La revolución iniciada en 1810 por las colonias de la América Meridional, para asumir la personalidad de naciones, había mantenido al continente en una guerra sin tregua y digna de figurar entre los primeros acontecimientos de la civilización moderna. Doce años hacía que el duelo a muerte se prolongaba entre los hijos de América y España, en que ésta lanzaba sus escuadras y sus ejércitos victoriosos en apoyo de su dominación vetusta, mantenida más por la bárbara educación de tres siglos que por el poder de ella en sí. Doce años en que los soldados de la emancipación, encargados de preparar una Patria a la libertad proscripta del Viejo Mundo, se mantenían impertérritos, venciendo hoy, sucumbiendo mañana, pero siempre reapareciendo cual hijos del fénix de la inmortalidad.
Colombia la heroica, la inmortal Colombia, verdadero teatro de la grandiosa epopeya de la independencia, aseguraba su victoria final en Carabobo y establecía una barrera al dominio extranjero, sepultando los últimos restos de los 22.000 veteranos que triunfaron en Bailén.
La República Argentina y Chile, bamboleantes en sus esfuerzos supremos, afianzaban la existencia de su nacionalidad y la de la República Oriental, luchando sus hijos en las cumbres de los Andes, en las cimas de Chacabuco y en las llanuras de Maipú. Y cual rayos vengadores de una esclavitud de siglos atravesaban los mares e iban a herir de muerte al león de Iberia encerrado en el Perú, para entregarlo moribundo a los hijos de Colombia, encargados de consumar el exterminio de él. La América Meridional aparecía por vez primera ante el mundo y en su aparición se dejaban ver naciones destinadas a crecer bajo el soplo de la libertad. Al mismo tiempo se abría la gran lid que debía lógicamente suceder a la lid de las batallas, la guerra de las ideas, la lucha de los principios. Principiaba la segunda guerra de emancipación. En la primera había quedado libre el cuerpo del poder material de la España, en la segunda se trataba de emancipar el espíritu, de la educación, de las creencias dogmáticas, autoritarias y absurdas que alimentaban a la Europa engalanada con la librea de los que abdican su personalidad, ahogando todo destello de lo divino en el hombre.
Si en el Viejo Mundo había existido abierto el palenque para los caballeros que se disputaban el predominio de la fuerza bruta, en América se abría el palenque a los caballeros de la libertad para disputarse el triunfo de la verdadera civilización.
En tan brillante momento, cuando aparecía una Patria para el derecho, un firmamento para la democracia, un ambiente perfumado para los pechos libres; cuando el mundo desconocido de Colón se lanzaba en las esferas del infinito a rodar en la armonía de los soles que alumbran la eternidad del pensamiento emancipado, y cuando los sacerdotes de la humanidad entonaban el himno de gratitud hacia Dios por la resurrección de la dignidad social, en tan brillante momento, decimos, 9 de enero de 1823, nacía Francisco Bilbao en la capital de Chile. Sus padres: el señor don Rafael Bilbao, chileno, y la señora doña Mercedes Barquín, de Buenos Aires, casados en 1816.
Alguien ha dicho que la educación es una segunda naturaleza en el hombre. Para conocer a fondo a un individuo y darse cuenta de sus acciones, es indispensable conocer los antecedentes, el modo como fue formado, su educación. Así, para saber de dondenacía en Francisco Bilbao esa abnegación, esa fuerza de espíritu, ese amor entrañable por la libertad, que llegó a formar su existencia, conviene dar una ojeada hacia sus antepasados, al ejemplo que tuvo, la escuela en que se formó. Esta ojeada, tributo de justicia y de amor entrañable a seres amados que dejaron impreso en nuestros corazones el culto del deber a despecho de treinta y más años de lágrimas vertidas, de miserias toleradas, de ingratitudes perdonadas, de prisiones y destierros sufridos, será la página que llene la época infantil de Francisco Bilbao, hasta llegar a la época en que tuvo conciencia de sus acciones e inició la revolución del racionalismo en América.
Don Rafael Bilbao habíase educado para abogado pero, llevado al Perú por uno de sus tíos, dejó la carrera y se dedicó al comercio.
Los padres de don Rafael, fueron don Francisco Bilbao y doña Josefa Beyner, ambos chilenos.
Este recuerdo genealógico tiene por objeto consignar el titulo de nobleza que puede ostentar un republicano.
Doña Josefa Beyner era hija de don Juan Antonio Beyner, francés avecindado en Chile, de profesión ingeniero y casado con la señora Antonia Pérez. Beyner, asociado a un compatriota suyo químico, y a los señores Rojas, chileno y Sarabia, argentino,conspiró en 1780 para emancipar a Chile de la España . Adelantados los trabajos, preparadas las municiones, el doctor Sarabia se impresionó de tal modo, se asustó con la grandiosidad del plan a tal extremo que delató la conspiración.
Presos los cómplices e instruido el sumario, los hechos fueron esclarecidos y comprobados. La autoridad, aterrorizada con el descubrimiento de una conspiración tal, redujo lo actuado al mayor misterio, acabando por ordenar se quemase el proceso para que no quedase rastro de haber existido semejante idea. Los reos desaparecieron también en el misterio. Este antecedente puede servir de bautismo a los descendientes de Beyner.
Rafael Bilbao, consagrado al comercio, se estableció en Buenos Aires atendiendo a la situación en que se encontraba Chile. Sabido es cual fue el estado de anarquía en que Chile se encontró desde 1811 hasta 1814 en que se recogió por fruto la reconquista.
El desastre de Rancagua en que 1.600 chilenos rechazaron a 5.000 españoles durante tres días de incesante lucha, y 300 que quedaban se abrieron paso sable en mano, llevó a la República Argentina a los patriotas que pudieron escapar a la venganza de los vencedores.
Los emigrados chilenos encontraron abierto el bolsillo de los señores Diego A. Barros, Felipe Arana y Rafael Bilbao y mediante el auxilio de estos tuvieron como subsistir, hasta el momento en que San Martín les llamó a formar en las filas del ejército de los Andes.
Emancipado Chile, don Rafael Bilbao volvió a su patria. (abril de 1822) después de habérsele muerto los tres hijos que había tenido, nacidos en Buenos Aires.
Chile se encontraba a la sazón agobiado por los inmensos sacrificios hechos en emancipar al Perú, y agitado por la anarquía que aparecía como un hecho necesario para derribar la administración dictatorial representada por el general O'Higgins. A la sombra de este guerrero se había cobijado el partido de las ideas retrógradas, los conservadores de la educación, leyes y política española, cebándose en una persecución sangrienta contra todos los revolucionarios de principios y, lo que es singular, contra los más esforzados campeones de la Independencia.
Desde entonces, puede decirse, se abrió una lucha marcada, se organizaron dos partidos: el uno representante de la fuerza bruta, del poder del sable que defendía cuanto la conquista nos había legado, y el otro que quería reforma en las instituciones, la práctica del sistema democrático y, como consecuencia lógica, la destrucción de lo legado por la Metrópoli.
Don Rafael Bilbao se alistó sin demora en el partido de la oposición.
La revolución popular de 1823 derribó a O'Higgins, y llevó al poder al Capitán General Freire, el más esclarecido guerrero de Chile y el más puro de los hombres públicos que se ha conocido.
Freire no quiso ser dictador y su primer cuidado fue convocar un Congreso que constituyese al país. Este Congreso fracasó en 1826. Freire se retiró del mando y le reemplazó el General Pinto. Convocada otra constituyente reunióse ésta en febrero de 1828 y dio el código fundamental que se promulgó el 18 de septiembre de ese propio año. El partido liberal correspondía a su programa constituyendo la nación bajo el régimen más liberal, ``más ilustrado y más conforme con las necesidades de los pueblos'' .
``Habíamos sido trasladados repentinamente, (dice un publicista al examinar esta constitución ), de los excesos de la humillación y del despotismo a la posesión de una libertad exagerada y sin límites. Sin ninguna educación anterior y sin la menor preparación nos habíamos lanzado de lleno a discutir y resolver las más arduas y complicadas cuestiones de la economía y del derecho público''.
La constituyente y Congreso de 1828 removieron con audacia los cimientos de la vieja sociedad, atreviéndose (lo que es verdaderamente audaz en aquella época) a tomar posesión de los bienes eclesiásticos y extinguir todo género de vinculaciones.
Don Rafael Bilbao fue miembro de esa constituyente y Congreso y en ella se hizo notar por su radicalismo e ideas. 8 En política no admitía otro punto de partida que la soberanía popular como base de los poderes y leyes. En religión era más cristiano que católico. Admitiendo la creencia en los dogmas era enemigo de los abusos del catolicismo. En sus dudas ocurría con frecuencia a consultar las determinaciones del Evangelio y como consecuencia atacaba todo aquello en que el catolicismo se apartaba de él. Partidario de la libertad de cultos, de la del pensamiento; enemigo del poder temporal de los Papas y de la infalibilidad pontificia. Contrario a la vida monástica, contrario a la ostentación religiosa. Era, en pocas palabras, un cristiano que admitía el catolicismo más por afecto de educación que de creencia. Profesaba sus opiniones con toda la fe y honradez que sólo se encuentra en los buenos republicanos.
Culto por la ley, abnegación por el deber.
Estas ideas, que eran las del partido liberal en 1828, acarreó a sus prohombres el dictado popular de herejes.
Cerrado el Congreso en enero de 1829, don Rafael Bilbao fue llamado a desempeñar los destinos, de gobernador local e intendente de Santiago.
La actividad desplegada por este funcionario, su abnegación al cumplimiento de sus deberes ejecutando las medidas más audaces contra el torrente de las preocupaciones, sea derribando los portales de la plaza, sea abriendo calles por el centro de los monasterios, sea ocupando las temporalidades eclesiásticas, sea persiguiendo sin tregua los delitos comunes, planteando una política que hasta hoy es recordada con elogio, sea, por fin, velando por la seguridad pública y apoyando con su palabra y actos el poder legal, le presentó como a uno de los muy pocos liberales que en aquel entonces se manifestaban resueltos a sucumbir defendiendo la Carta Magna.
En el desempeño de sus deberes nada respetó. Al mismo Presidente Pinto que infringió un día la orden de no galopar por las calles, le hizo pagar la multa establecida.
El régimen liberal implantado en la República tuvo que entrar en lucha con el Partido Conservador. Y como desde entonces, puede decirse, Chile se dividió en dos partidos que han estado en lid desde esa época hasta nuestros días; conviene hagamos la pintura de ellos.
``Después de cimentada nuestra independencia política, había quedado en pie un partido compuesto de gran número de individuos influyentes por su fortuna, porque pertenecían a las primeras familias de Chile y porque se habían consagrado con abnegación y patriotismo a la causa de nuestra emancipación. Este partido
poderoso; que había en diversas ocasiones dirigido los destinos del país, pretendía conservar casi intacto el sistema colonial, más bien por ignorancia y por temor, que por mala fe. Los hombres que lo componían eran, por lo general, poco instruidos y carecían de ideas y de principios para poder aspirar a una organización mejor y más perfecta que la que nos había legado el sistema colonial; por cuya razón se presentaban siempre como los enemigos declarados de toda reforma e innovación. Por consiguiente, el Partido Conservador era el enemigo natural del Partido Liberal, que pretendía remover desde sus cimientos las instituciones del coloniaje, para sustituirlas con otras más adelantadas y más conformes a nuestra nueva forma republicana.
Los deseos, las aspiraciones y los esfuerzos de ampos partidos eran, pues, diametralmente opuestos, encontrándose siempre el uno frente del otro.
Había aun en aquellos años un tercer partido, llamado el monarquista, compuesto de todos aquellos hombres que se habían consagrado al servicio de la España, mientras duraron las guerras de nuestra independencia. Los individuos que lo componían, después de sus desastres y derrotas, procuraban injerirse en alguno de los partidos en que se habían dividido los patriotas entre sí para abrirse campo nuevo a sus aspiraciones y volver a figurar, como figuraban en aquellos tiempos de la Madre Patria, que ya no habían de volver. Natural era que estos se alistasen a los conservadores, por que el sistema de unos y otros se hermanaba perfectamente, desde que los confundía su amor al sistema colonial y su común enemistad contra toda reforma. Por eso figuraron tantos de ellos en la revolución de 1829 y 1830. El clero se unía a estos dos partidos y ponía de su parte su importante y poderosa influencia para combatir de consuno al Partido Liberal. Odiaba el clero a este partido dominante, porque durante su gobierno había sido despojado de sus temporalidades, y porque no se refrenaba a los muchos que en aquellos años propalaban por la prensa doctrinas contrarias a la disciplina y al dogma de la iglesia romana''. Este partido, al ver promulgada la Constitución de 1828, abrió la campaña, resuelto a desaparecer o triunfar. Reunió todos sus elementos y abrió la era de las conspiraciones sin trepidar en los medios que iba a emplear para conseguir el fin que se proponía.
Los conservadores creían que sólo dos hombres había de energía en el Partido Liberal y que ellos eran los únicos sostenes del gobierno. En tal creencia procuraron eliminarlos por medio del asesinato. Para ello se tramó la conspiración de los Inválidos, la cual estalló el 6 de junio de 1829.
``Tomadas las precauciones necesarias (por los revolucionarios) salieron algunas partidas del cuartel por diversos rumbos y bajo la dirección de paisanos, llevando el propósito de prender en sus casas al ministro del Interior don Carlos Rodríguez y al intendente don Rafael Bilbao''.
En efecto, al amanecer de ese día llamaron con violencia a la puerta de calle de la casa de Bilbao. Su esposa, la señora Barquín, salió alarmada a indagar lo que ocurría, abriendo una de las ventanas que daban a la calle. Allí se encontró con una partida de enmascarados que le asestaron las tercerolas al pecho amenazándola dijese donde ``se encontraba Bilbao''. La señora, sin turbarse, les contestó que a medianoche se había ido a palacio por avisos que había recibido de una revolución que iba a estallar, y sin darles tiempo de contestar o reflexionar, se ocultó corriendo a hacer escapar a su marido.
La partida disparó entonces sus armas tratando de romper la puerta de calle y enseguida se fue.
``Frustrado este primer paso, en cuyo golpe de mano estribaba todo el éxito del plan revolucionario, debía ya marchar todo el movimiento en desorden y confusión. El ministro y el intendente, que lograron salvar por sobre las murallas de las casas inmediatas, se dirigieron a palacio'', y allí dieron ánimos al Presidente y dispusieron el ataque al cuartel revolucionado.
El motín sucumbió. Las conspiraciones se sucedían y habían fatigado de tal modo los ánimos, que el Presidente Pinto, débil de carácter y tímido por organización, hubo de desertar del puesto que la nación le confiara. El Partido Conservador, organizado ya, había emprendido en masa la reacción, poniendo a la cabeza de la revolución al general Prieto que comandaba el ejército del Sur. Ante este conflicto serio y la deserción de Pinto, fue necesario lo reemplazara constitucionalmente el presidente del Senado don Francisco Ramón Vicuña, hombre honrado, de alma sana, patriota, pero incapaz para gobernar en tales circunstancias por falta absoluta de carácter para obrar con decisión y hacer respetar el poder.
Varios eran los esfuerzos de Rodríguez y Bilbao y de otros liberales. El señor Vicuña era el obstáculo a toda acción. Nacido para el hogar doméstico, estaba fuera de su órbita como mandatario. A los primeros atropellos que le hicieron, en vez de encarar el peligro, abandonó la capital y se instaló en Valparaíso; y cuando allí sintió la agitación de los partidos, desertó del puesto, se embarcó y fue a caer en Coquimbo a manos de los conspiradores de aquel departamento.
Desgracia de ese partido noble en sus miras, patriota en sus trabajos fue el haber tenido a su frente mandatarios débiles, que con su inercia, sirvieron de pedestal a los reaccionarios.
Ladefección del Presidente Pinto ydeVicuña dejó la capital y de la suerte del país en manos del general Lastra que mandaba el ejército liberal y del intendente Bilbao.
Ambos, unidos en una idea, desplegaron la actividad que les fue posible y reunieron fuerzas con que batir a Prieto.
Amagados por conspiraciones diarias en la capital y amenazados por Prieto en sus alrededores, estos hombres no flaquearon un momento. A los oficios que les pasaba Prieto, ellos contestaban exigiendo como paso previo, sumisión a los poderes legales. Inutilizados los medios de conciliación, Lastra sale al encuentro de Prieto y lo derrota en Ochagavía; pero las caballerías de éste habían escapado, le quedaba el Sur para rehacerse y, lo que era más grave, el país se encontraba sin un Presidente, el primer puesto en acefalía. Los vencidos pidieron la paz y se celebró el tratado de Ochagavía en que se nombraba una junta de Gobierno y ambos ejércitos se ponían bajo las órdenes de Freire. Prieto faltó a este convenio, se apoderó de la capital y Freire tuvo que abrir la campañaque terminó enLircay, donde sucumbió el ejército liberal.
Es entonces que Portales, ese déspota sanguinario, que fraguó las cadenas de la libertad y a quien el fanatismo de los imitadores de su sistema le erigió estatuas y ha tratado de inmortalizarle presentándole cual un ídolo, subió a gobernar bajo el nombre de Prieto. Cesó el régimen legal y se entronizó la dictadura. ``Los vencidos fueron privados del amparo de la ley que cubre bajo su manto hasta a los criminales y asesinos. Los liberales carecieron entonces de toda protección y de todo derecho; para ellos no existía ninguna especie de garantías''. La reacción fue radical y de esa reacción salió la carta de 1833.
En este naufragio de las libertades, don Rafael Bilbao se trasladó a Lima, de donde regresó al año. Sin reconocer los poderes conservadores, se consagró a conspirar para volver a implantar el régimen de 1828. Sacrificó su tranquilidad y su fortuna. Preso y engrillado seis meses a consecuencia de su perseverancia, se le condenó en 1834 a diez años de ausencia de su patria.
Francisco Bilbao tenía entonces once años de edad y dejaba también a Chile, yendo a acompañar a su padre en el destierro. Salía, cuando estudiaba Geografía, rudimentos de Historia, Religión, Gramática Castellana y el idioma Francés.
En Lima se habían reunido los hombres de acción del Partido Liberal, perseguidos por Portales. Allí estaba Freire, Pascual, Cuevas, Uristondo, Ercanilla, etc. Allí se encontraba también proscrito O'Higgins, derrocado por Freire en 1823.
Desde que se encontraron reunidos los proscritos se ocuparon de trabajar por derribar a Portales.
Llegaron a interesar a O'Higgins, a pesar de sus ideas, atendiendo a la situación en que Chile se encontraba. Freire y O'Higgins conservaban un gran partido en su patria, y el último, en el ejército que había vencido con Prieto. Los liberales principiaron por reconciliar a estos dos jefes para unirlos en una idea: marchar ambos a Chile, sublevar el Sur, acabar con Portales y retirarse, después del triunfo, al extranjero para que los pueblos eligiesen con libertad un tercero que no fuese ellos.
El plan marchaba a un término feliz. Las bases estaban ajustadas, sólo faltaba que los caudillos se vieran y fijasen el día de la partida.
En tales momentos el general O'Higgins llamó a los agentes de la combinación don Pedro Reyes y don Rafael Bilbao y les expuso: ``que sólo faltaba dar un paso para terminar el arreglo''. ``¿Cuál?'', interrogaron los agentes. ``Sírvanse ustedes decir al general Freire que, para satisfacción de mi dignidad, es necesario declare que la revolución que me despojó del poder no fue popular''.
Los agentes encontraron a Freire sentado a la mesa, y le expusieron la misión que se les había confiado. Al oírles, Freire dio un golpe terrible, su rostro se inyectó de sangre y contestó: ``decid señores al general O'Higgins, que tengo mi espada aún para sostener que esa revolución fue popular''.
Allí terminó la fusión y el plan quedó inutilizado. Pero los emigrados no eran hombres que desmayaban así no más. Al plan que acababa de frustrarse, lo reemplazaron con otro más audaz. Se resolvieron a expedicionar con Freire solo a la cabeza. Les faltaba el dinero y proyectaron que Bilbao cobraría al erario del Perú una suma que este debía a varios chilenos, premunido de poderes que al efecto se extendieron. El cobro fracasó. En tales circunstancias Bilbao dio, de su propiedad, a Freire 30.000 pesos fuertes para que hiciese la expedición, y Freire le extendió con tal motivo un documento privado, ofreciendo la devolución ``tan pronto como subiese al poder''. Condichos fondos arrendáronse dos buques: La Monteagudo y El Orbegoso. Se tomó un pequeño armamento y los proscriptos militares se dirigieron al Sur de Chile.
La expedición fracasó y los tripulantes caen prisioneros.
Nuevos sufrimientos, nuevos destierros, y el poder de Portales se afianza más.
La expedición de Freire proporciona a Portales la ocasión de una guerra extranjera. Se había establecido la Confederación Perú Boliviana y la reunión de dos repúblicas vecinas era un poder que no convenía a Chile.
Declara la guerra a la Confederación, y organiza un ejército para ir a destruirla. El coronel Vidaurre, jefe del cantón de Quillota, preocupado con los horrores cometidos por Portales, y no viendo en la guerra a la Confederación lo que ella encerraba de profundo, se subleva, encarcela a Portales y, al encontrarse con las fuerzas del Gobierno en los altos del Barón, Florín fusila al dictador de motu propio. La revolución es vencida y los jefes y no jefes de ella perecen en el patíbulo.
Portales había desaparecido, pero su sistema no.
El Gobierno forma un nuevo ejército, lo entrega al general Bulnes y el Perú es invadido.
Este general chileno, al tomar a Lima y desorganizar la administración, llama a don Rafael Bilbao, invoca su patriotismo y le encarga la dirección de los hospitales. Bilbao acepta, renunciando al sueldo, que cede al ejército.
Santa Cruz viene en auxilio de Lima y el ejército chileno se retira al norte, donde termina su campaña, derrotando a los confederados en Yungay.
En ese intervalo de tiempo, entre la retirada al Norte y la ocupación de la capital por Santa Cruz, Bilbao se quedó llenando sus deberes, al cargo de los enfermos que no pudieron movilizarse. Santa Cruz lo puso en CasasMatas y de allí lo remitió a Chile. El Gobierno, atendiendo a la conducta de Bilbao, le dejó establecerse en su patria. (1839).
Preséntase entonces una nueva época.
Se convoca a elecciones para Presidente de la República. Tres candidatos salen a la palestra.
Bulnes como candidato del Gobierno, Tocornal como representante del clero y Pinto como representante de los liberales. Bilbao se alista en este último, y renuncia a la amistad que Bulnes le ofrecía. Triunfa éste, y entra Chile en una era de paz.
Durante los tiempos que acabamos de recorrer, Francisco Bilbao había cumplido diecisiete años de edad. En el Perú había perfeccionado los estudios preparatorios que hacía en Chile y había aumentado sus conocimientos con la Aritmética, Álgebra y Astronomía. Además, había recibido la educación del arte de la música, estudiando flauta, el oficio de carpintero, la natación y la gimnasia.
Antes de dejar esta época, consignaremos dos hechos personales de Francisco.
1° En una de las noches que se recogía con su padre por las calles de Lima, salioles una emboscada de asesinos que los sorprendió.
Fueron desnudados. Francisco recordaba este incidente como el primer espanto que sufrió en su vida, y fue tal éste, que le arrancó un grito tan desgarrador que los asesinos les dejaron con vida.
2° En un banquete dado por Bulnes en el Perú, el 18 de septiembre, le tomó éste la cabeza y dijo a los concurrentes: ``es el retrato de Portales este niño''. Francisco no se contuvo y exclamó todo encendido: ``jamás me pareceré a Portales''. Tal era la escuela práctica que a vuelo de ave hemos delineado, en la cual Francisco Bilbao había pasado su infancia.
A principios de 1839, Francisco Bilbao entraba al Instituto Nacional a seguir la profesión de abogado. Cursó el Latín, Filosofía, Derecho Natural, Literatura, Derecho Público Constitucional y de gentes. De todos ellos rindió examen distinguido. Se encontraba cursando el Derecho Romano cuando fue expulsado del colegio por razones que pronto se verán.
Inter hacía estos estudios escribió varios artículos en los periódicos Guerra a la Tiranía y El Liberal. Tradujo y dio a luz la obra de Lamennais De la Esclavitud Moderna, precediéndola de un breve prólogo.
Consagrado a seguir la profesión que sus padres le indicaban, sucedió que la familia de Bilbao pasó a instalarse en Valparaíso quedando Francisco en Santiago.
Por ese tiempo se esperaba en Chile un movimiento desconocido. Ocupada la sociedad hasta entonces por las facciones políticas no había habido lugar de pensar en las ciencias.
La juventud había consagrado sus vigilias a las cuestiones en que campeaban las facciones políticas sin acordarse del abandono que hacía del desarrollo de su inteligencia. Con la elevación del general Bulnes a Presidente de la República había cesado esa lucha encarnizada de los odios peculiares a hombres que acababan de salir del funesto círculo que se forma entre perseguidores y perseguidos, entre vencedores y vencidos. Cerrado el palenque de las parcialidades, de los partidos, la juventud que entraba a ocupar la escena pública sintió un estímulo nuevo, divisó un teatro superior en que podía campear con gloria y en bien de la Patria. Entró entonces una sed devoradora por el estudio y de allí nació el movimiento literario tan desconocido hasta entonces en la civilización chilena.
Primeros efectos de esa revolución intelectual fue la organización e instalación de la Sociedad Literaria de Santiago compuesta de todas las jóvenes inteligencias que irradiaban a la civilización, y de todos los corazones ardientes que aspiraban al desarrollo moral del país. Órganos de esa asociación fueron los periódicos o revistas que se publicaban con los nombres de Semanario y El Crepúsculo.
Francisco Bilbao fue uno de los promotores de la Sociedad Literaria y se consagró a ella con la fe que jamás le faltó.
Fue entonces que principiaron los estudios serios, el amor por la literatura en todas sus manifestaciones.
En medio de la agitación originada por el estudio, por las producciones de la juventud, ocurrió un incidente que vino a despertar la lucha contra los avances del clero católico.
Principiaba a correr el año de 1844 y una de las figuras más notables de la revolución de la Independencia bajaba al sepulcro. Era don José Miguel Infante, enemigo del clero, volteriano en ideas y tenido en la opinión por hereje o ateo, que es lo mismo para los imbéciles. Este hombre, dotado de las cualidades del tribuno popular, era de una inflexibilidad a toda prueba. En corroboración de la fuerza de carácter que le distinguió, podemos referir un hecho entre los muchos que adornaron su existencia.
Infante, encontrándose al frente del Poder Ejecutivo, ordenó la expulsión del obispo Rodríguez, jefe de la Iglesia en Santiago, por connivencias que se le descubrieron con los sostenedores del poder colonial. Rodríguez hizo un llamado a su grey, para que le ayudase a desobedecer la orden de la autoridad civil.
El pueblo acudió a la plaza de armas donde estaba el palacio episcopal amenazando con un tumulto y pidiendo la permanencia del pastor.
Infante, avisado de lo que ocurría, sin apelar a la tropa se dirigió solo y en persona a hacer respetar la orden de destierro. Penetró en el tumulto, dirigió algunas palabras al pueblo y entró enseguida a ver al obispo. Sin dar lugar a reflexiones le intimó a obedecer y salir en el acto a embarcarse. Una actitud tan resuelta obligó al obispo a ceder. Rodríguez fue desterrado y el pueblo, vencido en sus escrúpulos por la presencia del hombre que representaba la autoridad.
El clero católico no había olvidado esta derrota y, a la muerte de Infante, quiso vengarse.
Durante el letargo que precedió a su desaparición, trató de arrancarle un acto de debilidad.
Infante terminó volteriano. No se confesó ni aceptó las pantomimas del catolicismo.
El país vistió de luto por la muerte de tan grande hombre y los honores que el pueblo le rindió no los hemos vuelto a presenciar.
Francisco Bilbao iba en el cortejo fúnebre, y fue ese día en que por vez primera hablara en público. Al pasar el féretro por las puertas del cementerio, Bilbao lo detuvo y le dirigió estas palabras: ``Antes de pasar los umbrales de la muerte, Infante ¡recibid el bautismo de la inmortalidad!''.
Los incidentes expuestos, las biografías que del hombre se publicaron y las manifestaciones que se siguieron, ocasionaron una polémica animada entre la juventud, que defendía la memoria de Infante y el clero que la anatematizaba. De aquí la alarma en los espíritus.
Hasta entonces los que se decían liberales en ideas religiosas no habían traspasado los límites trazados por las creencias católicas.
Los dogmas eran respetados y a nadie se le había ocurrido consagrarse al estudio de los principios en que se basaba el catolicismo.
Todo el ataque era dirigido al abuso que el clero cometía en la práctica de su ministerio.
Observando estas escaramuzas, Bilbao creyó llegado el momento de lanzarse a la vida pública, presentándose como el iniciador de la reforma racionalista, es decir, remover los cimientos de la vieja sociedad, presentando el dualismo de la civilización moderna, la incompatibilidad del catolicismo con la libertad, y aplicar este examen a la historia política de Chile. Pensamiento audaz, porque iba a ser la primera palabra que en el país más católico de la América, atacaría de frente la causa de su atraso. No se ocultaba a nadie la situación del país: la sociedad fanatizada hasta la médula de los huesos. El clero, dueño absoluto de las conciencias. Una masa compacta de intolerancia basada en la estupidez más crasa.
Bilbao previó lo que se le esperaba, pero no trepidó en su propósito. Una voz interior le decía: posees la verdad y tu deber es decirla.
El corazón le animaba demostrándole por la pureza del sentimiento, que sin abnegación no hay heroísmo.
Escribió y dio a luz La sociabilidad chilena.
Los que se hayan encontrado en un cataclismo volcánico; los que hayan presenciado el derrumbe súbito de una población; los que hayan sentido caer a sus pies un rayo, sólo esos pueden tener idea del efecto que produjo la aparición de La sociabilidad chilena en la capital de Chile.
Atacar el catolicismo en Chile y en aquella época, despertar esa sociedad aletargada por el dominio idiotizador de un clero numeroso, sacudir ese monstruo que trescientos años vegetaba en las delicias de una omnipotente dominación, era un heroísmo. El que a esto se atrevía era un joven de 21 años de edad.
La conmoción fue general, y la sociedad, el clero y los poderes civiles se pusieron a la altura de la barbarie.
El clero fulminó anatemas. La sociedad maldijo al escritor y el poder civil lo entregó al dominio de las leyes católicas. Desatose la prensa empleando la calumnia y promoviendo la excitación del fanatismo. Creáronse publicaciones especiales. Sólo un diario se atrevió a defender a Bilbao: El Siglo, redactado por don Francisco Matta. Las iglesias abrieron sus puertas y tanto en ellas como en las plazas y calles se hacía la propaganda contra el ``hereje, el ateo, el corrompido, el inmoral, el que ardía en los profundos infiernos y para quien la sociedad sólo debía alzar el arma del exterminio como una ofrenda a Dios''. Éste era el tema de los sermones.
Los padres de familia prohibieron a sus hijos el ver a Bilbao y de aquí el abandono que de él hicieron una gran parte de sus amigos.
Los liberales en política creyeron ver arruinarse la causa si dejaban una plaza en sus filas al que atacaba los dogmas: lo renegaron y lo declararon una calamidad. Los conservadores fueron lógicos excomulgándolo ante la Patria.
Los ánimos se encontraban en tal grado de enajenación mental y de loca demencia, que las gentes al pasar por las ventanas de las habitaciones de Bilbao se santiguaban y atravesaban la calle.
Sólo faltaba a este desamparo el que los padres del escritor se manifestasen en contra; pero no. Ellos pertenecían a otra especie, es decir, no a la especie católica de la sociedad chilena. Alarmado don Rafael Bilbao con las noticias que se le transmitían de Santiago, escribió de Valparaíso con fecha 15 a su hijo una carta de consejos, en que le pedía explicase las ideas que había dado a luz, tratando de desvirtuar la impresión que dominaba al público; y al propio tiempo le decía: ``no te trato de blasfemo, sino que a mi juicio serás demandado como tal ante el jurado. Sea como fuere no hay que abatirse.
El impreso está en el día en comisión para que dictaminen los señores Eyzaguirre y Danozo, y según sus dictámenes publicar censuras contra el autor. Sería conveniente consultaras el artículo 12 de la Constitución, por el cual, según mi juicio, ninguna autoridad fuera del jurado puede injerirse en los impresos; y la censura que se piensa es un castigo. Nunca dejaré de considerarte como hijo, pues te conozco. Repito que no hay que abatir el ánimo. Primero preferiría sucumbir que aconsejarte una bajeza''.
El padre se encontraba al corriente de cuanto pasaba por cartas del vicario capitular don Bernardino, su hermano. Al siguiente día de escribir la anterior, sabe que su hijo ha sido acusado por el fiscal de la Corte de Apelaciones ante el Jurado; entonces el anciano demócrata, alzándose con todo el orgullo de su conciencia, con el conocimiento que tenía de su hijo, indignado por la actitud de la sociedad, dando con el pie a sus correligionarios que le pedían influyese para que el hijo se retractara, se alzó cual un gigante y se presentó cual ningún padre lo ha hecho hasta hoy en tales circunstancias. Sin poder salir de Valparaíso por la postración en que se encontraba su esposa a causa de la reciente muerte de su hija Dolores, escribió a su hijo la carta que llevaba siempre consigo, que no la separó de su pecho y que nos la leyó como una reliquia tierna de amor.
Hela aquí: ``Valparaíso, junio 16 de 1844.
Querido hijo: Hoy he sabido que tu escrito ha sido acusado. Es necesario ahora pensar solamente en la defensa, que sea lúcida y fundada cuanto se pueda. No importa el que seas condenado. Desde luego te encargo muy mucho la serenidad, la moderación, tranquilidad de tu espíritu, decencia en todas tus expresiones, valor y mucho. No vas a comparecer como un criminal sino como un hombre que no ha creído ofender a nadie sino, al contrario, favorecer a la humanidad oprimida.
Mañana te remitiré algunos datos para la defensa, y dime en lo que yo puedo ser útil.
Sabes que te amo con ternura y esto basta.
¡Ojalá pudiera ir a presenciar la defensa! Pero no puedo separarme de aquí por motivos poderosos que me lo impiden. ¡Oh! Si pudiera, me sentaría a tu lado en el banco del acusado.
Repito, tranquilidad hijo, y valor. Es la vez primera que vas a desempeñar un acto público y de mucha importancia para tu porvenir. Tu frente erguida porque no has cometido crimen. Acredita que eres mi hijo. En los mayores conflictos, tranquilo y valiente; esto lo da la convicción íntima de haber obrado bien''.
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Y séanos permitido un arranque de orgullo filial al contemplar las líneas precedentes, porque sólo esto bastaría para levantar la memoria del que las trazó, sobre esa masa de hombres que han dado hijos a la Patria para servir antes que a la República, al poder despótico del catolicismo.
Esa carta llegaba a tiempo. Era recibida por el hijo en los momentos de ir al jurado.
Don Francisco Matta, joven de gran inteligencia y de abnegación sobresaliente, había querido participar de los azares del juicio y de la responsabilidad del amigo. La antevíspera del día del juicio se había comprometido a tomar la defensa del escrito en la parte referente a la ley escrita; pero la víspera del juicio fue asediado de tal modo que escribió una carta al compañero y correligionario en que le pintaba las contrariedades sufridas, la súplica que sus padres le hacían de separarse de la defensa, agregando que le hacía presente estas circunstancias para que determinase de su persona, pues estaba resuelto a hacer lo que el correligionario quisiera. Bilbao lo exoneró de compromisos, agradeció la oferta y asumió para sí solo toda la responsabilidad.
Situación interesante. De súbito despertaba en la vida de la acción y de las peripecias, encontrábase envuelto en acontecimientos que el mismo había contribuido a preparar.
Había alzado una bandera y al propio tiempo sentía el grito del ataque. Tomaba en su raíz la base de toda autoridad, la sacudía con el ímpetu y descaro de la juventud, y sentía despeñarse contra sí el anatema conjurado de la sociedad, del poder y de la autoridad en cada sección de la comunidad; el político encolerizado, el sacerdote maldiciendo, el padre de familia y el esposo rechazando, la opinión cayendo ciega y estúpida a la par de las autoridades judiciales... y al frente de todo esto un muchacho que arroja su nombre al aire libre de su patria.
La tormenta que bramaba en torno del escritor, no amedraba al hombre. Concentrado en sí mismo, sin cuidarse del público, absorbía su pensamiento leyendo las vidas de Ilus, Galileo y Jesús; y su espíritu rejuvenecido más y más por tales ejemplos, le hacía mirar el presente, envidiable. Deseaba el sacrificio.
Llega el día del jurado. La borrasca se encontraba en la tierra, y los cielos parecían alegres, derramando torrentes de luz. Se anunciaba una gran manifestación católica.
Los días precedentes habían sido aprovechados por el clero y sus sectarios en excitar las pasiones contra el revelador de la verdad. Se trataba de dar un escarmiento que aterrara a los que quisieran seguir al reformista.
Pero ¿qué importaba ese amago, el sacrificio, cuando se posee la fuerza del convencimiento? Qué significación podría tener ese estruendo de gritos, amenazas y acechos para el que era sustentado por los siguientes principios de conducta: ``El hombre poseído de verdad, debe dar testimonio de ella''.
``Si el hombre se encuentra envuelto en una atmósfera enemiga, su palabra debe disiparla, con el soplo del heroísmo''.
``Si la libertad de la palabra exige sacrificios, acuérdate que el deber del sacrificio te designa como holocausto de la verdad, para gloria de Dios y bien de la humanidad; y no olvides, que nada de grande se consigue sin el heroísmo de la inteligencia, sin el heroísmo del corazón, sin el heroísmo de la voluntad''.
``¿Para cuándo se reserva la dignidad, el honor, el sacrificio, si cuando llega la batalla, el soldado quiere reservarse para mejores días?''.
La sala del Tribunal y la plaza central de Santiago se encontraban llenas de una numerosa concurrencia: una cincuentena de jóvenes y el resto de artesanos y rotos. Bilbao se presentó en el banco de los acusados. Al pasar por entre la concurrencia los amigos le estrechaban la mano.
La presencia del reformista atraía las simpatías del público.
Lo presentaremos tal cual era ese día.
De estatura más bien alta que baja, su cuerpo era desarrollado, musculoso, fino de cintura y pecho elevado. Andar desenvuelto, cual si destrozara cadenas. Cabeza erguida.
El color de su rostro era blanco nácar, coloreadas sus mejillas, con el carmín de la pureza.
Frente alta, comprimida en las sienes, limitada en ondas naturales por una poblada cabellera rubia. Nariz recta perfilada.
Grandes y notables ojos de color azul cielo, sombreados por largas pestañas negras y cejas arqueadas con suavidad. Boca pequeña, de labios delgados y comprimidos que aparecían con el tinte encendido de la rosa. Un contorno suave de líneas, servía de complemento al rostro angelical, pero al propio tiempo revistiendo un signo marcado de fuerza. Aún no asomaban los bigotes ni la barba.
Vestía aquel día frac azul con botones amarillos.
Pantalón celeste. El frac cerrado.
El jurado principió a las diez y media de la mañana y terminó a las dos de la tarde.
Parte de lo que allí ocurrió no se encuentra en el cuerpo de las obras que forman esta edición. No repetiremos; pero sí narraremos lo que aún no ha sido consignado.
Al mismo tiempo que el jurado se ocupaba en oír la defensa del acusado, los fanáticos improvisaban tribunas en las calles y plazas y predicaban guerra al hereje, llegando uno de esos locos, Juan Ugarte, el autor de las representaciones mágicas en los templos, el creador del buzón de la virgen, el que inmortalizó su nombre amontonando en una pira a dos mil setecientas personas fanatizadas y dejándolas sucumbir sin prestarles un socorro, lejos de ello, negándoselos: ese hombre que jamás ha tenido un momento para amar la humanidad y sí toda su existencia para corromperla, sea cuando era seglar con la crápula, sea cuando ha sido clérigo con el ejemplo y la palabra; ese hombre que aun después de muerto Francisco Bilbao subía a la tribuna de la impostura a arrojar maldiciones sobre el cadáver; ése, decimos, miserable y cobarde al ampararse tras las sotanas para lanzar la calumnia, en aquel día aconsejaba el exterminio del acusado.
¡El Gobierno toleraba! Había terminado el debate. El presidente del tribunal, de acuerdo sin duda con los excitadores de afuera, ordenó al acusado saliese a la plaza a esperar la resolución que el jurado iba a pronunciar. Esperábase que la multitud se apoderaría del hereje y lo acabaría. La juventud comprendió, entonces, el peligro y corrió a servir de defensa al acusado, resuelta a perecer en su defensa; pero todo cambia en un momento.
La multitud al ver salir a Bilbao, sin esperar la inspiración de persona alguna da un grito unísono y tremendo: ``¡Viva el defensor del pueblo!'' El entusiasmo es entonces frenético. Todos quieren acercarse a Bilbao y los esfuerzos son tales y la aglomeración tan rápida, que se siente la sofocación. El acusado, pasando por una serie de impresiones tan variadas y fuertes, fatigado con los debates, cae desmayado. El protomédico de la facultad, don Guillermo Blest, toma a Bilbao en sus brazos y lo conduce a un hotel de inmediato. Allí lo reanima y lo fortifica.
El Tribunal vuelve a abrir las puertas de su sala. El acusado entra a oír el fallo. En medio del más profundo silencio se lee la sentencia que decía: ``Condenado en tercer grado, como blasfemo e inmoral''.
Según la ley, esta pena significaba en su parte material: o 1.200 pesos fuertes de multa o en su defecto seis meses de prisión.
``No tengo dinero'', avisa el acusado al juez. ``Entonces pase usted a la cárcel'', le ordena éste.
``¡No! ¡No! Se oyen mil voces que dicen, ¡no! Jamás permitiremos la prisión''. Los amigos de Bilbao vacían sus bolsillos y aun los artesanos. Pagóse la multa y aun sobró dinero.
Pagada la multa, el pueblo pidió se le entregaran los jueces. Unos huyeron por puertas excusadas, y los que quedaron imploraron la protección de Bilbao. Este dirigió la palabra al pueblo pidiendo el perdón para tan pobre gente. Lo obtuvo.
Bilbao venía de ser condenado, excomulgado por el clero y la gente ilustrada; pero el pueblo, el roto, el artesano, esa masa de parias que ha sido la autora de las glorias de Chile, siempre dispuesta al sacrificio, resistiendo a las maquinaciones del clero, al despotismo de los gobiernos y de los propietarios, ese filósofo natural que pospone todo a su instinto, a lo que su corazón generoso le dicta, tomaba bajo su amparo al que era lanzado al abismo de la sociedad. El pueblo quería manifestar su fallo, haciendo ver que antes de la ley escrita está la verdad.
La multitud se agrupó, suspendió en sus hombros a Bilbao y lo llevó por las calles y paseos de Santiago, a los gritos de: ``¡Viva la libertad del pensamiento! ¡Muera el fanatismo! ¡Viva el defensor del pueblo!'' Este paseo triunfal era interrumpido de cuando en cuando por improvisaciones que Bilbao le dirigía.
La autoridad civil y eclesiástica se vengaron de esta victoria ordenando al siguiente día la expulsión de Bilbao del Instituto Nacional y demás establecimientos de educación, y mandando quemar el impreso por mano del verdugo. El doctor Blest fue destituido del cargo de protomédico.
Con tales medidas se impuso al escritor racionalista el entredicho romano del agua y el fuego. Tuvo que abandonar la capital y pasar a Valparaíso, donde permaneció redactando La Gaceta del Comercio, hasta el mes de octubre de ese propio año en que partió a Europa en busca del pan intelectual que en su Patria se le negaba.
Terminaremos este capítulo copiando las siguientes líneas: ``Apenas tenía 21 años cuando conmovió profundamente a la sociedad de Santiago con la publicación de un panfleto en el que abrazaba ideas atrevidas, que entonces le valieron los epítetos de inmoral y blasfemo y una terrible acusación entablada oficialmente ante el jurado. En la defensa que hizo de su escrito, se dio a conocer como orador. Pensamientos llenos de fuego, rasgos de verdadera elocuencia caracterizaron esa defensa.
Era verdaderamente prodigioso ver a un niño arrastrar y poner de su parte a una inmensa multitud de pueblo ilustrado con el solo poder de su elocuencia. Desde ese momento quedó fijado el destino de Bilbao y comenzó su prestigio''. 
Hemos narrado hasta el momento en que Bilbao se presenta en el mundo de la reforma; pero para conocer al individuo en el papel que asume, necesitamos hacer una excursión en el mundo de sus ideas.
Obligados a ser simples narradores de su vida, por el carácter de hermano que investimos, sin adelantar el juicio de la sociedad y sin entrar en el análisis de las ideas que vivieron en su inteligencia, puesto que ellas están al alcance de cuantos han leído sus obras, vamos a seguir exponiendo cuanto conocemos del hombre a cuyo lado hemos pasado la juventud, participando de sus contrastes y persecuciones.
Hijo de padres más cristianos que católicos fue educado en los principios del Evangelio y en los absurdos del catolicismo.
Dotado desde muy temprano de un espíritu entusiasta por cuanto consideraba puro y bello, sin darse cuenta de las creencias que se le habían infiltrado con la lactancia, creía en cuanto se le había enseñado por la sola razón de que lo que sus padres le enseñaban debían ser verdades divinas. Rodeado de cristianos y católicos, sin una voz que contradijera, veneraba cuanto veía que veneraban los demás.
Sus creencias fueron tan extremosas, su celo tan ardiente y su enajenación tan absoluta que se hizo un fanático. Odiaba cuanto no era católico. Dominado, como lo hemos sido todos antes de salir del idiotismo , observaba los preceptos de la Iglesia con una rigidez excepcional, pero no así como se quiera sino con fervor verdadero.
Frecuentaba las confesiones y comuniones.
Su ideal era Jesús a quien consideraba igual o lo mismo que si fuera Dios. San Francisco de Sales, su modelo a imitar. Se le veía siempre ocupado en leer libros devocionarios, meditando y estudiando las oraciones que contenían. Se absorbía en ellos, se aterrorizaba con las amenazas que contenían, y por resultado quedaba anonadado y con el espíritu repleto de escrúpulos. De allí le sobrevenían tristezas amargas. Examinaba su conciencia, no encontraba faltas, pero luego desaparecía la satisfacción que le producía ese examen al considerar que el hombre era un fruto maldecido por Dios desde Adán.
¿Cómo purificar esa mancha heredada? El catolicismo le ordenaba la mortificación de la carne, la penitencia. Vencido y espantado al considerarse un ser impuro sin haber cometido una impureza, se encerraba, se quitaba la ropa que le cubría y se daba disciplina. Era ascético consumado.
Dominado por esas creencias impuestas, era un joven cuitado, amilanado y tan ajeno del mundo que por evitar una tentación u oír una palabra descompuesta se abstenía de mirar a las mujeres y por lo regular se cubría los oídos.
Felizmente para él y la causa de la libertad, el hombre cambió. ¿Cómo ocurrió esa transformación? Oigamos su palabra: ``También he creído, decía en 1864, no por convencimiento, sino por educación, que Dios apareció en Jesús o que Jesús fue Dios. Pero debo hacerme justicia dando testimonio de la conversión de un alma sedienta de verdad que, por su propia iniciativa, y por su persistencia tenaz en no olvidar la revelación primitiva y fundamental de la razón, llegó a la verdadera solución.
Esa idea de la divinidad de Jesús, sin conocer ningún libro, sin haber oído ninguna negación, desde muy temprano preocupó mi inteligencia. Lector empecinado de los Evangelios, creyendo que contenían la revelación de la palabra divina, a ellos en mis dudas acudía; y profundamente católico, poco a poco descubrí que el catolicismo y casi todo lo que la Iglesia católica enseñaba no estaba en los Evangelios. Este trabajo interior y continuado, reproducía en mí, sin que pudiera sospecharlo, las diferentes negaciones que han asaltado al catolicismo en diferentes periodos históricos, es decir, las diferentes herejías, hasta llegar a la Reforma de Lutero. Fui protestante sin saberlo. Después de haber simplificado mi fe sin más auxilio que el texto puro de los Evangelios, eliminando la confesión, porque Jesús no la instituye; la autoridad infalible de la Iglesia, porque Jesús no fundó Iglesia sacerdotal; la oración pública en común, en el templo en alta voz, con rezos enseñados de memoria, porque Jesús clara y terminantemente la prohíbe; la necesidad especial y oficial del sacerdote, porque todo verdadero hijo de Jesús es sacerdote. Después de haber arrancado de mi corazón el odio a los herejes o a los hombres de distinta creencia, borrado de mi inteligencia el dogma de la caída o pecado original, y las penas eternas, por estar en contradicción abierta con el dogma del amor, de la caridad, y de la misericordia que caracteriza la originalidad y grandeza de Jesús, mi espíritu naturalmente suprimió todo intermediario entre Dios y la conciencia. La intensa alegría que inundaba mi alma, disipando el espíritu taciturno y sombrío, tembloroso y terrible que el catolicismo me comunicara, la negación de tanto error y la invasión de tanta verdad, me dieron la conciencia de la evidencia, y el sentimiento y ternura de una bendición del Eterno.
Pero me quedaba una duda . Si e l Evangelio es revelado, a él debemos someternos. Esta consecuencia era otra alarma.
¿Sometimiento a la palabra escrita? Si el libro contuviese cosas que la razón rechazase ¿debo someterme a ella? Si el libro dice que Jesús es Dios, ¿debo creerlo? Mi razón emancipada, conservando la visión primitiva del Ser infinito, no podía instintivamente conformarse con la encarnación del infinito en un hombre o con la idea de su aparición en un hombre. Mi razón por sí sola, con sus elementos puros, no pudo salvar esa contradicción. Desde este momento ya penetró la sombra de una duda sobre la veracidad del texto, si en él encontraba la afirmación de la divinidad de Jesús. Y cual fue mi sorpresa, mi alegría, al descubrir que el Evangelio no afirma jamás su divinidad, al contrario, cuando por algunas palabras mal interpretadas, los judíos le acusaron de blasfemo, el mismo Jesús niega terminantemente su identidad con Dios. Salve, Salve, Jesús, dije entonces, pues aparecía puro, razonable y vindicado en mi conciencia, más grande, más sublime, como hombre, como mi hermano, y mi maestro''. La revolución que se operaba en las creencias religiosas de Bilbao era la historia de todas las revoluciones religiosas que se han operado en los pueblos católicos. Esto nos da lugar a observar que, cuando se yace en la ignorancia, cuando se renuncia a la razón, se huye del examen, se vive cual máquinas, el catolicismo reina a la par de la barbarie. Cuando se da lugar a la reflexión, se da lugar al examen de los principios, se investiga la base de la justicia y se aplica a las nociones que se tienen sobre tal o cual creencia, el racionalismo impera.
Hecho es éste corroborado por el estudio que se hace del desarrollo moral e intelectual de la humanidad. La civilización y la libertad en los pueblos enemigos del catolicismo es eminentemente superior a la de aquellos que aún tienen la desgracia de cobijarlo.
De dieciocho siglos a esta parte la historia religiosa de la Europa y América puede reducirse a la siguiente conclusión: el catolicismo dominando a los bárbaros y conquistándolos, la civilización sepultando al catolicismo toda vez que disipa la barbarie.
Consecuencia lógica de tal verdad demostrada por los hechos, es que el catolicismo sólo encuentra su imperio en la ignorancia.
Observad, si queréis aún, lo que pasa en nuestra sociedad. La mujer, viviendo más del sentimiento que de la inteligencia, es lo más atrasado en ideas propias y presenta el ejemplo de ser como tal, el más fuerte apoyo del catolicismo. Aplicada la observación a todas las esferas sociales que nos rodean, la comprobación de tal hecho pasa a ser evidencia.
Francisco Bilbao era un cuadro en que apareció la manifestación de semejante realidad. Ínter dejó que otros pensaran por sí, se dejó llevar de las impresiones recibidas, fue católico; cuando quiso razonar y darse cuenta de sus sentimientos, examinarlos, pensar, dejó el catolicismo y fue racionalista .
Un cambio tal en sus creencias se operó de una manera palpable para los que le observaban. Perdido el temor al catolicismo se atrevió a leer obras prohibidas. Hasta entonces sus lecturas se habían concretado a la de libros que oprimían el alma, ahora se corría el telón y encontraba las irradiaciones de la libertad, nacidas del libre ejercicio de la razón. Su espíritu recibió el alimento de la luz. Lamennais abrió las puertas a sus meditaciones nuevas. Gibbon, el historiador de la Descendencia del Imperio Romano le mostró el origen del cristianismo, la alianza del imperio con la divinización del absolutismo católico; Voltaire, el azote de los esclavos del absurdo, le manifestó el imperio del buen sentido; Rousseau, Volney, las bases indestructibles del derecho primitivo; Dupin el origen irrisorio de los cultos que dominan a la humanidad. Herder, Vico y Coussin le hicieron comprender que en la historia había algo de más importancia que la de narrar, examinar los elementos de la vida y manifestar la combinación que de ellos resulta.
Vio que la humanidad, siguiendo tal sistema, permanecía inferior a su destino, a la agitación que le imprime el dios de las ideas.
La ley de la historia fue para él entonces la misma que la del individuo, la demostración de las mutilaciones del dogma primitivo que marcha a la recomposición reflexiva. A pesar de estos progresos conquistados.
Bilbao se había alejado de tal modo de la tierra, su espíritu vagaba en los alrededores del trono del Eterno cual ``el águila que quiere entrar en el secreto de los dioses'' para arrancar el secreto de la creación, que sino hubiese tenido la educación de Plutarco y del Contrato Social, toda su vida no habría sido más que un soñador. 
Humilde por inclinación, lo que los libros y la meditación le enseñaban trataba de discutirlo, de consultarlo. Con sus condiscípulos hacia lo primero y para lo segundo eligió a los señores don Andrés Bello y don J. V. Lastarria.
Pero estos señores no satisfacían las necesidades de su espíritu, y la persona que más se armonizaba con sus aspiraciones, que más le llenaba, le satisfacía y le aclaraba sus dificultades, era el inteligente y profundo filósofo don Vicente F. López. Para Bilbao éste era el que le había enseñado más y el que se encontraba a mayor altura de los que había tratado, en conocimientos de la verdadera ciencia de la filosofía. Todos ellos pretendieron dirigir el desarrollo de sus ideas, mas fue inútil, el desborde de ese torrente de fuego que incendiaba cuanto se oponía a sus tendencias radicales y generalizadoras les llevó de encuentro y les dejó más tarde atrás en estudios filosóficos. Lanzado a la vida nueva devoraba cuanto a sus manos venía. Acometido por las ideas del siglo XVIII; embebido en las manifestaciones de la revolución francesa, entusiasmado con los tribunos y guerreros, engañado por los doctrinarios franceses que hacían nacer la civilización y la libertad de los esfuerzos de la Francia, absorto en la contemplación de los sistemas que se propalaban y asistiendo en espíritu a la revolución literaria que agitaba a la Europa desde la caída de Carlos X, Bilbao se encontraba lejos de la realidad que le rodeaba. Agregad a todo esto la revolución religiosa que se obraba en él por medio de los estudios metafísicos, y entonces se tendrá una idea de su situación intelectual. Sin el juicio bastante sólido aún para aclimatar las teorías, entró en una vida de ilusiones. Su cabeza era un volcán donde bullían los elementos que más tarde debían producir la erupción del metal divino, la palabra de regeneración en América.
En tal periodo, cuando su alma era agitada cual el mar por el equinoccio, solía tener ratos de desesperación, una sed tan intensa por descubrir la verdad, encontrar la solución de los problemas que le ocupaban, que le oímos exclamar un día: ``deseo la muerte para satisfacer en el seno del Eterno cuanto hoy ignoro''.
Pero, en medio del mundo en embrión que se elaboraba en su cerebro, había conseguido ya afianzar algunas ideas que le servían de punto de apoyo para aplicar la palanca de Arquímedes al mover el continente donde dormía la razón.
Para él, la gran perfección del porvenir consistía en elevarse a sí mismo para elevar la humanidad. Vio que no había otra norma segura en la carrera de la vida que la de la razón.
Comprendió hasta la evidencia que, fuera de los tres mil y más cultos o religiones que viven en la tierra, y sobre todo del catolicismo, se ve a Dios con mayor verdad y se siente con más intensidad la convicción del Ser inmortal. Y por último, llegó a entrever la gran cuestión de que la política es un ramo, una consecuencia, una organización militante de las creencias, es decir, de la religión social.
La revolución que acababa de obrarse en su espíritu, podemos limitarla en esta época a la abjuración del catolicismo, puesto que su reforma se apoyaba en la autoridad del Evangelio.
Dejaba de ser católico y pasaba a ser cristiano.
Negaba la divinidad de Jesús más por el resultado que le daba la afirmación del texto de los Evangelios que por el estudio abstracto de los atributos de la Divinidad. La comparación que hacía entre el código del Iniciador sublime con las teorías implantadas por los católicos le convencieron de la impostura de los dogmas.
El estudio refractario de las teorías de la Iglesia hacia los principios en que descansa la libertad humana le demostró la incompatibilidad del catolicismo con la libertad. El estudio del ser humano le dio por punto de partida para sus juicios la autoridad de la razón. Llegó, pues, a tener conciencia de su personalidad y a afirmase más y más en esta creencia desde que encontraba los preceptos evangélicos acordes con la afirmación de sus raciocinios.
Descubierta la contradicción de la iglesia con los preceptos de Jesús, su espíritu investigador fue lanzado al estudio del catolicismo en las fuentes de sus fundadores.
En el antiguo testamento encontró la inmoralidad propalada hasta el cinismo. Lenguaje, principios y hechos allí narrados que forman la base del libertinaje. Sin fijarse en otro punto que el asignado por Moisés a la creación de la especie humana, se ve que para asegurar la reproducción de la prole, legitima el incesto.
En la vida de los papas y concilios infalibles encontró el error y la contradicción, la inmoralidad y el interés como móvil de las resoluciones dogmáticas y de disciplina, la alianza de los conquistadores con los poderes de la iglesia para dominar a los pueblos subyugándolos moral y materialmente. Vio allí la resurrección del paganismo combatido por Jesús. En la vida de los santos, la adoración de los vicios y crímenes de aquellos que más absurdos habían enseñado, que más males habían acarreado a las sociedades.
Fue entonces cuando miró con horror el caos donde había permanecido los años primeros de su existencia. Reconoció como último punto de comparación entre el cristianismo y el catolicismo el abuso que éste hacia de aquel y llegó su convencimiento a tal grado que para él los enemigos verdaderos del Cristo eran los católicos, y tan enemigos, que si Jesús llegara a resucitar, los primeros que le llevarían a la cruz serían los hijos de la iglesia infalible.
Él, que había sentido las torturas del católico, la esclavitud en que éste tiene que vivir, la abyección donde es conducido, consideró que sus semejantes debían encontrarse en tal situación y encendido con el fuego divino que inflama la naturaleza de los verdaderos apóstoles de la humanidad, quiso llevarles la palabra nueva, libertarles moralmente, haciéndoles ver que el catolicismo era el absurdo, la esclavitud, la causa de las dolencias sociales, y que el bien se encontraba en la práctica de los eternos principios de moral, reconocidos por el Evangelio, coeternos con Dios.
Para lanzarse en esta vía peligrosa, después de cuatro años de estudios infatigables, quiso antes de todo ensayar si sus creencias estaban acordes con sus acciones, darse cuenta de sus actos, ver si era capaz de practicar lo que para él era una verdad matemática. Había dejado de ser católico.
¿Tenía conciencia de ello? He aquí el modo como se probó a sí mismo su reforma. La comunión había sido para él como lo es para la iglesia, el acto más solemne del catolicismo. Ahora lo miraba como la mayor impostura. En tal sentido se vistió una mañana, almorzó bien y enseguida se fue al templo y comulgó. Este acto le manifestó que su educación católica estaba vencida, y que su alma se hallaba libre de errores.
Fuerte en sus convicciones, amando a la humanidad con vehemencia, viendo desfilar ante sus ojos los siglos cargados de dolores y de cadenas, sintiendo las miserias del pueblo cual si fueran suyas, renunció a los encantos de la vida, se abnegó y salió al encuentro del enemigo.
De allí su primer escrito La Sociabilidad Chilena, fruto de una revolución moral, grito torrentoso de una alma que rompe sus cadenas y quiere envolver en sus aspiraciones libres a una sociedad explotada y agobiada por las creencias falsas que la conquista implantó como base de todo despotismo.
Iniciaba en Chile la revolución religiosapolítica por la cual acababa de pasar su espíritu.
El Iniciador reunía las condiciones necesarias para encontrar eco en la sociedad. Vida moral, virgen en cuerpo y alma, presencia bella, abnegación en las acciones, amor al pueblo. Pero esto no bastaba para contener a sus enemigos. No ser católico para ellos equivalía a ser inmoral, ateo.
Contra la inmoralidad respondía su existencia, contra el ateísmo sus creencias religiosas compendiadas en las siguientes palabras de un filósofo: ``La mejor de las religiones es la del todo simple, sin epítetos, o más bien con un solo epíteto, la religión natural, nacida con nosotros, antigua como el mundo, durable como él, fuente primera, fuente común de todos los cultos; porque todos los otros cultos, sin excepción, no son más que derivaciones y, algunas veces, deformidades. No necesitamos para amarla o comprenderla, de libros, de textos, de glosas, de comentarios exagerados, de catecismos, de himnos, de campanas, de cantos, de procesiones, de letanías, de reliquias, de pinturas y de perfumes; no tenemos que absorbernos para leerla escrita de mano de Dios mismo en todas nuestras facultades, y formulada en algunas palabras al alcance del sabio como del ignorante.
Ama al Creador, a tu prójimo, ten esperanza en otra vida, haz el bien para algún día recibir tu salario y aun cuando no esperes tocarlo, haz siempre el bien, porque el bien es la palabra de tu destino.
Y a toda hora y por todas partes donde andamos o cuando nos absorbemos, esta religión no exterior, pero íntima, nos sigue, nos aconseja, nos asiste, nos protege contra nosotros mismos en los peligros de la existencia. Con ella y gracias a ella, la caña en la mano o en nuestra habitación, hacemos actos de piedad y en cada acto de la vida formamos un buen pensamiento nacido del corazón movido por la belleza de la naturaleza.
El templo de la religión natural es la bóveda del cielo, su panteón, el universo''. Bilbao había llegado a considerar que el Evangelio era la manifestación más pura de tales creencias, que en él se encontraba la base de toda moral, y dando una generalidad absoluta a sus concepciones, creía que el cristianismo era la expresión más completa de las leyes naturales, la última fórmula del progreso.
Hasta entonces no había pasado más allá en sus indagaciones.
Iba a completar su educación, a depurar su inteligencia, y a dilatar sus conocimientos en los diferentes aspectos que presenta la ciencia.
Lo seguiremos en este viaje, anudando el hilo de la narración.
El 6 de octubre de 1844 Bilbao y sus amigos don Francisco y don Manuel Antonio Matta salían de Valparaíso en la fragata Norteamericana Seaman. Se dirigían al Havre de Gracia, haciendo escala en Montevideo y Rio de Janeiro.
Las impresiones al abandonar la patria, las ilusiones, la familia, los amores, las amistades acudían a su imaginación en tropel.
Oigámosle en uno de sus monólogos íntimos: ``¡En el océano! La tierra huye, aún diviso las montañas que parecen las escalas por donde mi patria debe trepar a las alturas... Me oprime el infinito del cielo confundido con el infinito del océano. Vago, bajo la bóveda celeste... mi espíritu se cansa y busca el objeto querido para descansar mi cabeza... El golpe de la realidad despierta la separación en que me encuentro y entonces evoco todos los recuerdos de placer, las personas amadas, mis esperanzas futuras, el porvenir que columbro para que acompañen mi soledad y me mezan en el sueño de las ilusiones... ¡Pero ilusiones! ¡Nueva realidad! Dolor aun más temible. El placer huyó... la juventud está encerrada y obligada a la calma del anciano. Venga la vida sin memoria, la vida sin la inducción del porvenir, la vida de la materia, ¡ahoguemos en la cesación del pensamiento, el ímpetu de acción que se desborda, el rapto imaginario que golpea las estrellas, y la exhalación de nuestro ser en el ser querido que pide el sentimiento! Y ésta es la invocación diaria que pronuncio al sentir el recuerdo que me asalta. ¡Recuerdo del placer! ¡Cuán costosa es tu memoria cuando la necesidad impone la separación! Cuando el pensamiento divisa en lejanía la verdad, cuando la imaginación siente en sus alas la cadena del aislamiento; ¡cuándo las pasiones carecen del objeto de sus ansias!'' Después de una navegación penosa, llena de contrariedades, y de repetidos temporales desembarcó en las costas de Francia el 24 de febrero de 1845.
Se instala en París en el cuartel Latino.
Recorre la ciudad con la fiebre de la curiosidad, de las ilusiones. Visita los principales monumentos, asiste a los espectáculos, quiere posesionarse de toda esa vida que se siente en medio de la nueva Babilonia. Asiste a todos los sitios memorables por los hechos de la revolución; se extasía contemplando las tradiciones históricas, preguntando a los templos sus recuerdos, a las plazas y columnas sus antecedentes, a las piedras sus secretos. ¡En Francia! En la misma tierra de donde partían los rayos de la Convención que derribaban tronos, en la misma patria de Voltaire, ¡en el suelo donde vivía Lamennais! Fatigado de las excursiones no quiso perder un sólo momento más en ellas y entró al estudio.
Eran aquellos los momentos más importantes que ha presentado la Francia, por la exhibición de los hombres más célebres que haya tenido en las letras.
Iba a buscar los últimos resultados de la ciencia para dirigir la inteligencia en Chile.
Animado de este espíritu se entregó con frenesí al estudio. Al mes y medio de instalado en París, entró a cursar las siguientes clases: Astronomía con Aragó, Geología, Química con Dumas, Matemáticas, Economía Política e Inglés . En ese entonces Quinet y Michelet, profesores en el colegio de Francia, daban los cursos públicos que más popularidad hayan encontrado. El primero daba entonces las lecciones conocidas con el nombre ``El Cristianismo y la Revolución Francesa'', en que manifestaba la necesidad del nuevo dogma después de analizar las religiones existentes. Sentía a su país, a su tiempo y al porvenir: era el hombre de la palabra nueva. El segundo enseñaba la historia de la Francia, y ambos unidos en la idea de pre sentar como resultado de sus demostraciones la marcha de la humanidad a través de los siglos, de los crímenes y de los errores, patentizar que las sociedades eran la expresión de los dogmas que habían tenido, deducían, por consecuencia, la necesidad de nuevos dogmas, o para hablar con más precisión, la necesidad de reconstruir la sociedad bajo las creencias, leyes y principios fijados por Dios a la creación. De ese análisis nacía la evidencia para comprender cuanto habíase descarriado la sociedad, cuan explotada había sido y cuanto se había alejado del orden primitivo de la luz histórica.
No se contentó con oír tan sólo las lecciones de estos genios, quiso ir más allá, aislarse de la vida de París y encerrarse en un círculo donde sólo oyera lo que únicamente su alma anhelaba.
De aquí nació que se presentó a visitar a Quinet, a Michelet y a Lamennais.
Todos tres le recibieron con esa bondad peculiar a hombres que parecen vírgenes, modelos de lo que el hombre debiera ser. Quinet le inspiró más confianza y a él le narró su pasado, acabando por entregarle un ejemplar de su escrito ``La Sociabilidad''. Grande debió ser la impresión que produjo en él semejante folleto, desde que recibió los honores de ser citado en el curso público que daba, como puede verse en la nota que hemos puesto en la edición de sus obras.
Las influencias del clero, que apoyaban la corrupción administrativa de Luis Felipe, y los hombres de estado de esta administración, sintieron que la palabra de Quinet iba a crear una juventud que más tarde derribaría las bases del absolutismo, de la teocracia, y llamaría a la humanidad a la vida de la religión universal, la igualdad, la libertad y la fraternidad, religión que serviría de base a la organización política de las naciones. Se sentía unmovimiento extraordinario en los espíritus. Quiso detenerse este desarrollo y se mandó cerrar la clase de Quinet. La juventud se vengó de este atentado haciendo una manifestación que llegaba a más de 4 mil estudiantes.
Visitó a Quinet, hubo discursos y allí terminó.
Bilbao entró a visitar a Quinet la víspera de la manifestación y lo encontró con gentes. Quinet lo presentó a sus tertulios con las siguientes palabras: ``he aquí un joven que viene arrojado por el espíritu jesuítico. Se refugia en Francia y aquí nuestras instituciones acaban de dar un golpe a favor del mismo espíritu''. Aludía a su destitución de profesor.
La vida de Bilbao era entonces singular. Se levantaba al amanecer y se ponía al estudio de los tratadistas de metafísica. Los leía, los analizaba, los extractaba y los discutía. Asistía a los cursos ya indicados, paseaba en los museos y en el Luxemburgo y visitaba a los hombres que le parecían notables. Pedro Leroux, Cremieux, Cousin, etc. Pero, a donde él iba con más frecuencia y a donde se encontraba como en familia, era a donde aquellos tres, que veneró toda su vida y no olvidó jamás, ni al dar el último aliento de su vida.
Creyendo de alguna importancia el detenernos en estas relaciones, vamos a transcribir algunos de los apuntes de Bilbao referentes a las visitas que hacía, sobre todo a Lamennais.
Para ello le dejamos hablar.
`` París, 8 de mayo de 1845.
Hacía algunos días que me resolví a visitar a M. Lamennais; No sabía su casa y pregunté a su librero. Allí se me dijo que vivía en Rue Tronchet número 13. Llego a la casa y pregunto al portero por M. Lamennais. El portero me dijo que no estaba, pero que podía escribirle porque era difícil encontrarlo. Entonces le dejé el siguiente aviso: François Bilbao (chilien).
Rue Martignac número 7.
Este día fue el sábado. El lunes al entrar a casa encontré a Manuel Matta que me dice: -- ¡Buena noticia! --¿qué noticia? --Adivina --Pero qué cosa? --Mira ese billete.
Tomo el billete y leo en el sobre: Monsieur François Bilbao.
Rue Martignac número 7.
Abro el billete y mi sorpresa es grande al leer lo que sigue: ``Mr Bilbao trouvera M. Lamennais chez lui, jeudi prochain, entre midi et une heure. Le portier, en voyant ce billet, saura qu'il est attendu: Lundi 5 mai.'' ¡Gran gusto tuve al tener entre mis manos un momento por el que hacía tanto tiempo que había aspirado! Esperé los tres días y el día señalado, a paso de carga y palpitante, golpeo en el sexto piso la puerta que todavía me separaba de un monumento vivo. Hacía frío --el día lluvioso-- y yo sudaba.
Una criada me abre, le pregunto por él y ella me pregunta mi nombre. Vuelve para adentro y después me dice que puedo entrar. La criada había dejado la puerta abierta y quise asomarme, pero me detuve como para penetrar en un templo. Mientras la criada venía procuraba serenarme. Paso una primera pieza y al entrar a la segunda, del rincón de la derecha se levanta para responder a mi saludo, él, ¡el autor de las palabras de un creyente! Yo creo que tenía la vista fascinada.
Habíamos tan sólo cambiado algunas palabras en francés, cuando me preguntó cuánto tiempo hacía a que estaba en Francia.
--Dos meses, señor.
--Pues usted habla el francés como un francés.
Enseguida me preguntó por Chile y por nuestras relaciones con los indios.
--Estamos en paz señor, y se civilizan.
--Pues es una raza notable.
--Sí señor, desde la conquista hasta ahora, conservan cualidades peculiares que la hacen distinguirse de las razas primitivas que conocimos.
--¿No son los Araucanos? --Sí señor-- le respondí con un gran placer al saber que los conociese.
Después de algunas palabras me dijo: --Pero yo vuelvo a lo que le he dicho, usted habla el francés como si estuviese muy acostumbrado.
--Leemos algo la literatura francesa y tenemos excelentes maestros.
--Ya lo veo, me dijo.
En toda la conversación atendía extremamente a sus palabras para después recordarlas; pero analizaba tanto la expresión de sus facciones, me tenía muy sobre mí mismo y en todo ponía mi atención. Pero como la atención se particularizaba demasiado, esto hacía que la apreciación general fuese débil. Por esto es que no puedo recordar con exactitud todo lo demás que pasó''.
``27 de Mayo de 1845.
He visto por segunda vez a Mr. Lamennais.
Nuestra conversación cayó al momento, sobre Chile, la influencia de su clero y la moral.
Me dijo: el pasado ha pasado y no resucita jamás. Debe siempre combatírsele pero es preciso detenerse en los límites de lo bueno porque son necesarios. ¿Qué damos en lugar de la doctrina? Ahora el catolicismo se ha identificado con sus intereses personales, pero la moral que forma la creencia de los pueblos es preciso respetarla.
Yo le dije: señor, no hay duda, aquí estamos.
Yo he sido católico, pero a la faz de esta creencia me he encontrado con la moral que proclaman las constituciones. La soberanía del pueblo es para mí una creencia y un criterio como usted lo ha dicho. Estas creencias las he visto opuestas, yo he seguido la soberanía y declarado la guerra a la otra. Pero después yo también me pregunto: ¿qué damos al pueblo? ¿Cómo salvamos la transición? he aquí el conflicto como usted dice.
--No hay progreso posible más allá del dogma proclamado por el Cristo. ``Ama a Dios y a tu prójimo''. Todos convenimos aquí, pero en las aplicaciones discordamos...
--En las especialidades, le interrumpí.
--Sí me dijo. La inteligencia, continuó, tiene necesidad de ser satisfecha sobre el dogma.
Todas las teorías que no están impregnadas del dogma del desprendimiento, de la caridad, porque no se puede amar a su prójimo bien sin amar a Dios, caen como lo presenciamos, son juguetes de cartón. Éste es el verdadero criterio. Sabemos que la Asociación es necesaria pero actualmente el individuo expolia a su asociado para gozar, para dominar y abandonar el sentimiento verdadero de la caridad. (Aquí se agitaba y animaba hasta lo sublime) El mundo puede llegar a ser un paraíso, pero para llegar ahí es preciso pasar por aquí.
Me leyó enseguida un trozo de sus comentarios a la Biblia sobre la muerte de Jesús.
Su mirada era profunda, su acento sostenido y grave, su animación salía de sus entrañas.
Esto es lo más bello, me dijo, y es la historia de toda moral.
Yo estaba en estos momentos en que la pureza del alma se manifiesta y se revela, conmovido ante el símbolo del hombre que toma la cruz y se somete a su destino. La humanidad me parecía una cosa severa y no de pasatiempo. Yo sentía la revelación del deber y del desprendimiento, asistía al despertamiento de mis fuerzas morales primitivas y el deber y el desprendimiento y el sacrificio se me presentaban en su esencia pura. No es la gloria, no es la ambición, es el sentimiento y conocimiento de la obra, del trabajo de la virtud. No era la calma del que cree en el progreso de la humanidad y en la existencia de Dios; pero sí la agitación de una cosa que hay que hacer por un mandato y por un impulso de nuestro ser. No era el rapto de la gloria en que uno siempre es hombre y egoísta, era la convicción del que debe estirar el brazo para levantar al caído, en que uno aunque individuo, sólo conserva su individualidad por el deber que uno debe ejercer, era en fin otra inspiración que la de la belleza, otro impulso que el de la gloria.
La humanidad entonces me pareció en Dios como obra de Dios sentimental, llorando, invocando, necesitando de la ley, de la creencia, de la acción y del amor.
Volvimos a hablar de Chile y le dije: --Chile es de costumbres sencillas, por eso es que quiero salvar a mi Patria de la transición terrible. Debemos seguir el movimiento del progreso, seguir a la Francia, pero antes, de que la Francia dé su última palabra, ella nos transmite sus males. Ésta es mi aflicción.
--usted tiene una misión apostólica me dijo, aprenda todo el bien con esa voluntad y entusiasmo, aquí encontrará un amigo sincero. Yo lo llamo a usted mi hijo, y me abrazó.
--y yo a usted mi padre, le respondí.
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. . . . . . . . . . . . . . Salí de allí como el profeta, amando a mis semejantes, pero indiferente al mundo. Mi alma renovada como en la esencia divina, en la contemplación del bien que quiero para todos, en el amor que deseo agrandar''.
``20 de junio de 1845.
``Hoy sin duda nos hemos acordado recíprocamente mis amigos en Chile, yo en París. Es notable el pasar por el aniversario del acontecimiento, quizás el más notable de mi vida. Había trabajado bastante para ser algo en el mundo social de mi Patria, había pasado por algunas revoluciones de ideas, por momentosdedesolación y de esperanza, en fin, reúno mis ideas y mis fuerzas para dar ese paso. Laobra salió. En la agitación de esos días uno cree que llega a efectuar un siglo revolucionario; pero después de atravesar el océano, en el mismo día, a las horas mismas en quedefendía la dignidad del pensamientoyde la libertad, me encuentro meditando sobre el mismo asunto con Lamennais.
Así he santificado mi aniversario.
Si uno pudiera precisar la vaguedad del sentimiento, las voces internas, la fuerza secreta que se encuentra, la energía que se acalla y se despierta, los ímpetus misteriosos hacia algo de grande y notable que tampoco a veces podemos precisar en la conciencia, ¡oh!, si esto se pudiera, qué consuelo, qué certidumbre, ¡qué inflexibilidad nos impondríamos a la marcha de nuestra inteligencia! Pero mientras tanto, ¡veamos y soportemos las tristezas del recuerdo! Uno contempla los objetos amados, los que obraban por uno, los que sufrían y gozaban por uno y esto entristece y eleva el alma al saberse amado. Los sentimientos revelan los principios de la grandeza de la humanidad y del trabajo que por ella debe ejecutarse.
Lamennais me hablóde la citación de Quinet, y con este motivo le expliqué el asunto del 20 de junio. Mucho le sorprendió el que la juventud hubiese pagado por mí. Esto se lo hizo notar a Béranger que había entrado un poco después.
Me habló del apostolado en general y me leyó sus comentarios a la Biblia. Me hizo explicaciones sobre la fraternidad, leyes de la naturaleza, tiempo de transición.
Me presentó a Béranger''.
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(1845, 1846, 1847) Para dar una idea más completa de la vida de Bilbao en Europa, vamos a presentar algunos fragmentos del diario que llevaba, conservando la naturalidad del estilo.
En un día que se hallaba oyendo una lección de Geología escribía:
V I
``En la clase silenciosa, rodeado de gente, escuchando al profesor y mirando el mapadelglobo, yo bajaba de las alturas de la ciencia para pensar en el pedazo de tierra en que nací. Yo --decía-- no trabajaría si no creyera serle útil, pasaría mi vida vagando sobre las ruinas de la historia. Escuchaba la explicación de la formación de la tierra desde su estado incandescente hasta el estado actual y contemplandoalhombrecolocado sobre tantos siglos y revoluciones para dominarelmundo,admirandoal hombre que sumerge su brazo en las entrañas de la tierra para ostentar la materia primitiva y enseguida levantar su mirada para medir el curso de los astros, el corazón se levanta de gratitud hacia un creador, hacia un amor''.
V II
``He ido a Notre Dame a escuchar a Lacordaire. El templo estaba casi lleno. Al verlo derramar su voz estrepitosa bajo las bóvedas y llevar su energía por la iglesia, el pecho me palpitaba, pero no de fe sino degloria, deambiciónde servir a la causa nueva de un modo semejante. Es poderoso el orador y su aliento es como el soplo que levanta tempestades: Al salir creí descifrar un símbolo en la arquitectura. Después en mi cuarto, quedo solo, en un bello día domingo, recordando a mi país y las escenas de la naturaleza a diversas horas, tales como las recuerdo en mis diversas impresiones.
Leo solitario mis cartas: recuerdo a Quinet, poeta que ha sufrido y lo amo más. La vida del alma es insaciable y melancólica. Yo creo que el silencio de la meditación solitaria es una confidencia con el infinito. A veces se comprende el amor de la soledad. El estado poético nos engrandece y nos eleva sobre el vulgo que nos rodea. Uno necesita un ser dignodeunomismo conquien comunicar; por eso es que el amor se oculta en las entrañas del ser''.
V III
Oyendo a Jules Simon tratar del estoicismo romano, escribía: ``a la voz del deber, al aspecto del estoicismo las fuerzas del alma se despiertan y quisieran al momento ejercerse en las dificultades de la vida --pero-- ¿dónde está la expresión práctica de ese deber? He aquí, que es donde caemos.
Yo me figuro tener en mi país una clase semejante y vivir en medio de la juventud, agitando la autoridad de la virtud''.
V IV
``La poesía de la naturaleza tiene un carácter de grandeza o de infinito que le presta nuestra alma o que nos envía, que nos hace desear siempre algo desconocido. Ni la gloria basta, ni el saber, quizás el amor, yo creo que el deber, tal vez''.
``La moral debe seguir al hombre hasta en sus pensamientos; presentar siempre el deber al lado del movimiento pasional''.
V V
``Enero 1° de 1846. He estado con Quinet. Me llevó a su cuarto y conversamos de las Vacancias en España''.
--Usted ha visto a la España muy en poeta, le dije.
--Es preciso animar a estos pueblos del Medio Día, me contestó. Si usted supiera el desaliento que hay, creen que nada se puede hacer. Yo he vivido en los pueblos del Norte y sé el desprecio que profesan a los países del Medio Día. Larra ha muerto de desaliento y ha dicho que la América es la esperanza... Tengo que hablar de Chile también, y usted me traerá lo más importante y popular que tenga.
--Sí señor, y yo tengo una idea que desenvolver sobre mi país y su influencia futura en América a causa de la nacionalidad que se forma. Hay una oposición y semejanza entre los Estados Unidos y mi país sobre el porve nir de la América. Chile por la estabilidad de su carácter, por la paz que ha tenido, por sus límites tan marcados, por su estrechez misma, por las tradiciones araucanas, ha podido echar raíces de un carácter peculiar y de una fuerte nacionalidad. Los Estados Unidos por el protestantismo y Chile por la filosofía. Esta es la ventaja futura de mi país.
--¡Oh! si una filosofía penetrara...
--Éste es mi trabajo, la busco y mi cuidado es evitar las ideas de transición y la filosofía ecléctica ahora dominante en Francia. He tenido el placer de haber sido el primero en refutar en mi país el eclecticismo, por ahora sé que en Bolivia lo aplauden. He aquí el peligro.
--Sí pues-- se cree que la filosofía de Cousin es la última palabra, la solución, y por eso la adoptan.
--Sí señor, yo me he arrancado de ella por la espontaneidad de la idea personal de la nacionalidad. Al ver el desenlace de la batalla de Waterloo y al ver a los franceses aplaudir, yo que había leído a Napoleón y comprendía el sentimiento de la época, al momento sospeché.
--Eso prueba, y me alegro de oírlo, que usted tiene un buen corazón y eso lo ha librado a usted.
--¡Y cual sería mi placer al llegar aquí y leer su segunda lección contra él! La conversación siguió.
--Hay mucho qué hacer del Medio Día, me dijo, y es preciso que el español tenga una lengua filosófica.
--Yo alabo su objeto y hace usted muy bien en animar entonces.
--Y ustedes como buenos araucanos también tienen algo de españoles.
--Oh señor, y así como en la conquista dice Herder que fuimos los únicos que sostuvieron la libertad, así ahora conservaremos esa tradición.
Hablamos de los asuntos del día, etc.
Estuvo más familiar, nos separamos muy amigos, yo lleno de nobles sentimientos, porque con su palabra doblegó mi odio tradicional a la España y que lo comprendió al momento que le dije: me parece que usted ha ido como ilusionado por Calderón. --Es que es preciso levantar esos pueblos--, me contestó, --hay desaliento--. Al momento la grandeza de su alma me dominó. Esto se lo agradezco porque salí de su casa más noble.
En el mismo día pasé a ver a Lamennais.
Estaba en un círculo hablando muy naturalmente de Dios y otras opiniones. Vino una señora con un niño. Me encantó el verlo al lado del niño. El sabio, el anciano, parecía tan angelical con la inocencia''.
V VI
Visita a Lamennais. Bilbao traducía entonces los Evangelios anotados y comentados por Lamennais.
Bilbao: --Señor, he concluido hoy el Evangelio de San Mateo.
Lamennais: --¿Cree usted que el clero no haga oposición al libro? B: --Creo que no por dos razones. ¿Qué le pueden decir? Y además, el nombre de usted.
L: --Es la obra que personalmente me ha complacido más. Un inglés quería traducirla.
La Inglaterra es el país más atrasado a este respecto. Están con las discusiones del tiempo de Bossuet. Aquí, un cura dijo delante del arzobispo que mi libro hacía amar al cristianismo y odiar al catolicismo.
B: --Yo creo señor, pues, que la traducción ha venido para mí también perfectamente. Es la base de todo, y sobre todo ahora que los dogmas caen y que el escepticismo cunde.
``Me hizo una explicación de la invariabili dad de la ley y de la variedad de su aplicación, como sucede con el hombre físico. Debe respirar, vestirse etc., pero con el progreso varía su modo. La ciencia no ha dado su última palabra. Los de la academia de ciencias que saben todo lo que hay que saber ¿ahora son por eso más hermanos? Luego obedézcase a la ley y téngase aplicaciones diversas, no importa; en obedeciéndola está todo.
Le manifesté la contradicción de Lermini y me dijo que tenía cartas de él del tiempo de las palabras de un creyente en que le decía que fuera más adelante.
L: -- Pedro Leroux es un hombre de instintos buenos, pero de bajos principios, no hay sino la tierra para él.
B: --Su hermano es malo y ha influido sobre él.
L: --Se acababa la columna de Julio y fueron varios a comer al Boulevard. La tarde era bella. Charton después de algún vino empezó a hablar de la belleza del espectáculo, de la naturaleza. Leroux dijo ``abajo las estrellas''.
Ya ve usted, es un hombre material, de ahí sale su mentempsicosis.
Rainaud es diferente, lo aprecio mucho, es más elevado y se disputan siempre con él.
B: --Yo creo, señor, que el fatalismo inmoviliza, ¿cómo los mahometanos han hecho tanto poseyendo ese dogma? L: --El mahometismo fue un gran progreso. Salió de algunas sectas cristianas cuando el cristianismo estaba débil y triunfó sobre la idolatría. Engolfados en el uno fueron fatalistas.
B: --Pero ¿cómo obraron? L: --No es siempre práctico.
B: --Eso sí.
L: --Vea usted. Hay aquí un escritor que me viene a ver y que ha disputado hace mucho tiempo conmigo. No cree en el mundo exterior, son ilusiones. Vino el otro día a disputar.
Le dije: ``yo creo en el mundo exterior, tengo las creencias del género humano, si hay ilusión ¿para qué me escribe usted? Yo no le podré a usted convencer''.
B: --¿Y qué le respondió? L: --Des politesses-- il y a des illussions chéres.
Entablé la conversación sobre la visita que le hice con Rosales, don Javier, ministro de Chile en París.
B: --Él es del mundo, un buen escéptico, cree que todas las religiones son buenas. Está desvanecido por la Europa, cree que nosotros debemos imitarla y me dice que yo pierdo mi tiempo, me aconseja me haga ingeniero. Usted ve que él no puede comprender el estado de duda, el peligro de las transiciones, la incubación del mal. La Europa nos envía de todo, una mezcla de bien y de mal. Es necesario mirar desde mayor altura, allí está el eclecticismo que odio porque justifica todo. Para él, el hecho es la ley.
L: --Hacéis bien. Seguid en vuestra misión.
Tenéis los instintos inmortales de la humanidad. Vuestro deber es manifestaros a vuestro país, difundir la instrucción en las clases, acercarlas a la ley del derecho y del deber para todos.
Enseguida le hablé de la castidad.
B: --Es un deber absoluto y moral o un deber higiénico.
Conocí el tacto conque me respondía, la experiencia, la indulgencia y la severidad: L: --Yo, en mi oficio de sacerdote he conocido algo de la debilidad humana, pero no creo que es tan difícil el practicarla como se dice. O se ofende a la mujer casada y entonces no hay familia, o se ataca a la soltera y entonces ese ser no es lo mismo que antes, se ha degradado. La castidad fortifica el alma y el cuerpo, hay que luchar. En vuestra edad yo concibo el poder y más rodeado del ejemplo y la ocasión, pero se puede vencer. Fatigad vuestro cuerpo, poco sueño, ocupáos.
B: --Y el pensamiento puro ¿hace más? L: --Sin duda y habréis ganado mucho.
Se ve la prostitución, pero yo diré como dijo el Cristo: ``el que esté sin pecado que tire la primera piedra'', y a ella, ``id y no pecad más''. Cristo conocía la debilidad humana y exhortaba a la virtud.
Expresaba esto de un modo tan suave, la palabra del Cristo me pareció en ese momento tan sublime y verdadera que las lágrimas me saltaron.
B: --¡Oh! es sublime, es la verdad!''
V VII
En aquellos días (marzo de 1846) llegaba a París la noticia de la sublevación de la Polonia.
Este hecho imprimió un movimiento extraordinario a la Francia. Se quería que ésta auxiliase a aquella. El pueblo asistía a las Cámaras para saber si Luis Felipe salía en defensa de esa nacionalidad, pero el desengaño era grande al verle huir del conflicto. La juventud acudía a los cursos de Michelet y con tal motivo abría aquel una de sus lecciones con las siguientes palabras: ``El derecho es eterno'', y concluía después de hacer el estudio de la nacionalidad en el derecho con alusiones a la situación: ``Y si este pueblo por quien hacemos votos al cielo llegase a sucumbir, su derecho es eterno''. Se abren suscripciones y las simpatías procuran convertirse en actos. Pero al mismo tiempo la prensa ministerial derramaba doctrinas contrarias al deber de protección a la Polonia. Con tales impresiones, Bilbao dirigió a Quinet la siguiente carta: ``He leído la Época y siento la necesidad de escribir a usted. He leído teorías perversas, pero en la esfera de la generalidad y muy distantes de la aplicación inmediata; más ahora que con motivo de la Polonia las veo ostentarse a la luz del sol --en medio de la Francia-- y escuchado el gemido de los mártires, señor, me he estremecido en lo íntimo, he sentido la hora amarga en que nos preguntamos si el mal será el orden destinado. Un hombre cae al río, tiene derecho de vivir, --pero se ahoga--, dice el diario. He aquí el pensamiento que se osa proclamar en la Patria de los héroes cuando la ocasión del heroísmo se presenta.
Yo, muchacho, de un rincón del mundo me creo en Francia con derecho de ciudad, yo sé que sus glorias me tocan y que la muerte de su grande alma quizás haría pasar hasta mi espíritu las palabras de Bruto moribundo. En mi aflicción necesito apegarme a sus hijos que velan y escuchan sus acentos y sentirles lanzar el anatema a nombre de lo eterno contra la filosofía del impudor. Yo sé que usted no está tranquilo, he oído a M. Michelet en su cátedra de Moral, pero también espero su voz en el hecho presente para proclamar que el hombre de fe puede detener al río y sacar al hermano que se ahoga.
Este momento me parece grandioso; excepcional. La barbarie que invade y la teoría de la barbarie que lo mira.
Pesa sobre la Europa una cadena, porque pesa sobre la Francia un sortilegio. Levantaos pues, apóstoles de la palabra, lanzad el demonio y escucharemos el himno de los pueblos libertados.
Deposito en su corazón mi voto de ciudad y mi grito de hombre; quería comunicar mi alma con usted.'' Marzo 20. Francisco Bilbao.
Quinet le contestó: ``Oui mon cher Bilbao, tenéis el derecho de ciudad. Vuestra voz me hace bien y os agradezco este grito. Si aún nada he dicho, hablándoos con franqueza, es porque yo he estado más dispuesto a agitar, a hacer alguna cosa, que a tomar una pluma. En los primeros momentos he estado tentado de escribir estas dos palabras: ¡a las armas! Veo bien que si la acción falta será necesaria la palabra y entonces escribiré.
Procuremos antes de todo, mi querido amigo (permitidme os dé este nombre) no desesperar por algunos miserables, al contrario, es el momento de creer y de esperar.
Votre ami. E. Quinet.''
V VIII
Invitado a una tertulia por M. Quinet, cuenta lo que sigue: ``Entro, Quinet me sienta a su lado y me dice: el que tengo a mi lado es Charton, el que está a mi derecha es Reynaud; el que sigue es David, y ése de cabellos blancos es Charles Didier.
Me presentó a todos y con todos habló, con David cuatro veces, con Reynaud dos, con Didier una. Reynaud me preguntó si los libros de ellos llegaban a América. Le hablé de su artículo sobre Bolívar. Bella cara por lo abierta y musculosa, fuerte, risueño, tranquilo. Hablamos de las nacionalidades y me pronunció un discurso: ``Todas las nacionalidades deben pronunciarse más y más y las naciones formarán una conversación entre sí''.
David D'Angeres me parecía Sócrates.
Bajo, sencillo, feo, voz pausada y tranquila.
``El arte debe ser casto me dijo, la humanidad es muy inclinada al sensualismo. En todos los pueblos se encuentra a la escultura para expresar las ideas del pueblo. En la edad media se representaban los pecados, los pueblos salvajes en la proa de sus canoas pintaban lenguas, caras de combate''. Monvoisin es un hombre distinguido: --Qué de poesía no debe haber entre ustedes, entre los araucanos.
B: --Hay mucho que trabajar, los bellos asuntos no faltan ni los hombres tampoco.
Didier me habló de sus viajes y me preguntó algo sobre Chile. Cabello blanco, hombre tranquilo, bello porte''.
V X
Traduciendo una nota de los Evangelios escribí a Lamennais.
``Mon père: No he encontrado más que una sola cosa en la traducción que hago de los Evangelios, en que difiero de vuestra opinión. Decís: ``La opinión a los consejos de Dios y la resistencia a la salvación viene siempre de lo alto''.
No tengo necesidad de deciros cual es mi objeción. Explicadme si estoy en el error o si interpreto mal vuestro pensamiento, etc.'' Contestación.
``No se trata, mi querido hijo, de la salvación individual, en sentido teológico, sino de la salvación de la sociedad y de los consejos de Dios sobre ella, cuando quiere renovar el mundo, como lo he indicado más abajo hablando del bautismo del porvenir. He aquí mi pensamiento, lo creo verdadero, pero puede ser que no esté expresado con bastante claridad. A vous de coeur.
F. Lamennais.
Adición. Olvidaba deciros que en el pasaje en cuestión, d'en haut, significa, elevadas condiciones, altos rangos de la sociedad, y no de Dios como creo que es como lo habéis entendido''.
Me humillé de mi poca penetración'', dice Bilbao.
V X
Con motivo de la reelección del general Bulnes para Presidente en Chile había habido alguna agitación, y a consecuencia de ella, hubo prisiones y destierros de aquellos que hacían la oposición. Con tal motivo escribía: Abril 1846. ``He recibido cartas de Chile.
Mi hermano Manuel ha estado preso en un horrendo calabozo. He sentido placer y orgullo. Se ha portado como hombre. Mala comportación de mis amigos. Me separo de amigos que amo.
La libertad es primero que todo. Se atacan en mi país las instituciones libres, y ellos defienden el poder, ¿dónde estáis pues almas entusiastas que había conocido? Este paso me ha servido, he resuelto sacrificarme. Yo iré a pedir cuenta del sentimiento, de la libertad y desgracia a los opresores y corrompidos porque siento un gran poder en mí. Amigos P. E. L. ¿Será posible? ¿Volveré a mi Patria y no os daré la mano republicana? Mi hermano me dice: ``los recuerdos de las prisiones de mi padre, de los grillos y la serenidad de su alma en medio de tales tormentos, te aseguro que me daban más ánimo que los que naturalmente tenía''.
He aquí hermano mío, líneas de hombre y de hijo, y de ciudadano, yo te abrazo. Sufrimos en nuestra familia, lo que prueba que su raza es bien templada. Bendito sea mi padre, él ha despertado espartanamente en mí el carácter de ciudadano. ¡Padre mío! Ten placer en tu interior. Yo busco a Dios y a Chile, tengo a la libertad, y de aquí iré a hacerte sufrir más en mis sufrimientos futuros. Pero tengo una madre, Dios mío. Dura es la condición. ¿No es verdad, Dios mío que les bendecirás? Caiga sobre mí toda la impiedad, toda duda, sea mi padre feliz y siempre, oh Dios, ¡tú serás Dios el padre!''
V XI
``He ido al Palais Royal y a la vista de la Estatua de Leonidas elevaba un himno interno: quisiera descender a las entrañas de tu ser para ver allí lo que pasaba, de virtud, de deber, de amor patrio, de gloria, de fuerza. Dios sin duda estaba presente a tu memoria, y también el amor de los hombres, porque te creías inmortal y decías: ``¡viviréis, rocas de las Termópilas!'' ¿Veíais acaso el mundo de Eher a donde ibas a pasar, contemplabas los siglos venideros estremecerse al ruido de tu nombre? ¡Y ese estremecimiento del ser en la sensación del infinito! ¡Y esa inmovilidad de la fuerza, faz a faz con el pensamiento del deber! ¡Y ese ímpetu desconocido, atracción invencible, aspiración divina, gloria, mundo de luz que perseguimos, heroísmo, amor, combate, muertevida de admiración en la posteridad! ¿Qué es eso, oh Dios, que sentimos en los momentos de la fuerza? ¿Por qué al contemplar esos hechos, siento que me arranco de la tierra, que me convierto en cometa desenfrenado, en ráfaga de luz? Se aligera el cuerpo de su peso, desaparece lo que nos rodea, vemos un blanco, una estrella que nos atrae, nos devora, reposamos en Dios. Sí, señor, dame esos momentos en acción, dalos a la humanidad, ¡yo te bendigo, Dios mío!''.
V XII
``15 de mayo. Voy a las Tullerías y dejo la siguiente carta: Al rey. Señor: Ya están en los Inválidos las banderas tomadas en el combate de Obligado.
Señor: comprended el dolor de un pueblo que se levanta ensangrentado, al divisar esas banderas en el templo de la justicia de la Francia. Han sido tomadas al bárbaro, pero son los colores de una nación juvenil, evitad un odio, aumentad un amor hacia el pueblo que presides.
Al lado de las banderas de Austerlitz, colocas las de un pueblo infantil y destrozado. Tenedlas en depósito sagrado, pero no las ostentes junto a las cifras gigantescas con que la Francia ha escrito su justicia y su poder.
Pueblos de América, nacidos de ayer, sintiendo el porvenir temblando en sus entrañas, ¿hemos de sentir el puñal en nuestras almas? ¿Será la Francia, la nación de la esperanza, la que abata a los soberbios, la que revuelva ese puñal entre sus manos? Rey: oye el grito del gran dolor, atiende al pudor de una nacionalidad naciente, abre el corazón de la Francia al amor de las repúblicas americanas. Buenos Aires y México son dos heridas que los americanos llevamos en lo íntimo.
Francisco Bilbao, estudiante chileno''.
V XIII
Agosto de 1847. ``Entro donde Lamennais y espero un momento en la antesala porque había uno, pero sabiendo mi nombre me llamó y lo encuentro con un joven clérigo.
Asistí a una bella discusión: Estáis muerto, le decía, sois 50.000, tenéis los seminarios, los catecismos, las cátedras, el confesionario, las donaciones, 30 millones de francos del presupuesto, prensa, libros, escuelas, casi toda la instrucción primaria, protección, recursos, etc., y sin embargo ¿no avanzáis? Es porque estáis muertos. Si otra idea tuviese a su servicio la cuarentava parte de lo que vosotros tenéis, ella desbordaría. ¡Y queréis arrastrar al resto con vosotros!''.
V XIV
Visita a Michelet. ``Comía, y al entrar me dijo: lo que falta es que usted se siente con nosotros. Tenía dos convidados. Bernard era uno.
Qué conversación tan animada. Se hablaba de animales y se habló del cóndor.
Michelet: --El señor es de Chile, es un bello país y por lo que aparece, es enérgico.
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Al despedirme me detuvo en la escalera para ofrecerme sus relaciones en el viaje, que iba a emprender.
M: --Vea usted a Michelet de Berlín que lo presentará a Grimm, el sabio de la Alemania.
En Milán a Manzoni''.
He aquí la carta que le dio la recomendación: ``Monsieur Monsieur le professeur Michelet à Berlin.
Permitidme el recomendaros a vuestra benevolencia un joven que Mr. Quinet y yo, miramos cual si fuera nuestro hijo, el señor Francisco Bilbao, de Chile. Y quiera el cielo que alguna vez tengamos un hijo tal... Es un genio aun envuelto, mas nosotros hemos penetrado en él y hemos encontrado un carácter fuerte y profundo, que desarrollado debe ser un grande hombre.
J. Michelet.
Paris, octubre de 1847''.
En igual fecha Bilbao dejaba a París para recorrer las principales ciudades de Europa.
Le seguiremos muy a la ligera, tomando de su diario lo que creemos más propio de este trabajo.
1848. 1849
En el rápido extracto que hemos hecho de lo que concierne a pintar a Bilbao por sí mismo, revelando su vida con los hombres notables de Francia, hemos omitido dar una idea de su vida diaria; pero esto sería penetrar demasiado y alejarnos del punto esencial que nos hemos propuesto al escribir estas páginas: manifestarle en su vida pública, relacionada con el interés de la sociedad.
Las ocupaciones que se había impuesto no le dejaban tiempo para entrar en la vida común de París.
En sus narraciones se ve la lucha que se establecía entre su naturaleza, sus pasiones juveniles, las tentaciones que le asaltaban, los amores que se le aparecían y la victoria que obtenía por medio de la conciencia del deber.
Todas sus fuerzas estaban absorbidas por el estudio, al extremo que se consideró sin necesidades materiales, propias de la juventud. Puede verse esto en la carta que escribía a su padre en 1845 al indicarle los gastos que hacía: ``con 45 pesos fuertes tengo lo suficiente''. ¡Y en París! Fue así que adquirió esa instrucción vasta, esa profundidad nada común. Sus grandes placeres eran visitar a los americanos, y predicarles la cruzada de la República. En los banquetes, reuniones particulares, sus brindis eran dilucidando algún punto democrático. Asistía a las conferencias que tenían los profesores y allí disertaba con soltura. Tenía el don de la improvisación.
Citaremos una de ellas.
``Conferencia donde Cremieux.
El orador católico habla de la unidad.
Servian le dice que la unidad es la muerte. El orador replica: --¡ah! y la República se llama una e indivisible.
El auditorio se conmueve.
--¿El señor interruptor no puede contestar?-- interroga el presidente.
Servian quedaba atolondrado.
--¿Quiere usted que yo responda?-- le dice Bilbao.
--Sí, hablad-- (muchas voces)''.
Se levanta y dice: ``Se habla de unidades prematuras. La unidad definitiva es la ciencia absoluta, esto es imposible, luego toda unidad exclusiva lleva en sí el germen de muerte. El papado por ejemplo''.
Servian: --Eso es.
Dessus dirigiéndose al orador: --responded a lo que acaba de decir Mr. Bilbao.
La concurrencia aplaude.
El orador balbucea y pide tiempo para contestar''.
De este modo se pasaban las noches a veces, otras en casa de sus amigos, muy pocas en los teatros; sólo dos en los bailes públicos de donde se retiró indignado.
Pero no se vaya a creer que el corazón lo tenía seco para el amor. Conocemos la única pasión arraigada que lo conmovió desde esa época (1847) hasta muchos años después.
Es un verdadero romance en que resalta la pureza de los sentimientos, la elevación de los corazones, la ternura más conmovedora. No es este el momento de escribirlo. Sigámosle en sus viajes.
El 1° de octubre de 1847 salió de París en compañía de varios amigos en dirección a Dresde. Visitó a Praga, Viena, el Danubio, Linz, Munich, los Alpes del Tirol, Venecia, Padua, Milán, los Apeninos, Génova, Livourne, Pisa, Florencia, Civita Vechia y Roma. Era aquel un viaje de estudio, en el que las impresiones se sucedían, los monumentos deslumbraban. Museos, establecimientos de todo género. Iba por esos países haciendo revivir el }} pasado histórico en su mente y aplicándolo al presente que palpaba.
VI I
Estando en Munich un señor Dumond contó que por las noches los jóvenes se reunían en un restaurante a conversar y que había allí un conde húngaro muy original. Sostenía que no había vicio ni virtud --no creía en Dios-- y que éramos frutos bastardos de los animales.
``Me pidieron fuera a discutir con él y accedí gustoso. Ellos bebían, yo pedí té y observaba la fisonomía de mi hombre. Joven, pero gastado, --arrugas-- los signos del vicio, la mirada apagada. Bebe mucho, lee mucho, no sale sino de noche y se levanta a las 3 de la tarde. Se formó el círculo y la discusión se empeñó. Remontamos al origen de las cosas: la creación. Pruebas ontológicas, pruebas sicológicas, estas últimas lo embarazaron más.
--¿Usted cree en sí mismo?-- le interrogué.
--Sí--, contestó.
Bilbao: --Esto me basta para rehacer sus creencias.
Húngaro: --Todo lo que sabemos es por los otros. Si no fuera así, no tendríamos preocupaciones.
B: --¿Y quién le ha enseñado a usted la creencia en sí mismo? (Titubea.) H: --No hay bien ni mal.
B: --¿Hay orden en el mundo? H: --Sí, pero temporal, cesará al fin.
B: --¿Cree usted que cesarán las condiciones esenciales de los seres? Usted no cree sino en la materia, pues bien ¿cree usted que habrá materia sin anchura, largo, profundidad, sin divisibilidad, sin pesantes, sin lado izquierdo, sin lado derecho? H: --No.
B: --Luego esas condiciones son inmutables del orden en la materia. Sin ellas ésta no puede existir. Luego hay un orden que no varía. (Embarazo para contestar.) El auditorio quería arrancarle una confesión explicita de mis consecuencias, pero él, daba vuelta y seguía otra cuestión. Entonces conocí el poco fondo de su escepticismo.
B: --Hemos probado el orden en la materia.
¿Cree usted en el pensamiento? H: --Sí.
B: --¿Y en la lógica? H: --También.
B: --Pues la lógica es el orden en el pensamiento.
Aquí hubo un largo silencio y Dumond le dijo que no había qué responder.
H: --¿Y qué es lógica según usted? B: --La ley única que preside al desarrollo del pensamiento.
--Hemos visto cuales son las condiciones esenciales de la materia.
H: --De lo que conocemos, de otra no podemos afirmar.
B: --De toda materia. No puede, según la lógica, existir sin atracción, sin anchura, sin extensión. ¿Podrá usted decirme cuál es la extensión, la anchura del pensamiento? ¿Si lo puede usted dividir en dos pedazos? ¿Si lo puede usted pesar y decir: éste es el lado izquierdo y el lado derecho del pensamiento? H: --No.
B: --Luego, si el pensamiento existe y si existe sin las condiciones esenciales de la materia, es claro que no es materia.
Entonces se puso a hablar sobre que todo era enseñado; que nada sabíamos y que éramos bastardos de los animales.
La otra cuestión fue sobre el bien y el mal.
No hay diferencia, decía él.
B: --¿Hay verdad? H: --Sí.
B: --¿Hay materia? H: --Sí.
B: --¿La verdad es lo mismo que la mentira? H: --No.
B: --Luego el que sostiene que dos y dos son cinco, contraría el orden matemático. ¿Es bien o es mal? ¿Es lo mismo lo uno que lo otro? H: --Pero no se trata de eso, hablo de la moral establecida por los hombres.
B: --Convengamos primero en que hay verdad y bien, después iremos al fondo de la cuestión.
Aquí se levantó mucha bulla. Todos interrumpían, todo se embrolló y allí quedamos''.
VI II
Al pasar por Praga lo más notable que encontró fue el castillo del célebre hombre llamado el Tirano Erelino, ``pero que debe llamarse el monstruo más espantoso que ha producido la especie humana. El castillo es pequeño, muy poco fortificado y el actual propietario lo conserva fielmente. Todo es pequeño. Entramos a las prisiones subterráneas a imitación de los pozos de Venecia. Lo que allí se ve es inconcebible, no hay exageración en todo lo que pueda decirse. Cada calabozo oscuro, bajo, pequeño, encierra todavía los cadáveres que allí vivieron; en cada uno un tormento diferente para hombres y mujeres. Yo, Dios mío, pedía venganza, pedía un infierno espantoso para semejante furia. A cada paso temblaba. Tormento para arrancar la cabeza, para cortar las manos, para desarticular los miembros. Las murallas tienen cadenas, argollas en las cuales se suspendían a los prisioneros. Había la muerte lenta, suspendidos por los pies, por el pescuezo. Otro era, el encadenar a un hombre a la muralla; hacerle caer sobre el cráneo constantemente una gota de agua. Se le daba alimento para que viviese y moría taladrado lentamente. ¡Figúrese uno los días, los meses, las horas de semejante vida! Esto parece que es capaz de conmover los cielos.
Había ataúdes en los cuales se hacía morir a los hombres de podredumbre comidos por gusanos.
En algunos calabozos hay en medio de la pared una reja de hierro tras de la cual se ponía la cabeza del prisionero y por medio de una máquina se tiraba una cadena que atraía al hombre por el pescuezo hasta que se le separase del tronco. Hay puertas condenadas, como nichos, en los cuales se sepultaba a los vivos. Pero entramos a un pequeño cuarto que iluminaba una ventana con una fuerte reja. Era la habitación del monstruo, allí en medio de sus víctimas. Está su silla; las paredes están colgadas de los instrumentos que inventaba y trabajaba. Garfios para arrancar las uñas, para arrancar la pupila de los ojos, --por Dios--, me decía, --¡hasta cuándo! En su cuarto hay nichos, en ellos calaveras y huesos. Tenía otro pequeño cuarto en el cual había ventanitas que comunicaban con los lugares del tormento y donde ese monstruo ponía el ojo para ver el efecto de sus instrumentos; me asomé y retrocedí de espanto en medio de ese silencio que me repetía los horrores de aquel tiempo, pues mi vista se engañó y no sabía que el dueño del castillo por medio de pinturas había conservado casi real el horror de esas escenas. Se ve a un hombre a quien suspenden --otro a quien desgarran-- en fin, la imaginación aquí no puede sobrepasar la realidad. Y cosa inconcebible; al lado de los instrumentos está el rosario del tirano. Vi su retrato y su vista me sorprendió, pues que su fisonomía no me reveló el infierno de su alma. Entonces dije: falsa es tu ciencia, Lavater; falsa tu ciencia, Gall''.
VI III
``En Milán fui presentado a Manzoni, lo cual agradecí, pues no recibe sino a las personas conocidas. Es poeta y uno de los primeros patriotas de la Italia. Tiene como 57 años de edad y su fisonomía es muy dulce, su perfil inspirado, su mirada angélica.
Hablamos de Quinet y Michelet. ``Todo lo que agita al mundo debe traducirse al francés, --me dijo--; es un signo de poder''.
Tratamos de filosofía, discutimos algo y me habló mucho de Rosmini, abate tirolense, hombre muy hábil, joven cuyo retrato me mostró, diciéndome: ``tengo orgullo en ser su amigo. Se lo he recomendado a Cousin y ahora lo aprecia mejor''.
Discutimos las cuestiones más arduas de la metafísica y vi que era fuerte. Me hizo detener en ellas, diciéndome que le gustaba esa discusión.
Es enemigo del idealismo subjetivo, pero yo le decía que toda filosofía debe empezar por el cogito de Descartes. ``Él empieza por la existencia'', me dijo.
--Pero la existencia es revelada en el yo, le respondí.
Hablamos del catolicismo, le expuse mis argumentos. Es lo que llaman neocatólico.
--¿Usted cree que la iglesia se levante?, le pregunté.
--Sí, me contestó.
--¿Con el papado? --Sí, es mi esperanza.
Me hizo leer varios trozos de Rosmini.
``Sobre Alemania, --me dijo--, sus textos son causados por el protestantismo''.
Estuvimos tres horas''.
VI IV
``¡Venecia! Niño, muchas veces oí hablar de ti, Venecia. Los poetas y los historiadores me contaban tu vida, y varias veces a 3.000 leguas de distancia, yo me sentía en una de tus góndolas, pasando bajo el puente de los suspiros, o circulando en tu plaza en medio de los grupos del baile o de la conspiración.
He venido, te he visto, he recordado y he meditado sobre tus ruinas, porque eres ruina, bella ciudad, aunque el tiempo no ha derribado ninguna de tus murallas.
La gloria, el amor, la libertad, han sido mis amores. La gloria la has tenido, ella ha coronado tu frente con el triple rayo: el trabajo portentoso, el heroísmo del guerrero, la fuerza de tu vida.
¡Gloria a ti Venecia! El amor, en las olas de tus lagunas, en los balcones de tus palacios, bajo las bóvedas doradas de tus templos, a la hora de la mañana y bajo la luz de la luna, el eco me repite tus suspiros y tus dulces palabras.
Bajo el sol de tu cielo, en medio de los resplandores de tu gloria, al lado de los peligros y en el torbellino de tu vida, la ilusión era grande y aspiraba al infinito. Adiós amor de la Venecia gloriosa. Un suspiro a tus noches encantadas, ¡ay! ¡Eso es lo único que te puede dar el que te ama! Amor a ti Venecia.
Cuando tus hijos primitivos huían del bárbaro, y que tú te levantaste del seno de las aguas para vivir sobre las aguas, cuando abrazabas a tus islas con la cadena de tus puentes, vosotros respirabais el aire de la libertad y erais iguales.
El mar vio una nube de piedra, inmóvil donde todo marinero era soldado, donde todo soldado era ciudadano. La libertad cimentó tus murallas, la libertad te preparó el dominio del Adriático y allí, al frente del horizonte indefinido, la libertad aspiró al infinito. El cielo te amó y su manto de estrellas ilumina tus noches y el sol te trae los resplandores de tus bellos días.
¡Libertad Venecia! Cayó tu gloria, pues eras esclava; cayó tu amor, pues eres una concubina del Austria. ¡No tienes libertad y aún vives en apariencia! ¡Pero recibes tu castigo! Nada vive y todo existe como era, pero el soplo de la muerte ha convertido tus armas y tus inscripciones en epitafios funerarios.
En el frente de los templos y palacios, veo la mano desconocida que escribe sin cesar: Aquí fue Venecia.
Tu cuerpo existe como un bello cadáver embalsamado con los perfumes del Oriente''.
VI V
En los meses que viajaba tuvo lugar el gran sacudimiento iniciado por la Francia en febrero de 1848, que derribó la anarquía de Luis Felipe.
A este ejemplo Carlos Alberto, rey de Cerdeña, encabezó la revolución destinada a emancipar la Italia. Vanas eran las concesiones que hacían los príncipes reinantes ni las que Pío IX se apresuraba a iniciar para contener que la república penetrase, se sobrepusiera al absolutismo que antes existiera. Los pueblos de la Toscana, de Lombardía y de Roma se insurreccionaban a la voz de independencia. Bilbao presenció estos movimientos y enseguida regresó a París. El 1° de junio abrazaba a sus amigos. Encontró la Francia en manos de un gobierno provisorio.
La asamblea se ocupaba de determinar la forma de gobierno que debía establecerse y dictar una constitución. Allí se encontraban los hombres más prominentes y entre ellos Lamennais y Quinet. Éste, además del cargo de convencional había sido nombrado coronel de la 11 a Legión de la Guardia Nacional, compuesta de 10.000 hombres.
Mientras la convención se ocupaba en tan importantes trabajos, las masas de París eran trabajadas por la multitud de sistemas que entonces se preparaban.
Los socialistas, los comunistas etc. Estos últimos y todos aquellos que querían invadir los derechos individuales, trataron de aprovechar el interregno que había entre la constitución del año 30, abolida ya, y la que trataba de darse.
Contribuía a alentar ese espíritu la vaguedad de las discusiones en la convención y la ausencia de miras directas hacia la verdadera república.
Bilbao escribía entonces: ``Medito sobre los primeros principios políticos y veo que la Francia está muy lejos de la libertad. No la comprende, su educación es militar, una, el estado, el centro''.
En efecto, la insurrección comunista estalla el 23 de junio y termina el 26. Allí sucumben 15.000 hombres y la convención triunfa.
Bilbao obtiene un salvoconducto del coronel Quinet y con él atraviesa la ciudad, asiste a la toma de las barricadas y presencia esa sucesión de heroísmos que abisman.
Promúlgase la constitución y con ella la República.
Llegan entonces las noticias de la expulsión del Papa y proclamación también de la República en Roma, la de los estudiantes de Viena y sus combates, la sublevación de la Hungría y de la Polonia. La Convención no acude en protección de estas sublevaciones, deja perecer la Hungría, sucumbir a Carlos Alberto, asesinar la Polonia y termina por votar subsidios al Papa y mandar un ejército que lo restituya a Roma.
A vista de estas apostasías, Bilbao escribía en los diarios: ``la Francia va a faltar a su palabra.
La Francia va a mentir. La Francia se suicida para el porvenir''.
Quinet renuncia al mando de la legión. ``No quiero ser traidor'', dice. ``La Francia debe pagar su inmoralidad'', agrega profetizando }} delante de sus amigos el porvenir de la Francia, ``y pasará por un infierno de los males''.
A la vez que la política ocupaba la atención de todos los pueblos europeos, en París habían reaparecido los cursos públicos y Bilbao se consagró a ellos, entrando en relaciones con Dumesnil y el célebre poeta polaco Mickiewicz.
En uno de esos cursos tumultuosos llega la ocasión de subir a la tribuna a Mr. Lerminier.
La juventud se encontraba indignada con la conducta de este hombre, habiéndose mostrado en un principio partidario de la libertad y apostatado más tarde defendiendo los gobiernos fuertes. Había excitación contra él. Las salas de La Sorbona se encontraban llenas de gente. Sus amigos y partidarios y sus enemigos. Bilbao entró al curso. Mira a Lerminier y califica la mirada del hombre de mirada de un canalla.
Lerminier comenzó a hablar. Bilbao no puede contenerse y exclama a toda voz: ``no hay derecho a la palabra cuando se ha faltado a ella''.
Sucede un tumulto. La policía entra y arresta a algunos estudiantes. Bilbao queda. Lerminier sigue usando de la palabra y entra a hablar de la libertad. Bilbao le interrumpe, diciéndole: ``¿cómo tenéis la audacia de atreveros a hablar de libertad, vos que la habéis escarnecido?''.
La policía le contesta por Lerminier llevándole preso. Se les sigue proceso verbal y salen en libertad.
Este fue el último acto de su vida en París.
Regresó a América con el alma henchida de esperanzas por el porvenir de Chile y repleta de desilusiones respecto a la Francia y a la Europa entera.
Después de cien días de navegación, el 2 de febrero de 1850, a los cinco años seis meses de ausencia, llegaba a Valparaíso. Desde la cubierta del buque, a vista de la tierra de Chile, dirigía la palabra a los Andes. ``¿Qué tenéis montañas en vuestros abruptos perfiles para remover ciertos fundamentos misteriosos de mi ser?''. Y luego, entregándose a la contemplación del cuadro que se le presentaba, transcribía a su libro de memorias estas palabras: ``El sol se levanta entre el ángulo de dos montañas que se elevan como dos pirámides unidas por su base. Brilla en sus adornos, pero polvoreando el oro y coronando de aureolas los perfiles y los altos picos. Sombras que proyecta, inmensidad que revela, matices indefinidos de colores, palpitaciones del espacio, el ejército de estrellas que se hunden, el océano que parece extender su faz para vivir de su luz y esa potencia de formas que parece emanar de su fuerza, todo me lo hace perecer como una palabra de Dios que venía de escuchar en los primeros días de la creación. Y esa palabra apareciéndose con el esplendor de la omnipotencia sobre los Andes de Chile como sobre un pedestal de heroísmo, y yo, que en ese momento decía: ``Padre nuestro, santificado sea tu nombre'', vi a Chile santificando al Señor y el sol sobre los Andes y la unidad inerrable de fuerza y de pureza, que la inmensidad visible presentaba. Era la apoteosis profética de una nación que va a lanzarse a los campos heroicos''.
Desembarcó y su nombre fue repetido con entusiasmo por el pueblo, con duda por los que se decían liberales, con sospecha por los llamados conservadores. Aquellos recordaban al niño del jurado que había defendido la emancipación del pensamiento, abogado por la mejora de las clases obreras; los segundos esperaban que las persecuciones pasadas, el anatema de la sociedad, lo habría hecho cuerdo y vendría a poner al servicio del partido su influencia y su inteligencia poderosa; y los terceros confiaban en que el contacto de las sociedades monárquicas, la corrupción del gran mundo lo hubiesen hecho someter sus convicciones al interés de adquirir fortuna y quizá un móvil tal podría procurarles un afiliado o cuando menos inutilizar la alianza de él con los opositores.
Por tales causas se puede comprender el recibimiento que se le hizo. De todos los partidos recibió felicitaciones.
Bilbao se encerró en sí mismo. Contuvo la manifestación de sus tendencias y se contrajo a observar, a estudiar los hombres, los partidos, las ideas, los fines que se proponían. Esto no le fue difícil. La situación de la República era casi la misma que cuando la dejó en 1844, con cortas diferencias. Para comprenderla bosquejaremos lo que había pasado en Chile en los cinco años que permaneció en Europa, bosquejo necesario para que se comprenda la cruzada que iba a emprender.
En el capítulo primero de este trabajo dimos una idea de los partidos que habían nacido en 1828, el triunfo del partido reaccionario en 1830 y las conspiraciones que aquejaron a Chile hasta 1840, en que subió al poder el general Bulnes. En esa época los conservadores propusieron a los liberales la fusión de los partidos para cimentar una paz durable, pactando la repartición de los destinos entre los hombres más capaces, la organización de las Cámaras dejando absoluta libertad en las elecciones y algunas reformas en las leyes administrativas que conciliasen las aspiraciones de unos y otros, tomando un término medio. Como garantía de este arreglo empeñaron los hombres su palabra y, como sello de la buena fe que animaba a los partidos, Bulnes se casó con la hija del general Pinto, candidato de los opositores. Desconocido este pacto por Bulnes, los liberales después de cinco años de silencio quisieron aprovechar la reelección que se presentaba en 1846 para desplegar la bandera de oposición. Esta vez, la oposición era encabezada por dos hombres que habían adquirido algún nombre en las pasadas contiendas civiles: don Pedro Godoy, antiguo coronel, de espíritu ardiente, pasiones fuertes, gran inteligencia natural y de gran espíritu para manejar la pluma; y don Pedro Félix Vicuña, hijo del Presidente que en 1829 había abandonado el poder, hombre de prestigio por la familia numerosa a que pertenecía, por sus escritos en defensa de los derechos políticos, de corazón impresionable, noble de carácter, valor pasivo, patriota, pero sin malicia, sin las dotes necesarias para comprender la causa que representaba y fácil de caer en las redes que le tendieran sus amigos y enemigos. Era, lo que había sido para su partido Luis XVI, así como el otro podía decirse que era lo que Camilo Desmoulins había sido entre los jacobinos.
Dada la voz de alarma por estos dos hombres en la prensa, y sobre todo en el ``Diario de Santiago'', acudieron los viejos liberales con el fuego de sus primeros años. Pasóse revista, faltaba gran número de ellos, la mayor parte muertos sin transigir. La juventud permaneció sorda con cortas excepciones, pero la masa acudió en sostén de los que pedían libertad para el pueblo.
Esta oposición degenerada en cuestiones personales, sin iniciar reformas positivas, sin elevación de miras, sin ideas nuevas, sucumbió ante el poder desplegado por el ejecutivo.
En lo serio de las polémicas apareció de ministro un hombre nuevo como poder en las filas conservadoras, don Manuel Montt, de carácter fuerte, enérgico, ilustrado, pero con ideas calculadas para atraerse al partido reaccionario y crearse un nombre en ese terreno que más tarde le sirviese para llegar a la presidencia. Este ministro imprimió a la administración su carácter, optó por las medidas violentas y organizando el predominio de la fuerza sobre la ley, no esperó la muerte natural de la oposición, se alarmó con la excitación de las pasiones y procedió de hecho a exterminarla. Fusiló al pueblo en Valparaíso y encarceló a los que dirigían la oposición poniendo a la República en estado de sitio.
Triunfó Bulnes y una vez restablecida la marcha normal del país, Montt se retiró del ministerio y le sucedió don Manuel Camilo Vial, pariente del Presidente, hombre hábil, sin carácter, enemigo de Montt, aunque del mismo partido. Las primeras medidas fueron deshacer lo que su predecesor había hecho, restablecer el imperio de la ley, conceder libertad en las elecciones, amnistía general. Era el plan de este ministro despopularizar a Montt y cortarle las alas para llegar al poder. De aquí nació que el Partido Conservador se dividiese en dos bandos: ultra conservadores, que no admitían reforma de ningún género y establecían por ideal el despotismo de los estados de sitio, representado por Montt; y el otro, que admitía ciertas reformas públicas, daba vida a las corporaciones municipales y detestaba las medidas violentas, representado por Vial.
Animábase la lucha entre estos partidos con motivo de la elección para Presidente de la República que debía hacerse a fines de 1850, cuando llegó Bilbao de Europa.
Visitáronle ante todo los representados por Vial y le ofrecieron la redacción del diario El Progreso. No la admitió, porque veía que se le imponían condiciones: sostener al gobierno, no hablar de religión. Desechó la oferta sin dar la razón de su negativa, a pesar de hallarse sin recursos . ``¿Qué pensáis hacer entonces?'' le interrogaron. ``Pronto lo sabré'', fue su contestación. Bulnes mandó llamar a don Rafael Bilbao y le dijo: ``amigo, su hijo de usted puede ser muy útil a la Patria. Yo quiero la felicidad de ésta y nada más, y al llamarle es para manifestarle mis buenos deseos para con usted y su hijo. Yo espero que un patriota como usted influirá en su hijo para que nos ayude. Es necesario que cada ciudadano contribuya con su grano de arena a afianzar el bien de Chile''.
Don Rafael Bilbao agradeció la demostración que se le hacia y se retiró contestándole: ``Esté vuestra excelencia seguro que mi hijo y toda mi familia trabajarán siempre por el bien de la Patria y jamás nos apartaremos de los principios que tiendan a ello''.
Pocos días después se creó la oficina de Estadística y Bilbao era nombrado uno de sus empleados. Al mismo tiempo entraba de oficial en la Guardia Nacional.
Alejado de la política, sin aceptar ninguno de los partidos que militaban, abrió sus labios para desaprobarlos, ninguno le satisfacía. Los que le oían le aplaudían, pero al propio tiempo lo observaban: Todos no son Cristos.
En esos días sucedía un cambio en la escena política. Los ultra conservadores derribaban a Vial del ministerio y se apoderaban de la confianza de Bulnes. El partido que descendía pasaba a ser de oposición y ser organizaba en una asociación llamada ``Reformista'', compuesta de los hombres que figuraban en el partido, resuelta a luchar por el triunfo del caudillo que presentaban, Errázuriz.
Este partido fue robustecido con la afiliación de la mayoría del Partido Liberal.
Bilbao asistió a esta sociedad y permaneció mudo algunas noches, observando. De allí dedujo que los opositores no eran liberales, no sabían lo que era la democracia, no comprendían el sistema republicano. ¿Qué hacer en tal situación? Se retiró de la política militante y fijó sus miradas en otro terreno que permanecía inculto y olvidado. La base de la República no está en el triunfo de éste o aquel caudillo; si no se tiene antes la regeneración social jamás se tendrá el resultado, el fruto ostensible, que es la regeneración política.
Vio, pues, que los partidos gastaban sus fuerzas en cuestiones de fórmulas y que el trabajo que había que emprender era otro: enseñar la ciencia republicana a las masas, quitar ese elemento explotable a los partidos y echar las raíces de la regeneración. De esta idea nació la ``Sociedad de la Igualdad''.
Lo único que pedía a los políticos de todos los partidos, al poder sobre todo, era la garantía del derecho de asociación.
``Respetad ese derecho'', decía, ``y os respondo que no militaremos en la contienda que tenéis''.
¿Por qué razón Bilbao no se alistaba en la oposición? ¿Qué ideas tenía ésta? ¿Qué quería aquel? He aquí lo que vamos a demostrar en el siguiente capítulo.
Bilbao difería con los hombres del Partido Liberal en el punto de partida que la filosofía da al sistema democrático. Se encontraban separados por una barrera enorme. De esta separación nació el papel excepcional que Bilbao vino a representar no sólo en su país, sino en la América y le ha dejado como el tipo de una nueva escuela. De aquí su personalidad en la historia, su importancia en la sociedad. Timbres gloriosos que jamás podrán arrancarle ni sus enemigos ostensibles ni los que se creyeron oscurecidos por la sombra que arrojaba su estatura colosal.
Sí, lo repetimos y lo repetimos hoy, porque ya es tiempo de hacer justicia al hombre que tuvo que mendigar la hospitalidad fuera de su Patria, al que sufrió todas las torturas del desenfreno de las pasiones, todos los desengaños de las defecciones íntimas, y ¡por qué no decirlo! Seamos francos, tuvo por enemigo implacable los bajos sentimientos: la envidia.
Víctima ilustre del corazón más puro, ¡jamás conseguirán arrancar la inmortalidad a tu obra! ¡No! Porque ahí está la razón humana para azotarles el rostro a los que lo intentaran.
Sigamos.
La España nos había mantenido privados de los derechos civiles. Obtenida la emancipación; los partidos que se consagraron a trabajar por la libertad creyeron; como creen hasta hoy, que ésta se encontraba en el ejercicio de los derechos civiles. Los derechos civiles eran para ellos los que determinan el ejercicio de la soberanía, sea en las concesiones o facultades que acuerda la ley al gobernante; sea en los que el pueblo se fija para establecer las relaciones entre gobernantes y gobernados. Asegurar el ejercicio de estos derechos, procurar ampliarlos en éste o aquel sentido era todo el fin a que se encaminaban los liberales. Inútil parece advertir que el partido conservador tendía a restringir el ejercicio de semejantes derechos.
Pero ¿estos derechos, podían ganar terreno, triunfar, encontrar eco en la conciencia hasta llegar a formar el ideal del gobierno democrático? ¿El gobierno de sí mismos? Los liberales creían que sí y el único escollo que encontraban era no poder subir al poder para dictar las leyes ad hoc. Creían encontrar la libertad en la ley escrita, en la fórmula, en que se viese la libertad, pero olvidaban, como lo olvidan hasta hoy, que la libertad civil no puede nacer sino de la emancipación del hombre moral. De este error imperante nacía que los liberales hacían ostentación de sus creencias ortodoxas, que buscaban la alianza del clero, que ponían a la cabeza de las listas electorales el nombre del arzobispo; de aquí esa falta de consistencia en los hombres para arribar a los principios; esas luchas personales que encarnaban la idea en las personalidades; ese palabreo sin conciencia.
Todos los partidos pedían educación para las masas y en el prospecto de las materias que querían enseñarles figuraba en primera línea: religión católica. ¿Los ejemplos históricos de América no les hacían ver que hombres que hoy proclamaban esa especie de libertad, la libertad temporal subían mañana al poder y bajaban despopularizados sin haber hecho cosas durables? ¿No pensaban que la causa del mal, lo que impedía el afianzamiento de la libertad, no era la mayor o menor tirantez de los gobernantes? Subían al poder, ¿por qué caían? ¿Por qué venía la reacción conservadora? ¿Cómo se sostenía ésta? La causa del mal no estaba, pues, entonces, en las leyes escritas, se encontraba en la esclavitud moral del ciudadano colectivo.
Muchos veían el mal pero retrocedían al examinarlo. Se les presentaba una sociedad compacta esclavizada por sus creencias religiosas, y como no querían la emancipación moral del ciudadano, sino el triunfo de éste o aquel caudillo, a trueque de ganar prosélitos, lejos de atacar al enemigo en el corazón lo fortificaban alentando esas creencias. De aquí las derrotas sucesivas del partido liberal.
El triunfo, pues, de la República, no estaba en el triunfo de caudillos ni de leyes que nacían de los labios, sino del alma. Sin embargo, de esta verdad, que se ve al hacerse el estudio de los partidos en la América Meridional, los hombres mas avezados en las ciencias políticas, aquellos que puede decirse han conquistado el derecho de ser respetados por sus estudios, o no han comprendido lo que es la República en sí, o han tenido miedo de ir al fondo de la cuestión, tratando de incubar siempre la idea de la libertad en la prescripción de la ley civil.
La Sociedad ``Reformista'' al desplegar la bandera de oposición a nombre del Partido Liberal, trazó el programa de las reformas que quería. Los diputados don J. V. Lastarria y don Federico Errázuriz lo presentaron a las Cámaras.
El programa era avanzado, pero incurría en la misma falta que habían incurrido los partidos: reforma temporal, y acerca de la reforma moral una débil frase sobre tolerancia religiosa, pero acatando siempre las creencias católicas.
Bilbao vio el programa y marcó en el acto el punto capital en que difería. Observó; se le contestó ``que antes de todo era necesario triunfar en las elecciones; no se podía perder la opinión''.
Desde ese momento, simpatizando con los opositores, aceptando gran parte de las reformas políticas, creyó le llegaba el momento de cumplir su misión.
¿Cuál era esta misión? Emancipar al hombre moral y materialmente.
Abrazaba, pues, la causa en toda su plenitud.
Los amigos de Bilbao, los liberales y cuantos lo rodeaban (menos los artesanos y los rotos) le decían: tratad solamente de política, vuestra palabra y vuestra pluma harán un servicio inmenso a la causa. ¿A qué unís la política con la religión? ¿No veis que si así obráis nos dañáis y vos mismo os imposibilitáis para figurar en los mejores destinos del país? ``No puedo proceder de otro modo'', les respondía, (y les explicaba el porqué de su procedimiento.) ``No me fijo en el daño que pueda haceros, mi camino es uno. Hablad de destinos y conveniencias a otro''.
¿Por qué no separaba la política de la religión? Daremos la clave de su sistema tal cual lo hemos comprendido, pues aunque él es claro, con todo, no han faltado escritores que han llamado la atención entre nosotros, que al tratar de explicar la representación de Bilbao en la política de Chile decían: ``que era su sistema una especie incomprensible de religión y de política''.
Bilbao, amigo de las esencias, se explicaba la República de un modo metafísico.
¿Qué es la República? El Soy, y el soy ¿de dónde viene? De Dios. Luego la República es una emanación de Dios, porque el soy lo es.
Al examinar lo que es el soy se ve que en él se reconoce la existencia. La existencia, ¿qué es? Es una creación, una formación, una derivación del que me forma, Dios. Dios forma al ser que se alberga en una forma corporal llamado hombre. Este ser que nace de un mismo autor, debe ser igual a todos los seres que se albergan en todos los hombres, porque siendo el ser (alma) una derivación del Creador, participando de la esencia del que nos forma, es claro que todos tenemos una base igual de existencia. De esta base igual nace en el individuo la igualdad en los derechos, porque no pueden nacer derechos privilegiados de la derivación de la unidad de Dios. Suponer privilegios es suponer en el Creador contradicciones en su esencia, no unidad.
Esta derivación del ser creado manifiesta que no puede separarse de su esencia, destruirla, formar otra, pues esto equivaldría a conceder un poder al individuo superior al del Creador.
Así, el soy significa: estoy en Dios porque de allí salgo, soy un fruto suyo. Siendo el hombre uno en Dios, no habiendo poder mayor que el de Dios, es claro que no pueden existir derechos distintos que los acordados por éste. De aquí la igualdad absoluta, y como consecuencia necesaria o formación constitutiva de esa igualdad, la independencia de cada uno que es la soberanía, independencia absoluta respecto a los demás hombres, pero relativa en cuanto a Dios; porque él es el único soberano absoluto del universo.
Reconocida el alma como derivación del Creador, los atributos que ella encierra deben ser partícipes de la naturaleza del que la forma, sacándola de su existencia. Por eso, libertad, igualdad, son dones divinos y eternos como Dios, de donde nacen. De allí también la explicación de la inmortalidad del soy (alma) porque no puede perecer lo que sale participando del la existencia del ser inmortal. Somos pues, derivaciones de los atributos que encierra la divinidad.
Impregnados en esta creencia, porque es la verdad revelada por la conciencia de la humanidad, único guía dada por Dios al hombre, se comprende con facilidad que las religiones que se apartan de estos principios no pueden ser religiones divinas, sino religiones antidivinas. Desde que no reconocemos más que un Dios no puede haber tampoco más que una religión. Desde que reconocemos la igualdad como punto de partida en la creación del ser, se ve que no pueden haber hombres privilegiados que se hagan cargo de dirigir a sus semejantes, ni hombres intermediarios que se encarguen de comunicar con Dios por los demás. Esto patentiza el sacrilegio que comenten los que se llaman representantes exclusivos de Dios en la tierra, por la usurpación que hacen del derecho de los otros.
Siendo, el alma una, una debe ser la ley que regimente su marcha, uno su pensamiento, una su voluntad, uno su sentimiento.
De esta unidad nace la consecuencia de que uno debe ser también su poder. De aquí la manifestación de la única autoridad que debe existir en la tierra, autoridad nacida del voto independiente, que es la expresión de la soberanía. Pero como la soberanía es uno de los atributos del hombre creado, y como el hombre no puede destruir lo que emana de un poder superior, sin suicidarse, se deduce que ésta, al constituir la autoridad terrestre, no puede abdicar, renunciar, hacer desaparecer lo que constituye su esencia. Así, la autoridad que nace de la soberanía tiene que sujetarse al respeto, a la conservación y desarrollo de los derechos constitutivos del soy. Esos derechos que son la igualdad porque la ley creadora es una, la libertad que es el ejercicio de las facultades y derechos creados, la voluntad o soberanía que es el deber de ejercer esos derechos y facultades, constituyen el gobierno de sí mismos, (el selfgovernment) la República.
Luego la República es el gobierno del soy y como tal, la derivación del Gobierno de Dios por medio de las leyes impresas en el corazón del individuo.
Se ve, pues, que todo otro poder que exista fuera de estos principios es un poder antidivino, antisocial, contrario a la organización del hombre. Así, la monarquía, la oligarquía no son más que gobiernos usurpadores del derecho de los demás hombres, y mientras existan ellos y no se llegue a restablecer el imperio del soy, siempre existirá el despotismo y la desorganización social.
Aplicando un estudio metafísico al examen de los poderes que viven en la tierra, aparece en el acto la monstruosidad que les sirve de apoyo y caen ante la conciencia los poderes religiosos que conocemos, por ser usurpaciones de los derechos individuales, y los poderes civiles que se apoyan en fuentes distintas de la soberanía. Los poderes religiosos usurpan el ejercicio de la libertad, crean el privilegio e impiden que la obra de Dios siga el curso de sus leyes. Es así como se comprende el falso principio en que reposan los cultos que aún viven para escarnio de la dignidad humana.
Con principios semejantes, Bilbao era lógico en no separar la política de la religión, porque ambas cosas no son distintas sino una como el alma. La religión para él era la observancia de las leyes que Dios prescribió al ser creado; por eso sus dogmas eran la libertad, la igualdad, la fraternidad. Dogmas puros que ponen al hombre en comunicación directa con Dios. Del respeto a esos dogmas grabados en el corazón del hombre para hacerle vivir en el pensamiento de la divinidad, se ve salir la libertad civil como emanación del uso de la soberanía. Religión grandiosa, culto interno que extasia al ser sumergiendo el pensamiento en el pensamiento infinito del Creador. Oración perenne pronunciada al arrojar nuestra mirada al cielo.
¿Cómo, pues, querer separar la política de la religión ante un convencimiento tal? ¿Cómo se querían instituciones libres cuando la fuente creadora de ellas no lo era? ¿Podía dividirse el alma en dos sustancias distintas? ¿Que el ser libre fuese al mismo tiempo no libre? Esto importaba la separación que se pedía. El hombre era para él sacerdote y ciudadano al propio tiempo.
El católico tiene por principio renunciar al ejercicio de la razón, otros se encargan de pensar por los demás. He allí que el ser en tal situación abdica su soberanía y no ejercitando la independencia de su yo, se convierte en esclavo del pensamiento de los otros.
¿Cómo, entonces, querer leyes emanadas de la soberanía popular cuando la religión católica les había arrebatado el ejercicio de ella? ¿Cómo querer que la libertad naciera de un ser esclavizado? El fuego no puede producir el agua, la luz no puede crear la oscuridad, la verdad no puede nacer de la mentira; así, el católico no puede producir leyes liberales ni vivir en libertad.
Los liberales, pues, al querer establecer la reforma liberal pretendían que ésta naciera no del alma del ciudadano sino de los labios de él, en contradicción con sus creencias. Querían un contrasentido y de allí su esterilidad en frutos.
Si la libertad ha ganado algún terreno en el continente ha sido no por efecto de las leyes civiles sino como resultado del desprestigio en que la razón ha ido colocando al catolicismo.
Esto no lo han visto los políticos, no lo ven ni quieren verlo, porque antes de las convicciones miran los intereses, el proselitismo.
Así pues, los liberales que querían la reforma civil, olvidaban que pretendían un imposible, y de allí su falta.
Bilbao no, quería ser lógico. Para él la sociedad era la expresión de sus dogmas; si los dogmas eran absurdos la existencia de ella lo era; si estos imponían la esclavitud, ella debía ser esclava. Para implantar la libertad en Chile vio que debía principiarse por libertad al hombre en sí, su alma, despojarle de sus dogmas opresores y para ello se lanzó a la palestra a llenar su misión: emancipación del hombre moral y, como consecuencia, emancipación de sus actos, emancipación material. Para muchos que jamás han podido comprender la lógica en la unidad del ser, aquello era ``un sistema incomprensible de religión y de política''.
Con tales antecedentes se ve claramente la barrera que separaba a los liberales políticos de las ideas que Bilbao tenía tocante a la República, y al propio tiempo es fácil asignar a cada cual su puesto entre los obreros de la democracia.
La sociedad ``Reformista'' compuesta de la aristocracia de los liberales avanzaba poco o nada en sus trabajos, o más bien, estos eran estériles. Observando esta inercia algunos jóvenes vieron que difícilmente se obtendría el triunfo del caudillo de la oposición si no se buscaba el apoyo del pueblo. Con tal motivo don Santiago Arcos propuso la reunión de algunos para formar una sociedad de artesanos. Esta idea fue aceptada y el 10 de abril se reunieron con tal motivo Arcos, Bilbao, Lillo, Larrechea (artesano), Cerda (ídem) y Zapiola. En esa reunión se encargó a Bilbao presentar el programa de la sociedad que iba a instalarse y cada cual se comprometió a buscar nuevos socios. Aumentado el número de estos se discutió el programa, causó poco efecto y fue rechazado el bautismo que se proponía para la nueva sociedad, llamándola ``«Sociedad de Resurrección''. Prevaleció el nombre de ``Sociedad de la Igualdad''.
Acto continuo, a indicación de Bilbao se aceptó que el que quisiera incorporarse debía dar su palabra de profesar los siguientes principios: ``Reconocer la independencia de la razón como autoridad de autoridades.
Profesar el principio de la soberanía del pueblo como base de toda política, y el deber y el amor de la fraternidad universal como vida moral''.
Asentadas estas bases se aprobaron los estatutos en la forma siguiente:
ESTATUTOS . DE LA SOCIEDAD . DE LA IGUALDAD
``El objeto que nos proponemos es la asociación para conseguir la vida de la fraternidad en nosotros mismos, en nuestras instituciones políticas y sociales, en nuestras costumbres, en nuestras creencias. Nosotros ya reunidos y que formamos el grupo número 1, hemos resuelto que la sociedad o asociación general se llame de la Igualdad.
Todo socio dará su palabra de profesar los principios siguientes: (Los que ya hemos expuesto en el acápite anterior).
Los Estatutos que organizan la Sociedad de la Igualdad son los siguientes:
.1° La Sociedad de la Igualdad se reunirá en grupos que no pasen del número de 24 individuos ; y si se presentaren más, el número excedente irá a ser la base de un nuevo grupo con dos individuos más del grupo fundamental.
2° Los grupos se denominarán numeralmente, indicando el barrio donde funcionan. El grupo actualmente reunido será el número 1.
3° Se presentará el Reglamento a los grupos por si quieren aceptarlo, pues no se trata de imponerles una marcha.
4° Todo grupo tiene igualdad de derechos.
El grupo número 1 nombrará comisiones para promover otros, los que una vez formados devolverán esas comisiones al número 1. El grupo antedicho conserva el derecho de enviar comisiones a los demás grupos para sostener y promover lo que convenga, teniendo los otros grupos igual derecho.
5° En cualquiera de los grupos puede tener origen la proposición de una reforma administrativa o social. El secretario del grupo que la haya propuesto la hará conocer a los otros secretarios para que se discuta y vote en sus respectivos grupos. Si tiene mayoría de votos individuales, será acogida por la sociedad para que ésta influya por todos los medios permitidos por las leyes para que sea adoptada por el poder legislativo y que la reforma se convierta en ley.
6° Todo miembro de la Sociedad de la Igualdad, tendrá entrada franca en los otros grupos, llevando para garantir su calidad de socio el boleto que el grupo número 1 debe acordar como un diploma de sus miembros.
El individuo admitido en esta forma tendrá derecho a tomar parte en la discusión pero no a votar.
7° La inasistencia de un socio por seis veces consecutivas a su respectivo grupo, sin previo aviso al presidente o secretario, deberá hacerse presente por estos, para que el grupo determine si el inasistente debe considerarse como separado de este grupo.
8° Los secretarios de grupos llevarán una lista de las faltas de asistencia de los socios, nom brando en alta voz a los que no han concurrido al principiar la segunda hora de sesión, o al fin de ella.
9° En la misma sesión en que se acuerde la separación de un socio por cualquiera motivo que sea, el que la preside pasará un aviso a los presidentes de los otros grupos, debiendo la mayoría de los concurrentes aprobar los términos en que esté concebido este aviso para que el socio de que se trata pueda ser admitido a desechado si se presenta en otro grupo, en vista de los motivos de su separación''.
A cada socio se le premunía del siguiente boleto: Sociedad de la Igualdad.
Respeto a la ley Valor contra la arbitrariedad Grupo Núm.
Ciudadano N. N.
Presidente Secretario N. N. N. N.
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La Sociedad adoptó por único tratamiento entre los socios el de ciudadano; y luego a causa de haber un gran incremento de ciudadanos y dividídose ésta en grupos, a fin de imprimir unidad a los trabajos, nombró una junta directiva.
La asociación surgía con gran velocidad.
Los artesanos, los rotos y una gran porción de jóvenes y viejos acudían a oír las discusiones que se promovían sobre los principios orgánicos de la República. El público y los partidos fijaron luego la vista sobre esta asociación que ya despertaba la atención por el número de ella, por las voces que corrían y por los discursos que se pronunciaban.
El Gobierno vio en ella la formación de un enemigo y, como a tal, ordenó desprestigiarla por la prensa y mandó formar otras asociaciones en que se prodigaba el licor como aliciente para atraer la concurrencia. Los liberales políticos procuraron convertir la asociación en instrumento de sus miras eleccionarias y al efecto introdujeron en el seno de ella hombres que la encaminasen a tal fin. Arcos, Prado, Orjera y otros fueron los primeros en acometer la empresa, pero Bilbao levantando su voz y empleando todo el poder de su prestigio y de su inteligencia, triunfó, no admitiendo partido político en la Sociedad Igualitaria.
Los artesanos eran fascinados por la palabra del orador, no comprendían quizá muchos de sus discursos, pero los sentían y comprendían el amor que les profesaba . Se acercaban a él en las situaciones apremiantes de la política y le pedían consejos. Bilbao les respondía al oído: sufrid y esperad.
Cierto día viniendo del tajamar, encontró a tres rotos jóvenes que contemplaban el lugar donde fusilaban a los condenados por los Tribunales: ¿qué hacéis? les preguntó. Uno de ellos contestó: estoy encomendándome a una de las ánimas para poder encontrar trabajo.
Otra vez, Bilbao observaba a un roto bastante andrajoso que iba a la Sociedad sin faltar a las discusiones, no salía de allí.
Ciudadano le dijo acercándosele, es necesario que no olvidéis que necesitáis del trabajo para vivir.
Yo no, ciudadano le contestó, porque yo vivo de entusiasmo.
La casa de Bilbao era un entrar y salir de gentes del pueblo que daba curiosidad. En todas partes lo paraban, lo buscaban, lo consultaban. Exponían sus quejas, sus miserias, sus esperanzas. Llevaban sus disputas y aun sus disgustos domésticos a que las decidiera. El pueblo comprendía su corazón.
Sus enemigos vieron la necesidad de perderle, pero se detuvieron en el ataque limitándolo tan sólo al ridículo que querían imprimir a la Sociedad. Sus amigos, los liberales políticos trataron de eliminarle para dominar a los obreros y encaminarlos a la proclamación de un caudillo, pero se detuvieron esperando una ocasión que aprovechar. Ésta no tardó en presentarse.
Don Eusebio Lillo publicó en el diario El Amigo del Pueblo un capítulo de las ``Palabras de un Creyente''. Lillo era uno de los igualitarios. El clero rompió entonces el ataque, haciendo responsable a la Sociedad de la Igualdad de la conducta de uno de sus socios. La lucha se encarnizó. En medio de ella, Bilbao publicó ``Los Boletines del Espíritu'', partes que daba una alma, de las emociones que recibía en cada combate con los enemigos de la libertad. Éste fue el brulote incendiario. Vieron aparecer al hombre de 1844, que volvía a seguir su misión regeneradora a pesar de los sufrimientos pasados. Desencadénase la prensa, truena la voz en los púlpitos y el arzobispo lanza la excomunión contra el autor. Bilbao afronta al enemigo, la cuestión se empeña. ¿Qué hace la Sociedad ante el anatema? Las creencias católicas imponían igual pena al que hablase con el excomulgado.
Los igualitarios se ríen de esa excomunión, reciben al hereje con entusiasmo y todos quieren irse al infierno con él, si era que podía haber infierno para la virtud.
Volvía a repetirse el mismo fenómeno que en 1844. La sociedad culta, la clase acomodada repudiaba a Bilbao y el hombre del pueblo abatía sus preocupaciones para acordar la fraternidad, el amor al perseguido: sacrificaba sus conciencias. ¿Qué mayor heroísmo? Bilbao, el día de la excomunión, va a visitar el Grupo Número 2 compuesto de 600 personas, en circunstancias que funcionaba. Lo presidía un clérigo, el abate Ortiz. Al entrar se levanta éste y da la mano a Bilbao. ¿Un clérigo tomando la mano de un excomulgado? El grupo comprende esta unión y los aclama. Ortiz es puesto en prisión por orden del arzobispo.
Mas esto no es todo. Al siguiente día, don Juan de Dios Silva convida a Bilbao a nombre de la comunidad de San Agustín, que tenía deseos de conocerle. Algunos artesanos lo acompañan.
Al entrar, la comunidad sale en tumulto a recibirle, dando vivas y abrazándolo.
Había preparado un cuarto con banderas tricolores, un dosel, flores, música y refresco.
Bilbao les habló de religión, de sus viajes.
Aplaudieron.
Uno de los padres, al estar Bilbao hablando del Cristo, le interrumpió y le dijo: ¡Es un grande hombre! (por el Cristo.) El padre prior le colmó de felicitaciones a nombre de la comunidad.
Salieron todos a dejarle hasta la puerta.
Pero el huracán bramaba por calles y plazas y no sólo el clero le atacaba con furia desenfrenada, no sólo la prensa del Gobierno, sino lo que era más notable El Progreso también, es decir, el diario de la Sociedad ``Reformista''.
Todos se hacían un deber en anonadar al hombre que iniciaba la emancipación moral y material del individuo. ¡Y entre ellos los liberales políticos! ¿Podían ser liberales? Hace algún tiempo estamos en la convicción de que ese partido jamás supo lo que es la libertad, y si lo supo fue un partido cuitado que sacrificó sus convicciones ante la idea del proselitismo o ante el temor de sus corazones.
Una vez que el ataque se prolongaba y cuando se creía desprestigiado a Bilbao, los ``Reformistas'' trataron de darle el último golpe.
Separarlo de la Sociedad de la Igualdad.
Para ello se valieron de un joven enérgico, querido del pueblo, de corazón inocente, don Manuel Guerrero. Alucinaron a éste de tal modo que procedió a cumplir con el encargo, creyendo que hacía un servicio a la propia Sociedad Igualitaria.
Estando reunida la Junta Directiva, Guerrero dijo a Bilbao: ``Amigo, tú sabes cuanto te aprecio (decía verdad) y hasta qué punto simpatizo con tus ideas; pero para mí todo es nada al lado de los intereses de la Sociedad de la Igualdad. Mañana en la sesión general voy a proponer tu expulsión, como única medida que puede neutralizar el anatema lanzado contra ella''.
``Al siguiente día, momentos antes de principiar la sesión acordamos tomar (los de la Junta Directiva) un término medio en este asunto, y proponer a la consideración de la Sociedad la siguiente proposición: la Sociedad de la Igualdad declara que el ciudadano Bilbao no se ha expresado jamás en sus sesiones contra los dogmas de nuestra santa religión. Esto fue mirado como una debilidad y por eso costó inmenso trabajo conseguir a favor de esta declaración una insignificante mayoría, lo que prueba que la expulsión de Bilbao habría sido imposible''.
``De este número no eran los obreros de la Junta que miraban en la pérdida de Bilbao un vacío irreparable''. Ábrese la sesión general. Los obreros de la Junta comunican a sus amigos la discusión que habían tenido y que en la sesión iba a proponerse la expulsión de Bilbao. Léese la proposición y al instante los socios saltan de sus bancos como heridos por la serpiente. Piña habla con un fuego sublime, los gritos estallan, quieren atropellar a los que presentaban la proposición. Bilbao los aplaca. Se restablece el silencio, y entonces se deja oír la palabra del obrero López: ``ciudadano Bilbao, le dice, si la aristocracia os proscribe, nosotros os seguiremos al desierto cual los israelitas a Moisés''. Bilbao toma la palabra entonces y manifiesta en una improvisación lo que era la política de sus adversarios.
``¿Es la política de la revolución una política de alcoba cambio de hombres, odios profundos, pequeñeces sin fin, preocupaciones personales, egoísmo y egoísmo?'', les dice. ¡No! la política de la revolución se hace ante el cielo bajo la luz del sol, ante el pueblo y la naturaleza.
¿Es el programa de la revolución la retórica de un tal, o la de otro, el insulto, la calumnia, la pasión? ¡No! Es la palabra del cristianismo y de la filosofía que debe palpitar en el seno de las multitudes, es la palabra de libertad y amor la que debe iluminar a la raza embrutecida y alimentarla en la miseria de la vida con los resplandores de Dios.
El programa de la revolución ¿sabéis dónde está? No lo busquéis en las casas de los ricos y de las autoridades y poderes del estado, ni en el alma de los que no sienten la verdad al no sentirse pueblo soberano. El programa está a la vista, vedlo en los campos desiertos y áridos, vedlo en la usura que devora al trabajo, ved el programa de la revolución en el roto de nuestras ciudades, en el inquilino de nuestros campos, en la ignorancia de nuestros deberes y derechos, en la falta de amor de los fuertes para los débiles, en el imperio de las preocupaciones y del fanatismo, en nuestro olvido del araucano, que hace tiempo espera la palabra de amor de una Patria y sólo ha recibido la guerra y el desprecio de nuestro orgullo de civilizados bello orgullo, bella civilización, ciudadanos.
Y, cuando en la visión de las ideas, en la visión de lo que es en la mente de Dios y qué es lo que debe ser para nosotros, cuando veo nuestro cielo, nuestros Andes, que en medio de la ciudad nos presentan el espectáculo de lo más bello; portentosos días de la creación en toda su fuerza y su pureza, cuando veo nuestro fondo araucano que espera una revelación y la Europa, el Viejo Mundo entero, que presta oído al otro lado del océano para oír un acento virginal que pueda rejuvenecerla y que en lugar de una eclosión de llama, sólo veo que olvidamos a Dios y a la libertad, a la fraternidad y a la naturaleza, para encerrarnos en una atmósfera enviciada de vejeces, me ahogo, ciudadanos y exclamo: salgamos al aire puro, respiremos el espíritu invisible para no enterrarnos en una vida de miserias.
Y ese aire puro es el pueblo, y no hay otra política verdadera que aquella que no tiene por divisa: ``todo por el pueblo y para el pueblo''.
Entonces habrá medios de darle una educación gratuita, de darle trabajo sin que viva toda su vida explotado por los grandes propietarios.
Ésta es la política de la justicia, y la política nacional y la política del mayor número. ¿Qué se opone cuando tenemos la justicia y el número?, nuestras divisiones, la falta de asociaciones, la falta de amor, la falta de hombres precursores que sepan sacrificarse vivir pobres, sin querer honores, que vivan en la contemplación de la justicia, del dolor de nuestros hermanos, porque es en el fondo del alma que medita y que ama donde se encuentran las revelaciones de la política de Dios, que es la política de la libertad y de la fraternidad''.
Esas palabras fueron terminadas asegurando al pueblo que jamás lo abandonaría.
El triunfo fue completo y desde entonces Bilbao pudo considerarse el alma de la Sociedad de la Igualdad.
Oigamos mientras tanto la pintura que de él hacía un escritor que en ese entonces era enemigo de Bilbao, y después se arrepintió.
``Bilbao es de una naturaleza ardiente, inquieta, fogosa; su corazón hirviendo en generosos sentimientos no le concede un instante de reposo: demócrata exaltado, quiere ahuyentar de un soplo el polvo de los siglos que cubre nuestras instituciones, creencias y costumbres, hacer de los hombres ángeles y precipitarnos a todos en la verdadera República. Si hubiera aparecido en Francia por los años de 1790, habría campeado con brillo al lado deVergniaud, Lanjuinais, Guadet y demás fogosos republicanos que arrastraban a las masas con el poder de su elocuencia y hacían de cada ciudadano unmártir. Bilbao es amigo sincero del pueblo y con todo su corazón se ha consagrado a patentizar sus desgracias y dolores para pedir su prosperidad y ventura, yha sufrido con él, haparticipado siempre de sus zozobras y penalidades, de esta manera ha llegado a comprender toda la importancia de su educación e instrucción, así como es necesario conocer los horrores de los vicios, para saber apreciar la bondad de las virtudes.
Tiene Bilbao las cualidades que constituyen los grandes oradores: presencia interesante, franca, bondadosa; una mirada llena de fuego, voz clara y llena, acción precipitada, fuerza de expresión, pasiones vehementes, alma ardorosa, inspiración, valentía, arrojo, espontaneidad; un lenguaje florido, siempre nuevo para expresar sus pensamientos llenos de originalidad; por momentos suele ser alambicado, porque su imaginación lo arrebata y lo eleva en filosóficas concepciones; pero desciende luego y se pone a la altura de sus oyentes; improvisa sobre cualquier materia conuna facilidad extraordinaria, admirable, hiere en el acto la cuestión por difícil que sea: su talento es un fino escalpelo que desmenuza prolijamente los asuntos que trata sin que su palabra haya tropezado, sin que sus pensamientos se hayan confundido. Jamás le sorprende ninguna situación, y cualquier movimiento repentino del pueblo, le inspira una frase, un pensamiento que es siempre acogido con admiración y aplausos.
Con su elocuencia supo dominar hasta tal punto a los obreros de Santiago, que por algún tiempo no tenían estos más voluntad que la suya, pensaban lo que él pensaba, querían lo que él quería, sentían con sus sentimientos, y a la par con él blasonaban sus virtudes o lloraban sus desgracias. El pueblo sencillo, generoso y bueno seguía obediente a su joven orador ymaestroque le dedicaba los añosmás bellos de su vida, y que con tanto entusiasmo, con tanta convicción, defendía su garantía, su libertad, sus derechos, a costa de su tranquilidad y bienestar.
Cuando Bilbao le hablaba sobre la fraternidad y lo convencía deque cadaunodebíaamara suprójimo como a sí mismo, todos se abrazaban; cuando le predicaba la igualdad y lo convencía de que en una Repúblicanopodíahaberclasesprivilegiadas, todos se llamaban ciudadanos y trataban como a su igual al más infeliz y humilde proletario''. 
Era una voz corrida en el público de Santiago que los enemigos de Bilbao trataban de eliminarlo por mediodelpuñal. Los artesanos se preocuparon de tal modo con esta idea, que todas las noches le acompañaban, quisiera o no, hasta sus habitaciones. Pero las voces aumentaban y alarmaba ya a los socios, al extremo que, en una de las reuniones hubo alguien que tomó la palabra para prevenir el mal. Al propio tiempo daban cuenta de las persecuciones que se les hacía, los consejos que se les daba y las discusiones que sostenían. Bilbao tomó la palabra, al terminar la sesión, y les dijo con este motivo: ``Ciudadanos del pueblo chileno: nada más nuevo entre nosotros que esta asociación donde se encuentran reunidos individuos de todas las clases sociales, y nada más grandioso al mismo tiempo, porque esta asociación entraña la regeneración y el porvenir de Chile. A causa de esta novedad, y de esta importancia misma, conviene que todos sus miembros estén alerta para no suministrar asidero a las asechanzas de los enemigos, sobre todo ahora que estos enemigos no reparan en medios para destruir la sociedad, y no retroceden para conseguirlo ni aun delante del asesinato. Si obramos con prudencia, si no prestamos oído a la voz del egoísmo, el triunfo es infalible. Un conjunto de hombres pueden ser aniquilados, pero una idea nunca, uno de nosotros, todos aun podemos caer bajo el puñal del asesino, pero nuestra causa triunfará. He visto en Europa caer los tronos bajo el mágico impulso de esas tres palabras que veis inscritas ahí, y que nos sirven de divisa (señalando un cuadro): libertad, igualdad, fraternidad, ¿y podrán resistir a su imperio nuestros enemigos miserables, enemigos que buscan su sostén en el asesinato? La unión fraternal, la armonía que veo reinar entre vosotros, es para mí otra prenda de victoria, mas este espíritu de fraternidad debe extenderse hasta nuestros enemigos. Si queremos vencerlos, no es para destruirlos, no es para dañarlos en lo menor, sino para mejorarlos y hacerlos participar con nosotros de los bienes de la verdadera república.
Retiraos a vuestras casas en orden, sin prorrumpir en un solo grito, retiraos a meditar sobre el porvenir de nuestra Patria''.
En efecto, si era verdad que no hubiera quien dirigiese la maniobra de un asesinato, no por eso era menos cierto que la propaganda de odio que se hacía en los diarios y en el púlpito dejaban de autorizar esa sospecha.
Contribuyó a afianzarla dos hechos: Luis Bilbao viajaba en esos días porTalca, y apercibidos del apellido, los eclesiásticos trataron de sublevar el fanatismo reinante en ese pueblo. El viajero fue asaltado en su alojamiento por una turba y graves dificultades tuvo para escapar.
El segundo hecho era aún más serio. El Gobierno, temeroso del vuelo que tomara la Sociedad de la Igualdad, viendoqueéstanodabamotivopara ser cerrada, que nada podía la prensa ni el púlpito contra ella, proyectó un ataque atroz, del cual se proponía sacar un brillante resultado. Disfrazó una compañía de granaderos, la armó de gruesos garrotes y en la nochedel 19de agosto, haciéndoles representar el papel de rotos fanatizados, los lanzó a atacar la Sociedad. En efecto, llegaron y entraron repartiendo garrote. Los socios resistieron y derrotaron a los asaltantes con algunas desgracias que lamentar.
Este atentado alarmó la sociedad santiagueña, irritó los ánimos y produjo una reacción a favor de los igualitarios. Fue entonces que los salones de la Sociedad no fueron suficientes para dar lugar a la inmensa concurrencia que corrió a inscribirse en ella. Diputados, reformistas, jóvenes hasta entonces indiferentes: Era una falange que daba a la asociación un auge incalculable.
Este paso del gobierno, la impunidad que acordó a los asaltantes y la guerra directa que el ejecutivo declaraba a la Sociedad de la Igualdad, produjeron en ella más tarde un cambio en su marcha prescindente de la política.
Es de advertir que días antes el intendente de Santiago, don Matías Ovalle, amigo de Bilbao, había llamado a éste para hablarle como tal.
No trabajes le dijo, aún no es tiempo, se sirven de ti, te sacrifican, tu porvenir se pierde.
No soy por ninguno de los partidos le contestó Bilbao, no soy del gobierno ni de la oposición. Al llegar a Chile he visto que nuestro gobierno es malo, no trabaja por la República. Sois hombres de poca fe.
No estés en el idealismo le repuso el intendente.
Sí lo estoy, no conozco otra cosa.
Te calumnian.
Ahí están mis actos. Es preciso transformar la sociedad y romper esa valla que nos impone.
No por eso los conservadores, el clero ante todo, y aun los reformistas dejaban de calumniar a la asociación. Decíanqueallí se predicaba el saqueo, otros que era el foco de una conspiración y que el plan era acabar con los dogmas católicos.
Para desvanecer estas suposiciones la sociedad quiso vindicarse y firmó una acta, unaprotesta, que decía:
``1° Nos reunimos en sociedad usando del derecho que tienen los hombres libres para asociarse, para todo objeto que no esté prohibido por las leyes.
.2° Nos reunimos para formar la conciencia pública, es decir, para ilustrar en los derechos que nos conceden las leyes y en los deberes que nos imponen. .3° Nos reunimos con el objeto de considerar nuestra situación especial y hacerla presente a las autoridades legalmente constituidas, indicando los medios que creemos puedan hacer desaparecer el mal, usando en esto del derecho que nos acuerda el capítulo 5° artículo 6° de la Constitución y conforme a las disposiciones generales de ésta.
Estos son nuestros únicos medios, nuestros únicos fines.
Los trastornos, el empleo de la fuerza, sólo sirven para dar glorias inútiles al que triunfa: queremos la paz, la tranquilidad, porque de ellas solas podemos esperar la prosperidad de la República.
Respetamos todas las opiniones, como queremos ver respetadas las nuestras.
Queremos convencer, no queremos imponer nuestras ideas. La santa palabra Igualdad es la que nos sirve de bandera. Rechazamos toda opresión, toda tiranía, la tiranía del capricho popular, como la tiranía del mandatario apoyada en la fuerza''. A pesar de estas protestas de orden político, de prescindencia para con los partidos, el gobierno }} no confió en la sociedad porque veía, que si era verdad, que no servía a los caudillos, era un hecho que la ilustración que se difundía en las masas y el prestigio que adquiría Bilbao, más tarde acabaría por derribarle, minándole por la base y surgiendo de allí un poder fuerte.
Acto continuo, de fracasar el golpe del 19, pusieron enprisión a algunos artesanos quehabían sobresalido en la resistencia de ese atentado. Con motivo de estas prisiones propúsose en el grupo N°6 una erogación para auxiliar a los encarcelados.
Todos dieron lo que llevaban y entre esas erogaciones se notó un medio centavo de cobre, puesto por un roto. Bilbao aprovechó esta circunstancia para decir: ``este acto, ciudadanos, me recuerda un hecho semejante que nos refiere el Evangelio.
Estaba el Salvador cerca del lugar donde se depositaban los socorros voluntarios para los pobres, y veía acudir ahí a los ricos a depositar gruesas sumas. Vino una viuda pobre con su hijo y depositó un centavo. Jesucristo conmovido dijo: en verdad os digo: el centavo de la viuda vale más que las cuantiosas sumas erogadas por los ricos''.
LaSociedadde la Igualdad había echado raíces muyprofundas y podía considerarse garantida por su disciplina y métodode todo otro ataque brusco, siempre que el país siguiese bajo el imperio de la Constitución.
En algunas provincias habíanse entusiasmado con el ejemplo que recibían de esta asociación y fundaban otras con igual nombre, poniéndose en relación con la de Santiago. La de La Serena y la de Aconcagua fueron las primeras. Los artesanos de Valparaíso anunciaron sus deseos y pidieron que Bilbao fuese a presidir la instalación. Éste no pudo separarse de la capital y mandó a su hermano Manuelque lo representara. Hízose la inauguración con asistencia de un gran número de pueblo y allí concurrieron también los hombres más notables de la oposición política. Abierta la sesión, el señor don Pedro Félix Vicuña trató de convertir desde el primer instante la asociación en Club Electoral y propuso una declaración a este fin, terminando por proclamar al caudillo de los reformistas.
El comisionado de Bilbao se opuso a tal acuerdo, hizo ver que el fin de la asociación no era político, sino social.
Después de una discusión acalorada, la idea de los reformistas fue desechada y triunfó la de la Sociedad de la Igualdad.
Este incidente ocasionó una fuerte queja contra el hermano de Bilbao, queja que no fue admitida por los igualitarios de Santiago. La sociedad había abierto cursos de educación primaria para el pueblo a más de las ilustraciones que se le hacían de sus derechos. Todos estos antecedentes manifiestan que Bilbao jamás tuvo la intención de afiliarse en los bandos militantes y que si el Gobierno hubiera comprendido este pensamiento no hubiera procedido a precipitar la sociedad en el terreno de los partidos.
Pero el Gobierno no veía con aplomo lo que pasaba. Había visto anularse el club ``Reformista'' pero contemplaba al coloso de la sociedad, donde acudían diariamente todas las clases sociales y veía que en el seno de ella se incorporaban diputados que llevaban la oposición al seno de las cámaras.
Noviomás enemigoque la Sociedad de la Igualdad y, sin meditar en las consecuencias, decidió acabar con ella.
Don Manuel Montt principió por pedir en el congreso la rehabilitación de la pena de azotes.
Lo consiguió. El intendente promulgó un bando enseguida, en que disponía: ``que toda persona que quisiera entrar a las sesiones de la sociedad, fuese admitido, aun cuando no fuera del número de los afiliados y hacía responsable a la junta directiva y al dueñode casa de los desórdenes quepudieran ocurrir''. De este modo se quería introducir elementos de desorden para tener el pretexto de apoderarse de la junta directiva. Ésta reclamó, acusó al intendente y fue desatendida en sus exigencias. Entonces hizo publicar la siguiente declaración: ``A los chilenos.
La junta directiva de la Sociedad de la Igualdad, en vista del bandodel intendente de Santiago, que viola el derecho de asociación y el derecho de propiedad, se dirige a sus compatriotas para decirles: Todo ciudadano que quisiese penetrar en la sesión general sin someterse a las condiciones de la incorporación, que tenemos derecho a exigir, y que alegase el bando como una autoridad para violar nuestra asociación, lo consideramos como mal ciudadano, como secuaz de los déspotas, como asesino del derecho más precioso que tenemos.
La junta directiva''.
Esta declaración salía la víspera en que la sociedad iba a celebrar una sesión general, teniendo por lugar de reunión el teatro de la calle Duarte. Era el 28 de octubre. Se anunciaba este día cual si fuera el día de una revolución. Los diarios ministeriales pedían la intervención de la fuerza pública, se cerrase la sociedad, se la disolviese. El pueblo ansiaba la hora de la reunión porque iba a manifestarse cuanto era el poder de los igualitarios, presentándose reunidos.
El gobierno puso el ejército sobre las armas, distribuyó piquetes de tropa por las calles y en la plaza principal alistó una fuerza en tren de combate. Quería obrarse intimidando.
Ese día tocaba presidir la sesión al inteligente y puro republicano don Manuel Recabarren.
La sesión se abrió con la asistencia de 4.000 asistentes sin que nadie se atreviese a atropellar la declaración que había dado la sociedad. Las calles vecinas se hallaban obstruidas por la concurrencia, sin poder penetrar en el lugar de la reunión, por falta de local.
Tomó la palabra don Francisco Marín y habló de política. En el curso de su acaloramiento atacó al candidato del gobierno haciéndole cargos graves. Un pariente de Montt interrumpió al orador gritando: ``miente''. Hubo una conmoción en todos y la alarma principiaba a tomar proporciones colosales. Bilbao subió entonces a la tribuna y reclamó la atención del auditorio. El silencio reapareció. En ese momento le regalan un ramo de flores y tomándolo en la mano improvisó un bello discurso que principiaba con estas palabras: ``Al ruido de los tambores, a la publicación de órdenes represivas, al aparato de la tropa armada conque el poder parece anunciar los peligros del combate, en presencia de ese aparato de guerra, la Sociedad de la Igualdad, se presenta armada de flores''.
Terminado el discurso le presentaron una corona. Demasiado modesto trató de colocarla en las sienes del que presidía la sociedad. Su espíritu al dar tal paso fue coronar la sociedad en la cabeza del que la presidía: Recabarren creyó trataba de coronársele y la rechazó diciendo: ``no me creo digno de llevar sobre mi cabeza una corona que ha sido decretada al republicanismo y al mérito. Cuando haya hecho un servicio al pueblo y a la República, entonces aceptaré la corona que se me ofrece''.
Este acto arrancó aplausos y lágrimas.
Antes de levantarse la sesión, don Manuel Guerrero quiso aprovechar aquella reunión popular para sacar una manifestación contra el candidato Montt, y al efecto leyó la siguiente proposición: ``La Sociedad de la Igualdad rechaza la candidatura de Montt, porque representa los estados de sitio, las deportaciones, los destierros, los tribunales militares, la corrupción judicial, el asesinato del pueblo, el tormento en los procedimientos de la justicia criminal, la ley de imprenta, la usura, la represión en todas las cosas a que puede extenderse con perjuicio de los intereses nacionales y especialmente con respecto al derecho de asociación''.
Miles de voces aclamaron la proposición.
Allí terminó la última reunión general de la Sociedad de la Igualdad.
El 5 de noviembre, Santiago era puesto en estado de sitio, prohibida ``la Sociedad de la Igualdad, y cualquiera otra del mismo carácter'' y se hacían a la vez numerosas prisiones.
Bilbao al ver el bando del intendente dirigió a éste las siguientes líneas.
``Reservada.
Escucha en nombre de Dios, una palabra de verdad. Todo se puede remediar todavía. Un acto de valor civil que puede servir de ejemplo, nada más. Renuncia inmediatamente o rompe tú mismo el bando y entonces salvarás a la autoridad en el homenaje que prestarás a la libertad.
¡Valor! No desprecies esta palabra porque te amo.
Tuyo amigo, y enemigo político. F. B''.
El intendente renunció, Bilbao escapó entrando a seguir el curso de la vida de los perseguidos. ¿Qué quedaba por hacer? La revolución y nada más que la revolución.
Se organizaron clubes secretos que mantuvieran el espíritu de asociación y sirvieran para reaparecer más tarde, cuando las circunstancias lo determinaran.
Tres meses se pasaron en esa vida de azares diarios, visitando Bilbao de noche los clubes secretos, y ¡cosa de notarse!, nadie lo delató.
El tiempo por el cual habíase acordado el sitio había pasado. El gobierno había hecho venir fuerzas de la frontera, entre ellos, el batallón Valdivia.
Apoyado en la fuerza restableció el orden constitucional. El estado de sitio le había proporcionado la ocasión de azotar, encarcelar, vejar y desterrar a cuantos enemigos encontró a su alcance.
Los opositores formados de los reformistas y de los igualitarios, a quienes la persecución había unido en un solo pensamiento y puesto bajo una sola bandera, vieron que era imposible dar un paso en favor de la causa que sostenían conservando un gobierno que no respetaba la ley. Vieron la necesidad de conspirar. Como paso preventivo, se proclamó por caudillo al general Cruz que tenía prestigio en el ejército y era querido en el país; pero este caudillo, invitado a que se sublevara, había rechazado el medio que se le presentaba de llegar al poder y quería esperar el resultado de las elecciones.
Los opositores de Santiago no quisieron confiar en un recurso tan gastado, tan conocido y tan desprestigiado, desde que el ejecutivo podía hacer lo que quisiera en las urnas electorales.
Se resolvieron a conspirar para dar el golpe en la capital y, al efecto, vieron al coronel Urriola.
Éste se hizo cargo de encabezar el movimiento.
Mientras tanto la prensa se desató resuelta a sublevar la opinión o a disponerla para que ayudara al movimiento una vez que estallara.
Bilbao aceptó la conspiración y entró en ella, comprometiéndose a concurrir al frente de los igualitarios.
Como la conspiración del 20 de abril de 1851 fue un episodio de los más importantes en la suerte de Bilbao, vamos a narrarla con alguna detención valiéndonos de apuntes que hicimos a presencia de los hombres y hechos que la acompañaron.
XI I
Urriola era un veterano y un valiente; había militado con honor para la carrera militar; tenía crédito en el ejército (aun cuando se hallaba separado del servicio), y su nombre acarreaba prestigio entre los soldados que guarnecían la capital. El batallón Chacabuco había sido formado por él y el comandante que tenía, Videla, era su hechura y su pariente. Pero del Chacabuco sólo había tres compañías, las otras se encontraban en Valparaíso. Era preciso buscar más fuerza y ésta debía encontrarse en el Valdivia. Mas, ¿cómo contar con él? Estaba sondeado un capitán, un hombre que sentía la degradación del país. Era don Juan de Dios Pantoja, que desde soldado distinguido había llegado a obtener ese grado, merced a la honradez, valor y campañas en que se había distinguido. Había llegado este militar con el batallón Valdivia en que servía y desde su arribo, el eco de la opinión y el contacto con las arbitrariedades del gobierno, le habían hecho ver la necesidad de blandir la espada en defensa de la Patria y no hacerla servir en apoyo de los que trabajaban para absorbérsela.
La disposición de este militar a favor de los principios, llegó a noticia del coronel Urriola y en pocos días Urriola se puso en contacto con el hombre que necesitaba. Le escribió una esquela solicitando una entrevista; Pantoja accedió a ella citándolo al Tajamar en la noche. Allí acudió el coronel cubierto con una capa y al pasar por donde estaba el capitán, le dijo: Pantoja.
Y éste le contestó interrogándole, ¿Es usted el coronel Urriola? Urriola le extendió la mano por respuesta, diciéndole: Siga mis aguas.
Diciendo estas palabras marchó y a alguna distancia continuó tras de él el capitán. Entró a una casa próxima al puente de palo y allí se internó con el hombre que le seguía.
Eran necesarias estas precauciones, por el sistemado espionaje que existía; espionaje que comprendía a hombres de todo género, a mujeres que se alquilaban de sirvientas en las familias y a niños que se introducían en todo lugar.
Encerrados los militares, Urriola se descubrió totalmente a Pantoja. Le reveló el pensamiento que tenía, le convidó a entrar en la revolución. Pantoja le escuchó con la calma del veterano y la penetración del que estudia la posibilidad en el semblante del que habla. Pasó un corto intervalo de tiempo empleado en reflexionar. Urriola interrumpió ese silencio y creyendo que el capitán esperaba ofertas para resolverse, le dijo: ¿Quiere usted dinero? Pantoja levantó los ojos y los clavó con fijeza en los de Urriola; detuvo su vista y su }} contestación hasta que resolvió la oferta, contestando: No señor.
Le haré a usted coronel volvió a decirle Urriola.
Tampoco volvió a responderle Pantoja.
Yo hago el movimiento sin interés de ningún género. No quiero que se diga algún día que fui comprado. Si entro en la revolución es porque creo de mi deber entrar.
Urriola no pudo refrenar el impulso de su alma, al contemplar la pureza del patriotismo: le apretó fuertemente la mano.
Y usted cree le observó Pantoja, sondeando el grado de confianza que el coronel podría tener en él, ¿y usted cree que yo pueda mover el batallón? Sí, lo creo respondió el coronel. Sé cual es el prestigio de usted en el Valdivia.
Pues si tal es su confianza en mí le contestó Pantoja, cuente con el batallón. No necesito de dinero para la tropa ni para los oficiales que nos acompañen. El Valdivia obrará por amor a la libertad y su premio será el triunfo de ella.
Tales palabras dieron fin a la entrevista, retirándose los dos veteranos, después de haber convenido en el día y plan de operaciones.
XI II PLAN DE LA REVOLUCIÓN
El día prefijado fue para fines de la semana de pascua, es decir, como para el 25 de abril; pero este día fue expuesto el esperarlo. El gobierno principió a sospechar del Valdivia. Voces privadas señalaban en aquel cuerpo el principio de una revolución; pero estas voces no adquirían un aspecto serio porque se ignoraba cuáles serían los oficiales, las clases y tropa que se encontraban dispuestos a echar abajo al gobierno. Como medida preventiva, se había dispuesto que el Valdivia volviese al sur de la república. Sabida esta determinación se hizo necesario precipitar el movimiento. Los principales revolucionarios se reunieron para acordar el nuevo día y convenir en lo que debía hacerse para alcanzar el triunfo. El resultado del acuerdo fue que Pantoja sublevaría el cuerpo y lo entregaría a Urriola: que enseguida se tomaría el armamento y municiones del batallón número 3 de cívicos que estaba vecino al cuartel del Valdivia; que de allí seguirían sin causar bulla al cuartel de policía, el cual debía entregarse por carecer de fuerzas para resistir y como consecuencia precisa, debía rendirse al mismo tiempo el cuartel de Bomberos que se encontraba en la plaza principal. Con la recopilación de estas armas debía armarse al pueblo que acudiese. El batallón Chacabuco, comprometido por medio de su jefe Videla, debía marchar a ponerse bajo las órdenes de Urriola tan pronto como el Valdivia formase en la plaza. Con todas estas fuerzas reunidas, debía intimidarse rendición al Presidente de la República, para que depusiese el mando en manos de un gobierno provisorio, que debía dar curso al genio de la revolución.
El medio batallón del Chacabuco que existía en Valparaíso, debía segundar el movimiento en el acto de recibir la orden de Urriola, para de este modo evitar la anarquía, privando a los conservadores de los recursos que ofrece dicho puerto.
Organizado el plan de este modo, se convino en que el día de la revolución sería aquel en que Pantoja entrase de guardia en el cuerpo, porque de ese modo se facilitaba el movimiento del batallón que servía de eje a la revolución. Ese día fue el 19 de abril. Llegó la ocasión requerida y todo se dispuso para que a las dos de la mañana del día 20, tuviese un exacto cumplimiento.
XI III LA VÍSPERA
El capitán Pantoja avisó la determinación del coronel Urriola a los tenientes Huerta, Herrera y Vidal y a los subtenientes Carrillo y Sepúlveda y, más que todo, al esforzado e infatigable sargento Fuentes, con quienes estaba de acuerdo para proceder a la sublevación del Valdivia. Estos hombres tenían que luchar con el comandante, el mayor y demás oficiales del batallón y que arriesgar una resistencia en el cuerpo que nada sabía de lo que se pensaba hacer con él, ni menos de la determinación que tomaría una vez que se le dijese el plan de la revolución.
Era un paso de arrojo inestimable el que estos hombres iban a dar.
Videla y Sepúlveda estaban de guarnición en los carros, y la misión de ellos era acudir con la tropa que tenían, al primer aviso que se les enviara. Pantoja debía dar la voz de alarma y los compañeros acudir a tomar sus colocaciones en las compañías que acudiesen al llamado del capitán.
Esto quedó acordado entre los oficiales del Valdivia.
Urriola impartió sus órdenes al comandante Videla y al capitán González para que estuviesen listos a la hora designada. Ellos quedaron convenidos.
Faltaba organizar la concurrencia de los socios de la Igualdad, que no les era permitido reunirse y que se encontraban a oscuras de lo que se esperaba y diseminados por la población.
Para ello se dio aviso al que era reputado como jefe de las masas, al ciudadano Francisco Bilbao: este aviso lo recibió a las tres de la tarde del día 19. El tiempo era más que corto para buscar a los hombres y alistarlos; se conocía la dificultad, pero fue preciso hacer lo posible y, al efecto, se puso en contacto con algunos de los que habían sido jefes de grupos. Ellos se comprometieron a buscar a los compañeros y en dichas tareas se empleó el resto del día y de la noche.
La víspera de la revolución era el Sábado Santo. En esa noche, las músicas de los batallones cívicos y de línea acuden a tocar la retreta al frente del palacio. La población elegante se agrupa a oírla y la clase pobre no cede su puesto, para distraerse con las melodías que se tocan.
Aquella noche era hermosísima: el frontis del palacio estaba iluminado por una luna llena. El edificio, gigante para la América del Sur, ostentaba las bellezas de la arquitectura. La plazoleta que da entrada al edificio estaba cubierta por la concurrencia.
Ocho bandasdemúsica esperaban la campana de las ocho para dar principio al certamen en que cada cuerpo pretende sobresalir. La música del veterano Valdivia se encontraba allí también, arrastrando las simpatías de la multitud, sin darse cuenta de la causa.
La ciudad en calma. El cielo puro e iluminado. Los revolucionarios lo miraban con la aspiración del alma, con la incertidumbre de si al día siguiente irían a habitarle. Sentían correr las horas, deslizarse bajo sus ojos las bellezas de la juventud que ondeaba en aquel recinto. Quien recordaba allí, y allí miraba por última vez a la mujer que amaba. Cuantos pensaban en arrancar un laurel para orlar las sienes de una virgen. Había madres, había hermanas, había amigos, había cuanto hay de caro en el mundo, que, asidos del brazo de los revolucionarios, ignoraban que aquella era la última vez que los tendrían a su lado. Noche de grandeza y de recuerdos amargos. ¡Víspera de la muerte corporal para unos y de la muerte civil para otros! El certamen principió. Las músicas recibieron aplausos, trabajaron con honor para sus cuerpos. La deValdivia tocó a su turno. Era una banda ligera, formada para el ligero Valdivia. Sonora y enérgica hirió el sentimiento de la concurrencia, }} la entusiasmó. Los aplausos estallaron, estallaron los vivas y algunos voladores especificaron la demostración de las simpatías públicas.
El gobierno estaba reunido en los balcones de palacio. Montt, al presenciar las demostraciones a la música del Valdivia, dijo a Bulnes: Esto significa algún motín.
Bulnes no hizo alto y la observación pasó.
Los músicos se retiraron a sus cuarteles y el silencio de la capital apareció para guardar el sueño de los habitantes.
XI IV EL UNIFORME
El coronel Urriola hacía tiempo que no se vestía de uniforme. Retirado del servicio activo, sin comisiones del gobierno y sin autoridad de ningún género como militar, estaba signado por los conservadores como hombre riesgoso.
En otras épocas, Urriola había sido un caudillo de la multitud para las revoluciones contra el gobierno del año 1928. Había tenido la audacia de entrar en la capital con un batallón, derrotar a Pinto y ser árbitro por algunos instantes del ejecutivo. Había días en que se le veía aparecer tomándose un cuartel por asalto y en otros perderse en la derrota para aparecer con una nueva explosión. Fue para el gobierno de Pinto la sombra del terror. Era conocido por su audacia; audacia que no dejó de acreditar en la campaña del Perú en 1839.
Este hombre, segregado como decimos del círculo conservador y signado por las opiniones exaltadas que vertía contra Bulnes y los conservadores, pasaba desde algún tiempo entregado a la vida doméstica, a la vida del paisano. Regularmente vestía una levita verde sin insignias, abrochada hasta el cuello. El que no supiese que era coronel, no lo habría sabido por su traje, aun cuando su talla hermosa y de un veterano, presentaba la calma de un viejo soldado de la Independencia.
Chistoso en el trato familiar, era franco en la exposición de sus convicciones. Dotado de un corazón grande, sentía los dolores del país con el vigor del joven.
Tendría 46 años de edad. Su semblante conservaba la juventud de la robustez. Encendido por un color rosado, arrancaba simpatías con la expresión de su fisonomía. Alto de cuerpo; un tanto corpulento. Frente elevada y recta, coronada sus extremidades con el caído de un pelo castaño suave. Sus ojos de un verde claro, tomaban una expresión de fuerza por el poblado de sus cejas. Su nariz derecha. Un espeso bigote rubio cubría su boca. El torno de la cara era lleno y circunvalado por la patilla delgada que se dejaba.
Este bello hombre empezó a vestirse de uniforme el 19 a las 12de la noche. Estaba allí presente su esposa y su hija. Se disponía a marchar al cuartel del Valdivia, para recibirse del batallón.
La señora de él y su digna hija, virtuosas y valientes, acompañaban al marido y al padre que iba a salvar la Patria o a morir.
Algunas lágrimas se desprendían de los ojos de esas dos mujeres dignas de Chile. El peligro a que caminaba Urriola, les hacía sentir la presunción de que aquellos serían los últimos momentos que estarían reunidos, pero también sentían el imperio del deber y la gloria que esperaba las sienes del héroe para ponerle el laurel de los libertadores.
Urriola, a medida que se vestía, pintaba a esos dos seres de su amor, la seguridad de la victoria y les consolaba con el triunfo de la República.
Eran aquellos momentos preciosos y tiernos, víspera del término que no se prevé en el destino humano.
Luego que Urriola húbose vestido, abrazó a su esposa e hija y salió a llenar su misión.
XI V EL VALDIVIA
Antes de pasar a la descripción de lo que se hizo el día 20 parece oportuno que demos a conocer al batallón que debía concluir su carrera, haciendo esfuerzos por la libertad.
El Valdivia habíase fundado el año de 1827 en Chiloé. El nombre que tomaba era el de una provincia de Chile. La base de él fueron tres compañías de batallones cargados de laureles: una del Pudeto, otra del Número 1 y la tercera del Número 7.
El año 1932, cuando Pincheira devastaba el sur de la república, al frente de los bárbaros sublevados y fuerzas organizadas que componían una división aguerrida, el Valdivia marchó a combatir a los enemigos de la tranquilidad, de la propiedad y de cuanto había de orgánico en el país. Se internó en las cordilleras de los Andes y en el lugar de las Lagunas derrotó a Pincheira. Después de esta campaña, el año 1935 fue enviado a lidiar contra los araucanos que amenazaban la destrucción de los pueblos fronterizos. En esta época tuvo tres acciones fuertes. Principió haciendo levantar el sitio que los araucano habían puesto a una compañía del Carampangue en Collico, luego dio batalla en Maytenregua y, por último, consiguió pacificar a los salvajes en la acción de Guadaba. En todas venció.
Cuando el general Prieto fue conquistado por Portales para sublevarse con el ejército que el gobierno de Pinto había puesto bajo sus órdenes en el sur de Chile, el Valdivia se encontraba en la provincia del mismonombre.Prieto le mandóque se uniera a sus fuerzas para marchar sobre la capital; pero el Valdivia rehusó cumplir la orden: no entró en la revolución de un partido reaccionario y quedó aislado en el lugar que ocupaba. Por consiguiente, el Valdivia no se encontró en la derrota de Ochagavía ni en el desastre de Lircay, no borroneó su nombre, prestando auxilios a los especuladores que subieron al poder para despotizar.
En 1836, el Valdivia se encontraba en Valparaíso para marchar en la expedición contra Santa Cruz. El coronel don José Antonio Vidaurre, movido por los sufrimientos del país a causa de la tiranía de Portales, aprovechó la oportunidad de sublevarse contra el gobierno en Quillota. La división de este coronel marchó a tomar a Valparaíso; el Valdivia y los cívicos de aquel lugar salieron a batirle. En el Barón se dio la acción y Vidaurre fue derrotado.
Con motivo de este triunfo del gobierno, el general Blanco expedicionó al Perú contra el general Santa Cruz. El Valdivia fue en ella. Los tratados de Paucarpata fueron la conclusión de ese primer paso y sin darse batalla, Blanco se retiró a Chile. En 1838 volvió a zarpar la segunda expedición contra Santa Cruz, al mando del general Bulnes. El Valdivia fue en ella también. El primer encuentro fue en la Portada de Guía. Orbegoso tenía en conflicto a la vanguardia que en el mayor desorden había entrado en lucha. Los momentos eran apurados; el ejército marchaba a una legua de distancia. En esto se dio orden al Valdivia para que acudiese a tomar parte en el combate. Urriola, mandando al Colchagua, estaba diezmado en la caja del río por los fuegos de la muralla, pero no retrocedía y, como un soldado, se esforzaba en sostener el puesto. Entonces, el Valdivia, aparece por la calle de Malambo, entra al paso de carga arrollando cuanto se le opone; llega a la iglesia de San Lázaro y se afronta al puente del Rímac coronado por cinco cañones y cubierto de tropa en el arco. El Valdivia divisó aquel punto intomable y, sin meditar, se abalanza sobre él a la carga. La artillería del puente arroja la metralla y la infantería del arco segunda la defensa; pero todo es inútil. Pantoja de teniente, marcha a la cabeza de su compañía del Valdivia y en pocos instantes se }} apodera de la artillería y toma la ciudad.
La campaña sigue, y el Valdivia no cesa de pelear con distinción en cuanto encuentro se le presenta, hasta la acción de Yungay que finalizó el objeto de la expedición.
En todas partes, el Valdivia es acogido como el cuerpo de preferencia y siempre victorioso, vuelve a Chile a descansar, sirviendo de guarnición en la frontera.
Tales eran los antecedentes de este batallón.
Vestía gorra de cuartel con la bocamanga azul y el casco verde claro. Levita unpoco larga, depaño azul oscuro, con vivos y cuello verde. El pantalón de parada era de paño grana, pero el día de la revolución, como en los demás días de servicio, usaba pantalón azul oscuro. Un uniforme como éste, puesto en hombres robustos con el rostro ennegrecido por la intemperie en que tantos años habían vivido; hombres todos del sur de Chile, la mayor parte con grandes bigotes y patillas pobladas; algunos mostrando sus cicatrices causadas por el valor y casi la generalidad colgando en sus pechos medallas conquistadas en los campos de batalla.
En aquella época el Valdivia tendría 315 hombres, pero hombres que sabían ser soldados.
El batallón era ligero; su maestría en el ejercicio de guerrilla y en el manejo del fusil no tenía rival. La tropa era acreditada por su moralidad, y al verla marchar en cuerpo se sentía respeto por la tristeza que revelaba el vestuario y el hombre. Su marcha despejada tenía cierta marcialidad que conquistaba la simpatía.
He aquí lo que era el Valdivia, el batallón que servía de eje a la revolución.
XI VI EL PRIMER PASO
La luna principiaba a ocultarse tras los cerros que circundaban el valle de Santiago. La oscuridad de la noche se extendía con rapidez.
Era la una de la mañana. Principiaba el día de la resurrección del Cristo y con él, el día en que los libres se disponían a resurreccionar la libertad en Chile. Era un día de coincidencia, en que el recuerdo del triunfo del Hombre, que se había sacrificado por la libertad del género humano, unía el sentimiento religioso al sentimiento patrio, de los que querían corresponder al ejemplo del Salvador, libertando a una sección de la especie racional.
El batallón Valdivia duerme en diferentes salones, según el número de sus compañías.
Está inocente de lo que se le espera. El capitán Pantoja se encuentra paseándose en el cuerpo de guardia. Espera al coronel Urriola. Da la una y media y el jefe de la revolución toca la puerta del cuartel y entra. Se presenta envuelto en una capa y cubierta su cabeza con un kepi parecido al que llevaban los oficiales del Valdivia. Pantoja le saluda como a un subalterno, para que no se sospeche de él y le conduce a la pieza del patio en que vivía. Urriola se sienta y hace presente que la hora es llegada. Pantoja toma entonces un par de pistolas y sale de la pieza diciendo al coronel: Voy a levantar al cuerpo, espéreme usted aquí.
En el acto sale a dar el más atrevido paso que puede presentarse en los esfuerzos de la revolución.
Momento crítico y grande en que se va a jugar la vida, en que cada pisada es un precipicio.
La serenidad acompaña a Pantoja. Se dirige a la sala donde dormía la primera compañía: entra en ella, mira con detención las hileras de hombres que descansan, se coloca en el centro y sin más aguardar, da la voz de alarma: ¡Muchachos! les grita, ¡arriba! ¡A formar! Algunos recuerdan y principian a moverse en sus camas. Pantoja vuelve a repetir la orden y entonces uno de los soldados le pregunta: ¿Qué es lo que hay? Movimiento hecho por mí responde Pantoja con entereza.
¡Bien mi capitán! exclamaron varias voces y como disponiéndose a dar vivas, reciben la orden de Pantoja: Silencio muchachos y a formar pronto.
Con la mayor presteza y en el silencio mayor, la compañía se incorporó y vistiéndose a gran prisa tomó las armas. Pantoja la sacó al instante y la formó en el patio del cuartel. Allí la dejó y corrió a sublevar la 4ª. Dio la voz de alarma y la 4ª compañía obedeció con el mismo entusiasmo y la misma prontitud. Colocada ésta al lado de la primera continuó a donde estaba la de carabineros y así sucesivamente a las otras.
Al llegar a la 3ª la encontró que estaba formada y lista, por orden del sargento Fuentes.
El patio del cuartel estaba a oscuras, apenas se distinguían los hombres. En medio de estas tinieblas el Valdivia sublevado y despierto a la voz de revolución en favor de la libertad, esperó órdenes. Huerta, Herrera, y Carrillo tomaron sus colocaciones. El capitán Florencio Torres se presentó entonces preguntando: ¿Qué significa esto? Revolución le contestó Pantoja. ¿Quiere usted entrar en ella? Tengo familia le respondió Torres, no entro.
Pues si no entra le ordenó Pantoja, vaya inmediatamente a encerrarse en su pieza, porque si le vuelvo a encontrar le doy un balazo.
Torres obedeció y los demás oficiales y jefes fueron encerrados en sus habitaciones.
Las dos y media de la mañana daban, a tiempo que estas operaciones se ejecutaban. No faltaba más que proceder a obrar.
Pantoja se retiró un instante de la fila y volvió acompañado de un jefe.
Batallón dijo Pantoja, el jefe del movimiento es el coronel Urriola a quien presento.
Urriola estaba de gran uniforme. La tropa distinguió el bulto y a tiempo de saludar al jefe con un viva, Pantoja recomendó el silencio.
Reconocemos al coronel por jefe dijeron algunas voces, pero con tal que el capitán Pantoja nos acompañe.
Sí muchachos contestó Pantoja, siempre les he acompañado en el peligro y ahora más que nunca. Donde esté el ligero Valdivia, estará su viejo compañero de armas.
El entusiasmo principió a sentirse por el movimiento de los fusiles y la voz de los soldados.
Pantoja pasó a la ligera por el frente de la tropa, como reconociendo a cada hombre. Al llegar a la compañía de Herrera encontró a un sargento que había dejado preso por ser espía del gobierno, era Laynes.
¿Quién ha sacado a este hombre? preguntó Pantoja.
Yo, mi capitán respondió Herrera.
Pantoja le reconvino fuertemente por haber dado aquel paso sin su consentimiento; mas Herrera pidió se le dispensara y se le dejase en su compañía, por ser un hombre a quien garantía.
Las circunstancias hicieron acceder.
En el cuartel no quedaba qué hacer ya.
Pantoja había distribuido 4.000 tiros al batallón, con oposición de Urriola que creía innecesario aquel paso. Luego que estuvo arreglado el cuerpo, Urriola dio la orden de marcha. Pantoja gritó entonces: ¡Batallón, atención! Mandó terciar armas y desfilar por el flanco derecho. Salió a la calle y en el mismo orden, al paso de trote, siguió hasta formar en batalla al costado oriente de la plaza, dando el frente al poniente.
Situado allí se mandó orden al teniente Videla para que marchase de los carros a unirse al batallón con la fuerza que tenía, dejando un piquete de guarnición. Al propio tiempo se mandó otro comisionado al batallón Chacabuco, para que el comandante Videla Guzmán y el capitán González, marchasen con el batallón a unirse al Valdivia. El teniente Videla cumplió con la orden, entrando a la plaza dando vivas a la libertad. Del segundo hablaremos más tarde.
XI VII EL VALDIVIA EN LA PLAZA
Estando el Valdivia en la plaza, algunos jóvenes comprometidos se presentaron a Urriola para acompañarle en su misión.
Como el N° 3 de cívicos, que debía haber sido tomado antes de salir el Valdivia del cuartel, se encontraba obedeciendo aún al gobierno y en dicho batallón se encontraban armas y municiones, Urriola mandó al teniente Herrera con 25 hombres a intimar rendición a la guarnición que allí había.
El piquete llegó hasta la esquina de las gradas de la catedral en que finaliza el templo.
Allí se detuvo por orden de Herrera. Se mandó intimar la orden a la guarnición y la guarnición parapetada dentro del cuartel se resistió a cumplirla. Herrera hizo presente desde luego a un señor que le acompañaba, que para atacar se necesitaba de mayor fuerza; ese señor insistió en que bastaban los 25 soldados, mas el teniente persistió en su resolución. Entonces el caballero se retiró a dar parte al coronel Urriola de lo que pasaba. Había andado una cuadra cuando sintió un tiro. Volvió al punto donde había quedado el piquete y allí encontró que el sargento Laynes, aprovechándose de la oscuridad, acababa de asesinar a Herrera dándole un balazo por la espalda. Laynes (quien fue hecho teniente por este crimen) fugó con algunos soldados al palacio y los más del piquete se volvieron a la plaza.
La noticia consternó a Urriola.
En la esquina de la calle Estado había un sereno; un artesano quiso desarmarle, el sereno se resistió y una bala vino a deslindar la disputa dando por tierra con el sereno.
Éstas fueron las dos primeras víctimas del día 20.
En la cárcel estaban de guardia 40 hombres del Chacabuco; el Valdivia intimó rendición a la guarnición y la guarnición se plegó al movimiento. Al instante se pusieron en libertad a dos reos políticos, don Francisco Prado Aldunate y a un señor Stuardo. Los demás quedaron encerrados por evitar la salida de los criminales.
Inter tanto, los artesanos que iban llegando se apoderaron de la torre de la catedral y principiaron a tocar a fuego. La multitud se alarmó y principió a llegar.
El Valdivia cambió entonces de posición.
Marchó y se colocó al frente de la catedral. Allí mandó rendirse a la guarnición de las Bombas y la guarnición abrió las puertas del cuartel.
La multitud que acudía se apoderó en el acto de 300 y pico de fusiles que allí había, pero no encontró municiones. Ejecutada esta fácil operación, el Valdivia tornó a colocarse en la posición que había dejado.
A don Luis Bilbao se le entregó el mando de los artesanos que habían tomado armas en el cuartel de Bomberos. Urriola, después de haber hecho todo esto, dio orden a don Francisco Bilbao para que al frente de un piquete del Valdivia tomase al N° 3. Partió el piquete y la guarnición encastillada en las ventanas rompió el fuego sobre los que venían a acometerla. Fue imposible derribar la puerta que da a la calle y Bilbao tuvo que retirarse sin fruto alguno y sin ninguna pérdida de su gente.
XI VIII ¿QUÉ ES DEL CHACABUCO?
El comandante Videla y el capitán González se habían comprometido a entrar en la revolución, poniendo a las órdenes de Urriola el Chacabuco, tan pronto como el Valdivia estuviese en la plaza. Urriola con esta seguridad había mandado diferentes órdenes a Videla, pero todos los enviados se habían vuelto trayendo la contestación de que las puertas del cuartel estaban cerradas y que nadie respondía a los toques que se daban.
Se mandó por último al joven don Benjamín Vicuña. Éste llegó y encontró la puerta abierta; iba a caballo y entró al patio. El capitán González le recibió en la puerta y le introdujo.
Al divisarle Videla y cuando Vicuña se desmontaba para ir a hablarle, gritó desde la mayoría: Capitán González, ponga usted a ese hombre en prisión e incomunicado.
Vicuña quiso hablar; pero se lo impidieron.
La demora de Vicuña y la no comparecencia del Chacabuco, persuadió a los revolucionarios que Videla había traicionado.
Se le hace presente a Urriola la necesidad de ir a atacarle, pero Urriola contesta: Videla es un hijo para mí; no puede traicionarme. Dejémosle obrar que él cumplirá con su compromiso.
Se insiste en probar la traición; pero la confianza de Urriola hace inútil todo razonamiento. Se ignora lo que acaba de pasar a Vicuña. Era preciso otra prueba más declarada para persuadir al coronel. El curso de los sucesos lo demostrará.
XI IX ENTUSIASMO Y ALARMA
La voz de que el Valdivia se había sublevado se extendió por la ciudad. La gente acudía en gran número. La plaza se llenaba por la concurrencia.
Ningún enemigo se presentaba a combatir; el tiempo corría y todos esperaban grandes cosas. El Chacabuco no se había incorporado a tiempo y por la inmovilidad del batallón se creía que algo se esperaba que hiciese inútil el derramamiento de sangre.
Urriola se oponía a tomar presos a los cabezas de los pelucones; se oponía a atacar la Moneda donde residía el Presidente; se oponía a tomar los cuarteles cívicos donde había municiones y armas en abundancia: Urriola esperaba. Creía que con el Chacabuco y el pueblo reunidos, el gobierno pasaría sin resistencia a manos de los revolucionarios.
En esta calma se encontraron sorprendidos por el día y sin haber dado pasos fundamentales, que debiera haber hecho triunfar la revolución, antes de amanecer. La apatía apareció y tal vez el frío de la duda. Se presenciaban las órdenes del gobierno, se oía la generala de los cívicos, las disposiciones para reunir fuerzas con que entrar en combate. Parecía que el gobierno era el revolucionario por la actividad que desplegaba, y que los revolucionarios eran el gobierno conservador por la inmovilidad en que estaban.
En tal estado se encontraba el espíritu cuando la música del Valdivia saludó al sol que aparecía, tocando la Canción Nacional de Chile. El arranque majestuoso de ese himno }} arrebató el pensamiento de los revolucionarios; la imaginación iluminó el camino de la gloria: la libertad fue sentida y vista; el entusiasmo estalló. La muerte o la victoria fue el voto que aquella masa hacía, al sentir correr por sus venas el calor de la vida civil. Aquel toque de conmoción que relega al olvido la venganza, que purifica el rencor de los sufrimientos; esa armonía de sonidos que parece despertar cada fibra del corazón, que exalta, enternece, anima y forma héroes, fue para los revolucionarios el grito de la patria destrozada por la tiranía, la voz de protección dada por la madre de todos para acudir en su defensa. Parecía que la naturaleza misma hablaba, impulsaba a tomar un fusil para morir vivando a la libertad, vivando a Chile.
La multitud, al sentir el himno nacional, descubrió su cabeza y no divisando más que la victoria, prorrumpió en masa entonando los siguientes versos de la canción chilena.
Ciudadanos, el amor sagrado de la Patria, os convoca a la lid, libertad es el eco de alarma, la divisa triunfar o morir.
El cadalso o la antigua cadena os presenta el soberbio español, arrancad el puñal al tirano quebrantad ese cuello feroz
CORO
Esos monstruos que cargan consigo el carácter infame y servil, cómo pueden jamás compararse con los héroes del 5 de abril.
Ellos sirven al mismo tirano que su ley y su sangre burló, por la Patria nosotros peleamos nuestras vidas, libertad y honor.
En sus ojos hermosos la patria, nuevas luces empieza a sentir y observando sus altos derechos se ha incendiado en ardor varonil.
De virtud y justicia rodeada a los pueblos del orbe anunció que con sangre de Arauco ha firmado la gran carta de emancipación Bilbao dirigió enseguida la palabra al pueblo en estos términos: ``Chilenos: hoy es el día de la regeneración de Chile.
Hoy es el día de mostrar a la faz de la Tierra que sabemos y podemos conquistar nuestros derechos. Hoy es el día de las obras, ciudadanos, hoy debemos probar que la justicia es una verdad y que la tierra de Chile no quiere ya por más tiempo ni tiranos hipócritas, ni alevosos usurpadores de la soberanía del pueblo.
Ya no más esclavitud. El pecho al peligro, el corazón palpitante de libertad, evoquemos las tumbas de los héroes y pidamos la bendición de Dios para la victoria de la república inmortal.
A sus puestos, unión, que la palabra fraternidad se vea arder en nuestras almas y aparezcamos como soldados en el combate''.
Urriola, movido como los demás, deseó combatir y no esperar más. En el acto dio la orden de marchar a la Alameda, a tomar el cuartel de Artillería que era la maestranza del ejército.
XI X MARCHA TRIUNFAL
El Valdivia sintió la voz de Urriola que le mandaba formar por mitades en columna. La música se colocó al frente, Urriola a la cabeza del batallón. Los artesanos siguieron el mismo or den de formación tras del Valdivia. La multitud ocupaba los contornos de la fuerza armada.
Formados en columna, los revolucionarios dieron vuelta por la plaza y enseguida tomaron por la calle del Estado que conduce a la Alameda. A este tiempo, la guarnición de la cárcel se formó en el orden de la demás tropa y marchó a rivalizar en valor.
La calle del Estado se encontraba coronada de gente. Las casas dejaban ver a sus habitantes que lanzaban vivas y saludos al coronel Urriola.
La multitud ocupaba el espacio con sus gritos de entusiasmo. Urriola marcha enorgullecido por ese saludo que la concurrencia le daba. Mirando a todas partes con un semblante placentero y conmovido, se distraía en ponerse un par de guantes.
La alegría de todas esas masas, no era la alegría de la duda; era la convicción del triunfo, equivalía a una marcha triunfal.
Era aquello el primer desahogo que el pueblo tenía de la opresión que sobre él hacía pesar el gobierno. Pocas horas antes el grito de Patria era castigado como una blasfemia, y ahora, ese grito lanzado libremente, era una expansión, un consuelo que dilataba los pechos de tantos seres esclavizados.
Cada cual se sentía invencible y en esa fuerza adquirida por el amor, nadie pensaba en que podría volverse a arrastrar los hierros de la arbitrariedad.
La revolución equivalía al triunfo.
Las hermosas hijas de Chile sonreían y adornaban con sus presencias la marcha de los revolucionarios.
Urriola, embellecido por la causa que encabezaba, embellecido por la luz de la libertad saludaba a los amigos, a las familias, parecía despedirse en aquel tránsito para la Patria de los libres.
Iban a combatir con la bendición de las madres, de las hermanas, de los ancianos de la ciudad. Iban a corresponder al clamor de Chile que yacía sepultado en las tinieblas del absolutismo. Iban a echar por tierra el edificio que por 20 años se había ido construyendo a fuerza de corrupción, de crímenes y de asesinatos.
La vida del ciudadano en presencia de tales ideas, era la abnegación.
El Valdivia entraba a la Alameda.
Luego que allí estuvo, formó en batalla con el frente a la calle por donde había venido.
XI XI LA PRIMERA TENTATIVA
Cuando el Valdivia entraba a la Alameda, dos cañones custodiados por un piquete pasaban en dirección a La Moneda. El capitán Pantoja, que iba al frente de la primera mitad, cerca de Urriola, le dijo a éste: Permítame correr a tomar esos cañones.
Déjelos usted le contestó Urriola, ellos serán tomados por el Chacabuco y nos servirán a su tiempo.
Urriola confiaba aún en el comandante Videla.
Formado el batallón, unoficial de granaderos apareció con alguna tropa a caballo. Urriola se rió al divisarle y, desprendiéndose del batallón, dijo a los hombres del pueblo que estaban sin armas: ¡Espanten a ese oficial!.
Los hombres del pueblo tomaron piedras y en un momento hicieron volver caras al piquete de caballería. En esto se presentó un oficial del Valdivia, el mayor Urrutia que era enemigo de la revolución, montado en un buen caballo y a la distancia de una cuadra, haciendo señas a los soldados para que se le pasasen. El sargento Fuentes salió de la fila y apuntándole con su fusil le hizo correr y salvarse. }} Se organizaba a este tiempo al pueblo para entrar en combate. Un hombre de poncho y a caballo se acercó a Urriola, se desmontó y le pidió una colocación en sus filas; era Marco Aurelio Gutiérrez. Urriola conociéndolo por sus antecedentes, le dio a reconocer por capitán de la compañía de granaderos. Gutiérrez se quitó el poncho, púsose un quepí y, ciñéndose una espada, tomó el mando de su compañía.
Se iba a proceder al ataque, pero antes de ello, Urriola quiso dar un paso que ahorrase la sangre. Envió a su ayudante don Ricardo Ruiz donde el jefe de la artillería, el coronel Maturana, diciéndole: que el pueblo había hecho una revolución, que tenía al Valdivia y otras fuerzas bajo sus órdenes, que no había en aquel momento otra autoridad que la de él y que, en consecuencia, le ordenaba entregase la artillería.
Ruiz marchó a cumplir su comisión: llegó al cuartel que estaba cerrado y dispuesto a la defensa. Se hizo conducir donde Maturana, y Maturana contestó: que él no tenía conocimiento de otra autoridad que la del presidente Bulnes y que de esa autoridad no había recibido orden para que entregase el cuartel que, por consiguiente, no lo entregaba.
Fue preciso, en vista de esta respuesta, proceder al ataque. La razón no había obrado, iba a emplearse la fuerza.
La toma de la Artillería equivalía a la derrota del gobierno, porque el pueblo se armaría.
Se mandó desfilar en el acto sobre la Artillería. Los revolucionarios llegaron a la esquina del cuartel y dejando la puerta que da al frente de la Alameda torcieron por la calle del costado, bajo las ventanas de la Artillería, para proceder al asalto por la espalda que estaba ligado a unas casas particulares. Se entró a la casa colindante, y ya se tomaban las medidas para escalar las paredes, cuando el Chacabuco apareció disperso en guerrilla sobre el cerro de Santa Lucía amenazando toda tentativa de ataque y defendiendo el costado oriente de la Artillería.
Urriola detuvo al momento la ejecución de su plan. Mandó a don Luis Bilbao que al frente de la columna de artesanos marchase a desalojar al Chacabuco del cerro. Igual orden dio al teniente Videla, para que con una compañía del Valdivia fuese a proteger a los artesanos que ya habían partido con entusiasmo y dando vivas; más al llegar esta falange al pie del cerro, Urriola mandó contraorden para que volviesen donde él.
A este tiempo, se formaban barricadas por orden de don Francisco Bilbao en el extremo norte de la calle de la artillería, para precaver un ataque de la caballería al pueblo.
Luego que los artesanos y la compañía del Valdivia volvieron, Urriola vio que el Chacabuco principiaba a descender del cerro en actitud de entrar a la Artillería. Urriola, confiando aún en el comandante Videla, cree que el Chacabuco está de su parte y a fin de darle tiempo para que entre y la tome sin disparar un fusilazo, ordena marchar, y dejando la posición que acababa de tomar, da vuelta por la calle de las Agustinas y vuelve por la de Las Claras a formar en batalla en la Alameda, frente a San Francisco.
Allí se tuvo la convicción por Urriola, de que el Chacabuco le había traicionado y de que era necesario tomarse el cuartel de Artillería a sangre y fuego.
XI XII ESTADO DE LAS FUERZAS
Decíamos que el combate se había hecho necesario, y para apreciarlo como es debido, conviene presentar el número de tropas que iban a combatir por el gobierno y las que iban a hacerlo por la revolución.
El gobierno tenía en aquel momento, 54 artilleros y 180 del Chacabuco. Esta fuerza se encontraba encastillada en la Artillería. El regimiento de granaderos, compuesto de 250 hombres; el regimiento de policía que subía de ese número y 440 cívicos.
Santiago cuenta en el centro de la ciudad con seis batallones cívicos y la fuerza de todos es de cerca de 7.000 hombres. Desde las cuatro de la mañana se había estado tocando generala y hasta las 8 del día, apenas y con gran trabajo se pudo juntar ese número.
¡Tal era la popularidad del gobierno! Los revolucionarios tenían 310 hombres del Valdivia; 40 del Chacabuco y cerca de 8.000 hombres sin armas y los que la tenían que apenas llegaban a 300, no contaban con un solo cartucho. No quedaban más que 350 hombres útiles para el combate, al paso que el gobierno oponía 484 soldados de línea y a más, el regimiento de policía y los cívicos que harían ascender la suma a mil y pico de individuos.
Se puede decir que ¡ésta era toda la opinión que apoyaba a la autoridad conservadora!
XI XIII EL NUEVO JEFE
Cuando la resolución extrema se hubo tomado, el coronel Arteaga se presentó a Urriola, por llamado que éste le había hecho para trabajar en las operaciones del día 20.
Arteaga hacía poco tiempo que había sido separado del cuerpo de Artillería, por la oposición que hiciera al gobierno en las cámaras. Se le consideraba con gran prestigio en el cuartel que se iba a atacar. Por esta razón, Urriola convino en que tomase el mando del Valdivia para que a su cabeza marchase sobre la Artillería.
Es digno de notarse el desprendimiento de Urriola al entregar el mando del batallón y quedar él sirviendo de subalterno en el cuerpo.
No había emulación, no había ambición, había sólo patriotismo en aquella alma.
Arteaga fue dado a reconocer como nuevo jefe del Valdivia y, al tomar el mando, con voz entera y sonora mandó echar armas al hombro y disponer el orden de ataque.
Dispuso que atacase adelante el pueblo, que procurase forzar las puertas del frente y del costado de la Artillería, mientras él, a la cabeza del Valdivia, marchaba a segundar el impulso.
La columna de artesanos que tenía fusiles partió adelante y con ella la multitud que llevaba piedras en las manos. Al llegar a la esquina de la Artillería, la tropa encastillada rompió el fuego por las ventanas sobre la concurrencia. Caen algunos muertos y la vista de la sangre ciega a los combatientes. El pueblo inerme se ve atacado antes de atacar, es provocado a una lucha; la acepta y con frenesí carga a pedradas procurando derribar las puertas. Unos se precipitan sobre las ventanas y por encima de los cañones de los fusiles procuran arrancar las rejas para por allí llegar al cuerpo de los que les hacían fuego. Otros, sucediéndose en esfuerzos contra la puerta, no temen el ser barridos por los cañones que defienden las entradas. El furor enciende de sangre la vista de los artesanos y ellos, impotentes para responder con la muerte a la muerte que se les daba, prefieren caer muertos al pie de las ventanas de la Artillería, antes que ceder un paso. Los pechos al frente, el valor desenfrenado, hacen aparecer a esa multitud heroica y digna de recibir los sacrificios de sus defensores. Allí, es digno de observarse el arrojo de las mujeres que acuden con sus pañuelos llenos de piedras a repartir a los combatientes, y el de los niños en medio del peligro que se mantenían a poca distancia de los que arrojan balas del cuartel. No ven la muerte, sienten sólo la ansiedad de llegar a las manos, al ataque cuerpo a cuerpo con los soldados encastillados. Las puertas no ceden al empuje de las }} piedras, las ventanas tampoco pueden ser arrancadas y, sin embargo, los hombres caen sin represalias. El furor les sugiere el medio de emplear un elemento que les produzca la entrega del cuartel. Procuran incendiarlo. Corren a una botica, sacan algunos frascos de aguarrás y acuden a practicar el incendio.
En esto llega Arteaga en protección del pueblo, a la cabeza del Valdivia y coloca tiradores al frente de las ventanas que impidan la puntería de los soldados encastillados. Mientras se cambian algunas balas, los hombres del pueblo traen leña que colocan en la puerta del cuartel, le echan aguarrás a pesar de ser atacados por las balas; le prenden fuego y se retiran algunos pasos. El elemento no cunde y la puerta se hace inasequible.
Entonces, se trae una escalera, la colocan en la esquina de la Artillería, empapan algunos trapos y un hombre sube con gran calma a mojar la aleta del techo. Las balas de las ventanas matan al hombre que subía y en el acto otro toma los trapos y reemplaza al caído: sube con la serenidad más indescriptible y otra bala vuelve a matar al segundo que emprendía operación como aquella. La muerte de los dos primeros da la convicción de ser aquel un cadalso, y los espectadores en vez de arredrarse se disputan el trapo incendiario y otro tercero llega a subir y a empapar con detención la aleta de la esquina.
No se baja aún de la escalera hasta que prende fuego el combustible.
En el cuartel de artillería se encontraba una enorme cantidad de pólvora en barriles.
Los revolucionarios no lo sabían al procurar el incendio.
Arteaga, a 20 pasos de la Artillería, se deja ver de sus antiguos soldados para hacer obrar su influencia. El fuego de la aleta no cundía, se esperaba su progreso para conseguir la rendición del cuartel.
Apagados los fuegos de las ventanas, la multitud, guiada por sus jefes, volvió a la esquina de Las Claras para levantar una barricada que asegurase la retaguardia e impidiese un ataque de la caballería que asomaba amenazando. Se sacó madera de San Juan de Dios y tomando todo el ancho de la calle de la Alameda, la barricada fue construida. El Valdivia se formó en batalla dando la espalda al templo de Las Claras, tocando su cabeza en la esquina de la Artillería.
A este tiempo lleva la noticia que el coronel García, al frente de una columna, marcha a atacar al Valdivia, tomando por la calle que conduce al costado poniente de la Artillería.
Urriola no hace más que oír el nombre de García, enemigo político y personal, que toma medio batallón y parte a atacarle. El fuego del techo se apagó por sí solo.
XI XIV MUERTE DE URRIOLA
La columna de 440 cívicos que había podido reunir el gobierno salió de la Moneda y tomando por la calle de Huérfanos siguió hasta la calle nueva de la Merced que conduce a la Artillería. Urriola al partir por la calle de Las Claras, quiso tomarle la retaguardia saliéndole por la de las Agustinas, suponiendo que la columna habría avanzado lo suficiente.
Con este motivo partió con el medio batallón del Valdivia y, acompañado de gran número de gente, notándose entre los jóvenes que le acompañaban al laborioso e infatigable don Manuel Recabarren.
Urriola va fuera de sí. Doce pasos al frente de la primera mitad, marchando al trote, con espada en mano, colorado, encendido de coraje.
Casi no se acuerda de la tropa que lleva, cree que por sí solo basta para atacar a García. La tropa no le permite que le gane terreno, pues se esfuerza en alcanzarle. Deja la calle de Las Claras y tuerce a la de las Agustinas. Divisa a los cívicos que van pasando a una cuadra de distancia y en el acto da la orden de cargar haciendo fuego.
La columna de cívicos se precipita a salvarse de aquella carga, pero no tiene el tiempo suficiente.
Urriola llega donde ellos y les corta. Una parte de la columna echa a correr para atrás y otra para la Artillería. Algunos soldados del Valdivia, que habían quedado al frente de la puerta falsa de la Artillería, aumentan la confusión de la columna de García y un cañonazo a metralla salido de esa puerta del cuartel, barre con 9 cívicos y acaba de introducir el desorden en la fila. El terror les acomete y unos arrojando las armas, otros entrándose a las casas y los más al cuartel de Artillería, acaban de completar la desaparición de esa fuerza.
Cuando Urriola cargaba, y al llegar a la columna de García, una bala enemiga le da en la ingle y le derriba. Le toman en trazos y le entran a una casa particular. Allí muere a la media hora sin lanzar un gemido ni pronunciar una palabra.
Tal fue el fin del coronel Urriola.
Caído Urriola, la tropa que mandaba se vuelve a la Alameda y en aquella confusión el sargento Enríquez, asesina de un balazo por la espalda a su teniente Huerta, muchacho de valor, patriota y abnegado a vista de la gloria.
XI XV EL GRAN COMBATE
CuandoUrriola partía a atacar a García, el coronel Maturana, para proteger a los cívicos, sacó de improviso cinco piezas deartillería ycolocándolas al frente de la Alameda, sobre la pequeña subida de la puerta principal rompió los fuegos sobre los revolucionarios. Para la protección de estas piezas los 180 hombres del Chacabuco se colocaron ocupando el ancho de la espaciosa calle de la Alameda.
La cabeza del Valdivia, al mando de Pantoja, había quedado tendida en el costado de Las Claras.
La multitud al ver salir las piezas se conmovió, principió a replegarse a las calles inmediatas. El medio batallón del Valdivia reunido con los 40 del Chacabuco se replegó también a la calle de Las Claras para no ser barrido por los cañones.
Los cañones principian a lanzar metralla y bala rasa y los del Chacabuco a hacer fuego de fusil.
Introducen el terror y los revolucionarios parecen derrotados. La serenidad vuelve a reaparecer en estos y principian a presentarse en el campo a combatir. Los del Valdivia se colocan tras de la barricada y contestan al fuego enemigo. El valor se enciende y el combate toma cuerpo. De las barricadas comienzan a salir y a avanzar en guerrilla sobre el lugar despejado que mediaba entre la Artillería y la barricada. En esto llegan los que habían ido conUrriola y la lucha toma incremento. El pueblo, la juventud, rivalizan con los veteranos en coraje.
Quien tiene un cartucho lo quema congusto y con denuedo.
La fila del Valdivia se extiende por el centro de la calle y a un cuarto de cuadra de distancia, no cesa de voltear artilleros con una puntería de cazadores. Se familiarizan con las balas y los hombres se pasean comiendopan y disparando el fusil sobre los artilleros que caían al pie de sus cañones con bravura.
El tiroteo continúa y la escasez de municiones se siente. Cae uno muerto y los demás acuden a despojarlo del arma para reemplazarle. Los cartuchos están ya consumidos y el enemigo aunque diezmado, no se da por vencido. Entonces, Francisco Bilbao tomando una bandera en la mano y la espada con la derecha sale al frente de una mitad mandando cargar a la bayoneta. Lo acompaña Pantoja y colocándose ambos delante, tocan a la carga.
¡El Valdivia es invencible! grita Pantoja con denuedoy la mitad, al oír la voz de su capitán, parte tras él, cargando a la bayoneta sobre los cañones que no cesaban de lanzar metralla. Los veteranos están ya ciegos de furor y sin respeto a los enemigos llegan a la boca de los cañones y los toman.
Los del Chacabuco huyen al cuartel y en el frontis de la Artillería se encuentran muertos a todos los que servían los cañones.
XI XVI TRIUNFO Y PÉRDIDA
El fuego había cesado, tras de la mitad dirigida por Bilbao y Pantoja, las filas que sostenían el tiroteo acuden y acude el pueblo, y los queprimero habían tomado los cañones se vuelven con ellos y los colocan en las barricadas. No traían municiones.
Entonces sale unavozgeneral quedice: ¡triunfamos! Los soldados del Valdivia entraban de carrera a la Artillería pasando sobre los cadáveres que obstruían la puerta: ¡La Artillería está tomada! repetía la multitud y corría en tropel a armarse.
El teniente Videla va envuelto en la tropa, llega al zaguán de la artillería y allí le dicen: El Valdivia se ha pasado: ¡traición! Pantoja, que volvía de dejar los cañones, y la juventud que había tomado parte en el combate y que también se precipitaba a entrar al cuartel se detienen por el grito general que repite: ¡traición! Entonces se vuelven y procuran escapar.
¿Qué había sucedido? ElValdivia en sumayornúmerohabía tomado en realidad la Artillería. Los que antes la defendían despavoridos se ocultaban en los parajes y caballerizas; pero había dentro del cuartel tres hombres, tres jefes del Valdivia que no habían entrado en la revolución y al considerarse derrotados, quisieron arriesgar el todo por el todo. Eran el mayor Unsueta, que hacía de comandante, el mayor Urrutia y el capitán Barbosa.
Se presentan a la tropa tan pronto como la ven dentro y sin jefes. La proclaman: el sargento Fuentes quiere cortar la contrarrevolución que intenta Urrutia y baja su fusil para darle un tiro. La ceba no prende y el tiro no sale. Urrutia se le viene encima, vuelve a fallar la ceba y Fuentes cae preso.
El Valdivia sin municiones, se entrega entonces a los jefes del gobierno.
XI XVII EL TERROR
Bulnes, iba fugando con los granaderos por la calle del Dieciocho, cuando recibió la noticia de cambio tan inesperado. Vuelve y hace que el regimiento que le acompañaba corra a proteger la contrarrevolución. Los granaderos llegan y la misión que toman es la de amarrar y sablear a los indefensos.
El despotismo sale de quicio.
El horizonte de la libertad se entolda. La inseguridad aparece. Santiago es un campo vencido que presencia el triunfo de sus verdugos.
Más de doscientos cadáveres quedan en el campo.
¿Qué suerte había cabido a Bilbao? Envuelto por las masas quehuíanposeídas del pánico al grito de traición, se refugia en una casa inmediata. Los granaderos entran allí cual aun campo conquistado y conducen a las prisiones a cuantos encuentran, mujeres, niños y ancianos. Bilbao se oculta en un techo y allí es pinchado por las lanzas de los soldados sin descubrirle. Lo buscaban con furor.
De allí salió en la noche a seguir una carrera de aventuras diarias, viviendo en la oscuridad.
Estando en su escondite, 2 de mayo, sintió pasar el cortejo que acompañaba al sargento Fuentes cuando le conducíanalpatíbulo. ``Desde entonces'', dice Bilbao, ``perdí el miedo y la inquietud en que estaba.
La pena de muerte mediomás ánimo al verla ejecutada y estando amenazado por ella.
Oigo el canto religioso, los pasos lentos de la muchedumbre: un hombre va a morir ¡y el cielo está tan bello! La luz brilla derramando vida.
Oh, patíbulo, altar de las venganzas, erigido por el miedo, ¡hasta cuando tendrás adoradores! ¡La sangre humana! Es grandioso verla derramar en las batallas, cuándo el pecho de los héroes palpita por la redención de los hombres; ¡pero derramarla fríamente en holocausto a las leyes asesinas y por conciencias hipócritas! ¡Gran Dios! Envía tu luz a los que la han apagado en sí mismos''.
Las pesquisas se hacían sin tregua. Era imposible pensar en nuevas conspiraciones. Las cárceles estaban más que llenas de artesanos. Los militares y paisanos que habían dirigido el ataque se encontraban en salvo. La muerte amenazaba a todos. Fuenecesario dejar la Patria ybuscar un asilo en el extranjero. Don José Manuel Escanilla, esa alma de padre en su amor por nosotros, verdadero patriota y amigo cual ninguno, arrostrando los mayores peligros, exponiéndose a correr la suerte de los perseguidos tomó a su cargo la salvación de Bilbao. Él fue quien le abrió sus brazos, puso su vida a su servicio y lo condujo a Valparaíso, en donde lo embarcó para el Callao.
El pánico se apoderó por algún tiempo de los hombres, hasta que se presentó un caudillo al frente de los pueblos armados, el general Cruz, que proclamó la revolución en el sur, ydon José Miguel Carrera que se presentó en el Norte al frente de la provincia de Coquimbo.
Catorce revoluciones sucedieron a la del 20de abril y todas ellas sucumbieron por incapacidad de los directores de la guerra, dejando como protesta de los pueblos diez mil cadáveres en los campos de batalla, seis mil proscritos y algunos patíbulos que aún vierten la sangre con que debía escribirse el triunfo de don Manuel Montt.
Ese triunfo fue sellado con la sentencia de muerte pronunciada contra los proscritos, y ella alcanzaba en primer lugar a Bilbao.
Principiaba la vida del proscrito, vida amarga que no debía terminar sino cuando terminase el decenio que gobernó Montt.
1851 A 1855 Lima fue el puntodonde se reunieron los proscritos chilenos. El que escribe estas páginas llegó allí en enero de 1852, después de haber burlado el patíbulo, fugándose de la prisión. Bilbao, era sorprendido con la llegada del hermano, a quien consideraba herido de gravedad en la batalla de Petorca. En aquellos momentos de dolor, el proscrito había consagrado algunas páginas al hermano que consideraba en la eternidad, en las que dejaba exhalar ayes desgarradores del alma. ¡Coincidencia rara! El hermano vivía y éste era el que debía más tarde escribir la vida del hermano que moría en sus brazos.
Al pisar el territorio peruano encontramos que Francisco Bilbao se hallaba asilado en la legación francesa. ¿Quién lo perseguía? ¿Por qué causa? Acababa de subir al poder el general don Rufino Echenique, hombre típico de la corrupción política en el Perú. Dotado de instintos despóticos, rodeado de un círculo monarquista y jesuítico, habíase declarado desde muy temprano a favor de Montt, y enemigo gratuito de los que le habían combatido.
Bilbao, desde que pisó el territorio peruano había ocupado la prensa atacando al Gabinete de Santiago. Esto le atrajo la antipatía de Echenique. No contento con esos ataques extendió su acción a procurar la regeneración de los peruanos predicando la cruzada del renacimiento.
Al efecto, inició su marcha pidiendo la abolición de la esclavitud que allí existía y, para dar más vida a su palabra, formó una asociación de jóvenes que sirviese de núcleo a la propaganda.
Echenique no se hizo esperar, ordenó poner preso a Bilbao. Asilóse éste entonces en la legación francesa y allí permaneció hasta febrero de 1852.
Echenique le hizo llamar y conferenció con él.
``Soy enemigo del socialismo'', le dijo, ``yo no permitiré que tales doctrinas se alberguen en el Perú. Soy el poder, usted está en un país en que no es ciudadano, no puede ni debe mezclarse en los asuntos de él. Si usted quiere permanecer aquí, gozar de hospitalidad, debe darme su palabra de no mezclarse en la política. A esta condición concedo a usted la libertad''.
Acepto le contestó Bilbao, pues mi posición es excepcional.
Entonces Echenique se manifestó interesado en la suerte del proscrito y tentó el atraerlo a su devoción, haciéndole ofertas que fueron rechazadas.
Reducido a la inacción sucedió en esos tiempos que el general Flores trataba de expedicionar al Ecuador con recursos suministrados por Echenique. El gobierno del Ecuador era liberal y tenía el mérito de haber expulsado a los jesuitas. Era un gobierno que seguía el movimiento radical de la Nueva Granada. La expedición de Flores tenía por objeto detener esa revolución moral que tocaba a las puertas del Perú y apoyar la reacción de los conservadores en Nueva Granada.
El hermano de Bilbao, Manuel, que no tenía compromisos contraídos, atacó por la prensa la proyectada expedición, hiriendo tanto al que la encabezaba como al que la protegía.
Esto disgustó a Echenique, pero se reprimió por no dar a conocer su complicidad. El hermano siguió adelante y abrió su carrera en el Perú como escritor. Entre los escritos que dio a luz en ese entonces se encontraba la historia del ``General Salaberry'' en que aparecían las faltas de aquellos que habían entregado el país a Santa Cruz. Casualmente, los hombres que gobernaban en ese tiempo, eran los que más crímenes habían cometido contra el defensor de la Independencia del Perú.
Segundo motivo de enemistad con el poder.
El mismo, publicó entonces La Revista Independiente en que abrió la campaña contra el despotismo y corrupción reinante. El público acogía estas publicaciones con interés, porque en esos momentos el tesoro público era saqueado y Echenique repartía abusivamente 23.000.000 de pesos fuertes entre sus afiliados.
Tanta corrupción produjo la revolución de 1854 en que los pueblos pedían la caída del fraude. Era ``la revolución de la honradez'', como la bautizó Bilbao.
Echenique aprovechó estas circunstancias, encarceló a Bilbao y a sus dos hermanos y los desterró ``para siempre del Perú''. El asilo fue Guayaquil.
Allí siguiose la propaganda revolucionaria sobre la frontera. Mas un día llega la noticia que don Rafael Bilbao, que había acompañado a sus hijos al destierro, se hallaba en la prisión. No esperó más Bilbao, y acompañado de sus hermanos se dirigió a Lima. Allí penetró y abrazó, en los escondites, la vida del conspirador.
Varias fueron las tentativas que se hicieron para derribar la administración, pero todas fracasaron. La única esperanza se cifraba en el ejército revolucionario que venía del sur, mandado por el general Castilla. Éste, después de nueve meses de campaña llegó por fin a las puertas de Lima, donde le esperaba Echenique al frente de un ejército veterano y abrigado por fortificaciones coronadas de artillería. Tenía éste a su lado todos los generales que habían participado del saqueo de las arcas, hombres corrompidos, de ideas monárquicas y que cifraban su salvación en el triunfo de su jefe.
24 piezas de cañón de todos calibres y 6.000 veteranos provistos de los mejores elementos de guerra. Su costado derecho lo afianzaba en las orillas del mar defendido por huacas y por la escuadra que dominaba el litoral. El centro defendido por zanjas, promontorios y tapiales, y la izquierda apoyada en huacas coronadas de artillería.
Castilla llegaba con 4.000 hombres formados en las marchas, cinco cañones de a cuatro, mal armamento, la gente desnuda y las caballadas en esqueleto. Contaba con que Lima se sublevaría y le ayudaría atacando por retaguardia al enemigo: pero Lima estaba custodiada por 1.200 veteranos.
Cinco días resistió Castilla al tiroteo del ejército de Echenique y, persuadido que nada más avanzaba en tal situación sino el tener que sucumbir al fin por falta de recursos, proyectó la noche del 4 de enero de 1855 hacer una maniobra que imposibilitase las fortificaciones del campo enemigo y le pusiera en contacto con los revolucionarios de Lima. Aprovechándose de la oscuridad de la noche levantó el campo y emprendió el movimiento. Casualmente Echenique había proyectado esa misma noche atacar el campo de Castilla al aclarar del día 5 y, al efecto, se movía en medio de la oscuridad a sorprender al ejército revolucionario. El general Pezet, debía atacar el centro. Guarda, el ala izquierda y Deustua, la derecha. Castilla marchaba en columnas, desfilando. Había avanzado cerca de media legua, cuando sintió la división del centro sobre sí. Entonces, sin perder la serenidad que jamás le abandona, hace colocar sobre una tapia las gorras de uno de los batallones de retaguardia y corre a formar la línea en las ruinas de la hacienda de la Palma. Pezet cree, en medio de la luz débil que precede al día, que la tapia coronada de gorras es el ejército revolucionario y rompe el fuego contra ella. No se detiene ante tan débil enemigo y sigue cargando en unión de Deustua que llegaba al campo. Castilla apenas puede formar en línea tres batallones y con ellos carga a la bayoneta y hace retroceder la división que tenía al frente. Le matan dos caballos, le hieren en la cabeza pero él sigue mandando el combate. Da tiempo a que regresen sus columnas de vanguardia y con ellas vuelve a cargar a la bayoneta y obtiene un triunfo completo. La división de Guarda se rinde. Seiscientos cadáveres quedan en el campo. Echenique huye a rehacerse en Lima y allí acuden los batallones dispersos, pero al entrar se encuentran con que Lima no les pertenecía. ¿Qué había sucedido? Desde que se sintió el primer cañonazo disparado en el campo de batalla, los Bilbao, acompañados del señor don Manuel O. de Zeballos, sus sirvientes y otros amigos, se lanzaron a la calle; atacaron la torre de San Pedro, la tomaron y echaron a vuelo las campanas.
El pueblo acudió. Reunida una fuerte masa corrieron a una armería y arrebataron las armas distribuyéndolas a la multitud. De allí partieron a atacar el palacio. Encontraron en la plaza al general Suárez al frente de un regimiento de caballería y de un batallón de infantería. Sin dar tiempo a reflexiones rompieron el fuego sobre ellos. Trabose la lucha, el regimiento huye, el batallón se rinde.
De este modo se vencía dentro y fuera de la capital.
¡Otro día de recuerdos! La victoria de la revolución vindicaba a la humanidad declarando la libertad de los negros, la abolición del tributo que pagaban los indios desde la conquista y parecía correr a la realización del ideal. Castilla convocaba una convención que llenase las aspiraciones de los pueblos. Con tal motivo Bilbao escribió el Gobierno de la Libertad, acerca de cuya obra y del Mensaje del Proscrito le escribía Quinet con fecha 15 de julio de ese año.
``Leo con profundo júbilo vuestras dos obras. ¡Ah! Qué gran grito habéis lanzado en las cordilleras. Os aseguro que no hay poder alguno en el mundo capaz de ahogar un grito semejante. Nada hay más vivificante, más consolador, que escuchar aquella ardiente voz de Chile, que responde a todos nuestros acentos.
¡No! Ellos no enterrarán nuestra palabra, pues que vos la habéis sembrado con la vuestra en aquella naturaleza del Perú y de Chile que tanto he deseado ver, y que vos me reveláis. Querría que se tradujesen los escritos que me habéis enviado; ellos recalentarían nuestra fría tierra...''.
Castilla estaba animado de las mejores intenciones, y confiando en ministros jóvenes que parecían ser la encarnación de la revolución, se dejó llevar de los acontecimientos. En el interregno que hubo entre la dictadura y la instalación de la convención, la prensa agitó todas las cuestiones que debían ser debatidas al reunirse aquel cuerpo. Bilbao no faltó a este movimiento. Entró de lleno al ataque del enemigo capital de la República, presentar el dualismo entre la libertad y el catolicismo. El clero se alzó al sentir al enemigo, encontró apoyo en el ministro de Hacienda, don Domingo Elías y protección en los Tribunales de Justicia. El fiscal don Vicente Villarán acusó a Bilbao. La Suprema Corte de Justicia, presidida por don Francisco J. Mariátegui que pasaba por liberal en ideas religiosas y era el general de la masonería en Lima, abrió el proceso mandando a la cárcel de la inquisición a Bilbao. Su hermano Manuel lo defendió y consiguió cortar el juicio. Habíase alarmado el fanatismo y la vida era insoportable para el escritor reformista, tanto más, desde que llegó a su noticia que se corría una suscripción entre las beatas con el fin de pagar hombres que le eliminasen de la escena. Resolvió ir a Europa y partió con tal dirección a fines de junio.
A poco de haber llegado allí recibió la noticia de la muerte del joven Henrique Alvarado, que no pudo menos de causarle un dolor profundo. Este joven había tomado a Bilbao por maestro de sus estudios en Lima. Cuando vino la persecución, Alvarado salió a la defensa y proclamó con energía ejemplar el dogma de la República. Demasiado joven aún, sus padres le llevaron al campo y allí le encerraron en una habitación donde murió de pesar. A la memoria de este desgraciado discípulo, Bilbao dirigió las siguientes líneas: ``Y su alma abandonó su cuerpo, llorando su muerte por haberlo abandonado en vigor y juventud.
(La Ilíada) En medio del combate americano, joven has abandonado el campo. No a ti el dolor, alma enamorada del ideal, que en alas de Platón respiras el Ether de las mansiones elevadas; mas sí a nosotros.
Digno de la causa, en críticos días lanzaste tu palabra, acción de valiente y de hombre libre. Hoy te buscamos en tu puesto debatalla yuna recompensa anticipada te arrebata a nuestro amor, a nuestra esperanza y quizás al resplandor de la victoria.
En el dualismo de la América, y apenas a la vida despertando, intrépido te enrolaste bajo el estandarte de la razón y de la soberanía, contra el de la abdicación y el servilismo. No a ti el dolor, mas sí a nosotros No calculaste la fuerza de la autoridad caduca ni el peso de las costumbres corrompidas, ni la indiferencia; con tu entusiasmo, con la fe de la razón, sin pensar en retirada, atravesaste la barrera de fuego, dando un adiós a la familia consternada, a la sociedad que condena, al clero que anatematiza o al poder que castiga. No a ti el dolor, mas sí a nosotros: ¿Por qué te has ido? ¡Tan joven y morir! ¡Tanta inteligencia y apagarse! Si al mortal la queja contra el destino es permitida, lo es ahora por tu muerte. Lleno de vida y de esperanza, proyectábais la vida y la esperanza.
La amistad, la Patria y el ideal perdieron un amigo, un ciudadano y un iniciador. ¿Por qué morir? Adelante, es la respuesta, adelante es la palabra de la cuna y de la tumba, y adelante es el imperativo de la Libertad''.
¿Qué le inducía a dirigirse a Europa y no a Buenos Aires, donde residía parte de su familia? Proscrito de Chile, perseguido en el Perú, no le quedaba un punto habitable en las costas del Pacífico. Agregábase a esto la falta de recursos pecuniarios y la necesidad en que se encontraba de ganar su subsistencia por medio del trabajo.
Reunió algunos fondos y antes de irse a instalar en Buenos Aires, que aparecía como un refugio para los libres pensadores, se decidió pasar a Europa. Sentía la necesidad de visitar a sus antiguos maestros, Quinet y Michelet, pues Lamennais acababa de morir. Quería, además, ver por sus ojos el estado de la Francia bajo el régimen imperial, y cerciorarse que era verdad que imperaba Bonaparte; que era una verdad que la Francia de 1848, hija de la de 1793, vivía muda, sin palabra, no postrada sino aplaudiendo al que lleva el nombre de Napoleón III, emperador de los franceses.
Estos deseos le llevaron de nuevo a Europa, deseos tanto más naturales cuanto que su espíritu y su cuerpo necesitaban de un reposo, de un desahogo, después de los cinco años de agitación que acababa de pasar en América.
Hasta entonces no se había atrevido a condenar la Francia por su conducta como nación, el viaje que emprendía iba a hacerle cambiar ese amor que le dominara desde la infancia.
Sigámosle en sus impresiones de viaje. Al llegar a París, después de una pequeña residencia en Londres donde, dígase lo que se quiera, el hombre es libre, terrible fue el contraste que recibió. Iba de un pueblo donde la prensa, el meeting, la representación, el jurado, y todas las garantías subsisten gloriosas e incontrastables. Iba de un pueblo donde no veía soldados, y donde el orden reina, donde no hay pasaportes y donde los malhechores no se escapan, y se encuentra en Francia donde lo primero que ve es al soldado, a la legión del sable y a la legión negra que se apoderan de todo pasajero, cual si fuese prisionero, para examinar su pasaporte y registrar su equipaje. Ridículas y vejatorias medidas, recuerdos feudales, consecuencias de los principios impíos del despotismo y los principios más absurdos en economía política.
Desembarcando en Bolonia; todos los pasajeros fueron conducidos como reos presuntos, entre dos filas de soldados, desde el puente del vapor, atracado al muelle, hasta el lugar de la inspección. Encerrados en un salón, preguntó Bilbao por la causa de la demora forzada que se hacía sufrir a los pasajeros, y allí supo que era porque se pasaba revista a todo el que arribaba, exigiéndosele y revisándosele el pasaporte.
Fue entonces que le asaltaron algunos temores de conciencia. Era la vez primera que desde Lima, Guayaquil, Panamá, Cartagena, Southampton y Londres, se le exigía pasaporte.
Abolido en Chile, en el Perú, en Nueva Granada, casi en toda la América, en Inglaterra, se había familiarizado ya con esa libertad, y he aquí que al pisar la Patria de la gran revolución que proclamó todas las libertades, recibía ese desengaño. Comprendió recién que penetraba en el Imperio.
Por otra parte, las noticias que tenía acerca de la policía francesa en Londres, para vigilar a los desterrados, en la vigilancia celosa de los imperialistas, de los temores que asediaban al régimen del 2 de diciembre, de la ferocidad que desplegaban sus secuaces contra todo el que reflejaba en su frente un signo de la dignidad del hombre, agregado todo esto, a un volumen de Víctor Hugo, les Chatiments, que llevaba consigo, y a otras cargas de conciencia poco bonapartistas, le hicieron pensar por primera vez en su pasaporte. Felizmente al embarcarse en el Callao, gracias a la previsión del señor Zevallos, el general Castilla le había dado uno, que había olvidado visar en el consulado francés.
Los pasajeros iban desfilando. El análisis era minucioso, el momento se acercaba. Le llegó el turno, y el oficial le dice: Usted no puede entrar en Francia.
¿Por qué, señor? Porque no hay la firma del cónsul. Pase usted aquí al lado a esperar.
Pasó al otro lado de la barrera de mesas que separaba a los oficiales de policía, a los soldados, a los aduaneros, del estrecho pasaje por donde acababan de desfilar los demás pasajeros, casi todos ingleses de ambos sexos que acudían a París para ver la exposición a la futura visita de la Reina Victoria. Allí, segregado, y algo bilioso, por tanta estupidez reglamentaria, formulista como caracteriza a ese pueblo que tiene el vicio de la centralización y de las fórmulas, (porque en todo y para todo se ven trabas, barreras, divisiones, distinciones, rejas de hierro y murallas de bayonetas, en los paseos, en los teatros, en los caminos de hierro, en todo lugar, a toda hora), allí meditaba en la recepción que hace esa nación al extranjero, esa nación que pretende pasar por la más hospitalaria y la más urbana. Toda señora tenía que abrir y dejar examinar lo que traía en los bolsillos de camino. Al fin, todos pasaron y quedó él solo con la policía, los soldados, los aduaneros. Vino un alto personaje condecorado, a quien fue presentado su pobre pasaporte. El oficial le dijo que faltaba la firma del cónsul y entonces expuso al personaje lo siguiente: Señor, en mi país que es Chile, en el Perú que es de donde he salido, y en Inglaterra por donde he pasado, nadie me ha pedido pasaporte.
Pero la ley (¡siempre la ley!) exige en Francia el pasaporte y la firma del cónsul del lugar de donde viene.
Muy bien, señor, pero yo ignoraba las leyes de Francia y no pensaba que tal requisito fuese necesario. Uno no puede estar obligado a cumplir leyes totalmente desconocidas u olvidadas en los países de donde ha salido.
¿Y de dónde viene usted? Del otro mundo.
Quiso de ese modo alejarle toda probabilidad sospechosa, trasportándolo al otro mundo, y agregó: ``allá, del otro lado del océano del Pacífico'' para que no creyese que quería burlarlo.
Le devolvió el pasaporte y le dijo que podía continuar su viaje. Salió gozoso para alcanzar el tren del camino de hierro y pensando que hubiera sido muy poco agradable salir de la Inquisición de Lima para habitar las mazmorras de Bonaparte.
En París, por las primeras conversaciones, por las noticias, por todo lo que veía, oía, palpaba, adivinaba, recibía la impresión más triste, él, que tanto había amado a esta nación, bajo varios aspectos tan grande y tan gloriosa. Le envolvía una atmósfera de bajezas y de crímenes. En París se olvidaba, pero él tenía siempre delante la sangre de los asesinatos del 2 de diciembre, siempre oía el juramento prestado y el perjurio blasfemando; pero lo que más llenaba su alma de dolor y a veces de desprecio, era el recuerdo de los 7 millones de sufragios, la tentativa más insólita de la historia, para cubrir el abismo más profundo de todas las maldades.
A medida que penetraba en el estado político y literario de la Francia se convencía cada día más que ésta había sido decapitada. Todo lo más ilustre, los hombres que forman su gloria, en las ciencias, en la literatura, en la poesía, en la filosofía, en el derecho, esos hombres que formaban una aureola de luz y de fuego que iluminaba al mundo, estaban proscritos, desterrados, destituidos, olvidados, anulados.
Lamennais había muerto. Aragó lo mismo, sin prestar el juramento al perjurio; Michelet destituido por la misma razón, Víctor Hugo en Jersey condensando toda la indignación y todos los desprecios para arrojarle al perjuro, y su grande amigo, Edgar Quinet, desterrado en Bruselas y con la tranquilidad de un antiguo, señalando la estrella en medio de todas las tempestades. Y la Francia sin aureola, muda, tímida, sobrecogida, no tanto quizás por el espanto de los asesinatos y destierros, sino por la conciencia de su complicidad moral, haciendo bajar el termómetro de la dignidad hasta envilecerse a sí propia. La Europa en secreto aplaudiendo.
Vilipendió la revolución, y coronaba la inmoralidad que prostituye el sufragio. ¡Qué mayor victoria para todos los reyes, para todas las oligarquías existentes! ``Y París ríe, París llena sus calles con ondas humanas de lacayos. París grita, pero no habla. El silencio de París si fuese voluntario, sería un homenaje al pudor. ¿Cómo hablar, cuando toda palabra, todo signo sería una provocación a la justicia?''.
Los hombres, para hablar del estado de cosas, sea en la calle, sea en el café, sea en el hogar, miraban antes alrededor. El espionaje devoraba millones y nadie se creía seguro. ``Baje usted la voz, más despacio'', es el aviso permanente.
El silencio sobre la sangre, sobre los empréstitos, sobre la deuda, sobre la miseria, sobre el terrible porvenir que se divisa.
Hasta la fisonomía de los habitantes le parecía que había cambiado. Encontraba una fealdad general, un aspecto que no era ni francés, ni inglés, ni alemán. Producto del adulterio de las invasiones, de la prostitución de la conciencia.
Nación, raza que no tenía otro consuelo que decir: ``¡Ved cuan bellos ejércitos, y qué valientes soldados!''.
Visitó el cuartel latino, en otro tiempo mansión de toda inteligencia, elaboración de un génesis soberbio, recinto de la juventud y de lo bello, donde antes Michelet y Quinet extendían la atmósfera radiante y fecunda de la palabra más universal y más heroica. El cuartel latino estaba mudo.
¡Triste espectáculo! No existían ya en él sociedades, conferencias, estudios y discusiones.
``¿Qué se hizo la audacia de tanta inteligencia? ¿Adónde los latidos de tanto noble corazón? Nada, todo lo puro y todo lo grande viven en el destierro. El sofisma se extendía sobre los que quedaban, y la conformidad bizantina tranquilizaba a los que debieran vivir trabajando o sufriendo por la causa que habían abogado''.
``Vine'', dice, ``a París como un viajero recorriendo ruinas: aquí se leía antes enseñanza libre, aquí ciencia, aquí juventud, aquí heroísmo, aquí virtud''. Uno que otro recibía sus desahogos y juntos se lamentaban. Esa ciudad le sofocaba.
Un día vio la bandera al frente de una legión inclinarse hasta el polvo delante del hombre que la había escarnecido. No pudo resistir más. Todos los días suspiraba por ver y hablar a Quinet, mas antes de salir de París quiso visitar la tumba de Lamennais. Una cruz de madera marcaba aún el lugar que ocupaba en la fosa de los pobres.
Allí se arrodilló y se retiró conmovido a rendir el último tributo que su amor le sugería. Publicó la obra que conocemos: Lamennais o el dualismo de la civilización moderna. Enseguida partió para Bruselas.
Llegó a la una del día, e inmediatamente fue a su casa. ``Fue una sorpresa para él, pero no él para mí. Está fuerte, tranquilo, sus cabellos han encanecido y sigue trabajando sin cesar.
Todos los días nos vemos y todos los días me siento a su mesa. Figuraos nuestras variadas conversaciones. Me ha presentado a los desterrados, sus amigos profesores, diputados, escritores, hombres todos de los bellos tiempos que soportan con dignidad y esperanza su destierro. En ellos vive la moralidad ahuyentada de la Francia. Reina entre ellos fraternidad de inteligencia, de corazón y de esperanza. Aquí me he impuesto de lo que trabaja la numerosa proscripción de Bonaparte. Pascal Duprat, antiguo representante del pueblo, ha organizado una revista que sirve de órgano a la libertad del mundo. En ella escriben los primeros hombres de Italia, de Hungría, de Polonia, de Bélgica, de Alemania. Es la revista del porvenir. En ella se salda su cuenta al pasado, se unifican las ideas, se dan a conocer las aspiraciones legítimas de los pueblos, se sigue el movimiento científico y se despeja la incógnita futura que se precipita sobre el mundo.
En Bélgica, gracias a la libertad de la prensa se han hecho publicaciones republicanas, El 2 de diciembre y el código penal por el representante Dufraine; el libro, Las tablas de la proscripción, por P. Duprat. En Jersey un diario republicano redactado por Ribeyrolles, de la antigua reforma.
Quinet ha escrito cuatro obras magníficas.
En fin, he vivido en la atmósfera de la honradez, porque la causa de los republicanos franceses se ha identificado con el honor proscrito, he vivido en la atmósfera de los grandes espíritus y de las grandes aspiraciones. En Bruselas he revivido, los proscritos me han hecho volver a tener fe.
Las noticias de América que ha dado nuestro proscrito hermano, han regocijado a los proscritos de acá. Porque, a pesar de verme expulsado por la causa de la libertad, toda la América camina, cada año es una conquista y lo que más los ha sorprendido es mi afirmación de que el mundo americano pertenece definitivamente a la República''.
Llegó a Bruselas a fines de septiembre, en los días en que celebraban la independencia de Holanda. Encontró espíritu público. Le sorprendió ver las numerosas y libres asociaciones y sociedades desfilar banderas desplegadas, los cánticos patrióticos en las calles, el entusiasmo tranquilo de los belgas. Tienen a pecho su inde pendencia. Quieren su nación. Se comprende ese deseo en un país que ha pasado por tantas manos, y que ha servido de pasaje a todos los ejércitos de todos los pueblos y de todos los tiempos.
Estando allí, escribió una extensa carta en que se proponía explicar el cómo la Francia había venido a encontrarse en la situación degenerada en que la encontraba, carta que dejó interrumpida pero que merece los honores de pasar al dominio público. He aquí lo principal de ella: ``Después de Waterloo, la Bélgica fue agregada a la Holanda bajo la dinastía Nassau.
La Santa Alianza de los déspotas organizó a la Europa según sus intereses y su equilibrio. Toda la Lombardía fue dada a la Austria. La Polonia desapareció entre los tres verdugos. El Ruso, el prusiano y el austríaco. Le quitaron a la Francia sus fronteras del Rhin por darlas a la Prusia. Éste es un fenómeno inaudito y que no podemos comprender los americanos. Pueblos enteros sin consultar su voluntad pasar a las manos de amos desconocidos. Se juega con la personalidad, se prostituye el instinto sagrado de las razas, no se respeta nacionalidad, tradición, lengua, religión, ni el interés de los pueblos, sino el de las familias coronadas.
La Bélgica vivía sometida bajo un régimen antipático a su genio. La Holanda tiene muchas prendas, pero no era querida de los belgas. Así fue que cuando vino la revolución de 1830 en Francia, la Bélgica se levantó aprovechando de la exaltación europea, de esa vislumbre de libertad que debía ser traicionada también y arrojó después de combates sangrientos a los holandeses. Esto fue en los días últimos de septiembre, cuyo aniversario celebraban. La Bélgica se dio a un príncipe alemán que erigió en rey constitucional, conservando la libertad de cultos, de asociación, de enseñanza y la libertad de la prensa. Deseosa de mantener su independencia, sostiene un ejército inútil de sesenta mil hombres que agobia a su erario. Su independencia es mantenida por el equilibrio europeo y no necesita de su ejército porque su poder militar no bastaría para resistir a alguna de las grandes potencias que quisieran avasallarla.
Hoy es el refugio de un gran número de republicanos proscritos. Su industria prospera y figura con honor en la exposición universal. Pero esta pequeña nación que aspira por desarrollar su nacionalidad, no hace lo que debiera para ello. No es francesa, no es alemana y participa de la fisonomía de esas naciones. Colocada entre ambas, en las llanuras extensas que abren la entrada a la Francia y a la Alemania, es el paso y el punto de encuentro donde siempre se estrellan las grandes guerras europeas. Habla dos idiomas, el francés y el flamenco. Y todo en ella se resiente de la posición neutral que ocupa.
Todo es neutro, pálido, su cielo católico y protestante, mansedumbre constitucional. No es místico como la Alemania, ni arrebatado como la Francia. Vive en ella el genio bourgeois, con sus recuerdos, con sus bourgmestres, sus hotels de ville y sus costumbres infantiles. No es república ni monarquía. Claro es que con ese genio neutro y su neutralidad política y territorial no pueda dar a la nacionalidad una base especial y enérgica para desarrollarla.
Los recuerdos la asedian, las conquistas la turban. Teme, he ahí la razón de su neutralidad en todo. Si se hiciese el representante franco y puro de la república, si iniciase las grandes reformas, la abolición de su ejército, de su aristocracia y monarquía constitucional, de sus aduanas y pasaportes, si arrojase a los jesuitas y organizase la educación republicana, entonces esa nacionalidad por la que tanto aspira, tendría una originalidad, una verdad, un desarrollo.
Tiene en su mano el instrumento. Puede hablar, puede asociarse, tiene los elementos de la centralización preparados y conquistados con sus ciudades capitales, madres de las antiguas comunidades. Si no lo hace es por que teme, es por que no ve donde apoyarse. La pesadilla que perturba su espontaneidad es Waterloo.
Los campos de Waterloo están a las puertas de Bruselas. Waterloo significa todo el presente.
En él está la explicación de la debilidad de la Bélgica, es porque siempre ha sido el campo de batalla de la Europa al Norte, es porque la Bélgica se consume en sostener un ejército, inútil, es por que la Francia es desgraciada e impera Bonaparte el Chico. He aquí por qué voy a hablaros de Waterloo a mi modo.
No hay palabra que despierte, quizás, recuerdos más punzantes para las naciones, no hay campo de batalla más terrible, no ha habido drama de un día más horrible. ¿Qué no se ha escrito sobre Waterloo? Pero creo que no se ha dicho, ni explicado, ni acentuado la verdadera significación de esa batalla.
Previne a Mr. Quinet que iba a hacer mi peregrinación a Waterloo. Con este motivo me explicó la batalla, me dijo por qué creyó que se perdió la batalla y especialmente una maniobra que trastornó el plan concebido por Napoleón en su principio. Mr. Quinet conoce el campo a palmos, ha vivido allí siete días, ha estudiado todos los documentos en sus fuentes y ha escuchado a generales y soldados que pelearon.
No pienses, hermano, que vaya a contaros en detalle. Prefiero revelarte el nuevo aspecto con que lo considero. Seré breve en al narración.
Napoleón había absorbido toda la fuerza de proyección de la Francia sublimada por la revolución. ¿Cuál fue el uso que él hizo de esa fuerza? ¿Qué empleo dio a tanta ciencia, a tanto progreso, a tanta elevación? ¿Qué hizo de tanto genio que se reveló en todos los ramos, qué hizo de las ideas, del espíritu, de las instituciones conquistadas sobre el pasado por los esfuerzos titánicos de los revolucionarios? ¿Qué consecuencia sacó de sus victorias en Italia y en Egipto, victorias de la república, república proclamada por él, como el axioma de la política, así como el sol se proclama en el espacio? ¿Qué resultó de sus juramentos a esa causa, cómo correspondió a los sacrificios innarrables de los héroes, a la expectativa del porvenir, a la exigencia de la justicia y a la petición de la esperanza? Con la traición Napoleón, esa colosal figura, ese nombre, esa leyenda, esa época, ese deslumbramiento de gloria, es la base y la coronación de la traición.
Jamás peligro más grande, si exceptuamos la época de la decadencia del Imperio Romano, ha amagado la conciencia de la humanidad.
Napoleón es el hecho infame y victorioso que ha corrompido la inteligencia de su siglo.
La teoría del éxito, la aquiescencia a la fatalidad brutal, el doctrinarismo moderno, la enervación de las voluntades, la abdicación de la razón, la conformidad y la justificación de la ignominia, el desprecio de la personalidad soberana, y la tentativa de prostituir la libertad, apropiándose de sus palabras para asesinarla, tienen su punto sangriento de partida en Napoleón. Todavía vive ese monstruo, porque ha revivido en su sobrino.
He aquí por qué me detengo y por qué quiero contribuir a la justicia póstuma, para que desilusiones a la América de ese recuerdo y arrebatarle el homenaje que se le pudiera tributar. Acatar ese eclipse de sangre es degradar a la conciencia.
No creas que exagero. Presento razones y voy a presentar hechos. El que me inculpe, discuta y atrévase a negar los hechos. No anti cipes mi juicio, creyendo que voy a celebrar esa derrota.
Traición a la república, en el 18 brumario.
Traición a la república, instalando el imperio.
Traición a la Italia, aboliendo las repúblicas.
Traición a Venecia, entregándola a la Austria.
Traición al derecho de gentes, a la moralidad, a la legalidad, asesinando al duque de Enghien.
Traición a la humanidad y a las leyes de la guerra, degollando a los prisioneros en oriente.
Traición a los intereses de la Francia manteniendo las nacionalidades oprimidas por el Austria bajo el yugo, no libertando a la Bohemia, a la Hungría.
Traición a la sangre, no libertando a la Polonia, hallándose él a la cabeza de 500.000 soldados en campaña contra la Rusia, por ser fiel al Austria y a Prusia.
Traición a la confederación del Rhin, erigiendo a sus hermanos en reyes y duques de esos pueblos.
Traición de traición contra la España, pero ella se vengó.
Traición contra su esposa bajo todos aspectos.
Traición contra la libertad en toda parte, a toda hora, en todo acto. ¿Qué libertad había en Francia? Traición contra la igualdad.
Traición contra la verdad, pues esos labios decían democracia, y exigían feudalidad, cortes, privilegios: decían humanidad, y exigían la guerra perpetua; decían fe, y violaban toda palabra, todo juramento, dígalo su esposa, dígalo la España, dígalo la República.
Al que dudase, yo le preguntaría, ¿qué cosa sagrada no violó? Las nacionalidades, las ideas, las instituciones, las personas, los pueblos, la conciencia y hasta la gloria misma en Moscú, en la retirada en Fontainebleau, y después de Waterloo. Ney decía furioso en medio de la batalla de Moscú: ``que haga su oficio de emperador, y nos deje hacer nuestro oficio de generales''.
Lannes moribundo le decía: ``basta de sangre''. En Moscú se entretuvo como un mes, dejándose engañar para dar tiempo de firmar decretos y recibir homenajes Esos días de la vanidad fueron el sepulcro de 300.000 soldados que abandonó en la retirada. En Fontainebleau se humilló, y lo humillaron, y se dejó humillar porque parece que ese hombre sólo tenía dignidad en el éxito. Después de Waterloo se humilló a los hombres que despreciaba, y desdeñó al pueblo, y no pudiendo escapar, quiso tentar la última perfidia, presentarse como huésped pidiendo asilo a su enemigo, a la Inglaterra, que había querido hacer desaparecer en el océano.
Pero la Inglaterra se vengó. La Inglaterra no faltó a la ley de la hospitalidad. No hizo sino tomar a su enemigo cuando creyó engañarla y lo envió a Santa Helena, donde empezó a llorar por el pan y por el agua, por el vino, y por la casa, cuando se le debía haber dado a beber la sangre, y la carne de los pueblos diezmados, y por habilitación los sepulcros de sus víctimas.
Universal dominio, servidumbre universal he ahí el designio y la tentativa. Ese hombre escribía a su hermano, al que los españoles llamaban Pepe Botellas ``que se apresurase en dominar la España antes que se independizasen las colonias americanas''. (Textual, correspondencia de Bonaparte) ¡Qué me importan las aclamaciones de la forma y el incienso de las almas sometidas! Nerón también fue aclamado, y más aclamado, y otros monstruos sin nombre tuvieron el apoteosis del pueblo Romano. ``¿Y su genio?'', se me dice. ``Tanto peor'', digo yo. ¿Y las lágrimas y el amor de la Francia? No olvidéis que Marat fue llevado al Panteón. Esas lágrimas es Waterloo.
Ese amor es vanidad nacional, ese recuerdo es acariciar un desquite.
¿Cuál es el monumento de la revolución? Michelet lo ha dicho, el ``campo de Marte'' y casi todos los tiranos, todos los reyes, desde Carlos IX, el más grande y más vil de los asesinos, hasta Luis IX ese pavo real sanguinario tienen recuerdos, estatuas, monumentos. Pobre Europa, vieja y decrépita. El crimen tiene en todas partes monumentos o recuerdos acatados.
¿Queréis creer que todavía hay Borbones y que todavía reinan vástagos de esa Bourbe (todo) en Nápoles, asesinando y azotando, y jugando a los toros en España? Felizmente en las creaciones de los animales feroces e insectos venenosos o incómodos, la naturaleza ha destinado unas especies para devorar otras. Así es que la especie Bonaparte persigue a la especie Borbón en Francia desde Napoleón I hasta el Chico, en España fue su día con José Bonaparte, ``Nápoles con los Murat''. Si los pueblos no hacen la justicia por sí mismos la naturaleza se encarga de hacerla imitando especies enemigas.
¿Cuáles son los resultados tan decantados de ese genio tan ensalzado y trasfigurado? Respecto a los pueblos, mutilarlos, conquistarlos, traspasarlos como rebaño de mano en mano, hacer odiosa hasta hoy a la Francia en Alemania, en Rusia, en Italia en España, En Bélgica, y Holanda, no porque representase al porvenir, pues que no hacía sino reemplazar castas. ¿El código? Decretada su formación y preparados sus trabajos por la revolución, sus filósofos y legistas. ¿El desarrollo industrial? Atraso para la Francia, procurando transformar su genio agrícola y creando el proletariado de las grandes poblaciones, sistema restrictivo, aduanas, espionaje, corrupción, represión de toda libertad, menos la de morir en los campos de batalla.
¿Y la gloria? Sí, las glorias de las matanzas y victorias no por la libertad sino por el universal dominio. La Francia abdicó por la gloria.
Bailen turba de orgullo, la retirada de Rusia devora sus ejércitos, vencido por la Traición en Leipsik, en la campaña de Francia, es arrojado a la isla de Elba.
Toda la Europa se había levantado y las ideas liberales alzaban a los pueblos. La Francia no tenía idea que oponer a la invasión. Comparad las primeras campañas de la república bajo Dumourier, la batalla de Valmy en la que los inexpertos soldados, los jóvenes conscriptos de la República aterraron con el grito de viva la nación a las hordas disciplinadas de la Prusia.
Y ese ejército prusiano con su rey y su furor, su ciencia y su pericia, fue vencido por la Francia como magnetizado por la imagen de la joven república entonando La Marsellesa.
Mas después de Leipsik el enemigo penetra con la conciencia de su causa, con el furor de su venganza. Napoleón abdica y los aliados coronan a Luis XVIII.
Si los cosacos colocaron al Borbón, París aplaudió y Napoleón fue a la isla de Elba.
Hubo invasión. El extranjero impuso una dinastía odiosa que hizo sus concesiones a la revolución, llamándose constitucional y otorgando una carta. Un hombre otorga una ley.
Esto solo se ve en Europa.
Esa dinastía impuesta debía caer. El país soportaba todas las venganzas de la vieja Francia restaurada, pero acariciaba la venganza. La Francia, habiendo perdido su propia iniciativa, su soberanía, la república, el hábito de pensar por sí misma, de hacer depender de sí propia su destino por su abdicación a Bonaparte, se volvía hacia él como unidad e instrumento de su venganza. Es así como la Providencia castiga a los serviles. No sois ni queréis ser libres, sino libertos, o lacayos con la librea de la gloria. Luego el amo es necesario. El amo vigilaba desde la isla. Creyó el momento oportuno y se precipitó de nuevo sobre su presa. La presa se le presenta a la boca y la Francia volvió a entrar en la boca de la enorme boa de Córcega.
Pero cual sería (y hasta hoy dura) el estado de las almas después de la abdicación de la razón y de la personalidad, que los hombres, hechura de Bonaparte, que habiendo prestado juramento a los Borbones, juraban apresarlo y traerlo en una caja de hierro, esos mismos hombres se pasaban perjurando a los Borbones, al que habían antes traicionado. Tal dislocación de la conciencia sólo se ha visto ahora en Francia bajo el régimen del sobrino. Cuando ya no hay conciencia, y sólo la fuerza es la moral, no podréis nunca prever todas las combinaciones posibles de la infamia, ni todos los aspectos de degradación que revisten las personas''.
Los hechos que venía de palpar habían producido en él una reacción asombrosa en sus esperanzas, en las ilusiones que en otro tiempo abrigara por la Francia. Ésta dejaba de ser ya la nación que prometiera estar a la cabeza de la civilización, había abdicado. Consideraba el genio de la vieja Europa cual la serpiente que muerde al viajero en su camino. Veía que en ella sólo aparecía feudalismo en el siglo 18, nobleza en el siglo 19, monarquía, imperios después de la revolución francesa; pueblos conquistados en el siglo actual. Los grandes crímenes, la palabra perjurada, la propiedad confiscada, la nacionalidad robada, la soberanía usurpada, el cadalso y los tormentos en permanencia, la voz humana perseguida, y a esa Europa viviendo a pesar de estos atentados aplaudidos, perdiendo la conciencia de su dignidad, tolerando que la religión católica bendijera todos los crímenes y, por último, a la cabeza de ella una sociedad de bandidos coronados que se llamaban Bonaparte en Francia, Borbón en Nápoles, José en Austria, Guillermo en Prusia y Alejandro en Rusia.
Este espectáculo le hacía exclamar: ¡Europa! ¡Europa! Pandora de los siglos, cráneo de Odín, inmenso como la bóveda del firmamento, pandemonio de los genios, panteón de todas las divinidades, ¡cuán pequeña eres para el alma libre! Ruinas donde fue la gloria, ignominia donde fue la virtud, despotismo dondequiera, (menos en Suiza,) el viajero infatigable no puede encontrar un lugar purificado para asentar su tienda y mecer la cuna del porvenir.
El alma tan sólo recoge el aliento de belleza y de virtud de algunos genios, verdaderos dioses tutelares de esos pueblos.
De aquí su convicción íntima que la América, para llenar su misión de libertad universal, tenía que principiar por emancipar su espíritu de la influencia que nos enviaba la Europa con sus costumbres, ejemplos y educación.
Animado de esta idea, reunió a los americanos existentes en París y les invitó para volver a América, cada uno a su Patria, a hacer la propaganda de la necesidad de un Congreso Federal de las Repúblicas, que estableciese, constituyese un núcleo que contuviera la invasión de las monarquías, rompiera con las teorías absolutistas y realizara la Patria Universal, la República. Al efecto les leyó el discurso adhoc que corre en sus ``Obras Completas'', discurso notable que encontró eco en el Nuevo Mundo y que le mereció la aprobación entusiasta de sus maestros. Visitó nuevamente toda la Italia y restableció sus fuerzas enalteciendo el espíritu ante la contemplación del arte en todas sus manifestaciones.
Regresó a América, dirigiéndose a Buenos Aires.
Entusiasmado con la idea de federación americana, libre de las influencias y esperanzas que abrigara en otro tiempo por la Europa, venía resuelto a agitar estos mundos entrando en campaña cual siempre lo había hecho, franca y lealmente. Conociendo las dificultades que debían presentársele, antes de bajar a tierra se decía a sí mismo: ``No desmayes, viajero infatigable. Peregrino sin Patria, adelante, que cada paso del siglo te acerca a la ciudad querida.
Marinero en el océano, compañero del Dante en la nave de la amistad o en la carabela de Colón tras un mundo nuevo, ánimo en la inmensidad siempre inmensa, ánimo en el abismo del alma que la estrella resplandece, ánimo en medio de los horizontes que huyen, porque la palabra de la fe ha designado y describe los perfiles magníficos de la tierra que buscamos.
Cada día, a la hora de la tarde, en medio de las soledades del océano, cuando la luz se despide del cielo y de las aguas, escucha la oración de vida; y los pasos del espíritu que preceden nuestra marcha.
En ese horizonte que dejo a retaguardia me parece que veo sumergirse las mentiras de la vieja Europa; y en ese horizonte que mi vista y corazón devoran a vanguardia, meparece que veo aparecer las torres, las montañas, las banderas victoriosas de los pueblos republicanos de la América''.
Y luego recordando a Chile a quien tanto amaba, desahogaba su dolor consignando estas palabras, queja mustia de resignación contra la crueldad de una proscripción excepcional.
``Es allí donde morir quisiera. Allí vi la luz, las altas cordilleras levantándose en una atmósfera azul inundada de luz.
Allí mis grandes dolores y mis grandes días.
¿Por qué expulsado, cuando siempre estuve en mi derecho? No me arrepiento de ninguno de mis actos públicos.
He dado todo a mi Patria; mis amores primeros fueron mi Patria. En ella soñaba, con ella vagaba en el llano, y la montaña envuelta en sueños de gloria. Con ella quise identificar el derecho. En ella quise encarnar la libertad. Quise que su vida fuese la justicia. ¡Y tantos años sin verla! Y hoy que me acerco a mi madre me parece que me acerco a mi Patria''. 
En abril de 1857 Bilbao llegaba a Buenos Aires.
¿Cuál era la situación de la República Argentina en esa época? Debemos bosquejarla para comprender el rol que entró a desempeñar en ella.
Desde la revolución de la Independencia, la República Argentina había entrado, como todas las colonias emancipadas, en esa lucha natural que nace del choque de las ideas heredadas de la monarquía y las que procuraban destruirlas.
Podemos simplificar esa lucha calificándola de lucha entre la idea conservadora y la idea reformista. Dos partidos se apoderaron de la representación de estas ideas, los unitarios, que querían el sistema centralizador y los federales, el sistema de la acción propia de los pueblos.
Unos querían la República con las instituciones de la metrópoli y los otros la República con las instituciones de los Estados Unidos de la América del Norte.
El choque de esas ideas produjo la anarquía, que terminó con el fusilamiento del Coronel Dorrego y trajo como consecuencia lógica del desenfreno de las pasiones, la dictadura sangrienta de Rosas. Veinte años de un despotismo excepcional, en que desaparecieron los sistemas y los partidos, en que Rosas queriendo explotar el sentimiento federal se hacía el representante de la barbarie, produjo el resultado de que los unitarios fuesen los representantes de la humanidad pisoteada por la personalidad del dictador.
Cansados los pueblos del dominio de Rosas, los verdaderos federales se unieron con los unitarios, se alzaron, y recibiendo el auxilio del Brasil y de la República Oriental del Uruguay, aclamaron juntos por caudillo de la cruzada al general Urquiza. El único pensamiento que a todos les unía era derribar a Rosas.
El 3 de febrero de 1852, Rosas fue vencido en Caseros.
Este triunfo daba un solo resultado: la dictadura de veinte años desaparece. ¿Pero cuál de los partidos se hallaba victorioso? La personalidad de Urquiza, rodeada del prestigio de la victoria y acompañada de todo el partido federal, con quien simpatizaban los vencidos en Caseros en odiosidad a los unitarios. Esto lo hizo conocer el general vencedor, al entrar en la capital llevando el cintillo punzó, emblema del partido federal y en decretos imprudentes dados en esa fecha. Los unitarios comprendieron a la vez, que poco habían avanzado con conquistar una Patria en qué vivir, si no se sobreponían al partido federal. Así fue, que la lucha entre estos partidos reapareció al siguiente día del triunfo de Caseros.
Urquiza nombra de gobernador del Estado de Buenos Aires al señor don Vicente López.
Instala el Congreso provincial y, a fin de dar un estatuto provisorio mientras se reunía la Convención que acababa de ser convocada para funcionar en Santa Fe, encargada de constituir la República, reúne a los gobernadores de las provincias en San Nicolás y se dicta por ellos el estatuto requerido, nombrando al propio tiempo de Director Supremo al General Urquiza.
Urquiza cometía la gravísima falta de abdicar la dictadura necesaria en aquellos momentos de acefalía de todos los poderes, y queriendo establecer autoridades antes de haber oído la voz de la Convención. Sus enemigos se aprovecharon de esta falta.
La Cámara Provincial desaprueba el acuerdo de San Nicolás, López renuncia ante la oposición al cargo de gobernador, lo reasume Urquiza y disuelve la Cámara que le era hostil. Ante tal golpe de autoridad, los unitarios se resuelven a obrar de hecho y para ello esperan la ocasión oportuna que se les presentaba.
La Convención estaba en vísperas de instalarse y llamó a Urquiza para que fuera a abrir sus sesiones. Con tal objeto salió de Buenos Aires el 8 de septiembre de ese propio año, dejando en la ciudad una fuerte división a las órdenes del general Galán y con la misión de representarle.
Los generales Pirán y Madariaga sublevan las tropas correntinas y hacen la revolución del 11 de septiembre. Galán se retira con 4.500 veteranos.
Don Valentín Alsina es nombrado gobernador.
Al saber esto, Urquiza regresa a Buenos Aires, pero se detiene en San Nicolás, y de allí se retira con el ejército de Galán, diciendo: ``los porteños volverán en sí tan luego como les venga la reflexión sobre lo que han hecho'', pero no pensaba así el partido unitario, que quería el triunfo completo y la anulación de Urquiza y del partido federal.
Con tal objeto, Alsina ordenó dos expediciones: una a Entre Ríos y otra al interior de las provincias. La primera a las órdenes del general Hornos, que fracasó, y la segunda a las del General Paz. En San Nicolás, el General Lagos separa a Paz y se pronuncia diciendo: ``que el país no quería la guerra y que la política de invasiones estaba en oposición con los intereses de la nación''. Con tal idea regresa y pone sitio a Buenos Aires en diciembre del mismo año.
Los políticos que debían ayudar a Lagos en la Capital lo abandonan, y éste en tal situación se echa en brazos de Urquiza. Viene éste, se unen y se pierden. Las maquinaciones de los sitiados produce el desbande de los sitiadores después de siete meses de asedio. Buenos Aires queda triunfante.
Durante este tiempo, Alsina había sido depuesto por la Cámara provincial y reemplazado por el presidente del Senado el general Pinto. La muerte natural de éste, trajo el gobierno de sus ministros, los señores, Carreras, Torres y Paz.
Terminado el sitio se hizo elección de gobernador y lo fue don Pastor Obligado.
Cesaron las invasiones y el Congreso Provincial dictó la constitución de 1854 que mantenía el statu quo de la situación. Este statu quo era la separación de la Provincia de Buenos Aires de la Confederación.
La Convención había dado la Carta orgánica en 1853, y los diputados por Buenos Aires habían protestado de ella y retirándose.
Esta separación había traído una situación rara para la Confederación. Uno de sus miembros vivía separado de ella. Dentro de la misma provincia había opositores a este antagonismo.
De aquí la causa de las invasiones parciales de la campaña que terminaron con la hecatombe de Villa Mayor. Cesó la lucha armada y quedó la de la prensa. Al frente de esta oposición apareció un escritor lúcido, don Nicolás Calvo, redactor de la ``Reforma Pacífica''. Sus ataques se contraían a vituperar la administración y a obtener el triunfo del Sr. Peña para Gobernador. Tratábase de hacerse la elección de tal empleado por terminar en }}#1857 el periodo del Sr. Obligado. Los unitarios triunfaron volviendo a colocar de gobernador al Dr. Alsina.
En estos momentos llegó Bilbao a Buenos Aires, ¿qué se le presenta a su vista? La Confederación Argentina destrozada; Buenos Aires formando un Estado independiente y el resto de las provincias otro Estado conUrquiza de Presidente. Encuentra que esta separación está admitida: que en la capital el partido unitario prepondera y cifra su existencia en vivir fuera de la unión federal; que los federales de la capital se hallaban vencidos ygastando sus fuerzas en rencillas de elecciones sin acordarse de la banderaquedebían enarbolar, sino querían morir de impotencia. Exa }} mina las constituciones vigentes, la Provincial de 1854 que establecía como culto exclusivo el católico y la federal de 1853 que autorizaba la tolerancia de cultos. Penetrado de las ideas que se desprendían de semejantes hechos se resuelve a entrar en campaña. Con tal objeto funda La Revista del Nuevo Mundo. Fija por puntos de partida para la regeneración moral, la emancipación de la razón, ya para la política alza la bandera de la nacionalidad, proclamando la unión de Buenos Aires al resto de la confederación.
Don Nicolás Calvo ve en esa bandera la tabla de salvación para el partido federal y en el acto se aferra de ella y la bate con toda la fuerza de sus brazos. De aquí en nuevo giro en la polémica. Ya no se rata de disputar el puesto a los gobernadores, se trata tan sólo de unir a la República. La lucha se enciende. A los ataques del catolicismo, sublévase el fanatismo y se desata con todo el furor que le es propio. A los ataques de la idea separatista de todo el partido unitario le sale al encuentro. Resiste a todas las invectivas, hace frente a todo el desborde de los partidos y creencias, pero no sesga un instante. Permanecer al frente de la ``Revista'' hasta Diciembre de ese año, y pasa a continuar su rol en la redacción del diario El Orden, en donde queda hasta agosto de 1858. Se retira de él, porque el editor le prohíbe publicar un artículo: ``El conflicto religioso.''.
Durante su permanencia al frente de este diario, el general Urquiza ordenó a uno de sus agentes pasar a Bilbao 6.000 pesos de renta mensual, como protección al diario que sostenía ``la bandera que él representaba''. Bilbao no la admitió.
El tiempo era de agitación. A medida que Bilbao elevaba su voz en la prensa se alistaba en el ``Club Literario'' y abría las tareas de este plantel de regeneración con el célebre discurso sobre ``La Ley de la Historia.'' Formaba el club racionalista, se alistaba en la masonería, organizaba una asociación de paraguayos que trabajase por la libertad del Paraguay, dirigía la palabra a la juventud del Brasil y abrazaba a los hijos de la regeneración de todos los países. Quería con su aliento, con su vida remover todas estas sociedades, agitarlas y lanzarlas en la vida de la religión universal la República.
Ocupado así, desplegando una actividad que lo multiplicaba, recibió una invitación del general Urquiza para tener una entrevista en San José. Observó que si no tenía por objeto el llamado un punto de gran interés a resolver, no iría. Urquiza insistió asegurándole que era de interés la entrevista. Bilbao acudió a ella.
Allí Urquiza le hizo ver que sus miras eran las de unir a la República, que no tenía ambición personal, que participaba de sus ideas que, a más de considerarle un sostenedor de la nacionalidad, era su admirador. Le hizo ver sus ideas para después: unificar la República haciendo entrar en la Confederación de Buenos Aires.
Bilbao se volvió a Buenos Aires creyendo que Urquiza era el hombre de la situación y que se encontraba a la altura de la misión que todo mandatario debía desempeñar en América.
Poco más tarde volvió a invitarle con motivo de las fiestas que tenían lugar a causa del arreglo de las disidencias entre el Paraguay y los Estados Unidos, en cuyo asunto habría intervenido Urquiza como mediador. Con tal motivo dejó a Buenos Aires y se instaló en el Paraná.
Llegaba el momento de la acción. Urquiza quería tener a su lado una voz que le hiciera oír sus propósitos en las provincias. Le encargó la redacción del diario El Nacional Argentino.
(Julio de 1859.) Levantose la bandera de la unidad nacional; se predicó la guerra contra la separación de Buenos Aires y la guerra estalló.
Urquiza, al frente de los contingentes de las provincias marcha a derrocar el ejército de Buenos Aires mandado por el general Mitre. El 23 de octubre de ese año se encuentran en ``Cepeda''.
Urquiza triunfa y Mitre se refugia en Buenos Aires. Aquel llega a las puertas de esta ciudad y la asedia. Celébrase el pacto de 11 de noviembre, en que Buenos Aires se compromete a entrar en la Confederación mediante la revisación de la Constitución de 1853.
La unidad nacional triunfa.
A la noticia de la victoria de ``Cepeda'', Bilbao es saludado por el pueblo del Paraná.
En esos momentos la salud de Bilbao se encontraba en muy mal estado. Sus fuerzas flaqueaban y su vida se consideraba perdida.
Triunfante la bandera que había levantado al llegar de Europa regresó a Buenos Aires, separándose de la política y contrayéndose a cuidar de su salud. En tal situación vio pasar ante sus ojos los acontecimientos que terminaron en Pavon, y desengañado de los hombres y de los partidos, arrepentido de haber defendido al general Urquiza por el resultado que este había dado con su política especial , se prometió a sí mismo no volver a tomar parte en la política interna del país.
Durante el transcurso de tiempo que medió entre la batalla de Cepeda y la de Pavon, sólo tenemos que hacer notar un hecho característico de Bilbao.
El general Urquiza y el Dr. Derqui, presidente, por elección, de la República, vinieron en 1860 a Buenos Aires, de paseo. Sucedía en esos días, lo que sucede siempre en todas partes, con los hombres sin personalidad propia, que acudían a visitar a estas personas multitud de pretendientes a destinos o a congratularse con los representantes de la autoridad. Bilbao conservaba hasta entonces amistad con Urquiza y Derqui, de quienes había recibido atenciones especiales (no se crea de dinero). Encontrándose en el salón con Urquiza, rodeado de una multitud de gentes, Urquiza dijo: todos vienen a verme sin otro móvil que el interés. Bilbao se levantó de su asiento y dirigiéndose a Urquiza le dijo: Menos yo, general.
Cierto, Sr. Bilbao, con usted no reza lo que digo.
Postrado por la enfermedad que lo agobiaba, condenado a una completa inacción por orden de los médicos, llegó a su noticia que Santo Domingo había sido ocupado por la España, y México invadido por los franceses. Las monarquías atacando a las Repúblicas hermanas.
Estos graves atentados le pusieron fuera de sí.
El espíritu dominó al cuerpo, se sobrepuso a sus dolencias, a la debilidad corporal y desatendiendo las prescripciones médicas corrió a ocupar su puesto en la vida pública del Continente. Unido al hombre de acción y de corazón magnánimo, su íntimo amigo, don Juan Chassaing, invadió la prensa periodística, promovió asociaciones que manifestasen que el pueblo argentino tomaba por suya la causa de sus hermanos los agredidos.
Organizáronse manifestaciones con tal motivo, centros que dirigieran el espíritu público hacia la solidaridad de causa con México, que recogiera subsidios para auxiliarle. Su voz tronó con todo el fuego del americanismo, pero sin resultados positivos, desde que la opinión no despertaba del desvío a que la condujera la prescindencia que se notaba en el Gobierno Nacional, la falta de fe en los miembros de la Junta que se había organizado a presencia de esa misma prescindencia, del silencio que guardaba el Congreso de la Confederación.
Desesperado con tan malos resultados no desmayó y se contrajo entonces a combatir ese mal, despertar al país y la América avisándoles del peligro que corrían, manifestarles el mal de que sufrían y el remedio que debía aplicarse para salvar de la situación presente y afianzar para el porvenir la permanencia de la República. Con tal objeto dio a luz el libro titulado La América en Peligro. Este libro hizo reaparecer el ataque del clero católico, por medio de todos sus órganos. El Sr.
Obispo lo encabezó, lanzando una pastoral en que atacaba al autor, prohibía la lectura del escrito, y pretendía refutar la idea primordial en que se basaba `` catolicismo y libertad se excluyen.'' Bilbao refutó esa pastoral, hizo frente a sus adversarios, pero esta vez tuvo la gran satisfacción de ser acompañado por toda la prensa de Buenos Aires, menos los periódicos católicos.
La buena causa se encontraba en su mayoría, y la derrota del clero fue estrepitosa.
En tales agitaciones, la opinión pública fue sorprendida con la noticia de la ocupación que la escuadra española había hecho en Abril de 1864 de las Islas de Chincha pertenecientes al Perú, alegando para semejante atentado el derecho Para nosotros ese himno se llama emancipación del espíritu en todas sus manifestaciones; --esas tablas de la ley se llamaron igualdad democrática; --y esa palabra de virtud y de belleza fue la fraternidad de hombres y pueblos soberanos.
¡Día fausto fue aquel! -- Años fecundos de cuya savia aún vivimos, fueron los de la guerra de Independencia. ¡Inspiración! El soplo del espíritu libre levanta a los pueblos. ¡Legislación! La inteligencia libertada coordinaba el sublime movimiento. ¡Heroísmo! Los hijos de América ganaron las más bellas batallas del siglo XIX. No teníamos necesidad de promesas ni garantías de ganancia. No calculábamos el éxito. El éxito, esta divinidad de los pueblos corrompidos, lo esclavizamos a nuestras banderas, con juramento de morir por la justicia. Sin castas, sin nobles, sin privilegios, sin monarcas, sin mentiras, hicimos tabula rasa en un mundo que purificábamos para que recibiese la inscripción del eterno, y la animación inmortal de la libertad. Conciencia de justicia y de la fuerza del derecho, visiones sublimes de la humanidad libertada del terror religioso y de la obediencia servil, comunicación directa con el Ser--Supremo, la Revolución de la Independencia y el establecimiento de la República fue la revelación del mundo Americano. Ése fue nuestro testamento. Tal ha sido la herencia que debemos conservar para transmitirla a nuestros hijos. Y ése es el testamento de ideas y de porvenir con su herencia territorial que se ven hoy amenazados.
La Intendencia y la República peligran. Esto es, nuestro honor, nuestra gloria, nuestro derecho, nuestra felicidad sobre la tierra.
Una fuerza pasiva y colosal de doscientos millones de europeos, puesta al servicio de los déspotas, pretende avasallar y repartirse el mundo americano. Es el dualismo de la justicia y de la fuerza mentirosa en su tremenda lucha, y a quienes no basta la separación del Atlántico, que hoy en México aparece, lo cual es una prueba de que la tierra entera ha de ser un día República o Monarquía. Y es para esa lucha, es por esa causa de que somos solidarios que no podemos permanecer indiferentes, sin comprometer nuestra dignidad, sin agraviar el paso el pasado de nuestros padres, sin arriesgar el porvenir de nuestros hijos.
¿Seríamos hombres, si consintiéramos ver un día la bandera del extranjero arrojando su sombra ignominiosa sobre la tierra que cubre las cenizas de los que nos dieron patria y libertad? ¡Qué nombre mereceríamos, si nuestros hijos un día, en vez de los colores nacionales divisasen la insignia del coloniaje enseñoreándose sobre nuestras ciudades? ¿Podremos consentir ni en imaginación, que nuestros descendientes vivan un día como los franceses, imperializados, como los siervos de Rusia, como las poblaciones de Austria, como las poblaciones de Austria, como los monarquistas de España, como los nazzaronni de Nápoles, como las milicias del Papa? Y lo que es peor, ciudadanos ¿podríamos pertenecer indiferentes al grado de corrupción moral y de mentira a que llegan en Europa, cuando nos dicen que todo eso es orden, es libertad bien entendida y es civilización? Ésta es la coronación de la iniquidad, el triple sello satánico impuesto a la conciencia, la conversión, quizás sin esperanzas, en siglos, de volver a ver un día de verdad.
Pues todo eso ya se inicia en México.
Jamás, en ningún tiempo se habrá visto más cinismo y más audacia para insultar lo más sagrado, escarnecer la moral, y con los labios del perjurio, insultar a la conciencia humana, del modo más inicuo. Dice Forey, el 23 de Junio en México: ``Mexicanos: La nación ha hablado por medio de sus representantes instituidos en mi decreto del 16 de junio'' Y esos representantes, esos 225 traidores instituidos por Forey, y que son la nación, según ese soldado, son los que después de dos años de guerra, sobre las ruinas de la heroica Puebla, y al frente de Juárez, el gobierno legítimo que combate y protesta, declara el protectorado de la Francia, el imperio, el restablecimiento del retroceso teocrático, la libertad de la prensa como en Francia, el orden como en Francia, la civilización de las minas de oro, el dominio de la justicia como en Francia, el imperio de la verdad, de la fe en el juramento, del respeto a los tratados como en Francia. El robo, el secuestro, la confiscación de los bienes de los hombres que combaten por su patria, es el respeto a la propiedad que se proclama. La traición, el bombardeo, la matanza, levantan el edificio de la conquista a nombre de la civilización francesa.
La infanda palabra monarquía, resuena de nuevo en la América de Maipú, de Carabobo y de Ayacucho, con todo su cortejo de horrores, hipocresías y mentiras.
El genio del mal se apodera del punto estratégico del nuevo continente, para separarnos del norte, poseer la comunicación de los océanos y amenazar al sur. El partido clerical y retrógrado, el partido de la obediencia pasiva y de las manos muertas, limpia en su sotana la espada de Forey y eleva su TeDeum sobre las ruinas de Puebla. Ya cunde por Europa la nueva anunciada del fin del mundo Americano, y los monarcas en acecho se dividen la presa y se sientan tranquilos al banquete de sus salteos sin el temor de esa espada suspendida que era el nombre de República. Ya el odio, o el desprecio de la caduca Europa decreta la suerte de las pobres y desunidas Repúblicas del Sur. Ya asoma la esperanza de asentar el gobierno imperial, sobre el antiguo territorio de las colonias españolas, y hacer retroceder la historia desmintiendo la protesta de nuestros padres, aventando sus venerables restos al océano. Han preparado su obra calumniando incesantemente a las Repúblicas, sembrando dificultades tendiendo redes diplomáticas, elevando reclamaciones leoninas, o salteos en grande, a la categoría de deudas. Han pretendido presentar a la adoración del género humano, el becerro de oro, y confundir en ese culto todos los principios, y llamar civilización de reivindicación, que la conquista les diera en tiempos de Pizarro.
Ante semejante ataque, todos vieron renacer los tiempos heroicos de la epopeya de la Independencia. ¡La conquista, atacando en el corazón de las Repúblicas Americanas! Chassaing y Bilbao, ayudados de la prensa de todos los partidos, levantaron un grito de indignación, clamando por la unión de las naciones del Continente para responder al reto de España, y sólo un diario se opuso a que el pueblo siguiera sus instintos y sentimientos naturales La Nación Argentina, eco del Gobierno Nacional. De esta oposición surgió la seria polémica en que Bilbao agotaba sus últimas fuerzas físicas, defendiendo la necesidad de emanciparnos en cuerpo de la conquista que iniciaban las monarquías, y en espíritu de las teorías que nos introducían.
Asistió, es esos días, arrastrándose y esqueletizado a los meetings del Retiro y de Colón donde habló, haciendo esfuerzos sobrehumanos, y de donde regresó casi sin aliento. Restablecido un momento y queriendo sucumbir primero en su puesto, que atender a su salud, dio a luz su último trabajo, expresión de su alma pura, y cual si fuera el testamento que legara a los racionalistas: El Evangelio Americano.
Al terminar las últimas pájinas de este libro, la salud le abandonó completamente y tuvo que retirarse de su vida pública, para no volver a aparecer más en ella.
El soldado daba su último aliento al pie del cañón que proclamaba la regeneración de la humanidad.
Iniciador del racionalismo en América, arrastró una vida sin descanso, luchando sin cesar contra toda opresión. Anatematizado por el clero, maldecido por los fanáticos, condenado a muerte por los poderes civiles, peregrinando de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, soportando hambres, prisiones y destierros, surcando los mares en busca de una tierra donde pisar, torturado por las defecciones, su alma triunfó sin doblegarse un instante. Firme en sus ideas, las sirvió con la pluma, con la palabra y la espada; y después de tanta lucha, de tanto cáliz saboreado, sucumbió de fatiga, cuando el cuerpo no tuvo fueras para albergar a esa alma que voló a refundirse en el Ser de los Seres, dejando en la tierra un reguero de luz donde los pueblos pudiesen encaminarse al paraíso de la humanidad, La República.
A la riqueza. Y como los americanos, antes que la riqueza buscamos la justicia, la armonía de los derechos, la satisfacción de las necesidades morales, hemos sido lógicamente, según ellos, clasificados de bárbaros. Es por esto que la explotación de las minas forma una parte principal del programa del imperio. Aliados de traidores, ved la moralidad de su causa. Traidores con extranjeros, ved la mística unión bendecida por el arzobispo de México, ¡para civilizar su Patria! Y esos aliados, esos francoamericanos que osan invocar los nombres sagrados de Patria e independencia en los momentos mismos que conquistan y proclaman el imperio, ya no pueden concebir lo que es el derecho y la dignidad del hombre y de los pueblos. ¡Almonte! ¡Almonte y los suyos! Grandes proscritos de la humanidad, consagrados a la execración de los tiempos, unidos al extranjero que recibió el gobierno de los Borbones de mano de los Cosacos, ¿cómo han de comprender el oprobio que lleva la conquista, la infamia que arroja el imperio de la fuerza, la degradación genérica que imprime el yugo del invasor? ¡Desgraciados y mil veces desgraciados! Aunque transformáseis el territorio mexicano en un paraíso terrenal, ya no tenéis conciencia para sentir la infamia, ya habéis perdido la voz de la justicia, ya la mancha de vuestra obra, infiltrada en vuestro ser, os hace perder el aspecto humano, y os devora en vuestro pensamiento y en vuestros actos. Id, malditos de América, a la fosa de los traidores, con vuestra infame palabra.
Hablar de civilización, cuando se conquista, hablar de Patria y de independencia, ¿cuando se conquista esa Patria y se destruye esa independencia? ¿Qué significa ese lenguaje, sino que los que lo emplean, han perdido la conciencia de la sagrada autonomía de los pueblos? Los que han aplaudido invasiones, los que han festejado a los cosacos en París, y a los franceses en México, ya no pueden comprender lo que es la bestialidad de las naciones.
No así, nosotros, Republicanos de América. No consentiremos se profane hoy ni mañana, nuestro templo, nuestra ciudad, nuestra gloria: la República; y es para resistir a ese mal, para desmentir a la Europa, para garantir nuestro porvenir, que nos reunimos y asociamos.
Hemos narrado la vida pública de Francisco Bilbao, ahora vamos a arrojar una mirada sobre una parte de su vida íntima para procurarnos la ocasión de hacer conocer los amargos días que le acompañaron durante su residencia en la Confederación Argentina.
Ha sido una voz admitida que Bilbao contrajo en 1858 la enfermedad de que murió, queriendo salvar a una joven que se ahogaba. En efecto, en esa fecha, Bilbao paseaba en el muelle de Buenos Aires acompañado de un amigo y de la señora esposa de este. Contemplaban en uno de sus descansos la bella perspectiva que se presenta en aquel lugar, cuando la señora de su amigo desapareció del muelle y se encontró en medio de las olas. Bilbao no reflexionó, se arrojó como estaba y arrastró fuera a la que luchaba ya con los síntomas de ahogo. El esfuerzo fue tremendo pero no le produjo consecuencias. Hiciéronse versiones a este respecto, pero versiones calumniosas como aparece en el diario de sus confesiones ``Jamás tuve el menor interés por la esposa de... dice, y siempre me mantuve lejos de todo sentimiento que pudiera contrariar mi lealtad de amigo'' .
Poco antes de ir a residir en el Paraná, Bilbao arrojaba de cuando en cuando algunos espuntos de sangre; pero estando en el Paraná, una noche ``sentí, dice, un dolor tan terrible al pulmón, cual si me traspasaran con una espada''.
Era pulmonía atroz. Desde entonces los ataques de vómitos de sangre que le acabaron.
Convalecido de estos ataques, su padre don Rafael Bilbao caía herido de un accidente apoplético que le llevó al sepulcro. Éste era un golpe tremendo para su estado. Se revistió de toda la energía que tenía y no abandonó el cuerpo amado hasta depositarlo en el cementerio. Allí le dio un último adiós, dirijiéndole las siguientes palabras: ``Concédame el Ser Supremo, la fuerza y la inteligencia necesaria, para pronunciar una palabra, digna del terrible sacerdocio, que cumple el hijo al frente de la tierra que se abre, que se abre para recibir el cadáver de su padre.
Debo dar testimonio ante vosotros que nos honráis con vuestra presencia, y ante Chile, de que fue un justo el que ayer se separó de nosotros, y que una bella muerte terminó una vida de desgracias Si el hijo pudiese transmitir a los hombres, sus hermanos, la impresión intensa que la mano del eterno misterio imprime en el alma al contemplar la faz venerable del anciano tan amado quizás descorriera las tinieblas que cobijan el tránsito supremo de la muerte Para dar ese testimonio, en este momento, ante vosotros, primos, sobrinos, amigos y hermanos, concreto la vida de mi padre.
Diputado a los Congresos constituyentes que dieron a Chile la vida y la ley de la libertad política, no en letra muerta, sino en garantías cumplidas por la virtud del partido liberal en el poder; gobernador e intendente de Santiago, que no ha olvidado los bienes que hizo, ni la justicia y energía de su carácter, salió de la vida pública envuelto en la libertad proscripta. Desde entonces, su vida fue una serie de persecuciones crueles, de destierros, sucesivos, y de desgracias prolongadas. Si revestido de la autoridad fue firme, consagrado por el infortunio fue inflexible en su religión política, durante 35 años que pasaron desde la caída del Partido Liberal hasta su muerte. Invariable en su fe ha educado a sus hijos en la fidelidad a la palabra y a la ley, y en los momentos de angustia y de peligro nos dio el ejemplo de un espíritu dueño de sí mismo, poseído de serenidad imperturbable.
Trabajado por los años y los padecimien tos, volvió a remontar los Andes para recibir el descanso en la tierra de nuestra madre cuyo llanto acompaña mis palabras. En esta tierra entregamos sus restos, porque la hospitalidad de este pueblo respetará los sepulcros y los manes de los que mueren en justicia.
Ha terminado mi deber en este acto. He dado el testimonio de su vida y de su muerte.
Permitid una palabra que sirva para fortificar el consuelo que pido y que piden los corazones amantes.
¿Quién de vosotros en su vida, no ha temblado interiormente ante la idea de la muerte de sus padres? ¿Quién es aquel que no quisiera disponer del brazo omnipotente, para detener al tiempo que se avanza devorando los objetos más caros de la vida? ¿Quién de nosotros, señores, no ha sentido un momento en que las virtudes del Cielo se conmueven y las columnas del universo moral estremecerse en la conciencia del hijo amante ante la muerte de su padre? Sí, no soy una excepción de sensualidad: Soy la humanidad que clama con su corazón desgarrado en las tinieblas, pidiendo al Ser Supremo una vibración de su luz, para ver al espíritu amado en las regiones de la inmortalidad. A esas regiones me acompaña la fe del género humano. En esas regiones me introduce la razón que me afirma la perpetuidad indestructible del ser que piensa al infinito y que ama a Dios. En esas regiones el dolor de este incansable holocausto de las criaturas, me señala como vida ascendiente la paz, la virtud, el amor del huérfano en el seno del Eterno Padre.
Sí, hermanos, con el corazón y la razón, con la ciencia y el presentimiento, repitamos con el género humano en todo el tiempo y desafiando a la tumba, esta palabra que es el vínculo moral del universo.
El alma es inmortal''.
El dolor por semejante pérdida le dominó de tal modo que no podemos dejar de transcribir algunos fragmentos de su diario, donde desahogaba su corazón herido. Ellos le pintan en toda su ternura.
XV I
``Y hoy, yo, Francisco Bilbao, escribía, en la ciudad de Buenos Aires, a 28 de agosto de 1862, a las once de la noche escribo esta fecha: a las 2 y media de la arde murió nuestro Padre.
¡Es mi primera noche sin Padre, Dios mío! ¡Padre mío! Día 29.
Y fui yo el que escribió el día, del otro nacimiento de mi papá.
Mi primer día sin padre en la tierra. El cielo azul luminoso brilla aquí hoy y para mi papá.
Pero tú, Dios mío, me dices que brilla para él, otro día más espléndido. ¡Tú me ves, tú nos ves papá! Con los ojos del espíritu te busco, y tú nos bendices. ¡Consuélanos papá! Y mi papá nos consuela. Vives en el alma, padre amado.''
XV II
Después de algunos días escribiría: ``Y todas las noches al entrar a mi cuarto solitario, la casa a oscuras, mi mamá durmiendo, a ti padre amado te recuerdo y vuelvo íntimamente al cielo mis ojos, como gesto del desgraciado que implora o del agraciado que reconoce al Ser Supremo.
No quiero frases, quiero decir mi dolor Y aún más quisiera, sentir más de lo que siento''.
XV III
Un año más tarde de la víspera de la muerte volvía a renovar su dolor íntimo.
``Y hoy a las 10 de la noche vuelvo a renovar el día del dolor, decía. No ha pasado día, Padre mío, sin que tú vivas en mí, renovando mi ternura, mi amor, mi esperanza, mi dolor.
Y también una dulce emoción de fe, carisma atracción hacia ti, consuelo en el dolor mismo, porque quizás el dolor es el comprobante de tu inmortalidad. Vivo en tus días pasados que se aglomeran en mi mente.Tus dolores y desgracias me acercan más a ti, y pensar en el ser de amor que te habrá recibido y consolado y renovado.
Padre mío, así como nos abrazábamos, te abrazo desde la distancia que sólo Dios puede medir.
¡Y qué amor! ¡Cómo te amaba y cómo te amo! Tu sonrisa, tus cariños, nadie me los dará sobre la tierra''.
XV IV
``Y después de la contemplación de tu imagen en el retrato, o en mi imaginación; o cuando te recuerdo como alma, espíritu o persona, o como cuando estabas con nosotros, qué arranque de amor, de llanto y de ternura brota de mi ser conmovido, padre mío! Qué diera por verte, y alegrarte, y abrazarte, y gozar con la idea de no separarnos más Cuán bueno eras, cómo me has consolado, tú anciano, a mí joven! Cuánto soliloquio contigo; cuántos gritos al espacio, tanta palabra para llamarte, para que me veas amándote cual nunca te amé Ve mis lágrimas, consuela mi pobre corazón, padre amado! para qué vivir si no vives! Consuélame Dios mío''.
A este íntimo sucedió un paréntesis de felicidad. Desde 1844, al pasar por Rio de Janeiro, había conocido a la familia del señor general D.
Tomás Guido. Durante su residencia en Buenos Aires y en Montevideo, frecuentó la casa de este hombre histórico que reúne a sus antecedentes notables en la guerra de Independencia chilena y peruana, un trato ameno y una civilidad poco común. Allí tuvo motivo de tratar a la hija del expresado general, la señorita Pilar. Sus almas se comunicaron y se comprendieron. Ella, católica en otro tiempo, recibió una nueva educación de Bilbao, y vino a ser para él no sólo un corazón que su corazón necesitaba sino un espíritu que se unía al suyo, al adoptar las creencias del maestro.
Allí iba diariamente, allí desahogaba sus pesares y allí recibía consuelos y consuelos que aplaudía su marcha. Resolvieron casarse. Bilbao se presentó a la curia solicitando el permiso para hacerlo. La introducción del escrito expresaba la razón por la cual ocurría a la autoridad eclesiástica: ``Reconozco, decía, como verdaderos los dogmas de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma, o para mayor claridad, no profeso ninguna de las religiones que se llaman positivas o reveladas.
Mi religión es la natural. Pero como la legislación eclesiástica en lo relativo a matrimonio ha sido declarada ley del Estado, solicito, etc.''. El Obispo negó la licencia que se le pedía. Bilbao vio entonces al nuncio apostólico que el Papa había enviado a estos países, monseñor Marino Marini, hombre de mundo y de vastos conocimientos. Le expuso su situación. El nuncio entró en discusión tratando de reducir a Bilbao al catolicismo. Discutieron hasta de la divinidad de Jesús. En último término, monseñor le observó: ``Piense usted que nació católico, en que pertenece a una familia noble, etc. Bilbao le interrumpió diciéndole Fui católico cuando no reflexionaba, y en cuanto a lo noble le diré, que no lo soy, yo soy roto, hombre de pueblo''.
El nuncio le aconsejó, entonces, le escribiera en una carta lo que pretendía. La carta la recibió al día siguiente, y sin demora la remitió al obispo con otra de su puño y letra en que decía: cáselos usted como a protestantes.
El obispo observó al nuncio que no era protestante Bilbao, pues había sido bautizado.
El nuncio insistió haciendo presente que la palabra protestante debía tomarse en el sentido de que había protestado del catolicismo y que el bautismo no le imponía un carácter indeleble católico.
Después de una larga tramitación, el obispo accedió, exigiendo que Bilbao prometiera respetar las tres condiciones siguientes: ``No impedir el ejercicio de culto ni la enseñanza religiosa que la madre diese a sus hijos, no impedir el bautismo de los hijos y no impedir a la mujer que procurase la conversión de su marido''.
Bilbao, a pesar de la convicción que tenía de que su futura esposa no era católica y que sus creencias se hallaban en armonía con las de él, al recibir estas imposiciones vio a la señorita de Guido y le dijo: _ Mi contestación depende de usted Pilarcita.
_ Usted ya conoce, Bilbao, le contestó esta, cuáles son mis ideas.
En tal creencia fue a la curia y prometió cumplir las condiciones expuestas. Y de ningún otro modo las habría aceptado porque es imposible presumir siquiera que Bilbao fuese admitir por un momento la educación católica para sus hijos, mucho más desde que había roto un matrimonio en París el mismo día que la novia le dijo: yo soy católica. El se casaba encontrando a su esposa digna de sus principios, y esto hace la apología de la señora Guido.
El matrimonio se realizaba en diciembre de 1863 bajo un ceremonial enteramente especial.
El cura fue admitido como representante de la autoridad civil. Puestos de pie los novios, el eclesiástico interrogó a la novia: _ ¿Aceptáis por marido al señor don Francisco Bilbao? _ Sí, respondió la señorita Guido.
En seguida se dirigió al novio y le preguntó.
_ ¿Aceptáis por esposa a la señora doña Pilar Guido?.
_ Sí, _ respondió a su vez Bilbao.
Entonces el cura les dijo.
``Yo os uno en matrimonio'' No hubo más ceremonial.
El 16 de septiembre de 1864, durante una gran tormenta, nació de este enlace un barón.
Lautaro, era el nombre que le esperaba. A los cuarenta y tres días el hijo murió. ``¡Cuán limitada fue la esperanza! (escribía su padre sin consuelo). ``¡A todos les sorprendía su mirada, intelectual y penetrante. Cuántas esperanzas y proyectos! ¡Todo se acabó! Su madre y yo estamos en el pensamiento de Dios. ¡Si habrá consuelo! ¡Dios mío y a mi papá tan presente!''.
A este dolor suciedose otro inmenso. En noviembre de ese mismo año, Juan Chassaing, el correligionario, esa alma de héroe donde parecían concentradas las virtudes del patriotismo del pueblo argentino, acababa de morir. ¡Cuánto desamparo! Bilbao, se levantó del lecho donde sentía apagarse sus días y fue a acompañar al cadáver amigo.
Allí improvisó las palabras que acompañamos: ``No vengo a honrar con palabras a Juan Chassaing. No lo necesita, ni en la tierra donde lo conocimos, ni en la mansión gloriosa que su abnegación le conquistara... Venimos a honrarnos a nosotros mismos, a honrar la humanidad, en uno de sus más puros y bellos representantes...
Nació condenado a muerte prematura... No se recibe impunemente la centella fulgurante de la idea... no se concentran todos los resplandores del ideal... la Patria con todos sus amores y exigencia, con las esperanzas, sus glorias, la visión sublime y terrible del deber, sin que el organismo sucumba.
Y se apagó ese corazón que hacía palpitar a este pueblo! Brilla en otras regiones esa inteligencia que jamás vaciló, entre el egoísmo y el sacrificio... Ah! Si todos lo hubieran conocido como nosotros, veríamos en este momento las manos de las catorce provincias argentinas arrojar flores sobre su tumba, porque el corazón y la inteligencia de Chassaing anidaban la conciencia indivisible de la nacionalidad argentina...
Hay egoísmo en nuestro dolor, porque vemos la pérdida de una columna de la Patria, _ Sentimos más peso caer sobre nosotros, porque somos nosotros los que perdemos, en tanto que él ha revestido en vida superior...
Recojamos el perfume de su vid que fue un ejemplo. Honremos de esta manera su memoria.
No fue su inteligencia, ni su ciencia lo que tan joven, el primer lugar le diera en la política y en el amor de sus amigos. Fue su carácter. Rectitud inflexible, coraje a toda prueba, firmeza incontrastable en el camino del deber, espíritu de sacrificios sin medida, he ahí Juan Chassaing.
Adiós tú, que fuiste respetado como los ancianos, querido como joven ¡idolatrado como ciudadano!'' Esta despedida fue la última palabra que pronunciara en público.
El cielo le llamaba con urgencia a su seno.
Se acercaba el momento de dar el adiós eterno a la tierra.
No queremos detenernos en contar nuevamente los últimos momentos de Francisco Bilbao.
En aquellos días de luto cumplimos con ese deber, escribiendo a Eusebio Lillo la carta que pasamos a transcribir.
Amigo querido: Es a ti, amigo de la infancia, a quien quiero contar los últimos días de mi hermano Francisco; porque tú fuiste celoso de su honra, lo comprendiste y en la ausencia supiste defenderlo.
Prescindamos del dolor para dar cabida al recuerdo desnudo de sus últimos momentos.
Llegué a Buenos Aires el 2 del corriente.
Francisco se encontraba en Lujan, hacía dos meses, tomando temperamento. Su salud estaba perdida Seis años ha que sufrió un ataque de pulmonía, residiendo en el Paraná; un ataque tal que bien puede comprenderse por la siguiente frase que Francisco escribía a D. José M. Lagos en carta de mayo de 1859.
``He estado muy enfermo, le decía: _hubo un día, en que ya me daba de baja para el otro mundo; _y contemplando el crepúsculo de una magnífica tarde, pensaba en los horizontes futuros de la nueva vida, _pero el mal cesó, se detuvo la sangre, etc.'' Desatendida una enfermedad tal, el pulmón izquierdo quedó desde entonces dañado, y su vida fue una sucesión de ataques más o menos graves, cuyas tendencias no fueron bien calculadas. Su vigorosa naturaleza le engañaba y engañaba a los que le rodeaban. Remedio eficaz habría sido, entonces, alejarse de estos climas mortíferos para esas enfermedades, pero le detuvo la consideración de no amargar los últimos días de mis padres, con la ausencia. Las veladas y cuidados prodigados a mi padre en sus últimos días, le impresionaron fuertemente.
Catorce meses de matrimonio verdadero, vigilado minuto a minuto por una esposa que ha cuidado cuanto puede idear el amor para la conservación de un ser, le mantuvieron la esperanza de restablecerse. Tuvo un hijo que perdió al mes. Sus no interrumpidos pesares, sus constantes trabajos, sus agitaciones y sufrimientos por los crímenes que se vienen consumando en América, le condujeron a acelerar sus días.
Reaparecieron los vómitos copiosos de sangre y su físico se consumió.
En tal situación lo encontré.
Francisco esperaba mi llegada con una ansiedad indescriptible, al extremo, que tenía la impresión del primer abrazo. Dos días antes de mi llegada clamaba: ``¡Dios mío!, consérvame la vida para ver a Manuel! Francisco había deseado siempre morir en mis brazos. Temía que sus últimos momentos fuesen alterados por exigencias del catolicismo, y su confianza en que yo guardara el reposo de sus convicciones, era ilimitada.
Mis hermanos Rafael y Luis se encontraban a inmensas distancias de esta ciudad, ignorando la situación grave de Francisco. A mi madre y hermana fue necesario ocultarles en lo posible el peligro que amenazaba a todos.
El duna 5 me fue permitido ver al enfermo en Luján. Nuestras almas se confundieron y comprendieron en un abrazo mezclado por las lágrimas. Hacía diez años que nos habíamos separado. Entonces él, perseguido en el Perú, dejaba aquel país llevando en sí juventud, robustez, vida, ya ahora le encontraba cubierto en canas, consumido, deshecho, sin color, sin fuerzas, un cadáver. Toqué su cuerpo y encontré hundido el costado izquierdo de su pecho, prominente el hombro de ese costado y su estatura encorvada.
El costado afectado daba un sonido al golpe que recibía en el examen, que demostraba la desaparición del pulmón. Se sentía la existencia de una caverna. Aplicando el oído allí, al hablar Francisco, se oía la voz tan clara cual si saliese por la boca. La arteria que alimentaba ese pulmón destruido se había relajado y la menor impresión, al menor alteración en su organismo, le producía la instante derrames de sangre que ocasionaban vómitos terribles que desgarraban el alma de dolor.
Los doctores Irigoyen y Fernández le asistían con ternura. Su esposa y don Juan M.Lagos, el amigo íntimo de Francisco, el depositario de sus alegrías y pesares, lo asistían también.
A mi llegada se hizo un nuevo examen de la enfermedad. Retirado con los doctores, me hicieron una demostración del estado de Francisco, que me heló. Les consulté sobre la conveniencia de un viaje a Chile y aprobaron la idea. Hice presente todo a mi hermano, le hice conocer varios casos prácticos que vivían con un pulmón. Largas horas le entretuve describiéndole los adelantos en Chile. Fijamos nuestro viaje para el mes de marzo. Fue entonces que Francisco olvidando sus males, y animado por el entusiasmo radiante que le caracterizaba, nos dijo: ``Ahora sí creo sanar''.
Al siguiente día regresamos a Buenos Aires.
Se notaba una reacción favorable en sus fuerzas.
Su rostro estaba inundado de alegría.
Le era prohibido hablar. Estaba condenado a una quietud extraordinaria; pero se notaba en él un contento saborear la narración de recuerdos y de cosas que se acopian en diez años de separación.
Se pasaron tres días en que las esperanzas acrecían y cuando más descuidados estábamos, un ataque le sobreviene y arroja dos libras de sangre. La noche la pasó agitada y sin hablar.
Al siguiente día, cuando se hubo calmado, conseguimos hacer recostar a su esposa que estaba enferma. Cuando se vio a solas con Lagos y yo, Francisco se incorporó y nos dijo: _ ``Estamos solos y es necesario que hablemos como hombres''. Nos quedamos mustios y comprimiendo nuestro corazones.
_ ``Es necesario'', continuó, ``no hacerse ilusiones sobre mi vida. Yo me siento morir y quiero aprovechar estos momentos con ustedes. Esta tarde tal vez pierda la cabeza.'' Le hicimos ver que no creíamos tan inmediato el momento.
_ ``Sin embargo'', me dijo, ``quiero hacerte mis encargos''.
Sus disposiciones fueron breves, terminando con estas palabras.
``Michelet, Quinet'' Transcurrió un momento de silencio.
``Ahora estoy tranquilo'', nos dijo, ``porque es un consuelo hablar con hombres como ustedes.'' Momentos después entró el doctor Muniz.
Le examinó e hizo una luminosa disertación sobre el estado de enfermedad, procurando animar al enfermo. El Dr. Muñiz había tomado tal interés por Francisco, que de motu proprio le visitaba cuando se hallaba en Lujan, sin interés de ningún género, tan sólo por amor.
``Hábleme usted como a hombre, le interrumpió Francisco. Me siento con una energía sobrenatural. No crea usted que temo la muerte, sino fuera por los queme aman,por los quedejo, la desearía como una felicidad, como un descanso.'' Las esperanzas estaban perdidas. El Dr.
Iturrios reemplazó al Dr. Muñiz por encargo del mismo, y como los ataques se sucedían, Francisco me pidió ver al Dr. Rawson, para darle el último adiós. El señor Rawson acudió a ver al amigo.
Todos le desahuciaron.
En estas circunstancias el señor Lastarria, amigo constante y leal desde la infancia, se acercaba a Francisco, y como dicho señor le hubiera hecho concebir grandes esperanzas de llegar a Chile, mi hermano le llamó y le dijo al oído: ``Mi esperanza era ir a morir a Chile, pero ya usted ve, no puedo moverme'' .
En cada vómito de sangre uno veía salir, escaparse la vida de Francisco. Cuando cesaba éste, el corazón se agitaba conuna violencia espantosa que amenazaba estallar. Era el que llenaba las arterias que se vaciaban.
``Es preciso no sorprenderse'', me decía, ``en estos momentos, estar preparado a todo. La muerte puede ser instantánea. Ten ánimo, hermano mío''.
En unode esos momentosme señaló un libro de apuntes hechos por él, y me encargó lo leyera para mi consuelo el día que muriese. Eran pensamientos arrancados de la muerte de mi padre.
Prodigaba los consuelos y se preocupaba de lo que iban a sufrir sus deudos. Para cada uno un recuerdo, unaprevención, un consuelo. Y a tal grado llegaba su abnegación, que mepidió consultase a los médicos, si alcanzaría a salir de Buenos Aires para irse conmigo y ``ahorrar ese mal rato para los que me aman.'' Familiarizado con la muerte, nos decía a menudo: ``Esta es la primera batalla que mando en gefe''.
Había en Francisco tal amor, tal energía y tal alegría en su semblante, tan exquisito cuidado por cuanto le rodeaba, que al contemplarle en sus últimos días, te aseguro, amigo mío, que en el fondo de mi alma envidiaba su muerte. ¡Y es la primera vez que he sentido esta pasión! Uno de los encargos especiales que nos hizo cuando se sintió mal fue: ``Mucho cuidado con que no incomoden los católicos. Cada vez siento más fuerza en mis convicciones . Mi conciencia nada teme. Todo cuanto he hecho ha sido procurando el bien. Estoy muy tranquilo''.
Y como yo le asegurase que nadie turbaría su tranquilidad y moriría tal cual lo deseaba, Francisco, animado de placer, me dijo: ``Y en último caso, Manuel, mis pistolas están listas para hacer respetar mi voluntad. Tómalas ''.
Y bien, amigo mío, un hombre que tal se conduce ¿Puede dejar dudas sobre la honradez de su conducta, la moralidad de sus acciones, la religiosidad de sus principios y la santidad de sus convicciones? En aquellos momentos de reposo que sucedían a las crisis destructoras de su organismo, se le veía a Pancho reír, jovial y tan satisfecho y tan conforme de su fin que exclamaba: ``¡Cuánto agradezco a mi Dios la tranquilidad que me da!''.
Y en seguida recreaba su pensamiento en meditaciones profundas, en recuerdos deliciosos.
Hacía gozar y verdaderamente, al que contemplaba. Recordaba a veces y repetía la frase final de Lamennais.
``Estos son los bellos momentos''.
Otras, tratando de formar un festín de sus adioses, recordábamos la cena de los Girondinos y decía al amigo Lagos: ``Pregúntale a los médicos si la cuestión es de horas''.
Pero los médicos no designaban el término preciso ``Si yo lo supiese'', nos decía sonriendo, ``tendría una cena: pero si sobrevivo a esta el efecto sería descolorido.'' Pasamos así los días últimos, recibiendo visitas de sus amigos y ocultando su términos a nuestra anciana madre, que le veía con frecuencia, a pesar de sus achaques.
Llega el día 18 y entonces los accidentes se repiten con suma frecuencia. Y sin embargo, permanece recibiendo hasta las 11 de la noche. Se retira al lecho y duerme deliciosamente hasta las 5 de la mañana del 19. A esa hora le doy un poco de jalea y se duerme hasta las 6. Recuerda alegra y atiende con afecto a su esposa que permanecía sentada a los pies de la cama.
A las siete le viene una toz suave y desgarra con facilidad; pero al desgarro sucede otro, y sentándose en el lecho, me dice, muy despacio.
``Ataque.'' En un momento hago recordar a los que dominan la velada. Acude el amigo Lagos, y el señor LópezTorres y D. Eduardo Guido. Ya tenía llena una palangana. La sangre no paraba.
Francisco se trata de incorporar y nos dice: ``Aire.'' Se sienta en el borde del lecho sosteniéndole de cada costado Lagos y yo. Francisco ve entonces a su esposa y nos dice: ``Retiren a Pilar.''.
Y acto continuo, se saca un anillo y lo arroja a su mujer que imploraba de rodillas que la dejasen allí.
El señor LópezTorres la toma en sus brazos y la coloca fuera de aquella escena.
Y apenas regresa este amigo, Francisco, después de llenar una segunda palangana de sangre, nos dice: ``Éste es el último,'' y en seguida expira con una sonrisa angelical.
Tal fue su término.
Jamás olvidaré aquel cuadro.
Si para el alma de Francisco no hubiera un cielo, un tronco al lado del Dios infinito, Eusebio, no creería en el premio de los buenos.
¡Qué lección para los que le combatieron y qué ejemplo para quienes le amaron! Te abraza tu amigo Manuel Bilbao.
Ésta era la carta que escribíamos y a la cual nada queremos añadir.
Así moría el hombre justo, el hombre moral, ¡el sectario de la religión universal ...................................................................
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El 20 de febrero una numerosa concurrencia conducía al cementerio el cuerpo de Francisco Bilbao. Se quiso rendirle un homenaje especial. El cortejo fúnebre marchó a pie. Allí, antes de ocultarse para siempre a las miradas y al llanto de sus amigos, se dejó oír la palabra de los que lo amaron. Ahí oímos el último adiós que la Patria daba a su hijo desgraciado y no comprendido, por boca del señor D. José Victorino Lastarria, ministro de Chile en la República del Plata y amigo y profesor de Bilbao.
El féretro iba cubierto por la bandera de Chile.
En un modesto sepulcro cerrado con mármol en el que se encuentra la siguiente inscripción ``DE LA FAMILIA DE D. RAFAEL BILBAO.'' y en seguida las palabras que el hijo grabara a la memoria de su padre.
``PATER AMOR INMORTALITAS ESTO.'' fue depositado.
A la iglesia no se le permitió intervención.
Hoy, esa ansión de paz de seres modelos de virtud y fuerza, que no tuvieron un palmo de terreno en su patria donde descansar y por la cual se sacrificaron, residen allí unidos, custodiados por el respeto que impone una vida pura, y por el culto que los hijos del Plata tributan al heroísmo y a la virtud.
Buenos Aires, febrero de 1866.
Manuel Bilbao.
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