| | | | Transcripción realizada por Manuel Bilbao | JUICIO POR EL ARTÍCULO, LA SOCIABILIDAD CHILENA | [02-May-2008] En que se relatan los hechos que se derivaron de la publicación del escrito "sociabilidad chilena" de Francisco Bilbao; del juicio; y de las formidables argumentaciones que se escucharon la tarde del 17 de junio de 1844, día en que se acusará a Bilbao de blasfemo, inmoral y sedicioso. |
-
Sr. Juez del Crimen.
El Fiscal interino de la Corte de Apelaciones, visto el número 2° del periódico institulado el Crepúsculo, dice: que desde la llana 57 todo lo escrito bajo los epígrafes Sociabilidad Chilena.
Nuestro pasado LaTierra La política Espíritu Revolución Chile La igualdad de la libertad Gobierno de Pinto Resurrección del pasado y conclusión y fin, adolece a juicio de este Ministerio de las infamantes notas de blasfemo, inmoral y sedicioso en tercer grado.
Como la presente acusación se versa sobre todo el impreso, porque todo él tiene alusión y conexión directa con los crímenes de blasfemia, sedición e inmoralidad, cree este Ministerio excusado entrar en un análisis minucioso, y en un detalle particular de los pasajes en que se contienen los mencionados crímenes.
Sin embargo, no estará de más hacer referencia a los siguientes: --La tierra y la política-- hablando el autor de las depredaciones de los señores feudales y de la ferocidad con que disponían de la vida de los hombres, se refiere a los que sufrían el azote de este sistema, y se expresa así: La desesperación se aumenta, pero el sacerdote católico le dice, este mundo no es sino de miserias. Todo poder viene de Dios, someteos a su voluntad. He aquí la fortificación de la esclavitud.
Bajo el epígrafe ``Espíritu'' todo lo escrito es una verdadera blasfemia, pero en ello se salvan los siguientes pasajes. Dice el autor que al catolicismo sólo pueden someterse los bárbaros porque en auxilio de sus poemas se invoca la fe como único argumento, y después continúa: el bárbaro se deslumbra, se somete. Es católico.
He aquí la gloria del catolicismo, su mérito en la historia. Pero como nosotros saliendo de la eternidad hemos caído en el tiempo llamado siglo 19 juzgaremos según nuestra capacidad de lo que es con respecto a la sociedad nueva y a la filosofía que renueva las religiones. Desde esta altura es como vamos a hablar rápidamente. ``El catolicismo es religión simbólica y de prácticas, que necesita y crea una jerarquía y una clase poseedora de la ciencia. Religión autoritaria que cree la autoridad infalible de la Iglesia, es decir de la jerarquía de esos hombres y además la autoridad irremediable sobre la conciencia individual por medio de la confesión; autoridad del fraile autoridad del clérigo, autoridad del Papa, autoridad del concilio. Religión simbólica y formulista que hace inseparable la práctica de la forma, del espíritu de la ley: de aquí la necesidad absoluta de la práctica y del sacerdote. Éste es el templo del sistema. Penetremos y oigamos la predicación y su espíritu''.
``En primer lugar los principios eternos de la filosofía, la unidad de Dios, la inmortalidad, los premios futuros y los misterios orientales''.
Copia después el símbolo de la fe católica y lo analiza de una manera que ataca y ridiculiza en todos aspectos el dogma de la religión del Estado.
No se para en medios y para manifestar su audacia en combatir las instituciones más sagradas, pone después en choque con los principios de la religión de Jesús, las doctrinas del sabio apóstol de las gentes.
``La mujer'', dice, ``está sometida al marido'', --esclavitud de la mujer--. Pablo, el primer fundador del catolicismo, no siguió la revolución moral de Jesucristo. Jesús emancipó a la mujer. Pablo la sometió. Jesús era occidental en su espíritu, es decir liberal; Pablo oriental, autoritario. Jesús fundó una democracia religiosa, Pablo una aristocracia eclesiástica. De aquí se ve salir la consecuencia lógica de la esclavitud de la mujer. Jesús introduce la democracia matrimonial, es decir la igualdad de los esposos. Pablo coloca la autoridad, la desigualdad, el privilegio, en el más fuerte, en el hombre.
De los principios que se citan en el párrafo que acaba de transcribirse deduce vicios en los matrimonios celebrados bajo el rito católico, y desde este punto comienza el escrito acusado a ser inmoral al mismo tiempo que es blasfemo.
Hablando del matrimonio, dice: ``esta desigualdad matrimonial es uno de los puntos más atrasados en la elaboración que han sufrido las costumbres y las leyes. Pero el adulterio incesante, ese centinela que advierte a las leyes de su imperfección, es la protesta a la mala organización del matrimonio''.
Después, reprochando el sistema de indisolubilidad matrimonial dice, que los ritos católicos sistemando los matrimonios de familia impiden la espontaneidad y libertad del corazón. Se mantienen para dar subsistencia a clases privilegiadas y para que la autoridad y la tradición no se debiliten.
De este principio refiere que nace la aversión a la moda, el aislamiento misantrópico, y el sistema de vida que explica en estos términos: ``La puerta de calle se cierra temprano y a la hora de comer. A la tarde se reza el rosario. La visita, la comunicación debe desecharse a no ser con personas muy conocidas; no hay sociabilidad, no se admite gente nueva ni extranjera.
La pasión de la joven debe acallarse. La pasión exaltada es instrumento de revolución instintiva. Se la lleva al templo, se la viste de negro, se oculta el rostro por la calle: se la impide saludar, mirar a un lado. Se la tiene arrodillada, se debe mortificar la carne y lo que es más: el confesor examina su conciencia y le impone su autoridad inapelable. El coro de las ancianas se lleva entonando la letanía del peligro de la moda, del contacto, de la visita, del vestido, de las miradas y de las palabras. Se pondera la vida monástica, el misticismo estúpido del padecimiento físico como agradable a la divinidad. Ésta es la joven.
El hombre, aunque más altivo para someterse a tanta esclavitud, tiene con todo que llevar su peso: ¡ay del joven si se recoge tarde, si se le escuchan palabras amorosas, pobre de él si se le encuentra leyendo algún libro de los que se llaman prohibidos, en fin, si pasea, si baila, si enamora! El látigo del padre o la condenación eterna son los anatemas. No hay raciocinio entre el padre y el hijo. Después de su trabajo diario, irá a rezar el rosario, a la Vía Sacra, a la escuela de Cristo, o a oír contar los cuentos de brujos, de ánimas y purgatorios. Figuraos al joven de constitución robusta, de alimentos fuertes, de imaginación fogosa, con algunas impresiones y bajo el peso de esa montaña de preocupaciones''.
No contento el autor con haber cometido los crímenes de blasfemia e inmoralidad, parece que quiere concluir su obra con la sedición.
Se queja de que el poder ejecutivo no varíe la religión del Estado y destruya la ley fundamental.
``El código constitucional'', dice, ``que organizó a la República de ese modo unitario tan despótico, es el que nos rige. Esto impide el que surjan las individualidades provinciales y que la vida recorra el territorio chileno''.
``Existe todavía ese código que organiza legalmente al despotismo destruyendo todas las garantías que conquistó el republicanismo, cuales son las formas necesarias para la seguridad de los derechos individuales''.
``Existe en el gobierno el mismo respeto por las formas de la síntesis pasada. Se hacen venir frailes de la Europa, y este solo hecho basta para caracterizar la ignorancia de una administración en el tiempo que vivimos. La organización eclesiástica ejerce un poder influyente y separado de la influencia política. El sistema católico reina en toda su extensión. El cura diezma todavía, el cura comercia con los matrimonios y bautismos: el erario gasta a manos llenas en el culto, crea obispos y arzobispos. El poder eclesiástico tiene una pensión imponente y el gobierno lo tolera, el gobierno es hipócrita. En la esfera del comercio y de la industria existen todavía los restos del síntesis prohibitivo y privilegiador. El estanco existe, la moneda se quita de la circulación para formar un banco, etc».
Este ministerio en cumplimiento del art.23, tít. 4° de la ley de 11 de diciembre de 1828, ha creído que faltaría a uno de sus principales deberes si dejara al núm. 2 del Crepúsculo sin acusarlo de blasfemo, inmoral y sedicioso en tercer grado. En su virtud, interpela pues la autoridad de U. S. para, que procediendo con arreglo a la mencionada ley, se lleve a efecto el juicio a que da lugar la presente acusación--.Santiago, junio 13 de 1844.
Máximo Mujica.
Copia de la demanda contra el autor del núm. 2 del Crepúsculo entregada a don Francisco Bilbao a las cuatro de la tarde, hoy 17 de Junio de 1844.
JERÓNIMO ARAOZ.
Escribano público.

JURI
- Acusado...
-
Señores jurados: La sociedad ha sido conmovida en sus entrañas. De su profunda conmoción hemos salido hoy a su superficie: vos señor fiscal, acusador; yo, señor fiscal, el acusado.
El lugar en que nos hallamos y la acusación que se me hace, revela el estado en que nos encontramos en instituciones y en ideas.
Ahí está el señor fiscal que procura cubrirme con el polvo de las leyes españolas; aquí también está el jurado que detiene ese polvo con su aliento.
Aquí se presenta una mano que levanta 14 siglos que se hunden, para derribar una frente bautizada en el crepúsculo que se alza. Esa mano es la vuestra, señor fiscal, esa frente es la mía.
Allí tenéis la boca por donde me maldicen los ecos subterráneos que se pierden; aquí la conciencia que arrastra su anatema.
Aquí dos nombres, el de acusador y el de acusado; dos nombres enlazados por la fatalidad histórica y que rodarán en la historia de mi Patria.
Entonces veremos, señor fiscal, cuál de los dos cargará con la bendición de la posteridad.
Sí señores, definamos estos nombres, digamos quiénes somos, y después veremos la acusación punto por punto.
- El juez.
- No viene usted a definir personas, señor acusado.
- El acusado.
- No defino la persona, si es grande o pequeña, buena o mala, sino las ideas que representamos, las ideas encarnadas en nosotros.
Decís, o se deduce de lo que decís, que ataco creencias arraigadas, instituciones fijas, inmortales según vos, señor fiscal decís que señalo males y errores; que analizo cosas que no deben analizarse; que explico cosas que no deben explicarse; que niego la autoridad antigua; que critico, que analizo las costumbres pasadas; que quiero, que pido, que invoco la mudanza, la sedición, el trastorno...
Pues bien, señor fiscal, en todo lo que maldecís, en todo lo que habéis aglomerado no hay sino la innovación. He aquí mi crimen.
Ahora, señor fiscal, ¿quién sois, vos que os hacéis el eco de la sociedad analizada; que os oponéis a la innovación, parapetado en las leyes españolas, qué crimen cometéis? El juez (campanillazo) Señor, usted no viene a acriminar al señor fiscal.
- El acusado.
-
No acrimino, señor juez, clasifico solamente.
La filosofía tiene también su código, y este código es eterno. La filosofía os asigna el nombre de retrógrado. ¡Eh bien! Innovador, he aquí lo que soy; retrógrado, he aquí lo que sois.
- El juez.
-
Al orden: no insulte señor acusado.
- El acusado.
- No insulto, señor juez. Diga lo que es el señor fiscal: ¿señor fiscal, se cree usted insultado por haberle dicho la verdad?
- El fiscal
- (sonriéndose). Usted es un ente: usted no es capaz de insultar.
- El acusado.
-
La ignorancia responde siempre con el sarcasmo de la impotencia.
Ahora, cual de los dos tenga razón para gloriarse de este nombre ante los hombres; lo dirá la historia. La historia nos presenta siempre a los innovadores como ídolos: a los retrógrados, nos los pinta como la serpiente que muerde el pie del viajero en su camino.
Cual de los dos tenga razón para gloriarse de ese nombre ante la divinidad, también lo dirá la historia que nos enseña las leyes que Dios ha impuesto a la humanidad: leyes de innovación y de desenvolvimiento.
Oponerse al desarrollo de esas leyes, es la retrogradación. Yo las sigo con la escasa luz de mi razón. Ahora, señor fiscal, vos sois el que me llamáis blasfemo, a mí que obedezco y procuro realizar aquellas leyes. Pero a vos, que llamáis la autoridad a su socorro para detener su marcha, no os llamo blasfemo sino ignorante.
El aspecto varía, señor fiscal, y esto es que tan sólo escaramuzo en la cuestión. Veréis luego a quien habéis llamado blasfemo, veréis el motivo que he tenido, el objeto que he buscado, el fin que he querido.
Siempre he sentido la actividad en mi conciencia, y la aplicación razonada de esa actividad, siempre ha atormentado mi existencia humana. El estudio y la observación me mostraron la ley del deber; esa ley, relativa en sus relaciones y relativa a la vida de los pueblos.
Sumergido mi pensamiento en la averiguación de la misión humana, me encontré al despertar en el siglo XIX, y en Chile mi Patria.
Quise en mi creencia; llamadme insensato si queréis, tomar en mi mano débil a esta Patria tan querida, y darle el empuje que el siglome comunicaba..., quise en la audacia de mi vuelo, clavar el tricolor en la vanguardia de la humanidad... pero, una mano me sujeta, con su tocamiento, me advierte la realidad que quería remover, y procura anonadarme acumulando anatema sobre anatema... Esa mano es la vuestra, señor fiscal. El órgano que la mueve es la sociedad analizada... Aquí me tenéis, pues, ante el tribunal, pronto a ser sentenciado como el innovador peligroso...
Me habéis señalado ante la turba fanática..., habéis precipitado sobre mi cabeza la furia del vulgo ignorante..., habéis dado alas a la calumnia..., me presentáis como un criminal; os perdono, señor fiscal.
Me hacéis encarar con ese pasado como representante, aunque débil, del porvenir; gracias, señor fiscal.
Queréis arrodillarme para hacerme digno de que Galileo me tienda una mano para levantarme...; gracias, señor fiscal.
Hacéis que me ponga en la situación de recibir una corona, aunque humilde de martirio, gracias, señor fiscal.
- El juez.
-
A la cuestión, señor acusado, usted no viene a burlarse del señor fiscal.
- El acusado.
-
Señor, estoy dando gracias al señor fiscal.
Habéis empujado el torrente que amenaza sumergir mi porvenir Chileno... mis ilusiones juveniles... mi entusiasmo puro como el juramento del honor... os perdono, señor fiscal.
- El juez y el fiscal.
-
A la cuestión, señor acusado.
- El acusado.
- Voy a ella, señores.
Señores: la acusación es de todo el artículo, por consiguiente es vaga. El señor fiscal particulariza algunos puntos, los examinaremos, pero antes quiero leer mi introducción.
``En las épocas transitorias de la civilización... ... ... ... ... '' Quisiera saber señor fiscal, ¿dónde está la blasfemia, la inmoralidad y la sedición en lo que he leído?.
El fiscal no responde.
Os interpelo, señor fiscal.
El fiscal se dirige al juez.
- Señor, si se me sigue interpelando, me voy de este lugar.
- El acusado entonces empieza su defensa a combatir punto por punto los lugares acusados. Manifestó la posición difícil del catolicismo cuando tuvo que tomar en cuenta la esclavitud que había en el mundo romano. Cita los textos de San Pablo que corroboran su opinión; pero el fiscal y el juez gritan ¡blasfemia! El acusado pregunta a los jueces si hay blasfemia en citar las epístolas de San Pablo. El señor Barros pide enérgicamente que se le deje escuchar al acusado: el señor Barros apoya la indicación. El juez Silva dice que se contraiga al dogma: el acusado responde que el catolicismo se compone de las doctrinas de sus fundadores. San Pablo es un fundador, luego permítaseme citarlo para apoyarme. Rebate el primer punto, y continúa con el segundo.
- El acusado
-
El fiscal me atribuye el haber dicho que al catolicismo sólo pueden someterse los bárbaros: yo digo que el catolicismo sometió a la barbarie, y pregunto a los jueces si no comprenden la diferencia.
El acusado expone entonces el espectáculo de la civilización invadida cinco siglos por los bárbaros del norte; manifiesta la importancia de las creencias que obligan a cimentar una sociedad en medio de ese caos de destrucción; pero el juez interrumpe diciendo:
- El Juez
- Al juicio no se viene con historias.
- Acusado
- Señor, lo necesito para mi defensa.
- El Juez
- No se puede,
- Acusado
- pues, protesto, contra la prohibición de mi defensa como blasfemo.
Me contraeré a la acusación de inmoral y sedicioso.
- Acusado
-
MI DEFENSA . COMO INMORAL.
-
``De los principios que están en el párrafo que acaba de transcribirse, deduce vicios en los matrimonios celebrados bajo el rito católico y desde este punto comienza el escrito acusado a ser inmoral al mismo tiempo que es blasfemo''.
Hablando del matrimonio. ``Esta desigualdad matrimonial es uno de los puntos más atrasados que la elaboración que han sufrido las costumbres y las leyes. Pero el adulterio incesante, ese centinela que advierte a las leyes de su imperfección, es la protesta a la mala organización del matrimonio''.
Estos son los lugares que llevan principalmente la acusación de inmoral. La defensa de la parte blasfema me ha sido prohibida; por lo que me contraeré exclusivamente a la acusación de inmoral y sedicioso.
Señores:
-
Se me acusa de inmoral por haber declarado que es mala e imperfecta la ley que actualmente constituye el matrimonio.
La imperfección de las leyes se conoce claramente por los resultados que producen. En la práctica de la vida es donde se descubren los hechos ulteriores que el legislador no ha podido prever o que no ha podido hacer entrar en la circunferencia de la ley. Entonces, y a medida que los años pasan sobre las sociedades, esos hechos naturales, oprimidos por el peso de la ley, se comprimen y producen los resultados que palpamos: dudas, disturbios y últimamente, la violación de la ley.
Ahora, nosotros presenciamos sus hechos, este hecho es el adulterio y su acrecimiento incesante: lo tenemos a la vista, lo palpamos, y por consiguiente debe excitar la atención del socialista que se interese en la felicidad social y en la exterminación social del delito. La ley, o la constitución actual del matrimonio es la que determina los actos legítimos e ilegítimos en la conducta recíproca de los esposos; la ley es, pues, la que determina el adulterio. Por consiguiente en el examen que hay que hacer para determinar el adulterio con sus causas y modificaciones, es preciso examinar si la ley es perfecta y entonces debe ser obedecida; o si no lo es y el adulterio tiene su base en la misma ley que lo determina, y entonces la ley es la que debe corregirse.
El adulterio no ha sido siempre el mismo, el adulterio ha variado, ha recibido la influencia progresiva de las demás instituciones, lo que prueba que lo que nosotros llamamos adulterio, para otros no lo era, y lo que otros han considerado como infracciones de la fe conyugal, otros pueblos no lo han considerado como tal.
Esta consideración es sumamente indispensable para hacer ver el carácter progresivo, mudable que ha tenido como sometido a las instituciones variables que lo constituían. En Esparta, por ejemplo, no era conocido el adulterio y para nosotros todas esas mujeres eran adúlteras. Un extranjero preguntó a un Espartano si era frecuente ese crimen. El Espartano respondió: primero beberá un buey el agua del Eurotas desde la cumbre del monte, que cometerse semejante crimen en Esparta. Y no penséis que bajo este aspecto eran más morales que nosotros. En ese pueblo el individuo que no tenía hijos en su esposa, llamaba al primer hombre bien formado que pasaba y lo hacía visitar a su mujer para tener hijos robustos. Este hecho no era considerado como adulterio en ese pueblo. Este ejemplo basta para manifestar que no ha sido el mismo, ni en todos los tiempos ni en todos los pueblos y que recibe su carácter peculiar, de delito, de la institución que adopta cualquier sociedad.
Es preciso que indaguemos si la ley es la mala, o si la sociedad que frecuentemente lo comete, que lo fomenta en su seno, que le hace disminuir su responsabilidad, que lo tolera en fin; es la que debe someterse al imperio de esa ley.
Cuando una sociedad ve aumentarse en su seno un hecho que la ley repudia, cuando lo alimenta, cuando la influencia de esa ley pierde cada día su respeto, y en fin, cuando la opinión empieza a mirar con la indulgencia que la costumbre produce, la repetición de los actos prohibidos, entonces se forma una separación entre la sanción pública y la sanción de la ley.
Cual de las dos tenga razón en el curso de los siglos, lo dicen las reformas que continúa y sucesivamente reciben los códigos para adaptarse a la sociedad que se transforma. La sociedad siempre se perfecciona porque admite la introducción lenta del desarrollo intelectual. La ley que había siempre es la misma, siempre aplica su fallo al hombre de los siglos pasados como al hombre presente: no considera variación alguna de circunstancias ni de cosas, de tiempos ni de lugares, siempre es la misma, inflexible y severa. Por consiguiente, en la separación u oposición de la sanción de la ley y de la opinión, la razón filosófica que comprende la vida de la humanidad, se encuentra armónica, apoyando la separación de la opinión ilustrada por el tiempo, contra la ley inamovible que la contraría. De aquí nace la indiferencia o aprobación tácita de la sociedad a los actos que muchas leyes señalan como criminales. Pondremos por ejemplo al contrabando: este hecho es severamente castigado por las leyes; la opinión lo absuelve. Este hecho, delito según la ley, nace regularmente de la severidad de las leyes coercitivas del comercio. El individuo y la sociedad ateniéndose a su instinto infringen esas leyes y sus conciencias quedan tranquilas. Creen que no hay derecho en esa ley para evitarles o coartarles sus medios de subsistencia y procuran evadirlas protestando con sus hechos contra la imperfección y tiranía de esa ley. Aquí la ley ha creado el delito: la sociedad la infringe y reposa tranquila en su infracción. Luego para evitar el delito, variad, no la sociedad, pues obra con justicia, sino la ley despótica de la industria.
He aquí, señores, un hecho que presento para hacer ver la necesidad de la reforma de la ley para la cesación del crimen. Se ha reconocido mayor libertad en el individuo para buscar su subsistencia; luego dad entrada a esa libertad en la constitución de la ley de comercio.
Todos estamos conformes en mirar al adulterio como un mal; en fin, es una desarmonía y es preciso hacerla cesar. Pero antes es preciso averiguar los hechos que lo preparan; hechos posteriores a la ley y que no comprende, y hechos ulteriores que tuvo en consideración al tomar el carácter de precepto.
Es un axioma reconocido, que toda legislación considerada por perfecta en sus principios, es después con el tiempo más o menos imperfecta. De otro modo sería reconocer en los códigos pasados la última palabra de la razón y negar por cierto la perfección de los códigos ulteriores que la humanidad reconoce como tales. La imperfección no se descubre regularmente en los tiempos en que ha sido sancionada, pues entonces el legislador ha podido comprender las necesidades actuales y satisfacerlas con la ley.
Pero la humanidad marcha; la sociedad crece, la civilización se aumenta; relaciones nuevas se descubren; la naturaleza humana va descorriendo suavemente los velos que le cubren y entonces la relación perfecta que había entre la ley y la sociedad, se altera, porque ésta ha variado y la ley ha permanecido la misma. Cuando esto sucede ¿qué es lo que se debe hacer para restablecer la armonía entre la ley y la sociedad? ¿Variar la sociedad, es decir, volverla al estado en que se encontró cuando recibía aquella ley? ¡Imposible! Esto es contrariar la naturaleza de las cosas, oponerse a la necesidad humana, sujetar con el brazo débil del hombre el empuje dado a la creación por el brazo omnipotente de la Divinidad.
No queda, pues, sino variar el otro término de la relación, es decir, la ley, que como obra humana es variable, imperfecta, y susceptible de recibir la perfección progresiva. He aquí el punto en que nos encontramos y ésta es la teoría que vamos a aplicar a la cuestión que nos ocupa.
La ley que constituye actualmente el matrimonio, que impide otras afecciones que las recíprocas de esposo en cuanto a personas de otro sexo: que constituye el adulterio, aun en el pensamiento de un amor extraño: que somete la mujer al marido; que hace de ellos dos seres inseparables, unidos por toda la vida, a despecho de sus inclinaciones, de sus gustos, de su educación; a despecho del diferente temple de sus almas; a despecho de dos naturalezas opuestas, ¿es una ley justa en el estado actual de nuestra civilización? He aquí la cuestión.
En tiempos atrasados, en pueblos cuyas leyes estaban calentadas por el sol voluptuoso del Oriente, no era extraño que el adulterio tuviese una esfera tan vasta, y que la mujer viviese en la reclusión en que vivía. --La mujer era considerada tan sólo como instrumento de placer, y el hombre, en su egoísmo y en la fuerza, apoyaba esos principios que le permitían tener un numeroso número de mujeres, y una autoridad legítima para castigar sus celos. Pero en todos los pueblos de la Tierra sufren la influencia tiránica de un clima y la secta escogida de la humanidad, los filósofos, en la averiguación de las leyes naturales, encuentran en otros pueblos el lugar donde puedan elevar a la mujer para medir su estatura con el hombre. De aquí vemos salir el matrimonio, propiamente dicho, en los pueblos de Occidente. Más tarde los germanos presentaron el ejemplo de la dignidad de la mujer en su matrimonio casto y exclusivo. Así también vemos que la esclavitud de la mujer se disipa lentamente y que la esfera de adulterio se mitiga a medida que se eleva. Nosotros no tenemos nada de germano en nuestros códigos, formados casi exclusivamente sobre los códigos romanos, y ya sabemos el estado de la mujer entre los romanos. Adúltera en sospechas, adúltera en visitas extrañas. Adúltera en salir muchas veces a la calle. Después vinieron las teorías de San Pablo, a constituir la reclusión mística de la mujer y a someterla al marido. San Pablo como organizador del catolicismo organizó el matrimonio desigual que conocemos; pero San Pablo escribió en los primeros años de nuestra era, nosotros nos encontramos en el siglo XIX.
San Pablo no podía ser la voz definitiva de la razón humana, porque sería insultar al criterio que la humanidad prodigue y que adopta al adoptar los trabajos morales posteriores. Queda, pues, demostrado que el campo de la innovación queda abierto para el que traiga la resolución de la cuestión.
Habiéndose alterado la relación que se creía existir entre el poder moral del hombre, y el poder moral de la mujer, es claro, que la ley que organizaba la relación pasada, entre marido y mujer, es imperfecta, incompleta, porque no comprende toda la elevación, todo el derecho que ha conquistado la mujer. El derecho de los seres libres se aumenta a medida que se descubre la circunferencia de su acción. Si antes yo creía que no tenía derecho para pasar cierto límite cometía un crimen al pasarlo; pero desde que tengo la conciencia de mi derecho, el límite es nulo y más grande la esfera de mi libertad. Sentados estos principios indudables, preguntaremos si en las uniones matrimoniales verificadas según la ley de matrimonios que nos rige, ¿se hallan comprendidos los resultados filosóficos del estudio de la naturaleza moral de ambos sexos? No, la ley es la misma y 19 siglos han pasado sobre ella. Así vemos también los efectos. El matrimonio antiguo, verdaderamente antiguo, ya no existe y la desarmonía es frecuente. De aquí el adulterio actual, es decir; la protesta contra esa organización. El adulterio actual, es la rebelión o insurrección que antiguamente se castigaba como delito de lesamajestad. Aquí hablamos de esa desarmonía que tuvo causas profundas en la naturaleza moral de ambos sexos, no de ese adulterio originado tan sólo por lascivia. Éste siempre es criminal y siempre llevará la indignación de la moral.
¿Diréis que el divorcio evita esos males? Pero ni el divorcio verdadero lo tenemos, ni aún la sociedad actual lo mira con despreocupados ojos. Entonces los individuos que no quieren arrastrar con la preocupación social, o faltan a la ley, o llevan la vida del martirio con personas que aborrecen o desprecian. Ahora el legislador que busca la felicidad doméstica o social, ¿dejará pasar en alto, la infelicidad doméstica o el adulterio incesante? No, eso sería cruzar los brazos delante de la obra. Debe, pues, trabajar para conciliar ambas dignidades, ambas naturalezas distintas, ambas inclinaciones opuestas, por medio de una ley que elevándose a una altura dominante, separe o deje solamente la relación que es necesario que exista. ¿Cuántas veces, jóvenes amantes que henchidos de amor corren presurosos a las aras, después al encontrarse frente a frente y sin máscaras en las realidades de la vida, sienten prepararse las tormentas que ya fomentan en su seno? Aquella alma que uno de los dos había considerado como noble, el otro la descubre falsa y mentirosa. Donde la esposa creyó encontrar un corazón que abrigase su ternura, sólo encuentra el hielo del egoísmo; donde iba a encontrar un brazo varonil, sólo encuentra un brazo mercenario. Cuantas veces en esa frente que le parecía majestuosa, sólo ve después el ceño del fastidio; y al sondear esa alma que buscaba para confundirla con la suya, retrocede asustada al reconocer su naturaleza tenebrosa. Y la mujer, ése ser débil y angustiado que invoca en sus tribulaciones por una alma sublime que la eleva; que necesita de la pasión porque es mujer, ¿queréis que despoje sus divinos atavíos a los pies de la estatua del marido, queréis que se consuma incensando al ídolo caído, queréis complaceros en sus lágrimas para lisonjear al amor propio, queréis que la sociedad pierda un individuo, el amor un objeto, la Patria una matrona, queréis encerrarla para introducir la concubina, queréis pisarla para elevarla sobre el pedestal de su cuerpo? Os engañáis... ¡La pisásteis! Pero sus gemidos formaron la protesta que la filosofía estampa en su libro para organizar una reforma y sus lágrimas penetran en las almas al través de la muralla de las preocupaciones.
Después el acusado lee el otro trozo de la acusación como inmoral, que dice así: ``Después reprochando el sistema de indisolubilidad matrimonial dice: `que los ritos católicos sistemando el matrimonio de familia, impiden la espontaneidad y libertad de corazón..'.''De este principio dice que nace la aversión a la moda, el aislamiento misantrópico y el sistema de vida que explica en estos términos: ``La puerta de calle se cierra temprano y a la hora de comer. A la tarde se reza el rosario. La visita, la comunicación debe desecharse a no ser con personas muy conocidas; no hay sociabilidad, no se admite gente nueva ni extranjera. La pasión de la joven debe acallarse.
La pasión exaltada es instrumento de revolución instintiva. Se la lleva al templo, se la viste de negro, se oculta el rostro por la calle: se la impide saludar, mirar a un lado. Se la tiene arrodillada, se debe mortificar la carne y, lo que es más: el confesor examina su conciencia y le impone su autoridad inapelable. El coro de las ancianas se lleva entonando la letanía del peligro de la moda, del contacto, de la visita, del vestido, de las miradas y de las palabras. Se pondera la vida monástica, el misticismo estúpido del padecimiento físico como agradable a la divinidad. Ésta es la joven. El hombre, aunque más altivo para someterse a tanta esclavitud, tiene con todo que llevar su peso: ¡ay del joven si se recoge tarde, si se le escuchan palabras amorosas, pobre de él si se le encuentra leyendo algún libro de los que se llaman prohibidos, en fin, si pasea, si baila, si enamora! El látigo del padre o la condenación eterna son los anatemas. No hay raciocinio entre el padre y el hijo. Después de su trabajo diario, irá a rezar el rosario, a la Vía Sacra, a la escuela de Cristo, o a oír contar los cuentos de brujos, de ánimas y purgatorios. Figuraos al joven de constitución robusta, de alimentos fuertes, de imaginación fogosa, con algunas impresiones y bajo el peso de esa montaña de preocupaciones''. 1 Estos son, señores, los otros trozos de mi escrito que sufren la acusación de inmoral.
En cuanto al primer punto, señores, yo no reprocho la indisolubilidad del matrimonio. No tengo un principio fijo a este respecto y no me presento como organizador del matrimonio.
Esta obra la esperamos de la ciencia moderna que reasume los progresos que la civilización ha alcanzado, y entonces veremos si debe o no ser indisoluble. En lo que he dicho soy historiador y digo lo que era la familia en el pasado. Digo que el adulterio era espantoso y éste es un hecho necesario del estado atrasado en que se consideraba la dignidad de la mujer.
En los demás puntos acusados como inmorales, en los cuales pinto rápidamente el estado de la familia chilena, no hago sino decir lo que era, y decir lo que era no es inmoralidad. Si era mala la organización de la familia, el decirlo es bueno para su enmienda, y si era buena, repetir y analizar lo bueno, no es inmoralidad. Voy a leer unos trozos del señor Sanfuentes en su Campanario publicado en el Semanario de Santiago, en los cuales vemos, aunque de diversos modo, expresado poco más o menos el mismo pensamiento.
(El acusado lee) Creo pues, señores, haber probado que no hay inmoralidad en los puntos acusados. Yo lo que quiero es evitar la corrupción de las costumbres, porque las costumbres se formulizan según las leyes, y he aquí porque he dicho que es necesario reformar esa ley. He hecho esto para que no nos engañemos y miremos el mal donde se encuentra.
Pasaré a mi defensa como sedicioso.
MI DEFENSA . COMO SEDICIOSO.
La acusación que se me hace está apoyada en muchos puntos en la acusación de blasfemo.
No se me ha permitido defenderme en esta parte. Luego me contraeré a los puntos puramente sediciosos.
(El acusado lee los puntos acusados).
``Se queja de que el poder ejecutivo no varíe la ley fundamenta''.
``El código constitucional, dice, que organizó a la República, de ese modo unitario tan despótico, es el que nos rige. Esto impide el que surjan las individualidades provinciales y que la vida recorra el territorio chileno''.
``Existe todavía ese código que organiza legalmente el despotismo, destruyendo todas las garantías que conquistó el republicanismo, cuales son las formas necesarias para la seguridad de los derechos individuales''.
Señores: La vida de los pueblos, a pesar de sus profundas diferencias, tiene de idéntico el principio de causa y efecto que producen sus instituciones para su bien o para su mal. En todos ellos observad su marcha y veréis que caminan más o menos a su engrandecimiento, a medida que adoptáis una organización más o menos conforme a su ruina, mientras más se apartan de la perfección progresiva que el siglo les señala. El orden bajo el cual un pueblo vive y se ha educado, ha salido de las entrañas de ese pueblo y así es que vive conforme, que toma un carácter, su fisonomía especial según ese orden formulizado por la ciencia al alcance de su situación. Este orden, es la constitución de su vida en una época determinada, y es justo porque comprende y abarca en su seno la escala de sus necesidades. El orden, pues, salido de ese pueblo después de constituido, es el molde al cual la sociedad se somete y de que no le es lícito salir sin romper con los antecedentes que lo formaron. Este estado es, pues, el legítimo de un pueblo, este estado es el de paz y de armonía, éste es en fin el estado que no es lícito traspasar sin recibir el fallo de ese orden, como trastornador o sedicioso.
Pero, señores, ¿es éste el estado definitivo de los pueblos? El código que amoldó a la sociedad ¿es el perfecto para toda su vida? No, es un hecho sabido que en la creación todo vive, todo se desarrolla. Las sociedades, esas familias primogénitas del Creador que encierran tanta vida, tantos elementos diversos, son las más sujetas a la renovación para caminar lenta o apresuradamente al fin que se le tiene asignado.
Este hecho sólo es la justificación de la reforma, las sociedades crecen, sus individuos se extienden, sus necesidades se aumentan, y el mayor número o el todo, es el destinado a recibir la participación de los bienes de la creación en la esfera material e inteligente. Las leyes económicas dictadas según las luces de ese tiempo, las leyes políticas dictadas según la esfera de libertad que se había descubierto, si fueron buenas al instituirse, poco a poco se resienten de las nuevas necesidades que no han previsto y del grado de libertad que no sabían que el individuo podía conquistar. La ciencia, que ha seguido a la sociedad y no a la ley, manifiesta y patentiza la distancia a que se encuentran las leyes, del estado presente del pueblo. Entonces el orden que había salido de ese pueblo y que estaba armónico con él, ya no es el orden de la sociedad actual; el molde se halla rebozado por el aumento de lo que contenía en su seno.
Ahora, si se quiere restituir el orden, se debe variar el orden antiguo para adaptarlo al adelanto filosófico. Se debe reformar.
Examinad las revoluciones, abrid la historia, y veréis el espectáculo imponente de la elevación o destrucción de las sociedades. La causa principal de la lucha que las mina y las consume, no es otra, sino la existencia encontrada de las instituciones con el desarrollo del pueblo. En la esfera política, sobre todo, que es el núcleo, el punto dominante de la marcha de las sociedades, es donde la variación progresiva de la humanidad debe hallar una cabida más fácil a las reformas que el tiempo va anunciando.
Los pueblos van saliendo lentamente de la tutela de la ignorancia, sus necesidades varían y se aumentan, y sus intereses van ocupando el primer puesto en la escala de la sociabilidad; entonces es cuando las instituciones chocan y retardan esa marcha, y entonces empieza el clamor del que sufre, la invocación por nuevas o mejoradas leyes.
Los que se consagran al estudio social, o sienten primero la voz de la dolencia; los espíritus ilustrados, aquellos que con su pensamiento van a la vanguardia de la humanidad, son los primeros en pronunciar la palabra innovación. La publicación de sus ideas es un hecho necesario porque cada uno cree que deben adoptar todo lo que considera verdadero. Pero los formados en el régimen antiguo, se resisten, porque su vida como individuos públicos y privados está basada en las instituciones que pretenden remover; y porque sus costumbres y el círculo de sus ideas no pasan más allá de lo que su interés les tiene señalado.
De aquí nace la lucha entre el poder inteligente del representante de las reformas y el poder basado en la organización pasada.
Esto es poco más o menos lo que ha sucedido entre nosotros.
He creído que el resultado de mis estudios sociales y de aplicaciones a mi Patria, no era armónico: he visto una distancia inmensa. He procurado según mis creencias, hacer cesar esa distancia, acercando a las teorías que profeso las instituciones de mi Patria.
La idea que ocupa la cumbre de la sociabilidad, es el pueblo. La idea más grande del pueblo es la del pueblo soberano. Realizar, pues, esta idea en todas sus ramificaciones y bajo todos sus aspectos, he aquí mi objeto. Veamos ahora en esta idea el carácter sedicioso que encontramos.
La soberanía del pueblo, ese testamento sacrosanto que nuestros padres nos legaron en los campos de batalla, es el principio fundamental de nuestra organización social, es decir, política y religiosa, y como Nación en sus relaciones extrañas. Éste es el principio ante el cual vamos a calificar nuestras demás instituciones y aplicarles el fallo de su existencia lógica.
La realización de la soberanía del pueblo, implica la existencia de las leyes que desarrollan el elemento democrático, como único y exclusivo elemento político.
El desarrollo del elemento democrático, es el libre ejercicio de todas las facultades en todos los individuos para que alcancen la misma esfera de libertad. Ahora, si las leyes secundarias, si la organización de los poderes, si los elementos de desarrollo no pueden llegar a todos, y si contrarían alguna facultad en algún individuo, no puedo menos que calificarlas de injustas e ilegales. Cuando observo que las facultades legales del poder autorizan el despotismo y puede ahogar con ellas el desarrollo de nuestra civilización, las califico del mismo modo. Y aquí me refiero a la organización del poder ejecutivo y provincial.
Si hay leyes que impiden el desarrollo de la más importante de nuestras facultades, el pensamiento y la conciencia, si hay leyes que impiden el desarrollo industrial, según lo exigen las leyes económicas del día. Si la organización de nuestra propiedad contraría y evita el complemento material del elemento democrático y esclaviza el individuo proletario en la degradación moral y material; si la constitución organiza poderes que autorizan este estado desigual; digo con confianza, apoyándolo en nuestra revolución y en nuestro principio fundamental: leyes opresivas, leyes que deben reformarse. He aquí, señores, un procedimiento verdaderamente constitucional.
He aplicado la soberanía del pueblo a las demás leyes subalternas; he mostrado su existencia ilegítima. Luego la lógica sólo las destruye. Si queréis, llamad a esto sedición.
¡La sedición!, señores, no la he invocado.
¿He proclamado el ataque violento? ¿He dado el grito de ataque? ¿He dicho: pueblo, levántate, destroza las cadenas que te oprimen? ¿Le he llamado al combate, he alzado la bandera sediciosa? No, señores, no he hecho ni dicho semejantes cosas. Esto sí sería verdaderamente sedicioso.
Pero mostrar la imperfección de las leyes, señalar el lugar del mal, preludiar una reforma, excitar a que se haga esto, ¿se llama sedición? Si semejante acusación fuese justa y mereciese castigo, acusaríais a la humanidad en las reformas que ha conseguido y que prosigue.
Cuando se escuchan los lamentos del que padece, cuando se ve el retardo que sufrimos, cuando podemos evitar las lágrimas de la humanidad doliente mejorando sobre todo nuestras leyes penales, cuando se puede decir que palpamos los resultados morales que traerían la variación de muchas leyes y costumbres, entonces, señores, el que levanta su voz para proclamar el mal es el enemigo de la sedición. Sí, señores, enemigo de la sedición. Los trastornos violentos vienen regularmente de la exasperación de los pueblos por las leyes e instituciones opresivas.
En este caso el que procura variarlas, procura evitar el trastorno. Esto es lo que he querido, lo que he buscado. El elemento democrático crece, es el único legítimo y no se le da una entrada proporcional en nuestra organización. He dicho con la historia, que la ruina de los pueblos tiene en esta oposición su causa principal; he procurado, pues, evitarla haciendo entrar el elemento democrático. He querido, pues, evitar la sedición.
He dicho.
- Fiscal
-
(El señor fiscal tomó entonces la palabra).
Señores jurados: ``Se han tomado por el reo los pasajes de más benéfica interpretación, para hacer explicaciones sobre ellos; pero se ha prescindido de presentarlos como son en sí. Yo tomaré a mi cargo esta tarea y os los leeré en el impreso de que no debéis ni podéis separaros''. Enseguida volvió a leer los trozos citados, haciendo fijar la atención de los jueces en aquello de que yo combatía la indisolubilidad del matrimonio, que establece claramente el ``rito católico'' y que autorizaba el adulterio, pues decía que en el pasado era espantoso. Siguió leyendo lo demás que ya queda citado y concluyó advirtiendo a los jueces que ``quedaban igualmente signadas y dobladas las fojas, para que las leyesen y revisasen de nuevo en el acuerdo. He dicho''. 
- Acusado
-
Señores: El señor fiscal no ha combatido ninguno de los argumentos en que he apoyado mi defensa. Quedan, pues, intactos. No ha hecho sino repetir la acusación sin tomarse en cuenta lo que he dicho y ha vuelto a leer los trozos ya citados, haciendo fijar su atención en varios puntos.
Señores: No encuentro nada de inmoral en los trozos en que el señor fiscal, hace que se fije la atención. Como he dicho, he pintado el estado pasado de nuestra familia, como resultante de las ideas y civilización de entonces. Ese resultado he probado que era lógico; si los hechos expuestos, si su exposición es inmoral, acusad a los principios que los han producido. Por otra parte los hechos son verdaderos, los conocemos todos, y manifestarlos no puede ser inmoralidad. Es conocida la influencia que ejerce la familia en el porvenir del hombre y por consiguiente en el de las sociedades, y por esto he procurado presentar un cuadro de la familia tal cual era, como resultado de las antiguas ideas, para que conociésemos su imperfección y procurásemos atacar en su origen el mal que podía resultar. La familia pasada imponía su sello imborrable al individuo, por lo que, para reformar la sociedad, era preciso mostrar esa fuente autoritaria.
Veíamos allí la separación, el aislamiento, el empeño arraigado de hacer permanecer todo, tal cual era, para que fuese siempre. Y al decir que el matrimonio era indisoluble, y el adulterio espantoso, no he combatido la indisolubilidad del matrimonio; ni yo puedo decir que tengo una creencia cierta a este respecto. Esperamos a la marcha de la civilización, a los progresos continuados de la ciencia para que resuelva la cuestión. Entre tanto no hago sino exponer el estado actual para que sepamos cómo vivimos y no nos engañen las experiencias.
¡El adulterio espantoso! Y a la verdad era un hecho, una consecuencia moral en la opinión, de la idea limitada y represiva bajo la cual se miraba el matrimonio. El estado de amantes y de espontaneidad de corazón, era perseguido; se le impedía su expansión hacia el objeto preferido y los padres designaban los esposos. Había aislamiento, reclusión, falta de sociabilidad. Esto es la verdad, y a la exposición de esta verdad se llama inmoralidad. La sociabilidad que mejora tanto las costumbres, que fomenta la fraternidad, que lo hace conocer y enciende sus nobles ambiciones, no existía y se miraba como perjudicial. La separación de los sexos era estricta y no se conocía su importancia por la moralidad. ¡Ah! Cuando en las circunstancias penosas de esta vida miserable; cuando agobiados bajo el dolor o la indiferencia, encontramos más miradas que levantan nuestro ser que doblegaba, entonces conocemos el amor y la naturaleza sublime de su esencia. ¡El amor! El amor vive de libertad y la opresión adultera sus leyes inviolables. Así, cuando vemos costumbres, leyes y preocupaciones que lo desconocían, no podemos dejar de atacarlas apoyados en la naturaleza y de procurar elevarlo, restituirlo a su dignidad. Como dice un filósofo ``el que sabe amar es casto, el que sabe amar es fuerte, lo puede todo y lo alcanza todo''. 
He querido, pues, hacer cimentar el matrimonio en el amor. Si la comunicación de dos almas que se han podido encontrar y comprenderse, forma una muralla contra la adversidad, y un anillo misterioso que Dios como ser de amor se complace en contemplar, si esa comunicación era perseguida, la atacamos a nombre de la constitución humana y a nombre de la nobleza del alma que busca otra semejante para unirse.
Esto es lo que he hecho, la familia pasada era enteramente contraria al desarrollo moral.
Lo hemos probado, y esa prueba no puede llamarse inmoralidad. He querido, pues, preparar con el amor la felicidad de los esposos y cimentar su estado futuro en la permanencia de sus condiciones eternas.
Acaba de decir el señor fiscal que yo atacaba el rito católico que establecía la ley del matrimonio: y yo le pregunto si el rito sólo constituye el matrimonio. ¿No vemos en diferentes países católicos una distinta organización matrimonial? Las leyes civiles ¿no tienen la mayor parte en la formación del matrimonio? Y ahora las leyes civiles ¿son invariables? ¿No vemos que reciben continuamente las modificaciones del tiempo? ¿No las vemos adaptarse continuamente a la civilización, admitiendo las luces de la ciencia? ¿No las vemos dando continuamente su entrada a la libertad por todas partes innovada? Sí: esto no me negará el señor fiscal. El matrimonio existe en todas partes; pero no en todas partes del rito católico, y donde existe el rito católico la base del matrimonio no es la misma. La ley natural, la ley civil del matrimonio, reciben la sanción, la solemnidad del rito católico, pero no la constituyen. El rito se puede decir que es la coronación de la ley. Puede, pues, aun sin tocarse el rito, variarse la ley del matrimonio.
No hay, pues, ninguna inmoralidad en lo que ha alegado el señor fiscal para acusarme, como no la hay en los puntos sediciosos que ha vuelto a leer y recomendar a los jueces. Si he manifestado que nuestras leyes políticas son imperfectas, y que se oponen a nuestro desarrollo democrático, no he excitado a la sedición, sino que he manifestado la necesidad histórica que llama a ese elemento al primer rango de la sociabilidad. He manifestado el estado lamentable del pueblo entre nosotros, he mostrado su palpable miseria, su degradación y embrutecimiento, el peligro de semejante estado que no puede ser el mismo en los tiempos que vienen. Lo expuesto en la vida que lleva, poblando las cárceles y abasteciendo los cadalsos; he dicho, en fin, la esclavitud organizada que le oprime: he procurado elevar a casi toda la Nación, a hacerse digna del ejercicio de su soberanía, y esto se llama sedición. He procurado realizar esa fraternidad por que en cada semejante reconozco otra personalidad como la may, otro hermano. Vemos continuamente las almas de ese pueblo nacer y vivir en el fango de la ignorancia acerca de su destino y posición social: he procurado sacarlos de su estado y a los medios que he puesto para hacerlo según mis convicciones, se llama sedición. He invocado al Poder Ejecutivo por la realización de semejante obra; he nombrado al presidente Bulnes porque su popularidad y tradiciones gloriosas le dan bastante poder para encabezar una reforma. El que invoca, pues, a la primera autoridad para mejorar al pueblo, no puede llamarse sedicioso, a no ser que deis nombre a la mayor parte de la Nación unida con la autoridad para reformar su organización imperfecta.
Señores, he expuesto mi doctrina, nada os digo de la importancia futura de vuestra decisión. La historia tiende su mano para recoger vuestra sentencia; esto no os lo digo para amenazaros, sino para que no apartéis de vuestra conciencia la solemnidad del juicio en que nos encontramos.
Señores, me he defendido según el campo que me presenta la ley, la verdad ha sido mi guía; he defendido mis creencias de la imputación criminal, quedaría por defenderlas bajo su aspecto de error y sobre mi derecho para publicarlas, pero esto no sería entonces una sentencia judicial sino una rectificación. Señores jueces, no he sido blasfemo, no lo soy. Reconozco la unidad de la creación y el principio eterno que la guía y ante ese ser siempre he postrado en adoración mil humilde inteligencia. ¿Yo blasfemo? ¿Yo, que me he dedicado a buscar ese Dios en todas partes y que he consagrado mis estudios a la indagación de la verdad, es decir, a la indagación de Dios porque Dios es la verdad absoluta? ¿Yo que le he invocado en mis dudas, para que me envíe algunos de los resplandores luminosos de que se encuentra circundado? ¿Yo, que obedezco a las leyes de perfeccionamiento infinito y que procuro, en mis alcances, enlazar mi Patria en esa marcha? ¿Yo, que lo considero el creador de esta grande y sublime humanidad que atrae a su seno por medio de su perfección continua? ¿Yo, que sumergido en las entrañas insondables de mi individualidad he hallado allí la libertad, el deber y el derecho, y que al lanzarme en la creación por el rapto de la inteligencia, mi frente jamás se ha estrellado en los abismos de la nada, sino en la mano del Omnipotente? No, señores, no soy blasfemo.
No he injuriado a la divinidad, según me dice esa misma conciencia que él me ha dado. Señores, no soy inmoral, no soy el predicador de la inmoralidad: la he visto, la he observado que cundía y he creído evitarla, evitando las causas que he creído que la motivaban. He procurado cimentar las relaciones humanas en el amor, en ese amor, que modifica y fortalece al deber; en ese amor puro que recibimos del Creador, que nos inspira los objetos queridos de la vida, espiritualizándonos en nuestras relaciones; en ese amor que forma la base incontrastable de la felicidad. El que siente en su ser la vida del amor no es inmoral. Y si mi conducta puede corroborar a mis palabras: Ahí la tenéis, señores, pues, gracias al cielo: ¡intachable! Mi conciencia está abierta, señores, ¡señalad sus manchas! No soy sedicioso. Me he reconocido grande por abrigar la libertad y he querido engrandecer a mis semejantes dándoles ese conocimiento con sus consecuencias sociales.
He llorado con las lágrimas del pueblo por su estado y porvenir tenebroso: he querido señalarles las regiones felices de la igualdad; he obedecido a la voz sacrosanta de la fraternidad, que apaga el orgullo y ensalza la humanidad.
Señores jurados, no soy blasfemo porque amo a Dios. No soy inmoral porque amo y busco el deber que se perfecciona; no soy sedicioso porque quiero evitar la exasperación de mis semejantes oprimidos.
(Silencio profundo).
Señores, he sondeado la fosa que se me abre; he tanteado la piedra sepulcral que se me arroja y vengo con mi conciencia tranquila a reflejar en mi frente la sentencia absolutoria o a resignarme al fallo que me condena. Pero también digo, señores jurados, que ya diviso el día en que mi Patria impulsada por la actividad humana, arrojará una mirada sobre mí, su hijo, perdido por ahora, y esa mirada iluminando mi nombre, lo estampará radiante en la memoria civilizada de mi patria.
(Aplausos numerosos y prolongados).
SE CONDENA EN TERCER . GRADO, COMO BLASFEMO . E INMORAL
|
|
|
| | | |
|
Francisco Bilbao, Desarrollado por Giroscopio y Newtenberg, Santiago, Chile. Abril, 2008
|
|
|
|