidencia que la religión católica no es incompatible con la democracia; que es, al contrario, la mejor base de sus instituciones; y el testimonio de Tocqueville, testigo de vista, y a quien no podrá tacharse de fanático o preocupado, es irrecusable. Él dice, que más de un millón de católicos que ya existía allí en su tiempo, al paso que muestran gran fidelidad en las prácticas de su culto y rebosan en ardimiento y celo por sus creencias, con todo eso forman la parte más republicana, y más democrática que existe en los Estados Unidos; hechoque sorprende a primera vista; pero cuyas verdaderas causas descubre con facilidad la reflexión.

La doctrina que enseña el catolicismo es la más favorable para la igualdad de condiciones, pues ella pone en el mismo nivel a todas las inteligencias, sujeta a los pormenores de las mismas creencias tanto al sabio como al ignorante; impone las mismas prácticas al rico y al pobre, las mismas austeridades al poderoso que al débil; no se compone con ningún mortal, y aplicando a cada uno de los humanos la misma medida, le gusta confundir todas las clases de la sociedad al pie del mismo altar, así como están confundidas a los ojos de Dios. Si el catolicismo dispone los fieles a la obediencia, no los prepara pues a la desigualdad. ¡Ojalá que todos los hombres nivelasen siempre su conducta por los principios de esa religión santa! Entonces dejarían de existir esos dos monstruos los más temibles de toda sociedad humana: el despotismoy la anarquía, bajo cuyo imperio es imposible que haya paz ni goce alguno social.

La religión católica obtiene el doble privilegio de garantir a los pueblos contra las vejaciones de los mandatarios, y poner a estos a cubierto de los terribles atentados de la insurrección. Al paso que dulcifica y modera el ejercicio penoso y grave de la autoridad, aligera también y ennoblece la humilde austeridad de la obediencia. Ella infunde en los magistrados las ideas máspuras y sublimes sobre la naturaleza de las funciones públicas, y los deberes que deben llenar para con el pueblo. Ella les hace entender queno sonmásqueunos cooperadores de la Divina Providencia, y que a su imitación deben gobernar a los hombresdeunmododesinteresado, generoso y benéfico. Desde su tribuna sagrada clama sin cesar a los depositarios de la autoridad para hacerles entender, que no están constituidos sobre sus demás conciudadanos, sino para establecer la felicidad pública a expensas de su reposo, placeres, salud, y aun de su propia existencia. ¿Y qué otra religión que no sea la católica puede conducir así a las sociedades humanas a la felicidad verdadera, que no sólo nos promete para la otra vida sino que nos procura también en ésta? Sólo un espíritu de error y libertinaje puede inventar calumnia tan injusta contra nuestra santa religión católica como la que pretende persuadir el desgraciado autor del folleto que reprobamos: sus tendencias no son otras que proteger la impiedad, y el desenfreno de costumbres, entronizar el vicio, yperseguir la virtud, abriendo así un vasto campo a la licencia, a la blasfemia, y a la inmoralidad, como si sólo tuviese por objeto la ruina y trastorno de la sociedad.

Nopudiendopor tanto,mirarcon indiferencia tan graves males, sin faltar a los deberes de nuestra conciencia, quenos imponenuestroministeriopastoral, os hacemos conocer el mortífero veneno que contiene ese infame libelo, para queosprecavéis de él; y en el ejercicio denuestra divina autoridad, en el nombre de DiosTodopoderoso, por la civilización de la América, que es eminentemente católica, por la paz y prosperidad de la República, prohibimos la lectura del panfleto intitulado La América en peligro, y os exhortamos a quepor todos los medios que estén a vuestro alcance, impidáis la circulación de ese escrito, capaz de seducir a los ignorantes y a los espíritus noveleros. Confiamos en vuestra fidelidad a la religión Santa que profesáis, que os mostraréis celosos por su honor y por su gloria; mereciendo así las misericordias de Dios en cuyo santo nombre os bendecimos con la bendición del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Dado en nuestro Palacio Episcopal, a 24 de septiembre de 1862.

MARIANO JOSÉ, Obispo de Buenos Aires.

Por mandato del Illmo. Señor Obispo, F

OBJETO DE LA PASTORAL.

Tres objetos parece haber querido conseguir el señor obispo, en la citada pastoral.

EL OBISPO CONTRA EL . OBISPO.

El teorema del libro es la demostración de la incompatibilidad que existe entre la libertad y el catolicismo, entre la democracia y la teocracia, entre la República y la Iglesia.

El principio fundamental que establecemos es, el de la soberanía de la razón en todo hombre, sin el cual no puede haber soberanía del pueblo. Sin soberanía del pueblo, República y democracia son palabras sin sentido.

¿Qué dice contra esto el señor obispo? «Ignora que si todos fuesen soberanos, como él se que quebranta.

¡Qué es de la sinceridad, de los antiguos tiempos del catolicismo imperante, y aun la práctica de su doctrina hoy, en todas partes: la Iglesia dogmatizando la obediencia ciega, el Papa esclavizando, la Iglesia aliada de los déspotas, enemiga de la soberanía de las naciones, así como lo es de la soberanía del pueblo, y de la soberanía del hombre? ¿No debe ser ese papado, vuestro modelo político, o católico? ¿No es y debe ser la teocracia, el ideal de vuestra forma de gobierno? ¿Y no es esa teocracia la enemiga de la nacionalidad de Italia, la aliada de los emperadores perjuros, la mordaza de vuestros labios, el freno de vuestras libertades, el buitre roedor de vuestra vida? ¿No es ése el modelo del gobierno católico, sostenido por el extranjero sobre el cadáver de la República Romana? ¿No es ese gobierno, el que atenta a la independencia y al honor de la Patria, el grande obstáculo hasta hoy día que asesina la idea de la libertad y pisotea el honor de la independencia italiana invocando a los verdugos de sus pueblos? Y si esto es innegable, ¿qué significa vuestro monstruoso lenguaje, vuestra terminología jesuítica, asociando el catolicismo domador de pueblos, con el republicanismo decapitador de monarquías y teocracias? Es que os sentís perdidos en América, porque en Europa no empleáis el mismo lenguaje.

Habéis comprendido que ninguna negación tácita o patente de la República aquí en América puede subsistir, y está condenada a muerte de antemano, y entonces habéis dicho: ¡Ignacio de Loyola, ilumina a tus sectarios! Y es así como tenéis la audacia de llamar libertad a la obediencia ciega, y de asociar dos antinomias, catolicismo y democracia; cuando si tuvieseis fe, conciencia y ciencia de las cosas, y respeto a la noble verdad, diríais con fuerza y promulgaríais esta fórmula que os representa hoy día: Someter la libertad por medio de la libertad, y decir con la audacia de la caritativa inquisición: ¡o esclavitud consentida o esclavitud libre! Volvamos al texto de la Pastoral.

IV. LOS APÓSTOLES CONTRA . EL OBISPO.

¿Cuáles son las otras razones que alega el señor obispo para sostener su monstruosa paradoja? «Si leyesen las famosas apologías del catolicismo, se convencerían hasta la evidencia de que nada tiene éste que se oponga a los principios democráticos» (el obispo).

Conocemos las más célebres, y hemos encontrado en ellas la apología de la monarquía, de la inquisición, del jesuitismo, de la servidumbre, etc.

Esas apologías, --la de Fr. Ventura, --dice que el catolicismo «exige el sacrificio de la razón» (¡Viva la libertad!).

La de Maistre, que el verdugo es el mejor ministro de un buen príncipe, en su teocracia.

(¡Viva la Fraternidad!).

La de Chateaubriand, que la monarquía es la legitimidad, y que hay demasiado con una República en el mundo. (¡Viva la República!).

Donoso Cortés, vuestro desgraciado apologista, define así el gobierno de la Iglesia: «es una inmensa aristocracia, dirigida por un poder oligárquico puesto en la mano de un rey absoluto».

(¡Viva la democracia!).

Vuestro Balmes: «La Iglesia se oponía a la potestad real, cuando ésta trataba de extender la mano a las cosas sagradas; pero su celo no lo conducía nunca a rebajar a los ojos de los pueblos una autoridad que les era tan necesaria. Muy al contrario; pues, además de que con sus doctrinas favorables a toda autoridad legítima cimentaba más y más el poder de los reyes, procuraba revestirlos de un carácter sagrado, empleando en la coronación ceremonias augustas». (¡Viva la soberanía del pueblo!) Vuestro canónigo Piñero, ha hecho la apología de la inquisición. (¡Viva la caridad y tolerancia!). ¡La inquisición! Qué extraño que el canónigo Piñero la vindique, cuando Balmes, que vale algo más, con estúpida perfidia, y repugnante sofisma, se ha atrevido a estampar estas palabras que avergüenzan a toda conciencia recta.

Hablando de la inquisición, cuando las cortes de Toledo en 1840, «cargaban reciamente la mano en el negocio» (el negocio, dice) y probando que la «intolerancia era popular» termina su infame periodo con estas palabras: «y que si queda justificada a los ojos de los monárquicos, por haber sido conforme a la voluntad de los reyes, no debiera quedarlo menos delante de los amigos de la soberanía del pueblo».

Así, pues, según ese fraile, los amigos de la soberanía del pueblo debemos justificar el asesinato de la libertad del pensamiento, y el tormento, y la pena de fuego y todas las monstruosidades del catolicismo, porque los pueblos educados en el furor de la esclavitud católica aplaudían a los autos de fe de esa Iglesia ¡tan llena de mansedumbre y caridad! ¡Qué prueba esa argumentación de Balmes, sino la vergüenza y la impotencia de su doctrina! Y si los sabios del catolicismo moderno dicen eso, qué no dirán sus desgraciados secuaces! Vuestro cardenal Wiseman nos dice: «El catolicismo tiende sus brazos a todo el que renuncie a su «Todos los siervos fundó la República de los Estados Unidos. No el catolicismo. Es de evidencia.

Así, desde las primeras palabras, vuestra autoridad es destruida.Tocqueville habla de cristianismo y vosotros de catolicismo. ¿O queréis llamar a los protestantes sectarios de vuestra pretendida supremacía religiosa? Pero hay algo másgrave. En el mismo capítulo que cita el obispo, hay no sólo citación incompleta, sino citación falseada, y esto ya importa una responsabilidad moral.

Voy a citar el trozo completo que el obispo falsea.

«Pienso que no hay razón en considerar a la religión católica comoun enemigonatural de la democracia. Entre las diferentes doctrinas cristianas, el catolicismo me parece al contrario, una de las más favorables a la igualdad de condiciones. Entre los católicos la sociedad religiosa no se compone sino de dos elementos: el sacerdote y el pueblo. El sacerdote se eleva sólo sobre los fieles: todo es igual bajo él».

He subrayado la parte suprimido por el obispo.

¿Y por qué la suprimió? --porque justamente me daba razón, porque esas palabras vienen a probar que el catolicismo se compone de aristocracia y servidumbre. --Dos elementos dice, componen la sociedad católica: el sacerdote y el pueblo. La democracia no se compone sino de ral).

La religión católica haobtenidoelprivilegio de garantir a los déspotas contra el derecho. En todo tiempo ha sido despótica, porque es despotismo en el dogma, y en la organización de la Iglesia.

Los Borbones han sido y son católicos. Roma, eternamente despotizada por la teocracia católica.

Nápoles despotizado por la monarquía católica, y el monstruoso Borbón, después del bombardeode Mesina, fue públicamente abrazado por PIO IX.

El Austria, el imperio más infame, tirano de naciones, de Hungría, de Bohemia, de Italia y de su propio pueblo, es el mejor aliado del Papa, y el sostenedor de la teocracia. La España, el país que gracias a su fidelidad católica, se ha quedado atrás, ha sido la Patria de Felipe II, el brazo de la Inquisición, y el verdugo de los Países Bajos. La Francia ha recibido la bendición de la Iglesia, la de los Papas, por sus cruzadas, por las matanzas de los Vadenses, Hugonetes, por la San Bartolomé, por las dragonadas, etc.

En Suiza, los cantones católicos han sido los rebeldes a la ley de la República. En América, el catolicismo quemó hombres y libros, cimentó el coloniaje, introdujo la esclavitud de los negros, nos separó del mundo y erigió el tribunal de la Santa Inquisición. En América fuimos declarados insurgentes y herejes: --en América el catolicismo fundó el Paraguay y vivió aliado de Francia y López, y de Rosas. EnAmérica y Europa, no quiere instituciones libres, ni las puede querer, sino como arma de guerra. Ha tenido, pues, el privilegio vuestra Iglesia de bendecir a todos los grandes malvados; y hoy día al mayor perjuro que conoce la historia, que el aliado del Papa.

Pero sería hacer un curso de historia demostrar año por año, siglo por siglo, la íntima alianza de la Iglesia con el despotismo. Desde el malvado Constantino que dio a la Iglesia el poder hasta el emperador de Rusia, verdugo de Polonia, a quien Pío IX llama ilustre rey de Polonia, ¿qué se ve? mentiras elevadas a dogmas, crímenes justificados, autorizados, y criminales asesinos elevados a la dignidad de santos por la infalible e impecable Iglesia católica.

Carlo Magno decapitó en un mismo lugar, y en una campaña, a 4.500 sajones; pero Carlo­Magno, dio tierras a la Iglesia y la infalible lo hizo santo.

Pero son faltas de los hombres, nos dicen los apologistas del catolicismo. --¿Cómo? --¿No son vuestros libros revelados por Dios mismo? --¿No veo en ellos la monarquía, el despotismo, la servidumbre, la aristocracia, los privilegios, autorizados por ese viejo testamento que decís ha sido dictado por Dios mismo? ¿No dijo Dios, según vosotros, oh católicos «per me reges regnant?» No dijo Dios, según vosotros, oh Católicos en el Levítico: «Siervo y sierva tendréis de las naciones que están en vuestro contorno. Y de los extranjeros que peregrinan entre vosotros, o los que de estos hayan nacido en vuestra tierra, a estos tendréis por siervos; y por juro de herencia los dejaréis a los descendientes, y los poseeréis por siempre.

Qué tal organización social ¡cuán bella es esa hospitalidad al extranjero, qué derecho de gentes tan sublime! Dicen que sus atentados son faltas de los hombres. ¿Cómo han de ser faltas de los hombres, cuando Dios, según ellos, establece en el Deuteronomio estas humanas, fraternales, filantrópicas y caritativas doctrinas: «Cuando el Señor Dios tuyo te introdujere en la Tierra, en qué vas a entrar para poseerla, y destruyere muchas gentes delante de ti . . . y te las entregaré el señor Dios tuyo, los pasarás a de la prensa?--¡Ah! --cuando os someten, apeláis al vocabulario libertad, --y cuando oprimís, llamáis a la dominación, supremacía de lo divino.

¿En dónde tus maldiciones contra el ruso, o el austriaco, o el Borbón, o el Bonaparte, por sus robos, por sus matanzas, por sus perjurios? --O contra los Belzú, los Montt, los Francia, los López, los Rosas y Quiroga? ¿En dónde tu amor a la Libertad y a los pueblos, en América, cuando nuestros padres proclamaban la independencia? --Nos llamasteis herejes. San Martín, O'Higgins y otros gobiernos tuvieron que desterrar Obispos.

¿Qué has hecho de las masas de América, oh catolicismo? --Tú las has educado. --Responde por ellas! . . . ¿Cuáles han sido los dogmas y principios de Libertad y democracia que les has inoculado? ¡Servilismo y odio, terror y embrutecimiento, explotación y bendiciones! Ahí están esos pueblos, esas masas, en Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina, Chile y Uruguay, para servir de elementos a todo despotismo, a toda demagogia, a toda intolerancia y a todo odio. --Ve pues, tus obras, catolicismo. «Juzgad al árbol por sus frutos».

Intolerancia es tu dogma, despotismo es tu esencia, dominio espiritual es tu bandera, inquisición y jesuitismo son tus armas: inquisición cuando puedes, jesuitismo cuando tiemblas. ¿Y pretendéis conciliar la República con el catolicismo? Estáis perdidos, porque al enunciar esa blasfemia científica, histórica y política habéis dado un paso atrás, y un tremendo salto a retaguardia, concediendo la verdad de la República, que es el gobierno de sí mismo, el gobierno de la razón emancipada.

Esto prueba que no pudiendo ya negar, transáis, buscáis la conciliación de lo contradictorio, último recurso de toda causa perdida.

VII. LAHISTORIACONTRAEL . OBISPO.

En la refutación de esta pastoral, intencionalmentenohequeridoatacar el corazón del enemigo, porque me reservo hacerlo, si Dios me da vida, en una obra especial, que si el señor obispo llega a leerla, (como lo creemos hombre de sinceridad) se convencerá de tal modo, que él mismo arrojará su mitra por la ventana de su palacio.

He querido ceñirme a la pastoral, y es por eso que suspendo las aguas del diluvio de razón que sepultarán la barca de Pedro, tan pronto como se desprendan.

Y no me digan, que ha salido triunfante la Iglesia de la guerra que le hace la filosofía, alegando el hecho brutal de su existencia, subsistiendo a los embates de la razón y de los pueblos. No, --porque hay en Asia y en África Iglesias más viejas que la católica, y que viven en su mentira: Los museos de Europa ostentan las momias, los ídolos, los libros, de tanto ensayo divino al lado de los mármoles de Grecia: ¡Fuit Ilion! Nomedigan que el catolicismo está victorioso, cuandohaperdido su dominio sobre la Rusia, la Escandinavia, la Alemania, la Holanda, la Suiza, la Inglaterra, cuando lo haperdido en Italia, enRoma mismo, donde sólo lo sostienen las extranjeras bayonetas del perjuro. ¿Qué victoria es ésa, que consiste en perder su poder, su crédito, su imperio? ¿Qué victoria es ésa, que ya no puede contestar a la ciencia, a la historia, que le niegan hasta la autenticidad de las Escrituras? --¿Qué victoria es ésa, que todo lo noble, todo lo grande, lo verdadero y lo sublime, salen de la filosofía y libertad; y todo despotismo, y todo atraso buscan el amparo de la basílica de Pedro? El catolicismo, es sabido comodoctrinade servidumbre que prometió someter la Tierra, empezando a nombredeDios, por exigir y por imponerel sacrificio de la razón del hombre, fue aceptado y adoradopor los emperadores romanos, empezando por ese monstruo llamado Constantino; creyó ver en el catolicismo el mejor instrumento de dominio para levantarse sobre la humanidad envilecida: El Imperio Romano, la monarquía del mundo, ¡la esclavitud de la Tierra! --¡y todo autorizado por la nueva religión! --¿Cómo no ser furiosamente católico? He ahí por qué Constantino hizo fuerza en el concilio de Nicea para que se promulgase como dogma, la idea de la divinidad de Jesucristo, porque de ese modo, la Iglesia se constituía en heredera de la revelación infalible inventando la infalibilidad de su origen, para constituir la autocracia divina del emperador y del pontífice, y entre ambos dividirse y absorberse el imperio de la humanidad.

He ahí el secreto del celo desplegado por los emperadorespara convertir por la fuerza, y concluir por la fuerza con el paganismo; yhe ahí explicado el secreto de esa conversión que parece tan repentina, y que no lo fue, sino cuando los bárbaros bautizados a millares, recibían un reino o una región en botín, como premio de su conversión. Quinet nos ha revelado los decretos de los emperadores para enseñarnos el benévolo proceder de las primeras autoridades católicas para la propaganda fide.

El imperio cae, la feudalidad y la monarquía coexisten. Es la época más negra de la historia.

El catolicismo consagra la monarquía, bendice la feudalidad, sanciona la servidumbre de las masas humanas, como animales sometidos al dueño de la tierra; y el mismo catolicismo se constituye en autocracia de obispos, en monarquía religiosa, y en teocracia política.

La iglesia daba pueblos, distribuía territorios, sancionaba o creaba monarquías, instituía feudos; lanzaba clases contra clases, pueblos contra pueblos, al Occidente contra Oriente, declaraba guerras, ordenaba matanzas en masa, clamaba por la exterminación de los herejes. --Éste era el modo de preparar lo temporal para la República.

La Iglesia se atribuye el más falso de los derechos, la más impostora de las atribuciones: el derecho de revelación infalible. Decide, ata y desata, maneja los cielos, impone al Ser Supremo sus visiones, esclaviza el pensamiento humano, y persigue, atormenta, quema hombres y libros para preparar lo espiritual de la República.

Hace la guerra a las Repúblicas italianas, y llama contra ellas al extranjero (como hoy): --Desaparecen, --y esto para preparar la República en Italia.

Niega el derecho de la razón en el hombre --y no tiene el pudor de hablar de democracia.

Su historia es la del despotismo y de la teocracia, y osa hablar de los beneficios que ha hecho a la libertad.

Ha soportado y aprovechado de la servidumbre de la gleba, --ha autorizado la esclavitud de los negros, ha funcionado con la inquisición, pisotea con el extranjero a su Patria, ¡y nos habla de caridad y de nacionalidad! «Ecrosons l'infame?».

Ésta es la historia, señor Escalada. Ésta es la razón y la lógica que os desmienten.

Y hoy, señor obispo, qué mejor oportunidad para probar el republicanismo del papado, que la expedición de México? ¿En donde ese rayo fulminante, que no se lanza sobre el perjuro que va a asesinar a un pueblo, a una República, señor Escalada?

VII. EL PAPACONTRA . EL OBISPO.

¿Puede haber República sin libertad de cultos, sin la libertad de la prensa, sin la libertad civil? --No! me confesaréis, señor Escalada.

¿Y qué diréis de la autoridad que los suprima o prohíba? Que es anti­republicana.

--Tampoco me negaréis esto.

Pues, bien, escuchad ahora la palabra de vuestra suprema autoridad, a la que debéis respeto y obediencia bajo pena de declararos vos mismo en rebelión contra la Santa Sede.

Cuando Lamennais era católico, intentó lo imposible: conciliar la libertad con el catolicismo.

Roma lo condenó. El cardenal Pacca, órgano del soberano pontífice, le escribió en su nombre: . . . «El Santo Padre desaprueba también, y aun reprueba, las doctrinas relativas a la libertad civil y política, las que, contra vuestras intenciones, sin duda, tienden por su naturaleza a excitar y propagar en todas partes el espíritu de sedición y de revuelta de la parte de los súbditos contra sus soberanos. Es así, pues, este espíritu está en abierta oposición con los principios del Evangelio y de nuestra santa Iglesia, la cual, como bien lo sabéis, predica igualmente a los pueblos la obediencia, y a los soberanos la justicia».

«Las doctrinas del Porvenir (el diario de Lamennais) sobre la libertad de los cultos y la libertad de la prensa, que han sido tratadas con tanta exageración y llevadas tan lejos por los señores redactores, son igualmente muy reprensibles y en oposición con la enseñanza, las máximas y la práctica de la Iglesia. Han afligido y asombrado mucho al santo padre; porque si, en ciertas circunstancias, la prudencia exige tolerarlas como mal menor, tales doctrinas no pueden jamás ser presentadas por un católico como un bien o como un estado de cosas deseables.

«En fin, lo que ha colmado la amargura del Santo Padre, es el Acta de unión propuesta a todos aquellos que, a pesar del asesinato de la Polonia, la desmembración de la Bélgica y la conducta de los gobiernos que se denominan liberales, esperan aun en la libertad del mundo y quieren trabajar por ella .

. . Su Santidad reprueba tal acto en cuanto al fondo y a la forma.

«He ahí, señor, la comunicación que su santidad me encarga haceros», etc.

Y después de esto que Lamennais escribió las solemnes palabras que pesan como una sentencia del Eterno: «Libertad y catolicismo son, pues, dos palabras que radicalmente se excluyen. La Iglesia, por el principio de su institución, exige y debe exigir del hombre una obediencia ciega absoluta en todos los órdenes: obediencia en el orden espiritual puesto que de él depende la salvación; obediencia en el orden temporal, en cuanto a que está ligado al orden espiritual, pues que, si permitiese que le atacase, en cualquier grado y manera, sea la fe necesaria para salvarse, sea la autoridad que la enseñe, se haría cómplice del mayor crimen que puede concebirse, la muerte de las almas. De esto a las medidas represivas, a la inquisición, a su código sangriento, la consecuencia es rigurosa».

¿Qué podréis contestar, señor obispo, a vuestro santo padre, que considera los derechos fundamentales de la República, en oposición con la enseñanza, la máxima y la práctica de la Iglesia? El santo padre nos dice, pues, que hay incompatibilidad entre la libertad y el catolicismo, --y ésa es mi afirmación, señor Obispo, que os habéis atrevido a negar. Hay entre la República y el catolicismo, la misma afinidad que entre la razón y el absurdo.

VIII. PÍO IX CONTRAELOBISPO.

Ha habido sacerdotes italianos, Gioberti, Rosmini,Ventura, quienes han intentado la alianza de la filosofía con la Iglesia. ¿Qué resultó? «El Papa ha afrentado sus obras como otras tantas blasfemias; ellos ha arrojado la maldición a su filosofía».

--(Quinet).

Pero si no se quiere atender a la razón, a la práctica, a la doctrina constante de la Iglesia, que señalan y demuestran la incompatibilidad de la libertad con el catolicismo, --si para asentar esa conciliación chocante y paradójica, pasáis por alto y os desentendéis de todo lo alegado y demostrado, oíd pues a vuestro Pío IX, vuestro pontífice vivo y presente. Dice, al abrir la consulta de Estado y solemnemente declara en 1847: «Que sus reformas no tienen el germen de ninguna institución parlamentaria; que el papado puede bien condescender hasta escuchar votos, no a dividir el poder con el pueblo; que el régimen constitucional en los dominios del Papa es una utopía».

¿Es esto claro y terminante? Se necesita ya faltar a la sinceridad, para sostener bajo el punto de vista que se quiera, la posible conciliación de la antinomiapalpitante que se llama libertad y catolicismo.

Y necesitáis para sostener esa contradicción, declararos en rebelión contra vuestros dogmas, contra vuestras doctrinas, contra la enseñanza y práctica de vuestros concilios, de vuestra Iglesia, de vuestros pontífices hasta hoy día.

No podéis aceptar la soberanía de la razón, --¿cómo os atrevéis a hablar de libertad? No podéis aceptar la soberanía del pueblo, porque sería reconocer una autoridad humana sobre vuestra mentida autoridad divina, y osáis hablar de República.

No podéis aceptar el gobierno de todos y de cada uno porque sería declarar que la teocracia es una mentira, y osáis hablar de democracia.

No podéis reconocer el derecho al libre examen, la libertad de conciencia, de culto, etc., porque os hacéis cómplices del derecho del hombre a refutaros y a negaros, y a lo que llamáis la perdición de su alma, ¡y os atrevéis a hablar de garantías! La inquisición os marca con fuego, el jesuitismo os acusa con su putrefacción de cadáver, --y osáis hablar de tolerancia y de verdad, sin lo cual no hay paz ni libertad posible.

IX. LAS INJURIAS . DELSEÑOROBISPO, CAEN SOBRE ÉL.

El dogma católico, la decisión de sus concilios; la doctrina de sus grandes apologistas, desde San Agustín hasta Bossuet, desde DeMaistre hasta Donoso­Cortés; la palabra de sus papas desde San Pedro hasta Pío IX; la práctica de todos sus tiempos desde Constantino hasta Felipe II, desde Torquemada hasta el Paraguay­modelo, han afirmado, decidido, demostrado, declarado y decretado que libertad y catolicismo son enemigos; no invocando el catolicismo otra libertad que la infalible e impecable de acabar, destruir y prohibir la libertad en el que no piense; ni crea como él.

La razón de ese dogma, la lógica, la autoridad, la enseñanzay la práctica declaran, pues, y lo mismo la Iglesia, que la razón y la Libertad se humillen, se sacrifiquen ante lo que ella llama revelación y continuación de la revelación por la Iglesia; y que así, es unaproposición eminentemente católica, como también lo es racionalista: la razón a la fe que llamáis revelada.

Y es por esa distinción, que me ultrajáis en vuestra pastoral, en el púlpito de vuestras iglesias, y prohibí, además, el conocimiento de mi libro, dejando de ese modo a la calumnia ancho el campo para presentarme «¡con tendencias a desenfrenar las costumbres y perseguir la virtud, y entronizar el vicio!».

¿Es eso sincero, ilustrísimo señor? ¿Podríais demostrar con una sola frase de mi libro (que calificáis de libelo infame) que abre vasto campoa la licencia, a la blasfemia y a la inmoralidad? ¿Podrías hacerlo? No, y mil veces no, --os emplazo ante la justicia de Dios y la razón de los hombres, a que lo demostréis, porque si no lo hacéis, si no justificáis esos ultrajes, si no probáis esas imputaciones espantosas, tendría derecho para llamaros .

. . al orden, ilustrísimo señor.

X. CONCLUSIÓN.

He demostrado, señor obispo: sostiene a la religión eterna, que no viene del hombre, porque era, porque es, porque será. --Oídme con vuestro apóstol Juan: La razón, es el verbo. Todas las cosas fueron hechas por ella, y nada de lo bueno fue hecho sin ella.

En ella está la vida, y la vida era la luz de los hombres.Y la luz en las tinieblas resplandece, mas las tinieblas no la comprendieron.

Pero ya, disipa a esas tinieblas.

Esa razón, era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.

En el mundo estaba, y el mundo por ella fue hecho, y no la conoció el mundo.

A los suyo vino, y los suyos no la recibieron.

Mas a cuantos la recibieron, les dio poder de ser hechos hijos de Dios, aaquellos que creen en su nombre (a los racionalistas).

Los cuales son nacidos no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, más de Dios.

Y la razón fue hecha carne, y hábito y habita y habitará entre nosotros: y vemos la gloria suya, gloria como unigénita del padre, llena de gracia y de verdad.

Nosotros los racionalistas damos testimonio de ella, y clamamos diciendo: Ésta era la que dijimos: La razón que viene ha sido engendrada antes de nosotros, porque era primero que nosotros.

Y de su plenitud recibimos nosotros todos, y justicia por justicia.

ADios nadie lo vio jamás. La razón unigénita, porque no hay más que una, que está en el seno del Padre, ella misma lo ha declarado.

Sí, pues, ilustrísimo señor, la razón que habéis sojuzgado, así lo ha declarado: Quien no está conmigo es mi enemigo. Ésa es la verdadera Iglesia, fuera de la cual no hay salvación.

Apresuraos, pues, a entrar en el gremio de la verdadera Iglesia si queréis salvaros.

Y si lo desearais pronto estoy a bautizaros en las aguas de la regeneración, en nombre del Padre, que es la fuerza, de la razón que es el verbo, y de la caridad que es el espíritu.

XI. LA CONSECUENCIA.

Y como representáis a la muerte empecinada y aferrada a la joven América que vive y se levanta, y sacuda el polvo vetusto de los siglos, --la joven América, la sociedad, el Estado, fuertes con la conciencia de sus gloriosos destinos inmortales --se separa de vosotros, se separa de la Iglesia, protesta contra la teocracia, y afirma con el acento de la revelación eterna: la soberanía de la razón comopoder espiritual, la soberanía del pueblo como poder temporal, la ciencia como concilio permanente, la realización del derecho como culto, la religión de la ley, la ; ;

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Francisco Bilbao, Desarrollado por Giroscopio y Newtenberg, Santiago, Chile. Abril, 2008

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