Emancipación del espíritu en américa

Hace tiempo, repetimos, ha llegado para este continente la hora de su emancipación intelectual.

Porque es necesario nos convenzamos que si los pueblos de América se alzaron, el espíritu, el pensamiento, la conciencia de los americanos ha permanecido y permanece en un estado de servilismo deplorable. Y he aquí, al pasar, una de las causas de la poca fecundidad intelectual que demostramos.

No así la América del Norte ­¿Cuál es la razón de tan notable diferencia? ­¿Por qué en Estados Unidos se ve ese desarrollo tan completo e integral de las facultades humanas? ¿Por qué son ellos, la Nación libre, la Nación sabia, la Nación potente? ­¿Por qué tienen ellos una literatura suigéneris, expresión magnífica del Nuevo Mundo, un progreso científico e industrial que no reconoce superiores en Europa? ­¿Por qué son ellos, en fin, la Patria de la libertad en el hogar, en el municipio, en el condado, en el Estado, en la Nación? ¡Porque son ¿Y por qué los Americanos del Sur (hablo en general) han abdicado su espíritu y elegido a la Francia por modelo? Vamos a indicar algunos hechos que aclaran este fenómeno.

La invasión de Napoleón a España, la más grande de sus traiciones, el más sangriento de sus crímenes, facilitó la Independencia Americana ­De aquí nació una profunda admiración y simpatía hacia la Francia.

Caído Napoleón, muchos oficiales franceses, soldados heroicos, vinieron a militar por nuestra causa.

Los Americanos que prepararon la revolución de América, estudiaron la Filosofía revolucionaria del siglo XVIII, y como sus campeones principales eran Voltaire, Montesquieu, Diderot, Rousseau, que escribían en francés, por uno de esos fenómenos comunes del espíritu, se formó el grande error que consistía en creer que todo lo que emancipaba era francés. ¡Creían que las ideas eran francesas! El estudio de la Revolución Francesa es hasta hoy día la causa principal que influye en el espíritu de la juventud a favor de la Francia, como Nación de libertad. ¡Se cree que la palabra es francesa! En seguida, nuestros padres que aprendieron en las teorías políticas que quisieron aplicar, (y que fue en todas partes la centralización) nos enseñaron el francés, y el conocimiento de este idioma es lo que perpetúa la influencia fantasmagórica de Francia. ¡Creemos que es la más bella de sus lenguas! Así es que no leemos sino libros franceses.

Resulta, pues, que llegamos hasta inficionarnos de las pasiones, odios, preocupaciones y errores de esa Nación vetusta.

Pero ha llegado la hora de despertar. Es necesario arrancar el error y libertarnos del servilismo espiritual de la Francia.

II.

Y nunca mejor que hoy, cuando la bandera de ese pueblo, presentado por sus retóricos y caterva de sus novelistas, como el pueblo víctima por la salud de las naciones, se presenta sin pudor, con todo el cinismo de una librea del imperio, en flagrante delito, robando, asesinando y perjurando en grande escala, en Europa, en África, en Asia y en América ­¡Y todo a nombre de la civilización! Nunca mejor, ­cuando ese pueblo realiza las teorías de sus historiadores, que lo constituyen en representante de la civilización, absorbiéndolo de todos sus atentados, porque la Francia no puede errar, y porque donde va su bandera va su honor, ¡entendiendo por honor, no retrocede, aunque sea desde Mocour hasta Puebla de Zaragoza, desde Bailen hasta Waterloo! ¿Pero cuál es la teoría, cuál el sofisma, que pervierte a ese pueblo? La teoría, es que representa a la civilización, y el sofisma es que todo lo que hace debe ser en beneficio de la civilización.

Empeñad en esa creencia a diez o doce millones de campesinos ignorantes, entre los cuales hay quienes creen todavía que vive el ejército de Rusia; ­empeñad en esa creencia la vanidad de las clases letradas, el semillero de todos los empleados y diplomáticos jesuitas como Drouin de L’huis, miserables como Saligny; ­empeñad en esa creencia a los directores de la política, o al déspota perjuro que dirige sus destinos, y tendréis tesoros inagotables y ejércitos sin fin para los grandes malones de la Francia.

Bien sé, se me dirá: No confundáis a la Nación con su gobierno.

No. ­No confundo. Pero ¿qué significa una Nación de 35 millones de habitantes que no puede impedir a su gobierno la deshonra? ­¿Qué Nación es ésa que va con su bandera a tapar la gruta en que Pelissier ahumó a una tribu entera, con niños, ancianos y mujeres, ­y lo presenta hoy como duque de Malako ¿Merece ser imitado, admirado y tolerado en sus actos? Procul ­lejos, lejos! ¿No comprenderéis de este modo, esa infatuación estúpida de la política francesa? ­¿No quedan así explicadas sus contradicciones, su cinismo, su barbarie? ¡Si no puedo pecar, si soy el encargado de la civilización, silencio a vosotros, con vuestras palabras del derecho y de justicia!

IV.

Atrás pues la Francia, ­¡Atrás la Francia civilizadora que ahoga tribus en Argelia, que saquea el palacio de Pekín, que viola el derecho de gentes en Roma, que conquista en nuestros días! ¡Atrás la Francia de Orizaba y Acapulco! En Orizaba la más infame traición, en Acapulco el más cobarde bombardeo. Atrás la Francia imperial, personificación de la hipocresía y de la perfidia; hipócrita, pues se llama protectora de la raza latina para someterla a su régimen de explotación; pérfida, pues habla de libertad y nacionalidad, ¡cuando incapaz de libertad conquista para esclavizar! ¡Atrás la Francia imperial de los Bonaparte que corona a los perjuros! ­No más servilismo a ese espíritu de reglamentación, de policía, de centralización, abdicación, de esclavitud. ­No más oído a ese pueblo que se cree y se llama el civilizado por excelencia, cuando ni siquiera puede hablar. ­No más compasión al estado de ese pueblo, cuando soporta que su mismo emperador lo declare «incapaz de libertad.» (Discurso de Napoleón III. Febrero 1863).

Ha llegado, americanos, la hora de la emancipación de vuestro espíritu.

Y el acto más plausible que podéis presentar, hijos de Buenos Aires, para dar un testimonio de vuestra justicia, de vuestra conciencia Americana y republicana es una manifestación a favor de la causa de México.

V.

Hoy entra la América en el mecanismo del movimiento del mundo.

¡Sagrado y sublime momento, Americanos! Y se presenta en la historia con el testamento de los mártires, con las esperanzas de los genios, con las profecías de los héroes.

En la República de un continente, es la democracia del mundo de Colón, ­es la autonomía de la libertad que por vez primera va a poner su mano en la palanca de los hemisferios para proclamar la verdad y regenerar el espíritu de la Vieja Europa.

La victoria de México será la señal de una era nueva. Las Termópilas de América están en Puebla.

La alianza con los Estados Unidos purificados de la esclavitud, nos va a dar el predominio de la civilización.

La civilización hoy es América y República.

Y qué ¡serán los zuavos los que encadenarán este porvenir! ­La corona de Bonaparte rueda en el fango. Veremos si la Francia la quiere levantar.

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